¿Qué hay detrás de las campañas contra la “esclavitud moderna”?
Los inmigrantes, los trabajadores en negro, algunos sectores de trabajadores rurales, son todos grupos por los que los sindicatos tradicionales se han desinteresado. La Iglesia vio aquí una veta por donde recuperar protagonismo dentro de la clase obrera y se ha puesto a militar. La izquierda suele mirar para otro lado.
Por Marina Kabat GIHCO – CEICS
“Por desgracia, el flagelo cada vez más generalizado de la explotación del hombre por parte del hombre daña seriamente la vida de comunión” (Papa Francisco, 1/1/2015)
Además de argentino, ¿comunista? ¿Al Papa le preocupa la explotación? ¿O recién se da cuenta de que el grueso de la población es explotada, trabaja por un sueldo que no representa ni una mínima porción que el trabajo que realiza? Nada de eso: la Iglesia viene hace tiempo batallando contra la única forma de trabajo que reconoce como una relación de explotación, al decir de su santidad, el “trabajo esclavo”.
El mensaje papal de principio de año, dedicado al tema explícitamente, habla de la actividad laboral de inmigrantes, niños y del trabajo “en negro”, como trabajo esclavo. Una amplia bolsa, donde el santo pontífice también mete desde la trata de personas con fines de explotación sexual al tráfico de órganos. Todas estas modalidades serían formas contemporáneas de esclavitud.
El asunto tiene dos facetas. En primer lugar, el aspecto ideológico. En la medida que se afirma que solo ciertas actividades y modalidades laborales son explotadoras, se afirma también que el resto no lo son. Ergo, si no sos un inmigrante ilegal que trabaja 14 horas en un sótano, nadie te explota y tenés que agradecerle a San Cayetano por tu trabajo (o, si estás desocupado, ir a pedirle empleo).
Pero la cuestión tiene también su base material. A fines de siglo XIX la Iglesia trató de construir sindicatos propios. Si bien nunca tuvieron más que un éxito muy limitado, le permitían a la Iglesia poner un pie en el movimiento obrero. Pero, en general las transformaciones políticas posteriores a la Segunda Guerra Mundial barrieron con ellos. Por ejemplo, el Estado cubrió muchas de las tareas de asistencia social que realizaban los círculos de obreros católicos. En Argentina y otros países, el establecimiento del sindicato único por rama diluyó las agrupaciones católicas (lo que fue uno de los primeros motivos de resquemor de la Iglesia Católica frente a Perón, al que por otra parte apoyaba). Desde entonces, la Iglesia tuvo poca incidencia directa –menos de la que había tenido antes- en la organización gremial de los trabajadores. Es cierto que siempre ha tenido una relación importante con el movimiento obrero (piénsese en Polonia o en buena parte del sindicalismo peronista), pero ha sido inorgánicamente, a través de la influencia ideológica. En las últimas décadas, sin embargo, ha visto una veta por donde recuperar su inserción orgánica, sin tener que batallar con los sindicatos ya instalados.
Los inmigrantes, los trabajadores en negro, algunos sectores de trabajadores rurales, son todos grupos por los que los sindicatos tradicionales se han desinteresado. La Iglesia vio aquí una vía por donde recuperar protagonismo. Por ello, está detrás de muchas de las agrupaciones de inmigrantes más importantes en todo el mundo. Esto puede notarse con su rol destacado en la movilización por el primero de mayo de 2006 en EE.UU. Se ha lanzado a agrupar estos sectores obreros que resultan sobrantes para el capital, que no encuentran ocupación permanente o lo hacen en actividades poco productivas, en condiciones laborales que apenas permiten su subsistencia como costureros o trabajadores rurales, entre otros. Así, la Iglesia se vincula con la organización La Alameda en la Argentina o trata de nuclear los trabajadores rurales migrantes que se emplean en la Amazonia brasilera en el trabajo forestal y en campamentos que producen carbón. En todos los casos, la Iglesia habla de trabajadores esclavos y presenta un programa de reivindicaciones mínimo.
La fundamentación teórica de la campaña religiosa
Un grupo de académicos ha tenido en la última década un éxito inusitado en imponer la noción de “esclavitud moderna”.[i] De acuerdo a distintos autores la esclavitud moderna no requiere del elemento de propiedad típica de la esclavitud tradicional. Tampoco importa la situación legal, es decir si la supuesta esclavitud es una situación avalada o prohibida por el Estado. La concepción actualmente más difundida de “esclavitud moderna” es la desarrollada por Kevin Bales, el autor de Nueva esclavitud en el mundo global.
Desde nuestra perspectiva, el principal problema del concepto de “esclavitud moderna”, tal como lo presenta Bales, es su perspectiva deshistorizante, fundada en el individualismo metodológico. En principio la noción pone el énfasis en el individuo y no en las clases sociales. Por ejemplo, sostiene que en última instancia la esclavitud es una relación entre dos individuos. Afirma que la esclavitud moderna es una institución “democrática” ya que cualquiera puede ser esclavizado: la esclavitud moderna ofrecería “igualdad de oportunidades”, dado que los esclavos modernos vienen en todas las razas, colores y etnias. Todos somos iguales frente a los modernos tratantes de esclavos. Este disparate borra cualquier elemento de clase. Que en algunos pasajes Bales mencione quiénes son los grupos más vulnerables (los pobres, las mujeres, los migrantes y las minorías étnicas) no subsana el problema, puesto que en ningún lugar se dice que lo que todos estos grupos tienen en común es su pertenencia a la clase obrera. Difícilmente una empresaria caiga jamás en las redes de trata.
En la medida que se define la esclavitud como una relación entre dos individuos, la misma pasa a ser deshistorizada y descontextualizada. Lo que de alguna manera se condice con frases como “los humanos siempre tuvimos esclavos” o la cuasi asimilación de la historia de la humanidad con la historia de la esclavitud. Este enfoque individual y ahistórico no puede sino conducir a un análisis de aspectos psicológicos del problema y a preguntas tales como: ¿qué hay en el corazón humano que lleva a la esclavitud? O plantear como un tema central a estudiar la psicología del esclavista. Pareciera que la esclavitud fuera una expresión de rasgos esenciales y transhistóricos de los seres humanos.
En el prólogo a la edición del año 2012 de su best seller, Bales da cuenta de algunas de las críticas recibidas, como el carácter ambiguo y general de su definición de esclavitud. Varios historiadores le indicaron que bajo su definición de esclavitud, distintos modos de producción pasan a ser todos esclavistas. Pero, para Bales son purismos de historiadores o críticas académicas a un libro no académico. El problema es que este libro más que no académico, es no científico, pues se limita a repetir noticias de diarios como veraces por sí: si el diario dijo esclavo, Bales dice esclavo, repitiendo el amarillismo de la prensa en forma acrítica. Además, el libro ha gozado de los aplausos de la comunidad académica, al punto que esta obra, cuyo autor solo esgrime en su defensa no saber ni interesarle nada de historia y que su libro no es académico, se ha convertido en la biblia de los académicos en la temática. Hoy la noción de Esclavitud moderna es “santa palabra” y son marginales las voces que se alzan contra ella. En este reducido grupo figuran los Estados africanos, que se quejan de que se banalice el concepto de esclavitud, y una organización de empleadas domésticas migrantes en Gran Bretaña, que plantea que las denuncias amarillistas de los diarios y su uso del término esclavo no contribuyen a su causa: la organización gremial de las trabajadoras domésticas y la acción unitaria de nativas e inmigrantes.[ii]
¿Qué es la esclavitud para Bales?
Para Bales un esclavo es una persona retenida por violencia o amenaza de violencia para fin de explotación económica. Sin embargo, Bales no diferencia entre la violencia económica y la violencia extraeconómica. Esta diferencia es central, porque el capitalismo es el único sistema social donde la clase explotada lo es mediante una coacción económica. Nadie apunta al obrero con un revolver para que trabaje, lo hace por sus necesidades económicas. Esto no quiere decir que sea libre: el hambre es una coerción tan dura y apremiante como el peor de los látigos. Por el contrario, el esclavo o el siervo medieval estaban sometidos una coacción extraeconómica.
Tratando de precisar su imprecisa definición, Bales agrega que si no estamos seguros de si una persona es esclava debemos preguntarnos si esa persona puede irse. Pero, ¿qué quiere decir que alguien pueda abandonar o no un trabajo? Bales considera esclavas personas que no abandonan su trabajo por no tener otro sitio a donde ir, es decir por carecer de vivienda propia, por temor a la deportación, intimidación, dificultades por el lenguaje, aislamiento geográfico, autoculpabilización por su situación y, en el caso de empleadas domésticas, el deseo de no perder el contacto con los niños que criaron. Bales también agrega el caso de los trabajadores forestales en la Amazonia brasileña, que no se van de los campamentos de carbón porque temen que después les resulte difícil conseguir otro trabajo, o están esperando que se les pague lo que se les adeuda. Como se ve, en la mayoría de los casos los obreros no abandonan a sus empleadores por elementos económicos y no por una violencia extraeconómica. Pero, para Bales serían esclavos.
Con respecto a las otras características del supuesto trabajo esclavo, Bales resalta el trabajo duro por escasa paga y la explotación económica. Al igual que en las proclamas papales, pareciera que la explotación es ajena al mundo capitalista, donde reinarían los altos salarios, jornadas acotadas y la libertad más plena. Conclusión: el capitalismo es bueno; el problema son los excesos de individuos, que vaya a saber qué piensan y sienten, y que disfrutan de someter a otros. Bales insiste en que los esclavos “modernos” tienen un carácter descartable y asocia el crecimiento de la esclavitud con el crecimiento demográfico. En sus palabras, con el incremento de la oferta de esclavos.
En ningún momento Bales plantea la base económica de las situaciones que relata y explica cada caso por factores locales. Pareciera que hay culturas más esclavistas que otras (Estados Unidos y Brasil, entre ellas). No le llama la atención que sean exactamente las mismas ramas económicas las que presentan peores condiciones laborales en todo el mundo (confección, trabajo agrario, elaboración de ladrillos, etc.). No se pregunta qué es lo que todas ellas tienen en común. De esta manera, elude toda explicación estructural. Por ejemplo, explica que el trabajo agrario en Estados Unidos no esté regulado por las leyes laborales, por situaciones locales y coyunturales de principio de siglo veinte, con lo que parece desconocer que en gran parte del mundo los trabajadores rurales han sido excluidos de la legislación laboral universal (especialmente significativos son al respecto los casos de Brasil, México y Argentina).
Con una definición a medida de “esclavitud moderna”, Bales considera esclavos a un amplio conjunto de trabajadores aunque ellos no estén expuestos a violencia extraeconómica. Puede haber casos particulares donde la coacción económica haya sido acompañada por formas de coacción extraeconómica. Pero, tales casos son excepcionales y constituyen delitos y el obrero puede apelar en su defensa al Estado. Por eso, aun en ese caso particular no se trata de esclavos. Porque un esclavo no es un individuo aislado, un caso particular, sino un integrante de una clase social que, en tanto tal, está privado de libertad, hecho que es avalado por el Estado. El abordaje individualista liberal de Bales le impide una comprensión profunda del panorama social.
De la India a Perú: los trabajadores endeudados
Una visión alternativa surge de la obra de Tom Brass.[iii] Para Brass en el trabajo forzado el trabajador deja de contratarse para varios empleadores y se transforma en empleado permanente de un solo empleador, en ocasiones de por vida. Para Brass esto representa una forma moderna de esclavitud que implica un proceso de desproletarización. A diferencia de la esclavitud clásica, no se controla ni se retoma propiedad de la persona, sino solo de su fuerza de trabajo. Para Brass hay desproletarización, porque se desmercantiliza la fuerza de trabajo. El salario en vez de ser entendido como el pago de un trabajo es concebido como el pago de una deuda.
Para sostener la naturaleza forzada de trabajos como el sistema de enganche peruano o el debt-bondage hindú, Brass remarca el rol del parentesco en asegurar la sujeción del trabajador. El análisis del parentesco como canal de opresión y explotación es uno de los méritos de Brass. Pero se equivoca al considerar esta coacción como extraeconómica. Los mismos ejemplos que brinda nos conducen a la conclusión opuesta: la amenaza de que parientes corten el acceso a la tierra, a los cereales, ganado, forraje o fuentes de agua son mecanismos de coacción económica. Pues no hay uso de violencia extraeconómica sino la amenaza de cortar acceso a recursos económicos.
Brass pareciera ignorar la diferencia entre los supuestos derechos abstractos que el capitalismo ofrece a los obreros, de la posibilidad efectiva de hacer uso de ellos. Según Brass, el trabajador libre entra y sale del mercado laboral a su voluntad, algo que el bonded labourer no puede hacer. Pero, ¿qué trabajador puede optar por entrar y salir del mercado laboral a su voluntad? ¿Cuánto tiempo puede un obrero abstenerse de trabajar? Ni los obreros eligen las condiciones en las que trabajan, ni escogen disfrutar del ocio absteniéndose voluntariamente de trabajar cuando están desocupados.
Brass mismo reconoce que hay otras modalidades laborales donde se realiza un contrato por un largo período de tiempo a veces con pagos anticipados (investigadores, estrellas de cine, deportistas, marineros). Con tal de mantener su argumento, Brass está dispuesto a sostener que en todos estos casos se trata de relaciones no libres. Se equivoca: la venta anticipada de trabajo, sigue siendo una venta. La fuerza de trabajo no pierde con esta operación su carácter de mercancía. A lo sumo, el obrero pierde en ella el costo de oportunidad. Pero esto es un aspecto intrínseco a la venta anticipada de cualquier mercancía por la cual el vendedor se asegura su venta, frente a la eventualidad de poder no hacerlo, lo que para el obrero implica la posibilidad de morir de hambre, pero pierde la posibilidad de elevar su precio a futuro si se produce una coyuntura de mercado más favorable.
A diferencia de Bales, Brass no presenta afirmaciones que impliquen la suposición de que los bajos salarios al nivel de subsistencia o incluso menos sean extraños a la naturaleza del capitalismo. Claramente Brass expresa su comprensión sobre este punto. Sin embargo, sí parece compartir el supuesto de matriz liberal de Bales sobre la libertad absoluta y efectiva del obrero bajo el capitalismo de entrar y salir del mercado laboral a su voluntad, dado que funda en la ausencia de esa libertad su definición de trabajo no libre.
Creemos que la raíz de esta confusión radica en la poca atención prestada a la coacción económica. Esta coacción económica es la que transforma las supuestas libertades obreras en entelequias abstractas. El obrero bajo el capitalismo no es verdaderamente libre, no puede serlo. No decide si ingresar o no al mercado de trabajo, pues lo compelen sus necesidades. En ciertos países, las relaciones de fuerza entre clases después de la Segunda Guerra Mundial han sido más favorables a los obreros y éstos pudieron ejercer en mayor grado -dentro de cierto límite- esa libertad. Pero ésta no ha sido la norma en la historia del capitalismo. Por eso, muchas de las situaciones hoy presentadas como formas “modernas de esclavitud”, en especial el trabajo migrante en talleres de confección o formas de reclutamiento de obreros rurales, son extremadamente similares a las reseñadas por Marx y Engels al describir condiciones de obreros ingleses en el siglo XIX.
El cambio de las relaciones de fuerza entre las clases y cómo enfrentarlo
El salario tiene un componente social que se redefine históricamente. Cuáles son las necesidades del obrero que deben ser cubiertas por el salario, es un punto que cambia en función de las condiciones históricas, dadas en gran medida por las relaciones de fuerza entre las clases. La incorporación al mercado laboral de grandes masas obreras, algunas de origen rural y reciente proletarización, está modificando esas relaciones de fuerza y alterando las pautas salariales y las condiciones laborales hasta ahora consideradas normales. Es posible, incluso que la denuncia contra el trabajo “esclavo” esté alentada por gremios que buscan preservar las fuentes laborales para sus connacionales y como intento de evitar esta redefinición.
Cierto sector del progresismo norteamericano o europeo responde hipócritamente con una doble cara: por un lado, denuncia las nuevas pautas de trabajo instaladas ya como normales en ciertas ramas como “trabajo esclavo” y por otro lado, intenta frenar el ingreso de los migrantes. Estos progresistas se la ven en figurillas cuando tienen que discriminar entre los grupos de trabajadores migrantes que van a considerar “esclavos”, a los que van a socorrer, y aquellos que no serían esclavos, han de ser deportados a morirse de hambre en su país de origen.
Hoy la clase obrera sufre grandes modificaciones. La respuesta no es ni el corporativismo ni el nacionalismo. Todas las formas de acción que socaven la unidad de la clase obrera, la debilitarán más enfrentando a una fracción contra otra. Es necesaria una política unitaria. Pero para ello es necesario que la izquierda se ponga a la cabeza de la organización de las fracciones obreras menos organizadas hasta ahora, aquellas que componen la población sobrante para el capital y que se emplean solo en forma intermitente y en actividades marginales de muy baja productividad. En gran medida, el éxito en esta tarea decidirá las grandes batallas que la clase obrera tiene hoy por delante. Es imperiosa, entonces, la necesidad de construir en este sentido: organizar a estas capas obreras abandonas por los sindicatos tradicionales. Para ello, tendremos que enfrentarnos a la Iglesia, que en parte se nos ha adelantado, y batallar contra ella tanto en la construcción política y sindical como en el terreno ideológico.
Notas
[i]Analizamos aquí los dos libros más importantes de Bales: Bales, Kevin y Soodalter, R.: The slave next door, California, 2009; Bales, K.: Disposable people: New slavery in the global economy, Univ. of California Press, 2012.
[ii]Anderson, Bridget: “Migrant domestic workers and slavery”, en Genovese, Eugene: The political economy of slavery: Studies in the economy and society of the slave South, Wesleyan University Press, 2014.
[iii]Brass, Tom: Towards a comparative political economy of unfree labour. Case studies and debates, Frank Cass, London, Portland, OR, 1999.
Bergoglio quiere que los pobres sigan pibres para que sean esclavos del Estado bajo el peronismo y, a la vez, esclavos de la iglesia. Es tan desagradable que ni los pobres más ignorantes se comen su verso. Cada día hay más evangelistas y menos católicos. Por otro lado, Alameda es puro blablabla. Todavía están esperando en Santa Cruz, que el delincuente del amigo de Bergoglio, haga la denuncia de trata que le pidieron haga por ellos (porque en Santa Cruz no la quieren tomar)