Genealogía de la izquierda peronista. Los planteos programáticos de John William Cooke – Julieta Pacheco

en El Aromo nº 72

perony

Entre los próceres del peronismo, se encuentra la figura de John William Cooke. Para muchos, un revolucionario, un pensador que marcó el camino que debiera haber seguido el movimiento. En realidad, no era más que un reformista. Aquí  le contamos por qué estaba muy lejos del socialismo.

Julieta Pacheco
Grupo de investigación de la lucha de clases en los ‘70

John William Cooke es uno de los referentes intelectuales de la izquierda peronista. Tras acercarse tempranamente al movimiento, fue electo diputado en 1946. Sin embargo, cobró protagonismo recién tras el golpe de 1955, cuando fue designado por Perón como su representante en la Argentina. Desde esa posición, fue uno de los impulsores de la “resistencia”, apoyando sus expresiones más combativas, como la toma del Frigorífico Lisandro de la Torre y la guerrilla peronista Uturuncos. Tras su viaje a la Cuba de Fidel y del Che, defendió públicamente aquel proceso, instando al peronismo (y al propio Perón) a seguir los pasos de los cubanos. Estos elementos lo han canonizado como un “intelectual revolucionario” que hizo camino dentro del Movimiento Peronista y al que habría intentado convertir en la punta de lanza de la revolución. Su temprana muerte, en 1968, lo dejó afuera de los combates de los ‘70. Sin embargo, sus planteos influyeron decisivamente en organizaciones como FAR y Montoneros, y aún hoy es reivindicado por quienes creen que existe un potencial revolucionario en el justicialismo. Pero, como veremos, detrás de su fraseología izquierdista se esconden los viejos planteos reformistas: el proceso de liberación nacional, la alianza con la burguesía local y el alineamiento tras el liderazgo de Perón.

El programa

Desde sus inicios en la política parlamentaria en la década del ’40, encontramos claramente sus planteos programáticos, que serán sostenidos hasta el día de su muerte. Su posición política se basaba en la concepción de que la Argentina era un país dependiente con un desarrollo oprimido por el Imperialismo. Dentro de esta estructura, la contradicción social principal se centraba en nación-imperialismo, aliado este último a las oligarquías nativas. Sostenía que el proceso revolucionario se daría por etapas, comenzando por la liberación nacional y la sustitución del “régimen social por otras estructuras”, donde la clase obrera, antes que dirigir, debería mantener una “participación directa en las decisiones de gobierno” [1]. En este esquema, fracciones de la burguesía tendrían un lugar dentro de la alianza nacional, como motor del desarrollo que debería conducir al autoabastecimiento y el aumento de la producción local. Todo esto sin salir nunca de los marcos capitalistas. El movimiento histórico que podría constituirse en dirección de ese proceso era el peronismo. Sin embargo, Cooke identificó una serie de limitaciones internas que se habrían expresado en la nula capacidad del movimiento para derrotar el golpe del ’55.

El rol del peronismo

Analizando las dificultades del peronismo para convertirse en la vanguardia del proceso de liberación nacional (identificado como la única revolución posible), Cooke postuló la existencia de dos tendencias dentro del movimiento. Una de ellas, la “revolucionaria”, que sería la única con la voluntad de impulsar las transformacionales sociales. La otra, “los cuadros dirigentes”, que “en lugar de ser la vanguardia de la lucha revolucionaria, son solo engranajes que participan del régimen general que gobierna el país” [2]. A estos dirigentes “burocráticos” se adjudicaba la ausencia de respuesta al golpe del ’55:

“[el gobierno peronista] cayó porque la clase trabajadora, que era la que sostenía el régimen y la que contaba con fuerzas para un salto hacia la intensificación de las tendencias revolucionarias, no participó de la lucha en la que se resolvió su suerte y la del país entero”.

Para superar este límite, Cooke creó la agrupación Acción Revolucionaria Peronista (ARP), una organización que se asumía como “revolucionaria”. No obstante, contradictoriamente, se consideraba parte integrante del movimiento peronista, ya que la revolución sería inconcebible sin él. De ese modo, ratificaba la necesidad de construir un gran Frente de Liberación Nacional, con el cual “se tratará de llevar a la práctica la síntesis del nacionalismo revolucionario.” En este punto, respecto del peronismo, Cooke planteaba la necesidad de su transformación (expulsando a los “traidores”) o superación.
Sin embargo, esa “superación” no trascendía los marcos del nacionalismo burgués. En 1964, Cooke cuestionaba que una organización se declarara marxista, señalando que esto llevaría a que “su acción en el seno de las masas resultar[a] nula” [3]. Su objeción se basaba en que era necesario evitar definiciones precisas y mantener cierta ambigüedad, ya que “corresponde a la realidad del país y, muy especialmente, del peronismo, que es una suma […] de ambigüedades”. De este modo, cuestionaba cualquier posición que permitiera orientar a las masas en un sentido revolucionario. Consecuentemente, rechazaba la asociación con el marxismo y reafirmaba la intención de no confrontar internamente para no “salirse” del movimiento.
Cooke expresó también otras críticas hacia las caracterizaciones de los partidos de izquierda. Discutió, por ejemplo, la naturaleza del peronismo, al que no consideraba un movimiento burgués. Entendía que la forma de avanzar en el proceso de liberación nacional sería manteniéndose dentro del peronismo y provocando su crisis. Esta llevaría a un desarrollo de la conciencia de las masas, que avanzaría en identificar a la burocracia como el freno al proceso de liberación nacional, dando lugar a la depuración de los “traidores” y a la transformación del peronismo. Para capitalizar esta crisis, auguraba, no había que sacar los pies del plato. Estar por fuera del movimiento significaría estar “por fuera de la clase obrera”. La identidad peronista, como el único contenido posible para la conciencia de clase, suele ser el argumento principal que utilizan aun hoy las diversas corrientes reformistas, contra la izquierda, para justificar su política de conciliación con la burguesía.
Para Cooke, la tarea de “los elementos más combativos, más claros ideológicamente” [4], aquellos que “están al frente de sus organizaciones gremiales y políticas”, sería denunciar a los burócratas. De allí la necesidad de crear una organización propia como la ARP: “en el partido revolucionario la historia se hace conciencia, la experiencia se transforma en teoría”. Allí, “las voluntades dispersas se aúnan organizativamente”. El peronismo sería “revolucionario”, pero no estaría organizado de manera adecuada para “llevar adelante las tareas revolucionarias”. Por este motivo, “sus mejores jornadas son producto del espontaneísmo, que la burocracia no ha conseguido matar, pero que debe ser superado por la estrategia del partido revolucionario”, que “combina todas las formas de lucha”. Pero esta reivindicación del partido se conjugaba con una crítica a la izquierda marxista: “vanguardia revolucionaria no es una minoría autodesignada […] sino el cumplimiento de una función que hay que revalidar constantemente mediante la comprensión teórica de una realidad.” [5]  En la Argentina, la realidad sancionaba que las masas eran peronistas, que había en ellas (y en su conciencia) un potencial revolucionario, y que la tarea de la hora era canalizar correctamente esas energías para alcanzar el triunfo. Como se ve, en ningún momento se propone intervenir sobre la conciencia de las masas (que ya eran “revolucionarias”, a su buen entender), sino de quitar los “malos dirigentes”. La traducción a la realidad argentina de todo esto es que había que apuntalar la conciencia reformista, pero eliminar a aquellos dirigentes que se comportasen de forma contrarrevolucionaria, o que no lucharan consecuentemente por las reformas requeridas.

Conclusión

En síntesis, Cooke consideraba que había un potencial “revolucionario” en las masas peronistas, que la dirección burocrática del movimiento frenaba. Por eso era necesaria una depuración de su estructura, que permitiera eliminar a los “conciliadores” de posiciones dirigentes y colocar en su lugar a los cuadros resueltos a impulsar y desarrollar este potencial revolucionario de las masas. A esta tarea se abocó Cooke, denunciando a la burocracia traidora que dirigía el movimiento y creando una organización que nucleara a los sectores combativos en un claro intento disputar la dirección.
Que en las masas peronistas había un potencial revolucionario lo evidenció el proceso que se inició en 1969. No obstante, ese potencial emergía de la crisis de la conciencia entonces dominante, no de su afirmación. Más aún, ese potencial no se desarrolló en toda la clase, sino en aquellas fracciones más proclives a romper (o incluso tener un vínculo más conflictivo) con el peronismo.
Con todo, lo más importante es desentrañar qué es lo que Cooke entendía como “revolución”: el desarrollo capitalista en la nación sin quitar conquistas a la clase obrera. Nunca se cuestionó el programa peronista. Incluso tras sus coqueteos con la Revolución Cubana, y más allá del apoyo a los métodos de lucha radicalizados, siguió adscribiendo al programa reformista y cuestionando las posiciones de la izquierda marxista. Para Cooke, la meta era deshacerse del yugo imperialista para alcanzar un desarrollo capitalista pleno. Eso que se denominó “proceso de liberación nacional”. Reformismo, liso y llano, en el que podían coincidir tranquilamente, sin poner en cuestión la base del sistema capitalista (la explotación), la clase obrera y la burguesía. Ni siquiera llegó al extremo de plantear una ruptura con el liderazgo de Perón, que por lo menos habría consentido que su movimiento se llenara de traidores que frenaban el proceso “revolucionario”. Más allá de las denuncias a la dirección, era importante no sacar los pies del plato.
Aunque no alcanzó a vivir para ver las consecuencias de sus planteos, ellas están ahí: los cuadros peronistas lograron, en buena medida, canalizar la crisis de conciencia en el marco del reformismo. Con ese programa, Perón volvió del exilio. Al llegar, se comportó como el buen dirigente de su clase que era: ante el peligro, se apoyó en los cuadros contrarrevolucionarios. El líder encabezó la “depuración” del movimiento, pero en sentido inverso del que pretendía Cooke: fueron los sectores reformistas los que quedaron afuera. En vez de revolución, tuvimos golpe. Por lo tanto, el sueño de la conciliación y la armonía entre las clases no sólo resultó utópico, sino criminal.

NOTAS:
1 Cooke, John William: “La lucha por la liberación nacional”, en Duhalde, Eduardo (comp.): John William Cooke. Obras Completas. Artículos periodísticos, reportajes, cartas y documentos, Editorial Colihue, Buenos Aires, 2009, tomo V.
2 Cooke: “Peronismo y revolución”, en Duhalde, Eduardo: op. cit. Las citas a continuación pertenecen al mismo texto.
3 Duhalde, op. cit., tomo I. Las citas a continuación pertenecen al mismo texto.
4 Cooke: “Conferencia en Córdoba: Universidad y país”, 4 de diciembre de 1964, en Duhalde, op. cit, tomo III. Las citas a continuación pertenecen a mismo texto.
5 Cooke: “Peronismo y revolución”, op. cit.

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