Las próximas elecciones van a cambiar por completo el gobierno de Fernández en distintos aspectos, ya sea que se lo incluya a él o no en el panorama post electoral. En el campo de la oposición, se empieza a ver con cierta claridad que, en general, va a ganar el larretismo. Pese a la remontada que pudo haber tenido en este último tiempo Macri, el pelado se va consolidando. Y esto se debe a que Macri no tiene candidatos internos, sino más bien externos: Manes y López Murphy. El PRO fue logrando una inserción importante en el Conurbano, no es que sea un partido ajeno en esa zona del país. Controla intendencias claves y logra buenos guarismos en muchos lugares del territorio.
De alguna forma, la posición de estos sectores políticos no plantea ningún “misterio”, en un futuro no muy lejano. Lo que sí está en discusión son los extremos. Es decir, cómo le va a ir a Milei y compañía, y cuánto va a ser el porcentaje que obtenga la izquierda. Y en estos casos, el panorama no es claro porque los guarismos en ambos son tan pequeños que entran dentro del margen de error.
En las elecciones provinciales lo que viene sucediendo es que la gente no va a votar. La novedad está ahí. Hay algunos datos de los cuales la gente no habla. Por ejemplo, sobre la cantidad de dinero que ha ido a parar al Conurbano de la mano de Cristina. Esta catarata de plata explica la relativa paz social. Si observamos bien notamos que no hay gente en la calle.
Actualmente, no hay un clima de movilización al estilo 2001 donde había mucha gente en la calle a la que costaba encuadrar. Hoy, esas personas tienen dirección. La pregunta que nos tenemos que hacer es sí esto se va a traducir en las urnas. Pensemos que en momentos como los que estamos viviendo, de crisis muy grandes, a lo largo de nuestra historia siempre ha aparecido un voto liberal muy fuerte (Menen, De la Rúa, López Murphy, Alsogaray).
Todos los candidatos de los distintos partidos (patronales y de izquierda) se caracterizan por un fuerte vacío de programa. Acá no hay una sola idea dando vueltas. Es más, estos personajes se esfuerzan por no poner ideas sobre la mesa. Si, por ejemplo, escuchamos a Milei vemos que su discurso cargado de un lenguaje fascistoide carece de todo fundamento, no tiene ninguna idea concreta. No propone nada, es simplemente el candidato de alguna “bronca”.
La única posibilidad para una Argentina burguesa que tenga alguna perspectiva de evitar el macrismo, la derecha Milei y la catástrofe kirchnerista es una especie de neodesarrollismo social. Es decir, una perspectiva que tenga como idea “vamos a sacar a la Argentina de este marasmo en términos productivos y vamos a conseguir eso sin echar a todo el mundo, sin vaciar el Estado”. En el espectro político argentino está faltando ese escenario. En su momento, Macri intentó ir por esta vía, pero la abandonó. El otro personaje que podría estar del otro lado impulsando esta propuesta sería el propio Kicillof pero no se anima o directamente parecería no poder.
Sin esto, el escenario argentino no tiene ninguna idea sobre la mesa. Y en ese contexto va apareciendo Bolsonaro. Algo que vamos a ir apreciando si la dupla Milei-Espert saca un 10% en las próximas elecciones. Un voto reactivo al kirchnerismo y a todos los que copian esta tendencia política. Una política del privilegio que deja a las masas afuera. Acá hay un camino para el ascenso de Bolsonaro. Porque, además, no hay ninguna otra fuerza política que diga “basta de esto”. Y en este punto, la izquierda que podría romper con esta tendencia, se ha cansado de copiar ese discurso. Al parecer, es más importante cualquier elemento suelto de la política de la identidad que los problemas de las grandes masas.
Frente a este panorama, lo que nosotros tenemos que hacer es desligarnos de los distintos partidos burgueses que no hacen más que ofrecernos miseria y de los sectores de izquierda electoraleros que lo único que parecen tener en mente es conseguir un cargo más. Debemos manifestar nuestro repudio en las urnas.
