El último número de la publicación de la corriente sindical del Partido Obrero en educación1, trae una crítica a nuestro trabajo, Brutos y baratos,2 firmada por Roberto Gellert. Con un asombroso poder de síntesis, el libro de 246 páginas es resumido en apenas once líneas dentro de una nota ocho veces más extensa. Como ya hemos señalado en varias respuestas a ataques provenientes del PO, conviene, antes de cuestionar, leer lo que se cuestiona. Eso es lo que diferencia una crítica productiva (y por lo tanto, bienvenida) de un ataque, por decirlo de alguna manera, “artero”. Previene al crítico, además, de caer en omisiones, contradicciones y falacias, es decir, en el ridículo.
La razón de la sinrazón: de qué trata Brutos
Tribuna Docente busca desmentir aquello que Brutos y baratos demuestra: la ausencia de un proceso de privatización creciente en marcha dentro del sistema educativo. También prueba la falsedad de que éste viniera aparejado con la implementación de políticas de descentralización educativa. Desde la perspectiva de nuestros críticos nuestra tesis no se constata en la realidad y responde a un planteo unilateral y mecanicista. Además, nos acusan de ignorantes o lo que es más grave, de querer acomodar las cifras para constatar nuestras afirmaciones. Del cúmulo de datos que el libro aporta, citan al azar -y sin aclararlo- los que corresponden a la distribución del total de establecimientos en el conjunto del país. La crítica omite, no sabemos si por ignorancia o mala fe, que damos cuenta de la evolución del sistema privado en el conjunto del sistema educativo argentino y en todos sus niveles (a excepción del universitario), tanto en lo que refiere a la dinámica de expansión de sus establecimientos, como de su matrícula y de sus docentes. No nos circunscribimos a una mirada general en todo el territorio nacional sino que, además, ponemos la lupa en cuatro jurisdicciones particulares (Capital Federal, Buenos Aires, Córdoba y Santa Fe) donde el sistema privado adopta, en su conjunto, números más elevados. Analizamos la evolución del sistema privado en sí mismo (en donde se verifica un gran crecimiento) pero, para ponderar su magnitud real, lo colocamos en relación con la expansión de la gestión estatal. Asimismo, cada nivel es analizado en su propia dinámica. En este punto, distinguimos lo ocurrido en el nivel pre-primario donde más que privatización observamos una estatización -de la mano de su obligatoriedad- de lo acontecido en el nivel superior no universitario, donde observamos que los valores de la gestión privada son más elevados. Como se ve, nuestro crítico, por pereza o por desidia, omite justipreciar la carga de la prueba, al tiempo que le oculta a los lectores (sus propios compañeros) la complejidad del libro.
El problema, sin embargo, es bien sencillo: ¿hay alguna tendencia clara hacia la privatización del sistema educativo argentino? Es cuestión de medir. ¿Qué ofrece nuestro crítico? Cifras impresionistas tomadas de Clarín cuyo origen es, en realidad, propaganda a favor del incremento de subsidios al sector privado por parte de centros de investigaciones de matriz ideológica liberal. En efecto, esos datos a los que Tribuna les otorga tanta importancia, fueron producidos por el liberal Centro de Implementación de Políticas Públicas para la Equidad y el Crecimiento (CIPPEC) y el Centro de Estudios de Políticas Públicas (CEPP). Ambos, con una mirada cortoplacista, se basan en datos del INDEC (que son sólo una muestra) o de la Dipregep (que representa en el Estado los intereses de la educación privada) y observan un crecimiento de apenas 3,65% de la matrícula no estatal en la provincia de Buenos Aires, entre 2002 y 2007.
Se entiende fácilmente que un estudio limitado a una provincia y a 5 años, no puede, seriamente, contrarrestar tendencias de 50 años, de todo el país y de las cuatro circunscripciones más importantes. Con ese método, a Gellert le bastará un día nublado para proclamar la desaparición del sol. Si observamos el problema más de cerca, se verá que, por un lado, la provincia de Buenos Aires no supera la media histórica nacional en cuanto a matrícula privada, que siempre ha rondado el 25%. Por otro, si el lector se toma el trabajo que no se tomó nuestro crítico, notará que la curva que describe la evolución de la matrícula privada en modo alguno describe una trayectoria lineal. Por el contrario, sube y baja todo el tiempo. Es más: es esperable que en un momento de bonanza económica, sobre todo para la pequeña burguesía y para los renglones asalariados acomodados, crezca la matrícula privada. Eso ya se ha verificado en el pasado. Sin embargo, la masificación de la educación secundaria y pre-primaria, tiende a borrar las ganancias coyunturales y el sistema se mantiene más o menos en el mismo nivel. ¿Será una hipótesis muy arriesgada suponer que a medida que el veranito kirchnerista se desplome veremos consecuentes caídas en la matrícula privada? Nótese además que, a ese paso, la educación privada requeriría que la bonanza K se mantuviera más o menos constante durante un par de décadas para poder superar a la pública. Tribuna no sólo compra pescado podrido, sino que abona el principal argumento que esgrimen los “científicos” a los que prefiere creer: la educación privada crece por la discontinuidad escolar provocada por los paros docentes… Es probable que Scioli y Macri entiendan la “dialéctica” mejor que nosotros.
Más “dialéctica creativa”
Demostrando que se puede bastardear cualquier idea, Gellert nos dice que no podemos ver la “dialéctica” que une privatización con descentralización. Es cierto que no podemos verla, sencillamente porque no la hay. Como Gellert cree que si la realidad no le da la razón, peor para ella, arremete con una contradicción tras otra. Tal como Brutos demuestra, la tendencia buscada por el Estado ha sido la de provincializar o municipalizar la educación a través de la implementación de políticas educativas. Lo que nosotros no veríamos, según Tribuna, es que, a través de ese mecanismo, el Estado se liberaría de sostener a la educación, con el desastre correspondiente. En este contexto, una franja de la población (los hijos de la clase media) migraría a escuelas privadas. Su explicación, que es idéntica a la de Mariano Narodowski, se basa en la peregrina idea según la cual el retiro de la escuela pública de una parte de la pequeña burguesía argentina (que en su totalidad no alcanza al 15% de la población nacional) podría alterar sustantivamente las cifras globales…
Dejando esto de lado, subsiste una confusión aún peor: la descentralización es el pasaje de las estructuras educativas de una parte del Estado (el nacional) a otra (el provincial). Es un movimiento intra-estatal, que no implica privatización alguna. Como nuestro dialéctico amigo no se rinde, intenta esgrimir otra serie de evidencias que nosotros no conoceríamos: los subsidios a la educación privada en detrimento del gasto público. A modo de ilustración cita los ejemplos de Capital Federal y provincia de Buenos Aires, donde el incremento de los subsidios fue de la mano de un recorte del gasto público. Otra confusión: una cosa es que se reduzca el financiamiento a las escuelas públicas y se lo amplíe a las privadas y otra es que el sistema se “privatice”. Pero el argumento abona en realidad a nuestra tesis central (que la educación privada no es un buen negocio capitalista): incluso en aquellos lugares donde el mercado compra la mercancía educación, se necesita el apoyo estatal bajo la forma de subsidios. Podemos suponer qué va a pasar con los subsidios al sector privado cuando el déficit público termine por blanquearse. No por casualidad, a cada “veranito” le siguió una caída en masa de escuelas privadas.
Con la CTA
Como decimos en la contratapa, queremos “discutir una idea profundamente arraigada en el imaginario. Aquella que supone que los males de la educación devienen del supuesto retiro del Estado y la privatización del sistema educativo”. El “retiro” del Estado es un presupuesto aceptado tanto por liberales como por socialdemócratas, claro que con diferente valoración. Los socialdemócratas creen que si la crisis educativa deviene del retiro del Estado -motorizada por los neoliberales- con más presencia estatal todo se resolvería. Dejemos de lado que una educación estatal sigue siendo, en el capitalismo, una educación burguesa. Lo peor es que, en esta perspectiva, el problema no es el capitalismo, sino una política específica (el “neoliberalismo”). Por ello, la burocracia sindical de CTERA y SUTEBA ha apoyado abiertamente al kirchnerismo. Tribuna, entendemos que sin saberlo, se coloca dentro de este campo. Por el contrario, en Brutos… se demuestra que no hay una línea “privatista” y una “anti-privatista” en la política argentina, sino que la política educativa obedece a una estrategia de clase común a todos. Con lo cual afirmar que tal o cual gestión era más privatizadora que tal otra carecía de sentido. Por el contrario, aunque dijeran otra cosa, todas las gestiones fueron “desnacionalizadoras”, ya sea por acción o por omisión y eso delataba que esa estrategia común pasaba por la degradación de la educación, algo mucho peor que la privatización.
¿Hubo privatización o no?
Tribuna aduce que lo que nosotros no podemos ver, por nuestra estrechez de miras, son las tendencias contrarrestantes del proceso privatizador. La lucha docente sería uno de los pilares que no dejó pasar la privatización. Veamos: o la lucha fracasó y la privatización se impuso (y entonces Gellert tiene razón pero la lucha no sirvió de freno, y entonces Gellert no tiene razón), o la lucha no fracasó y la privatización sí (entonces Gellert tiene razón, pero privatización no hubo, y entonces Gellert no tiene razón). Al ínclito dialéctico del PO esto puede parecerle “dialéctico”, pero el diccionario común y corriente tiene una palabra más adecuada: incoherencia. Nos acusan de ignorar un variopinto conjunto de acciones de lucha que son de público conocimiento de cualquiera que haya vivido en este país, pero ignoran (o esconden) que la tesis del libro no trata de las razones por las cuales no avanzó la privatización, sino si esta existió o no.
En este punto Tribuna indica que, la razón de ser de la privatización (de cuya existencia, como vimos recién, el mismo Gellert duda) es contrarrestar la disminución de la tasa de ganancia hallando plusvalía en nichos improductivos al capital como salud o educación. Otra vez: si son nichos “improductivos” (de plusvalía, se entiende) entonces Gellert tiene razón, porque efectivamente la burguesía podría apropiarse de riqueza social inútil, pero no tiene razón, porque entonces la educación no es un negocio y, por lo tanto, nadie querrá apropiársela en forma privada. Otra vez: incoherencia. Decir que la burguesía hace algo para aumentar la tasa de ganancia es una perogrullada: toda la existencia de la burguesía consiste en eso. Lo importante es si puede hacerlo, cómo y cuándo. De eso trata el libro que la gente de Tribuna, evidentemente, no leyó.
Precisamente, en las conclusiones llamamos la atención sobre cómo el mito privatizador enturbia los términos del debate: la descentralización no es ni buena ni mala, todo depende de las magnitudes presupuestarias que se destinen a la educación. Como todo, la educación no puede entenderse por fuera de la acumulación capitalista. En este punto, la evolución de la calidad educativa -sea que se hable de las condiciones de trabajo docentes, de la infraestructura escolar, del presupuesto o del curriculm- corre de la mano de la evolución de calidad de vida de la sociedad. Si la sociedad se degrada, la educación lo hace junto a ella. En este punto, llamamos la atención sobre el fenómeno que, a nuestro entender, afecta en forma profunda a la educación: la degradación en el plano cualitativo es correlato necesario de la descalificación de la fuerza trabajo. Esa es la especificidad de la “mercancía educación”. Sobre este punto, Tribuna no dice una sola palabra porque, evidentemente, no entiende el fondo del problema.
Para qué escribir libros
El objetivo de todas las investigaciones que se desarrollan en Razón y Revolución apunta a comprender la realidad que pretendemos transformar. No escribimos para alimentar el hedonismo o el ego de ninguno de nosotros, sino con la intención de develar los problemas centrales de la sociedad argentina para que ello nos sirva como una guía para la acción revolucionaria. No creemos que nuestra lucha -la que se desarrolla en el plano cultural- sea la más importante. Pero estamos convencidos de que es necesaria. La crítica de Tribuna evidencia que no piensa lo mismo, que cree que es posible transformar la realidad sin conocerla, que basta una fraseología marxistoide y la simple voluntad. El problema no es que Brutos y baratos esté equivocado. Ello es perfectamente posible. El problema surge cuando a la ignorancia se la denomina “sutileza” y a la chantada “dialéctica”. Esos compañeros, no importa su buena voluntad, caen fuera del socialismo científico.
NOTAS
1 Tribuna Docente, nº 89, febrero de 2010.
2 De Luca, R.: Brutos y baratos. Descentralización y privatización en la educación argentina (1955-2001), Ediciones ryr, Buenos Aires, 2008.