Aprendiendo a trabajar – Paul Willis

en Educación/El Aromo nº 53

 “Ningún partidwilliso de masas trata de interpretar y utilizar políticamente la contracultura  escolar.” La cultura contraescolar

Paul Willis editó en 1977 los resultados de un estudio de caso realizado en una escuela  inglesa  bajo el título Aprendiendo a trabajar.1 Realizó un seguimiento intensivo de  doce alumnos de la  clase obrera con el objetivo de comprender cómo operaba lo que  él denominó “cultura  contraescolar”, esto es, un rechazo a la escuela, sus normas y la  autoridad de los docentes y  directivos. Intentó ver cómo dicha configuración cultural  producía una determinada  concepción subjetiva en los alumnos de clase obrera que  se expresaría en la resignación al empleo asalariado. A continuación, una breve  selección de una lectura imprescindible para todo docente socialista.

Educación y títulos

La cultura contraescolar tiene una valoración relativamente sutil, dinámica y, dicho de alguna manera, “económica”, de las ventajas de la aceptación del orden y de la obediencia que la escuela pretende imponer a los chicos de la clase obrera. En particular implica una profunda desconfianza en el valor de los títulos en relación al sacrificio que exigen: no sólo en tiempo desperdiciado, sino también en compromisos y en libertad personal. La satisfacción inmediata es un estilo de vida y ofrece lo mismo que se puede conseguir al cabo de diez años de sacrificio. Ser un “nerd” para conseguir títulos de valor dudoso puede significar la pérdida de habilidades que hacen posible esas gratificaciones inmediatas […].
En primer lugar, hay una falacia muy extendida acerca de la educación, que consiste en la creencia en que las oportunidades se pueden alcanzar por medio de la educación, que la movilidad ascendente es básicamente una cuestión de aliento individual, que los títulos abren puertas. […] De hecho, por supuesto, las oportunidades son creadas tan sólo por la economía y, por tanto, actúan en un número relativamente pequeño de obreros. La naturaleza del capitalismo occidental está constituida de tal modo que las clases están estructuradas firmemente, de modo que incluso altas tasas de movilidad individual no cambian en nada la existencia de la clase obrera.
[…] Podría argumentarse que (…) la proliferación de títulos y categorías a disposición de los miembros de la clase obrera tiende más a oscurecer la naturaleza sin sentido del trabajo, a constituir falsas jerarquías y atar a la gente ideológicamente, que a crear o reflejar el crecimiento de trabajos más exigentes.
Además de resultar cuestionable si aseguran el empleo, puede afirmarse que lo que los títulos prometen a los que hacen el esfuerzo de adquirirlos, es ilusorio en relación a la calidad del trabajo que podrían esperar. La mayor parte del trabajo industrial es básicamente absurdo. […] Hoy más que nunca las formas concretas de la mayoría de los trabajos son estandarizados. Requieren muy poca habilidad y muy poco aprendizaje para quienes las desempeñan y no pueden ofrecer oportunidades reales de satisfacción personal. A pesar de la lucha a favor de la reestructuración de los empleos y el enriquecimiento de las tareas, el peso abrumador de los datos muestra que cada vez hay más trabajos descualificados, estandarizados e intensificados. Resulta bastante ilusorio describir el mercado de trabajo como un espacio abierto al esfuerzo, a la capacidad y las aptitudes de los obreros jóvenes. Basta con mencionar la escalada sin precedentes del desempleo actual entre los jóvenes obreros y la preocupante tendencia hacia el desempleo estructural de los jóvenes no cualificados, para poner en cuestión el poder que la gente joven ejerce sobre el mercado ocupacional.
Por lo tanto, ciertamente, existen razones objetivas para cuestionar si es sensato invertir el “yo” y sus energías en títulos cuando tanto su eficacia como su objeto deben ser puestos en duda. La cultura contraescolar plantea este problema -al menos en el nivel cultural- a los obreros; la escuela no se lo plantea en forma alguna.
La cultura contraescolar entiende realmente lo que podría denominarse la diferencia entre la lógica individual y la lógica grupal (…). La lógica del interés de la clase o del grupo es diferente de la lógica de los intereses individuales. Para el individuo de la clase obrera la movilidad social puede significar algo. Algunos individuos de la clase obrera pueden “hacerlo” y cualquier individuo particular puede ser uno de ellos. Sin embargo, para la clase, la movilidad no significa nada en absoluto. La única movilidad verdadera en este nivel sería la destrucción de la sociedad de clases.
Es en la escuela (…) donde aquellas actitudes necesarias para el éxito “individual” se presentan como necesarias en general. Nunca se admite la contradicción de que no todos pueden tener éxito, y que para aquéllos que no lo consiguen de nada sirve seguir las prescripciones necesarias para ello -trabajo duro, diligencia, conformismo, aceptación del conocimiento como un equivalente de valor real. En la escuela se da una generalización de la lógica individual a una lógica de grupo sin que haya un reconocimiento de la diferente naturaleza y nivel de abstracción de la segunda.
A pesar de su carácter absurdo, el trabajo capitalista, al menos en este primer período de sus vidas, llega a significar para los alumnos de clase obrera, una afirmación de su libertad […] (Sin embargo) podríamos apostar que la desilusión no está muy lejos. Es básicamente una cultura de ajuste y de compromiso: un intento creativo por hacer lo mejor en unas condiciones duras y embrutecedoras. Durante un período específico de sus vidas, los alumnos obreros creen que habitan en torres donde no llega el dolor. Irónicamente, a medida que la fábrica se convierte en prisión, la educación se contempla retrospectivamente como la única salida.
[…] En la cultura contraescolar, la superioridad del profesor se niega porque el eje en el que se sustenta ha sido parcialmente desequilibrado. Debido a que lo que el profesor ofrece es contemplado como algo inferior, el establecimiento del marco que garantiza el intercambio de la enseñanza es contemplado con sospecha y visto cada vez en mayor medida en su dimensión represiva. Para los alumnos obreros se presentan otras formas de valoración del “yo” y otras formas de intercambios. La autoridad del profesor se convierte paulatinamente en la autoridad fortuita del guardia de la prisión, no necesariamente la del pedagogo […] Como hemos visto, la cultura contraescolar contiene algunas ideas correctas sobre las condiciones de existencia de sus miembros. Hay aquí materiales potenciales para un análisis crítico completo de la sociedad y para la acción política orientada hacia la creación de alternativas. En un sentido, la razón por la que estas ideas básicamente correctas y las prácticas asociadas resultan insuficientes para una actividad política transformadora es, simplemente, la ausencia de organización política. Ningún partido de masas trata de interpretar y utilizar políticamente esa contracultura escolar.

NOTAS

1 Los párrafos que aquí traducimos corresponden más o menos a las páginas 151-156 y 168-169 de la edición castellana. Véase Willis, Paul: Aprendiendo a trabajar. Cómo los chicos de la clase obrera consiguen trabajos de clase obrera, AKAL, Madrid, 1988. Lamentablemente, la traducción es tan mala que hace el texto prácticamente ilegible, razón por la cual debimos apelar directamente al original inglés.

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