Parte de este texto fue leído en la mesa “Arte y represión”, durante la presentación del libro “Veinte años”, en el Instituto Gino Germani, de la Fac. de Cs. Sociales, UBA, el 28-3-96. Con autorización del autor se han suprimido las notas.
Por León Ferrari
El libro «Veinte Años» forma parte de la historia del arte político en este país que pasa por de la Cárcova, los Artistas del Pueblo y, más tarde, Berni, Spilimbergo, Castagnino, las fuertes imágenes de Carpani, el grupo espartaco, Carlos y Alberto Alonso, Martínez Howard, Alberto Cedrón, Julio Paz, Noé, Edgardo Vigo, y tantos otros. Después los vinculados a la vanguardia del Di Tella, Ricardo Carreira, Pablo Suárez, Margarita Paksa, Jacoby, Ruano, los rosarinos Renzi, Graciela Carnevale. Las muestras colectivas «Homenaje al Vietnam» del 66, «Homenaje a Latinoamérica» (al Che) del 67, «Tucumán Arde» del 68, «Malvenido Rockefeller» del 69, Colombres y Pereyra con la picana premiada en el II Certamen Nacional de Investigaciones Visuales en el 71, el Salón Independiente y el Contrasalón del 72 y, más cerca las obras que se hicieron durante la dictadura, Diana Dowek, Juan Carlos Distefano, Norberto Gómez, Gorriarena entre otros y toda la actividad en la Plaza de Mayo acompañando a las Escombros, Liliana Maresca, Fernando Bedoya, el libro del «NO al indulto» del 89, la muestra «500 años de represión» del 92, «Tomarte» en Rosario y las muestras contra la represión al sexo organizadas por Marta Dillon y Diego Ciardullo. Sin olvidar a los caídos en la lucha entre ellos: Eduardo Favario, Franco Venturi, Berardo Remo, María del Carmen Sabino, Vicki Walsh. Una corriente que atraviesa las diversas etapas y modos de pintar, que no respeta diferencias estéticas entre abstractos, figurativos o conceptuales, tradicionales o renovadores, fotógrafos, humoristas o grabadores, para seguir afirmando que el arte o una parte de ella, también sirve para expresar ideas, para tratar de participar en la perseverante lucha por la libertad y la justicia.
Sobre el tema de esta mesa, «Arte y represión», debe señalarse que el libro y los mencionados antecedentes son arte contra la represión. Pero esta corriente contemporánea es también una continuación del arte político de Occidente que durante siglos y en su mayor parte colaboró con la represión. Me refiero no sólo a los artistas del fascismo, el nazismo, el estalinismo, sino sobre todo al arte cristiano, que contribuyó al desarrollo del poder de la Iglesia que se extiende desde principios del cristianismo hasta nuestros días.
Dada la fuerte y declarada convicción católica de quienes planificaron y realizaron el exterminio en nuestro país y del apoyo incondicional que le prestó y que todavía le presta la Iglesia, me parece de interés señalar algunos parentescos entre las imágenes religiosas del pasado, es decir de la iconografía de la represión cristiana y de los versículos que la inspiraron, con los sistemas represivos que desarrolló el Proceso: la relación entre la violencia de la religión y la violencia de los religiosos.
En la Biblia se encuentran diferentes corrientes de ideas entre ellas las más destacadas y antagónicas son dos: la que expresa tolerancia y pide que bendigamos a quienes nos maldicen, y la que maldice y amenaza con sufrimientos terrenales e infernales a los infieles, herejes, blasfemos y demás pecadores.
De aquellas dos expresiones de la moral cristiana nacen otras tantas corrientes religiosas: la que pasando por Bartolomé de las Casas llega hasta Angelelli y los curas villeros, y la que luego de la Inquisición, los progroms y la Conquista, se renueva en el Proceso.
Durante siglos, de aquellas dos ideas, de los dos argumentos catequizadores, la promesa de felicidad eterna o la amenaza del eterno tormento, el Vaticano optó por priorizar este último y utilizó a sus artistas para reforzar sus campañas intimidatorias. Occidente entonces cuenta con un tesoro extraordinario de obras que enarbolan la tortura como arma evangelizadora, logrando así construir una gran cultura con la mayor de las inculturas: el tormento, el fuego y el terror. De esas representaciones artísticas del mal, de esas pinturas de 100, de 500 y de 1500 años atrás, y de los versículos que inspiraron a sus autores, las FFAA y el Episcopado que las apoyó parecen haber tomado, consciente o inconscientemente, ideas para repetir ese mal: son grabados y frescos que podrían ilustrar las caras del Proceso.
En los libros sagrados, suerte de Código Penal religioso de Occidente, se establece el principio jurídico de que culpas individuales pueden merecer castigos colectivos y/o hereditarios. El diluvio, el incendio de Sodoma y Gomorra (y el anunciado Apocalipsis), son ejemplos de ese principio. Allí, cuenta la Biblia, se castigó con la muerte a algunos Pecadores –sodomitas por ejemplo- y junto a ellos se mató también a los inocentes que los acompañaban sin distinción: se colectivizó el castigo. Igual justicia aplicó el Proceso aniquilando gente por ser amiga o pariente de presuntos culpable o por figurar en sus agendas. Los artistas cristianos ilustraron durante siglos esos exterminios en el Génesis de Viena del siglo VI, en las Biblias de Doré y Schnorr de 1860, y en las ediciones contemporáneas en fascículos, incluidas ediciones para chicos, esmerándose en mostrar la desesperación de Culpables e inocentes ante la muerte cuando llegaba el diluvio y la muerte misma, de unos y otros, en las montañas de cadáveres sobre las que voló la llamada paloma de la paz con la rama de olivo que pintó Picasso verde y fresca sin recordar que había pasado 150 días bajo el agua.
La culpa hereditaria, con le Pecado Original como primera manifestación, es el fundamento del antisemitismo occidental, en buena parte originado en el antijudaismo religioso del Nuevo Testamento -donde se tilda a los judíos de «serpientes, generación de víboras y a sus templos de «sinagogas de Satanás»- antijudaísmo que San Juan Crisóstomo, San Agustín y más tarde Santo Tomás de Aquino, como tantos otros, transforman en el racismo que todavía nos acompaña. Los judíos que cayeron en los chupaderos, contra quienes se acentuaba la represión, heredaron las culpas de sus ancestros de dos mil años atrás acusados por San Pedro y San Pablo de haber matado a Jesús. Esa acusación, que la Iglesia no borra de sus libros, fue repetida y comentada en catedrales y capillas durante siglos y por Menem en la Basílica de Luján durante la Pascua del 95. La represión contra los judíos, así como contra herejes, apóstatas, blasfemos, homosexuales, etc., fue transformada en arte, en cuadros, frescos y hermosas miniaturas que adornan Biblias y catedrales.
La idea de que los justos acompañen en el castigo a los presuntos pecadores se evidencia en el exterminio de chicos: los de más clara inocencia. La Biblia amenaza y ordena la muerte de niños en numerosos versículos: Matad viejos, mozos y vírgenes, niños y mujeres, hasta que no quede ninguno (Ez 9,16). Bienaventurado el que tocará y estrellará tus niños contra las piedras (Sal 137,9). Bestias feroces os arrebatarán los hijos (Jr 26,16). Y morirán en esta tierra grandes y chicos: no se enterrarán (Jr 16,6). Y comeréis la carne de vuestros hijos, y comeréis la carne de vuestras hijas (Lv 26,28). Sus niños serán estrellados y sus preñadas abiertas (Os 13,15). Quien mejor expresa el carácter hereditario del pecado es Isaías: Aparejad sus hijos para el matadero por la maldad de sus padres (Is 14,21). Estos versículos inspiraron a los artistas de la Iglesia cuando pintaron la muerte infantil: Durero muestra una madre con su hijo bajo la lluvia de fuego apocalíptica; Schnorr dibuja a una mujer con su hijo atropellados por los caballeros del Apocalipsis, Miguel Angel, Doré y Menabuoni se esmeran en imaginar y pintar a los chicos muertos ahogados en el Diluvio. A pesar de la evolución vaticana después del Concilio del 65, las ilustraciones de estos exterminios no terminaron: en una edición Biblia para chicos, «Mi pequeña Biblia», editorial Trillas, 1987, muestra en la tapa la bondad de los dioses, Jesús abrazando a los niños, y luego su crueldad: los chicos ahogándose abrazados a sus madres. Ayer y hoy alentando la represión religiosa. Estos antecedentes del cristianismo, esa jurisprudencia de Occidente, se repite en los crímenes del Proceso contra la infancia: chicos asesinados, chicos torturados frente a sus padres y chicos robados, los desaparecidos vivos, que aún se niegan a devolver.
Otro parentesco de ideas y de moral entre Proceso y Religión se encuentra en el ensañamiento con los cuerpos asesinados. Desparramaré tus carnes sobre los montes y llenaré los cerros con tu sangre podrida (Ez 32,5) amenaza el Dios Padre, La sangre de ellos será derramada como polvo y su carne como estiércol (Sof 1,17). La idea de calificar de excrementos a los cuerpos de los transgresores la usa también Jeremías: Los cuerpos de los hombres muertos caerán como estiércol sobre la haz del campo, y como manojo tras el segador (Jer 9,22), y en Reyes, Barreré la posteridad de esta casa como es barrido el estiércol (1R, 14,10). Pero tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento el castigo preferido para los cadáveres de los rebeldes era ser arrojados a los buitres, hienas y chacales: Y haré que se asienten sobre ti todas las aves del cielo, y hartaré de ti las bestias de toda la tierra (Ez 32,4); Será tu cuerpo muerto por comida a toda ave del cielo y bestia de la tierra, y no habrá quien las espante (Moisés Dt 28,26), idea que repite el San Juan apocalíptico: y todas las aves fueron hartas de las carnes de ellos (Ap 19,21).
Así como la Inquisición aplicó estas ideas desenterrando a los herejes -cuyos pecados descubrió después demuertos- y arrastrando sus huesos por las calles hasta llevarlos a la hoguera, así el Proceso se obstinó en prolongar el castigo destrozando los cuerpos con dinamita, arrojándolos a basurales, metiéndolos en tambores con hormigón o con cal, tirándolos al río, cortándoles las manos, quemándolos o enterrándolos mutilados como NN. Pero a diferencia de sus antecedentes bíblicos introdujo una novedad: el invento argentino del desaparecido, una nueva concepción del honor y del valor: el victimario hace desaparecer a la víctima y al ocultarse también desaparece.
Los antecedentes bíblicos se extienden a otros delitos. Los oficiales secuestradores se llevaban junto a las víctimas sus muebles y bienes y montaban inmobiliarias para vender las casas robadas. Obedecían así a su Dios que amenazaba: «mi pueblo los saqueará» (Sof 2,9); «todos sus despojos tomarás para ti y comerás el despojo de tus enemigos» (Dt 20,13). Quinientos años atrás Sepúlveda, en su «Tratado sobre las causas justas de la guerra», recuerda las órdenes de Jehová, sobre el saqueo a las ciudades de Canaan, para justificar la represión y el saqueo a los aborígenes del Nuevo Mundo.
La violación de las jóvenes secuestradas tiene también antecedentes religiosos: «sus casas serán saqueadas y violadas sus mujeres» (Is 13,16) daré a otro sus mujeres (Jer 8,10) anunciaba Jehová; «te quitaré tus mujeres ante tus propios ojos y las entregaré a otro que yacerá con ellas a la luz del sol» le dijo a David para castigar su adulterio (2s, 12,11).
La tortura, auspiciada por los dioses en la Biblia, condenada por los hombres en las Naciones Unidas y sistemáticamente usada por el Proceso, aparece en diversas formas en los libros sagrados y en las obras de arte que los ilustran. El Giotto muestra en la hermosa Capella degli Scrovegni un demonio arrancándole el pene a un pecador, una pareja de adúlteros colgados de sus genitales, un diablo montado sobre una muchacha mientras le vuelca plomo derretido en la boca y otros con diversos instrumentos usados para atormentar a sus víctimas; Miguel Angel en su Juicio Final pinta un pecador a quien un demonio le mete la mano en el ano como para arrancarle las entrañas; Fra Angélico en su Juicio Final y Boticelli en una ilustración para el infierno del Dante imaginan a Satanás comiendo gente: Boticelli lo hace tricéfalo cada cabeza con condenado entre los dientes y Fra Angélico lo dispone frente a una gran olla hirviente de la que saca las criaturas que come. La dictadura utilizó varios de esos procedimientos bíblicos y agregó otros como la picana. Entre los recursos con antecedentes en las Sagradas Escrituras está el de prolongar la vida del torturado con la ayuda de un médico para evitar que la muerte lo libere, idea que se expresa así en el Nuevo Testamento: Y les fue dado que no los matasen, sino que los atormentasen cinco meses (…) y en aquellos días buscarán los hombres la muerte y no la hallarán; y desearán morir y la muerte huirá de ellos» (Ap 9,4)
Todas las culturas torturaron, en mayor o menor grado, pero creo que Occidente es la única que hace cultura con la tortura, que usa lo horrible para hacer belleza: Miguel Ángel, Giotto, Fra Angélico, Boticelli, el Dante, pilares de Occidente con sus maravillosas obras de homenaje a la crueldad. Es alentador que el arte haya acompañado el desarrollo de los derechos humanos, que convierten en delitos los castigos bíblicos, y que no haya un artista que, emulando a Miguel Ángel, aliente o endiose con sus obras a torturadores humanos o divinos. Y es esta una diferencia entre nazismo y cristianismo: los artistas de Hitler no pintaron los crímenes nazis en cuadros destinados a amenazar y aterrorizar, los de la Iglesia en cambio nos muestran ese enorme y eterno Auschwitz, el infierno, para obligarnos a amar a los dioses que lo administran.