PAZ, GUERRA Y PALOMA

en Revista RyR n˚ 4

Por León Ferrari (Artista plástico)

Según su hijo Fernando, Colón  fue un elegido por nuestro Señor y su nombre, casi igual a colomba, recordaba no sólo al Espíritu Santo sino también a la paloma de Noé, porque como aquella Colón llevó sobre las aguas el ramo de olivo anunciando la paz que la Iglesia establecería con los aborígenes.[1]

La idea del hijo de Colón se origina en su religión que afirma que la paloma que Noé soltó para comprobar si la inundación había concluido, y que volvió con una hoja de olivo, simboliza la paz que Dios había hecho con los hombres.[2] Esta acepción de paz implica que los conflictos se evitan o resuelven exterminando a una de las partes, como se exterminó a casi toda la humanidad en el diluvio y a millones durante la Conquista. Este es uno de los mitos religiosos que comparten creyentes y ateos, al extremo que la campaña por la paz y contra la atómica de la década del cincuenta, encabezada por gente de izquierda y por el Partido Comunista, enarbolaba como bandera una «paloma de la paz» con el ramo de olivo pintada por Picasso, sin advertir que, al igual que la paloma de Noé que voló sobre la humanidad muerta anunciando que había llegado la paz, Truman podría haber lanzado una paloma con hojas de olivo sobre Hiroshima destruida para advertir a los japoneses que la paz se estaba acercando.

Esta popular paloma, que Berni pintó en el cuadro «La manifestación» en 1951, y que adorna las tazas de café que tomaban militantes e intelectuales en «La Paz» mientras discurrían contra los norteamericanos en la guerra del Vietnam de los 60, es hoy curiosamente usada como logotipo por organismos dedicados a la defensa de los derechos humanos y de la paz, pero de una paz sin muerte, sin diluvio y sin paloma.

Es posible que la confusión en la interpretación de ese sustantivo se deba a que en su origen religioso la palabra hebrea salom tenía un significado opuesto al que se le da hoy. Según León-Dufour salom tiene un sentido muy amplio: estar sano, gozar de la bendición de Dios, etc., pero no expresa oposición entre tiempo de guerra y tiempo de paz.[3] Van den Born aclara que en su origen salom no se opone a la noción de guerra, pues una guerra exitosa es salom, y cita el versículo 2S 11, 7 en el que David se informa de un modo francamente paradójico acerca del «salom» de la guerra.[4] Bauer aclara mejor lo que salom significa, y parece haber significado en la conquista de Canaán y de América, cuando dice que la victoria sobre el enemigo, la conquista de su territorio, es considerada como paz y cita Jue 8, 7; 2S 19, 25‑31 y 1Re 22,28.[5]

Isaías vincula paz con justicia: la paz es obra de la justicia (Is 32, 17), versículo (recordado entre otros por Paulo VI[6] y por Nixon durante la invasión a Vietnam) que el Concilio Vaticano II citó en la Constitución «Gaudium et spes»  (Constitución Pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual) como una síntesis del concepto cristiano sobre la paz.[7] Pero su significado sólo se comprende cuando se lee Is 48, 22, «no hay paz para los malos», o Is 57, 19: «mas los impíos son como la mar en tempestad, que no puede estarse quieta, y  sus aguas arrojan cieno y lodo. No hay paz, dijo mi Dios, para los impíos». Es también Isaías quien revela el destino reservado a los impíos diciendo que «Dios destruirá a las gentes malas y entregarálas al matadero, y los muertos de ellas serán arrojados, y de sus cadáveres se levantará hedor, y los montes se desleirán por la sangre de ellas»(Is 34, 2). La Paz de Isaías que el Concilio hizo suya es similar a la que anunció la paloma luego del diluvio: es la paz que logran los creyentes luego de haber exterminado a infieles e incrédulos.

Vinculado con la paz hay otro versículo de Isaías, mencionado también en la «Gaudium et spes»[8]: «De sus espadas harán rejas de arado y hoces de sus lanzas. Las naciones no levantarán ya más la espada una contra otra y jamás se llevará a cabo la guerra» (Is 2, 4). Este versículo, que se cita callando las ideas del profeta sobre otras cosas que se pueden hacer con las espadas («llena está de sangre la espada de Jehová», Is 34, 6), fue mencionado por Harry Truman, predicando en una iglesia metodista, quien, quizás recordando que con sus espadas no sólo hacía arados, citó también un versículo de Joel, que nos ilustra en cambio sobre lo que se puede hacer con arados y hoces: «Haced espadas de vuestras rejas de arado y lanzas de vuestras hoces» (Joel 3, 10).[9] Truman, como Johnson, y ahora entre nosotros Menem, citaba siempre a la Biblia asociándola a su gobierno y recomendaba su lectura pues el Viejo y el Nuevo Testamento «os  mostrarán  un camino  de vida», decía.[10]

La idea bíblica de que paz puede significar guerra se confirma en opiniones de santos y teólogos. En una homilía en la que comenta la advertencia de Jesús, «no penséis que he venido a meter paz en la tierra, no vine a meter paz sino espada» (Mt  10,34), San Juan Crisóstomo dice que la paz de Jesús, y también la paz que los apóstoles debían anunciar al entrar en alguna casa y la de los ángeles cuando dicen Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz, es precisamente, dice el santo, «cortar lo enfermo, separar lo que disiente (…) el médico conserva sano el cuerpo cuando corta de él lo insanable». Y agrega que lo que Jesús quiso decir es: «Para eso vine yo: para provocar la guerra, y esta es mi voluntad. No os turbéis al ver que la tierra, como si le pusieran asechanzas, se llena de guerras. En cuanto fuese separado lo que es de mala calidad, entonces lo que es de buena calidad se adherirá al cielo».[11]

Juan Ginés de Sepúlveda justificaba la guerra de la Conquista afirmando que se hace la guerra para adquirir la paz[12] y que una de las causas de la guerra es someter con las armas, si por otro camino no es posible, a aquellos que por su condición natural deben obedecer a otros  y rehusan  su imperio.[13] En apoyo de su idea cita a varios autores. A San Agustín: «¿Qué es lo que se culpa en la guerra? Que mueren  alguna vez los que han de morir para que dominen en paz los que han de vencer. Reprender esto  es de hombres tímidos y poco religiosos.»[14] A San Jerónimo: «El que hiere a los malos en aquello que son malos y tiene instrumentos de muerte para matar a los peores, es ministro de Dios.»[15] Y a San Ambrosio: «Cuando por mandamiento divino se levantan los pueblos para castigar los pecados, como fue suscitado el pueblo judaico para ocupar la tierra de promisión y destruir gente pecadora, puede derramarse sin culpa la sangre de los pecadores, y lo que ellos malamente poseen pasa al derecho y dominio de los buenos.»[16]

En la actualidad paz significa no sólo ausencia de guerra sino el evitar lo que pueda provocarla, significa tolerancia con el prójimo aunque no se compartan sus ideas. La paz bíblica y evangélica, en cambio, implica intolerancia («el que no está conmigo está en contra de mí», decía Jesús) con quienes no tengan las mismas creencias, intolerancia que puede llegar al exterminio de los transgresores. Si bien parte de los cristianos contemporáneos no comparten esa idea de paz, hay otros que en mayor o menor grado la hacen suya y cuando se presenta la oportunidad, como sucedió durante el nazismo en Alemania y el llamado «Proceso» en nuestro país, secundados ambos por buena parte de la Iglesia, apoyan o aplican ellos mismos los castigos que según su religión merecen los «pecadores».

Con estas ideas sobre paz que les dictaban sus dioses, los conquistadores que siguieron los pasos de aquel cuyo nombre recordaba la paloma de la paz del diluvio, compartían con ellos sus éxitos. Cortés decía  que, porque llevaban la cruz y luchaban por su fe, «nos dio Dios tanta victoria, que les matamos mucha gente.»[17] Ulrico Schmidl cuenta que en una lucha contra los aborígenes Carios «el todopoderoso Dios nos dio su gracia y fuimos vencedores de nuestros enemigos y tomamos el pueblo y matamos mucha gente.»[18] Amerigo Vespucci escribe, refiriéndose a la expedición que hizo con Alonso de Hojeda en 1499, que «los desbaratamos y matamos a ciento cincuenta de ellos (indios) y les quemamos ciento cincuenta casas gracias a que uno de ellos, cuando estaban por ser vencidos por los aborígenes, se puso de rodillas a rezar y a gritar: Hijos, dad la cara a vuestros enemigos, que Dios os dará la victoria.»[19]


Notas

[1] F. Colón: Historia del Almirante de las Indias Don Cristóbal Colón, Babel, Bs.  As., 1944, p. 19.

[2] George Ferguson: Signs and Simbols in Christian Art, Oxford University Press, 1982, pág. 15.

[3] A. Van den Born: Dicionario Enciclopédico da Bíblia, Vozes, Petrópolis, Brasil, pág. 1147.

[4] Xavier León Dufour: Vocabulario de Teología Bíblica, Ed. Herber, Barcelona, 1988, pág. 656.

[5] Johannes B. Bauer: Diccionario de Teología Bíblica, Ed. Harder, Barcelona, 1985, pág. 779.

[6] L’Osservatore Romano, en castellano, 14/1/69.

[7] Concilio Vaticano II: Constituciones y Decretos, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 1968, pág 386

[8] Op.cit. pág  388.

[9] Harry Truman: Mr. Ciudadano, Plaza y Janés S.A., Barcelona, 1960, pág. 115.

[10] Truman, op. cit. pág. 115.

[11] San Juan Crisóstomo: Homilías, Tomo II, Editorial Tradición S.A., México 1978, pág. 470 y 471.

[12] Juan Ginés de Sepúlveda: Tratado sobre las Justas Causas de la Guerra contra los Indios, Fondo de Cultura Económica, México, 1986, pág. 55.

[13] Op. cit. pág. 81.

[14] Op. cit. pág. 95.

[15] Op. cit. pág. 131.

[16] Op. cit. pág. 161.

[17] H. Cortés: Cartas de Relación de la Conquista de México, Espasa Calpe, Madrid, 1982, p. 41.

[18] Ulrico Schmidl: Derrotero y Viaje a España y las Indias, Espasa Calpe, Buenos Aires 1980, pág. 16.

[19] Amerigo Vespucci: Cartas de Viaje, Alianza Editorial, Madrid, 1986, pág. 60.

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