Jorge Schvarzer: La industria que supimos conseguir. Una historia político-social de la industria argentina. Planeta, Buenos Aires, 1996.
Reseña de Marina Kabat (estudiante de historia de la UBA, Fac. de FyL. y miembro de la redacción de Razón y Revolución)
El autor se propone en este libro brindar una explicación global y comprensible del desarrollo industrial argentino. Sin realizar nuevos aportes, logra hacer una síntesis clara de lo que se ha escrito hasta hoy sobre el tema. Schvarzer plantea, a su vez, un abordaje sociopolítico de la industria argentina. En realidad, su preocupación social se restringe al estudio de la ausencia de empresarios innovadores, definidos en términos schumpeterianos. A lo largo del texto intenta explicar por qué los empresarios argentinos no invierten en tecnología y asumen permanentemente actitudes especulativas y cortoplacistas. Parte de una caracterización errónea del agro pampeano, presuponiendo que la expansión agraria ocurrió únicamente en forma extensiva, sin incorporación de tecnología alguna. Esto habría acostumbrado a la élite a la obtención de ganancias fáciles vía la percepción de renta diferencial a escala internacional. Sin embargo, la percepción de renta diferencial implica desarrollo capitalista y, por lo tanto, inversión de capital. Como Schvarzer desconoce el empleo de tecnología en el agro argentino, ve a la renta diferencial tan sólo como el mecanismo por el cual la clase terrateniente habría obtenido ingentes ganancias por la explotación extensiva de las ventajas naturales de la pampa húmeda. Pero la renta no es una categoría de origen «natural» sino social: surge de la operacionalidad capitalista de la tierra. De este modo, la renta diferencial en vez de ser prueba de desarrollo capitalista, aparece como el primer mecanismo especulativo de una clase parasitaria que, de ahí en más, se acostumbraría a la obtención fácil de ganancias con un mínimo de inversión, imprimiendo una lógica que se trasladaría a la totalidad del sistema económico.
Las altas ganancias obtenidas en el agro determinaban un alto costo de oportunidad para la industria. Sin embargo hubo numerosos intentos de producir bienes manufacturados para el consumo local, pero pocos consiguieron sostener el crecimiento de sus negocios. Schvarzer narra las biografías de algunos de los pioneros de la industria (Bieckert, Noel, Bagley) y de ellas deduce los atributos que poseía este tipo de empresarios exitosos: todos ellos habían tenido la percepción de un negocio que podría rendir buenos beneficios a corto plazo, poseerían el conocimiento de las técnicas necesarias traídas de su lugar de origen, y “un espíritu empresario (derivado a su vez de su origen social y cultural)”(p. 72). Ahora bien, si como dice Schvarzer los ensayos fueron numerosos y muy pocos tuvieron resultados satisfactorios, ¿estos fracasos han de entenderse por la carencia de las aptitudes mencionadas? Nada hay que justifique tal apreciación. Se debería explicar el éxito y el fracaso de unos y otros en términos económicos, sin recurrir a rasgos psicológicos o culturales. Del mismo modo el estancamiento de muchas empresas del período debería ser estudiado a partir de cuáles fueron las limitaciones a su expansión dictadas por el contexto económico y no por el pasaje a una segunda generación carente del espíritu empresario que había caracterizado a los pioneros. Debemos reconocer que esta es una falencia del conjunto de la historiografía argentina, que poco ha avanzado sobre el análisis del desarrollo industrial del período previo a 1914. Nótese que los dos libros que sirven de base a Schvarzer en este capítulo fueron escritos en 1940 y 1960 (la Historia de la industria argentina, de Dorfman y Gran Bretaña y Argentina en el siglo XIX, de Ferns).
Continuando con su análisis, Schvarzer señala que entre 1910 y 1930 ocurriría una consolidación fabril, pero el sector industrial no experimentaría cambios técnicos y permanecería subordinado al sector agroexportador. Cuando, a partir del treinta, se subvierta esta relación la élite juzgaría los cambios como transitorios, y anhelaría el retorno al modelo anterior, creyendo aún en las potencialidades infinitas del agro. Según Schvarzer esta esperanza de retorno a la Argentina agroexportadora no fue abandonada nunca por los grupos económicos dominantes, y habría sido un determinante de la no profundización del desarrollo industrial. Durante el período 1943-1953 se consolida el proceso de sustitución de importaciones. Las empresas que obtenían grandes ganancias en el mercado interno ampliado no reinvirtirían en la industria. La ausencia de políticas estatales que estimulasen el aumento de la productividad y la dificultad para obtener divisas necesarias para introducir nueva maquinaria obstaculizarían estas inversiones. El capital al no poder ser reinvertido en el proceso productivo se orientó hacia actividades del sector no productivo. Schvarzer relaciona este proceso con el auge del turismo y el crecimiento de la ciudad de Mar del Plata. En este caso la explicación de Schvarzer nos parece correcta. Pero, en cambio, consideramos incorrecta la utilización de la misma idea como refuerzo de la imagen de la burguesía nacional en tanto poseedora de una mentalidad especulativa. Si en el contexto descripto, las causas de que el ahorro se vuelque hacia actividades no productivas se encuentran en condicionantes económicos, tal opción no debería ser vista como una confirmación de características inmanentes a la burguesía argentina, dado que en tales condiciones objetivas un empresariado de distinto origen hubiera actuado del mismo modo.
Schvarzer señala que se intentó resolver el problema provocado por la crisis de divisas mediante una vuelta al agro, puesto que no se consideraba que el sector industrial estuviera en condiciones de exportar. Al fracasar este intento se vió como única solución posible la apertura al capital extranjero. Ante la imposibilidad de obtener créditos quedaría como opción la inversión directa de las transnacionales. Las transnacionales no cumplieron con las expectativas que habían suscitado. Al establecerse instalaban equipos antiguos y se dedicaban a explotar las demandas latentes, pero pronto el mercado se saturaría. Como la casa matriz se reservaba la explotación de otros mercados, las filiales argentinas tenían cerrado el paso a las exportaciones, que hubiera sido la única alternativa para evitar el estancamiento productivo. A su vez las transnacionales no solucionaron la crisis de divisas: luego del período inicial de arribo de capitales, tanto en forma de inversión directa como de créditos, las remesas de capital giradas por las filiales a la casa matriz contribuyeron a agravar el problema. La élite que nunca habría abandonado la esperanza de retornar a los años dorados del agro argentino habría visto su oportunidad cuando, junto con el shock petrolero, aumentaron los precios de las materias primas. La política económica inicial del gobierno militar de 1976 estuvo signada por esta coyuntura. Pero pronto los precios agrarios descendieron nuevamente y la opción por el agro se transformó en una apuesta financiera: se había conformado a nivel mundial una mercado financiero poco regulado y de alta liquidez. Para atraer estos capitales era necesaria una apertura económica, atraso cambiario y altas tasas de interés locales. La industria local se vio perjudicada tanto por la competencia de bienes importados, cuyo precio era reducido por el atraso cambiario, como por la elevación de los costos financieros, producto del aumento de las tasas de interés. Sin embargo no todas las empresas fueron afectadas ya que las que aprendieron a operar como financieras o importadoras se beneficiaron de este proceso. El éxito de las empresas habría dependido menos de su eficiencia que de su capacidad financiera.
En los noventa se produjo el desmantelamiento de el sistema de subsidios que operaba desde 1930. Simultáneamente a las privatizaciones se redujo el poder de compra del estado, reduciéndose las posibilidades que poseía el estado de estimular el desarrollo industrial a través de sus demandas. Las empresas locales incapaces de competir con las extranjeras se refugiaron en el sector de servicios, o en nichos protegidos de la competencia creados por las privatizaciones. Nuevamente la burguesía local, guarnecida por mercados monopólicos parecería haber encontrado la forma de obtener ganancias seguras y fáciles. A pesar de esto las exportaciones fabriles crecen, pero según Schvarzer la plantas industriales por sus condiciones de funcionamiento, se parecen más a los antiguos frigoríficos que a las plantas existentes en países modernos. Esta afirmación, que debería ser por lo menos matizada, no es casual en el argumento de Schvarzer, que busca establecer un paralelo entre la situación actual y el período previo a 1930. En este sentido resalta que las exportaciones argentinas en este momento se componen de productos agrarios y de commodities, (bienes industriales simples). El precio de estos últimos se fija en los mercados mundiales y por ende están sometidos a intensas oscilaciones coyunturales.
Schvarzer parece perder de vista que todas las mercancías fijan su precio en el mercado mundial, en ello no hay diferencia entre el trigo y las computadoras. El error de Schvarzer es dar por sentado que la producción de bienes de las ramas más modernas que incorporan más tecnología, permite acceder a niveles adecuados de desarrollo y bienestar social. El ejemplo de los países del Sudeste asiático demuestra que no es así. Esta equivocación se debe a que Schvarzer, a pesar de enfatizar la necesidad de un análisis social y político de la industria argentina, no aborda en ningún momento las características del modo de producción en que la industria se desarrolla, se limita a buscar las causas por las que la burguesía argentina no actuó como la de los países industrializados. En cuanto a los trabajadores, su abordaje de la cuestión social se limita a una postura keynesiana en cuanto a los salarios y bienestar social y se lamenta de que el aumento del poder de las comisiones internas durante el peronismo halla frenado el aumento de productividad y la incorporación de tecnología, acentuando la tendencia a la parálisis productiva.
El retorno en la actualidad a políticas semejantes a las del período 1880-1930, habría sido preparado, según la visión de Schvarzer, por la imagen idílica que la clase dominante conservó de aquel y por la no constitución de una alianza entre el estado, los técnicos y los empresarios innovadores que hicieran suyo el proyecto de industrialización. Schvarzer comete en los dos períodos que compara los mismos errores: del mismo modo que desconoce la incorporación de tecnología en el agro a fines del siglo pasado e inicios del presente, no puede ver que el desempleo y la quiebra de muchas empresas es el producto de un proceso de reestructuración capitalista. La presente crisis capitalista, que por supuesto Schvarzer no analiza, intenta resolverse, como todas las crisis anteriores, por un aumento de la explotación del trabajo y por la concentración de capitales. Este proceso ocurre actualmente en la Argentina: un núcleo de empresas han incorporado nuevas tecnologías, aumentando así la productividad, y por lo tanto la explotación de los trabajadores. Al mismo tiempo el crecimiento del desempleo (la ampliación del ejército industrial de reserva) hace descender los salarios. Simultáneamente se produce una concentración de capitales a escala internacional. Vemos sus efectos cuando, tras la apertura económica, las empresas locales son desplazadas. En este contexto algunos grupos lo suficientemente poderosos logran refugiarse en nichos protegidos de la competencia extranjera, tal es el caso del sector servicios, especialmente el de las empresas privatizadas. Vemos aquí como el fenómeno de terciarización de los grupos locales, que Schvarzer describe, puede y debe ser explicado por la dinámica del sistema capitalista y no por las características supuestamente inmanentes al empresariado argentino. Salvo por una breve mención al monetarismo Schvarzer no aborda las teorías económicas que sustentaron las distintas políticas industriales. Quizás esto se relacione con las propias falencias teóricas del ensayo. La tesis central se limita a repetir un lugar común acerca de la economía argentina: el carácter parasitario de la burguesía argentina. Nosotros no negamos la existencia de acciones especulativas pero sí que estas sean exclusivas del empresariado argentino y que se deban a un patrón de comportamiento específico que le sea propio. Esta visión sólo puede ser sostenida, tal como lo hace Schvarzer, omitiendo toda perspectiva comparativa y haciendo abstracción del desarrollo capitalista y sus contradicciones. Estos elementos son pues, los que han de ser incorporados al análisis de la industria Argentina.