En el número pasado de LHS, en esta misma sección, explicábamos que la lucha por nuestros salarios no podía limitarse a exigir un monto equivalente a la canasta básica. Esa es, por ejemplo, la orientación que buena parte de la izquierda le da a la pelea. Sin embargo, decíamos allí, tener ese horizonte es aspirar a vivir en la miseria, a tener una vida animal. Pues bien, días después de que publicáramos aquella nota, se difundieron los resultados de un interesante estudio que pone blanco sobre negro. Veamos.
Un grupo de investigadores del CONICET consumió los alimentos que componen la canasta básica alimentaria que calcula el INDEC para registrar la indigencia en Argentina, con el propósito de indagar sobre las consecuencias sobre la salud. El proyecto consiste en un grupo de voluntarios que consumen los alimentos de la canasta que calcula el INDEC, otro grupo que realiza una dieta más saludable sugerida por el Ministerio de Salud de la Nación y un tercer grupo mantiene la dieta que lleva a cabo normalmente.
Antes de comenzarlo, el director responsable del experimento aclaró:
“el problema es que la canasta [que estima el INDEC para medir la indigencia] tiene muchos hidratos de carbono, pocas proteínas y poca fibra. En criollo, mucha papa, arroz, fideos, pan y poca fruta y verdura. No tiene legumbres ni leguminosas. Es una canasta obesogénica que sacía el hambre, pero no tiene los nutrientes necesarios porque es de muy baja calidad nutricional”.
Para decirlo sencillamente, es una canasta que “llena” pero que no nutre. En buena medida eso se debe a que los principales componentes son hidratos de carbono, mientras que faltan carnes, frutas y verduras. ¿El motivo? Bien sencillo: hay que abaratar lo más posible. Nada de “lujos”: a llenarse con harinas y papas. ¿Su salud? A los patrones no le importa.
El “experimento” comenzó en septiembre de 2019. Durante el primer mes, uno de los integrantes había ingerido todos los alimentos que integran la canasta mensual en sólo 22 días. La conclusión era obvia: o dejaba de comer por 10 días, o salteaba comidas durante el día para llegar con algo a fin de mes. Tres meses después algunos miembros tuvieron que abandonar el proyecto porque su salud estaba en peligro.
En la medida en que consumían los alimentos que componen la canasta que elabora el INDEC, los integrantes se hicieron análisis clínicos. Los resultados fueron un empeoramiento generalizado de su salud física y psicológica. Se hallaron elevados niveles de colesterol, de triglicéridos, de azúcar en sangre y descenso del magnesio y vitamina B12. Hay que tener en cuenta que los niveles aumentados de triglicéridos se asocian a un mayor riesgo de contraer enfermedades vasculares, tanto cardíacas como cerebrales. Por su parte, la deficiencia de vitamina B12 causa problemas tales como cansancio, debilidad, anemia, problemas neurológicos, depresión, demencia o mala memoria, entre otra serie de daños en el sistema nervioso.
Como si esto fuera poco, dos voluntarias abandonaron la experiencia porque bajaron notoriamente de peso (de 3 a 6 kilos), situación que las pondría en riesgo de empezar a perder masa muscular y de contraer osteoporosis por carencia de calcio. Otras consecuencias fueron la alteración del ciclo menstrual en las mujeres, trastornos en el sueño, cambio en la sudoración, sensación de deshidratación constante y anemia debido a la falta de hierro y vitaminas.
Para resumir, un salario equivalente a una canasta es un salario que no solo no alcanza para comer, sino que nos enferma y nos mata. Es nuestra vida la que está en juego. Por eso mismo tenemos que elevar la vara de nuestra lucha. No podemos exigir menos que un salario que duplique la canasta. Pero tenemos que tener claro el problema de fondo: es este tipo de sociedad el que nos condena a una vida de miseria.