Por Fabián Harari – Allí, en las alturas de la política norteamericana, donde opera el filtro de las grandes cadenas mediáticas, se ha paseado inesperadamente el fantasma de la revolución. Quedó atrás la sorpresa de una carrera presidencial entre dos personajes hasta hace poco ignotos y destinados a la política menor. No debería asombrar, tampoco, el hecho de que los Estados Unidos tendrán un presidente negro por primera vez en su historia. La verdadera novedad es que la clase obrera y el socialismo han entrado de lleno en los debates. Las discusiones suelen girar en torno a si Obama es “socialista” o no. Incluso en una entrevista televisiva, en horario central, Biden (el candidato demócrata a vice) tuvo que hacer frente a una pregunta en la que la conductora comparaba las propuestas de su candidato con una extensa cita de Marx.
Todo se desató a partir de un encuentro de Obama con “Joe, el plomero”. En plena caminata por el estado de Florida, Joe encaró al candidato y le reprochó querer cobrarle más impuestos. A él, que tenía pensado ampliar su empresa. Fue cuando el futuro presidente lanzó la frase de la discordia: “Hay que redistribuir la riqueza”, sentencia que volvió a reiterar en el debate televisivo. De allí en más, la campaña giró en torno al “socialismo” y a qué es lo que le conviene a un “plomero” como Joe. Así, por medio de un burgués (Joe, que gana u$s 250.000 al año y de proletario no tiene nada) la discusión central giró en torno a la clase obrera. Obviamente, en boca de los republicanos, los términos “socialista” y “marxista” son una forma de atemorizar a la conciencia conservadora de la población. Sin embargo, lo curioso es que esa apelación no produjo el efecto esperado. No es que el electorado se haya vuelto marxista, sino que ahora acepta propuestas reformistas y no presta oídos al chantaje de la derecha, lo que para un país que reeligió a Bush es bastante…
Un mecanismo restrictivo
En general, las campañas se dirigen a los elementos burgueses y pequeño burgueses, porque el sistema electoral está armado para dejar a una buena parte de la clase obrera afuera. Por ejemplo, en el 2004, sobre 212 millones de habitantes con edad para votar (sin contar indocumentados), sólo votaron 120 millones. La comunidad latina, por ejemplo, cuenta actualmente con 43 millones de habitantes (documentados y mayores de edad), pero sólo podrán hacerlo unos 10.1 Adivine el lector quiénes son los que no votan… Veamos por qué.
El voto no es obligatorio y, para votar, hay que inscribirse previamente, lo que requiere trámites y documentación. Como cualquiera sabe, la clase obrera tiene menos tiempo y recursos. Pero eso no es todo: para inscribirse en el registro hay que presentar el pasaporte o el carnet de conductor. Documentos a los que no toda la población accede. En particular, porque es requisito no tener antecedentes legales.
Por si fuera poco, hay un escollo más: la elección no es directa. Se votan representantes de cada estado. Los elegidos se reúnen en un colegio electoral y deciden al futuro presidente, que debe sumar al menos 270 delegados. Bien, pero además resulta que la cantidad de representantes por estado no siempre respeta la proporción poblacional. Por ejemplo, Ohio tiene un millón de habitantes más que Michigan y tres delegados más. Pensilvania le lleva la misma diferencia al primero, pero eso redunda en un solo delegado adicional. Iowa, con 2,988 millones, tiene un delegado más que Mississipi, con 2,818. Nos queda un último mecanismo sumamente curioso: un candidato puede obtener más votos que su rival pero perder la elección. ¿Cómo es eso? Muy sencillo: quien gana un estado, aunque sea por un voto, se queda con todos los delegados. Veamos un caso: supongamos que Obama pierde California (55 delegados) y Texas (34) por un voto, pero gana en Illinois (21). Resultado: Obama tiene 42 millones de votos y 21 delegados. McCain, 30 millones y 89 delegados.2 Así de simple.
Este mecanismo obliga a concentrar la campaña en estados que pueden ganarse y abandonar los difíciles. El estado más importante es California, seguido por Texas. Pero el primero es históricamente demócrata y el segundo republicano. La región norte de la costa este -los estados más antiguos- es tradicionalmente demócrata. El centro rural es republicano. Por lo tanto, la elección suele centrarse en estados grandes y neutrales, como Florida (27), Michigan (17) y Ohio (20). En estos términos, nadie se ocupa de prometer nada a la clase obrera del sur. Los demócratas, porque la cantidad de delegados no amerita el esfuerzo. Los republicanos, por razones obvias.
We need change…
Para su campaña presidencial, Obama utilizó la misma fórmula que en las internas: expandir el padrón electoral. Como todo nuevo personaje, apeló a quienes aún no participan de los comicios. Sus publicidades llaman a inscribirse para votar, incluso anticipadamente. Hasta la caída de las bolsas, apenas aventajaba a McCain por unos puntos, producto de su entrada tardía en la elección, que le dejó menos tiempo para recaudar fondos, y de una desgastante interna, que lo dejó con poco apoyo partidario. Pero tuvo una mano providencial de la crisis económica…y de Sarah Palin, por supuesto.
Barak Obama logró recuperar terreno y, como vemos en el cuadro, se puso a la mayor parte de la burguesía de su lado. Las excepciones son las ramas de la construcción, agroindustrias, energía, acero y alimenticias. Éstas, no obstante, no realizan los mayores aportes, como también podemos ver en el cuadro. Incluso las empresas de defensa reparten sus aportes por partes iguales. De hecho, Obama recaudó, en total, una cifra récord para la historia norteamericana: u$s 605 millones, contra $335 de McCain.3
En las internas, Obama combinó un discurso económico liberal con propuestas más reformistas para la política exterior. Para la carrera presidencial, abandonó parcialmente su avanzada en el terreno económico, conciente de que ese fue el fuerte de Hillary. En medio de la crisis profundizó sus propuestas de “redistribución” y propuso subir los impuestos a aquellos que ganaran más de u$s 250.000 al año (por más que Joe se enoje…), con el objetivo de financiar la salud pública y recortar impuestos a “los trabajadores”. Así, hace unos meses, convocó a Jeffrey Liebman, encargado de la seguridad social bajo la administración Clinton. Claro que también está Stuart Altman, encargado de la avanzada privada sobre la salud bajo Nixon.
Para la política económica exterior, anticipó sus reservas con el NAFTA y sumó a su equipo a Daniel Tarullo, quien votó contra el mercado común y es un especialista en proteccionismo. Sin embargo, Obama se pronunció a favor del TLC con Perú y uno de sus históricos colaboradores es Austan Goolsbee, promotor del librecomercio. De hecho, Goolsbee provocó un escándalo al explicar a diplomáticos canadienses que la oposición de Obama al NAFTA era sólo para la campaña electoral.4 Sus economistas de cabecera siguen siendo, no obstante, Robert Rubin y Lawrence Summers, destacados bajo la administración Clinton. Para secretarios del Tesoro, los candidatos son Robert Zoellick (World Bank) y John A. Thain (Merrill Lynch). No parece que nuestro personaje esté pensando en grandes rupturas. Las propuestas de defender a los “trabajadores” aparecen bajo la consigna de la defensa de los “empleos”. Sin embargo, su medida concreta será dar subsidios a las empresas que presenten planes de expansión local y de desarrollo tecnológico. Se trata de un mecanismo que favorece la concentración de empresas y que va a dejar un tendal de desocupados.
El fuerte del discurso demócrata es la política exterior. En particular, abandonar Irak y la unilateralidad. Se planea establecer alianzas y reconstruir la diplomacia con “el eje del mal” (Venezuela, Irán y Cuba). Eso no lo va a transformar en progresista: la de Irak es una guerra perdida y será tiempo de dejar de tirar dólares en ese agujero negro. Quien dice oponerse a Washington tiene dos candidatos para la Secretaría de Defensa: Collin Powell y Robert Gates (el actual secretario). El plan está trazado: el objetivo ahora es Afganistán, África y América Latina. Para ello convocó a los verdaderos cerebros: John Brennan, Anthony Lake y Susan Rice. El primero estuvo hasta el 2006 a cargo del comando central en Kabul. Es un especialista en Medio Oriente que acaba de renunciar a la Oficina de Asuntos Militares de la CIA. Lake trabajó en las administraciones de Nixon y Carter bajo la dirección de Zbigniew Brzezinski. Éste fue vicecónsul en Saigón, desde 1962 hasta la declaración de la guerra, cuando pasó a desempeñarse en el Consejo Nacional de Seguridad. Durante los ’80 y ’90 se dedicó a dar cursos a los altos mandos sobre las revoluciones en el Tercer Mundo. Fue uno de los opositores a la guerra en Irak y a la unilateralidad en la diplomacia. Por último, Rice, que tendrá mayor exposición pública. Esta mujer tuvo a su cargo la política de Clinton en África. Recuerde el lector: Ruanda, Somalía…
Obama está trazando la nueva estrategia: diplomacia y guerra de baja intensidad. Durante los ’90, Clinton mantenía negociaciones con todo el mundo, pero realizaba bombardeos sistemáticamente en Irak y establecía bases en Europa y África. La novedad (si así puede llamarse) es el abandono de la fracasada unilateralidad y el intento de reconstruir una alianza con Estados europeos y asiáticos. Si la crisis requiere una acción militar más profunda, los EE.UU necesitan no sólo cierto consenso, sino evitar quedar aislados. Por eso, para la asunción presidencial, John Podestá preparó un discurso que referirá a una “gran alianza” entre EE.UU. y Europa. El objetivo es aislar a Rusia.
Que gobiernen todos…
Los debates presidenciales no sólo se ocuparon del marxismo. Surgió también un elemento que los dos candidatos reivindicaron para sí: “bipartidismo”. Cada cual intentaba mostrar que no era un hombre de partido, sino un “independiente”, que tomaba elementos de ambas fuerzas. En la conciencia del público, lo que asoma es la crisis de los partidos. En el proyecto de los candidatos, el objetivo es un gabinete de crisis. Obama ya anticipó a varios republicanos para su gobierno: Powell, Gates y Lawrence Korb (operador de Defensa de Reagan). El más importante de ellos es, curiosamente, un ex demócrata y ferviente promotor de McCain: Joseph Lieberman, que se hará cargo del Departamento de Estado o del Pentágono. No puede descartarse el ingreso de otros funcionarios de Bush.
Este año, la crisis ha provocado una serie de manifestaciones que comienzan a llamar la atención. Trabajadores de Moncure Plywood LLC, Carolina del Norte, realizaron su primera huelga en 40 años. Enfermeras en todo el país se movilizan por su sindicalización y en contra de las reducciones de personal. Obreros automotrices paran contra los despidos en Missouri. Allí y acá, comienzan a aparecer las acciones: camioneros, trabajadores del correo, obreros de la construcción, maestros, movilizaciones contra la guerra… Hasta hoy, estas manifestaciones competían con el entusiasmo por echar a Bush y por un presidente negro que va a “redistribuir la riqueza” y los va a sacar de Irak. Pasada la elección, sólo va a quedar la crisis. La política norteamericana ha movilizado una voluntad que no puede manejar. El período de gracia post electoral será acortado por la crisis. Con el recuerdo republicano aún fresco y el anunciado “bipartidismo”, la lucha de clases dará la oportunidad para que la izquierda pueda hacer pie.
Notas
1Los Tiempos USA, 22 de septiembre de 2008.
2Cálculos propios sobre la base del censo de 2007 (en http://factfinder.census.gov/ servlet) y la cantidad de delegados por estado, que puede verse en www.usatoday. com/news/politics/election2008/electoral- vote-tracker.htm.
3www.opensecrets.org.
4www.opendemocracy.net/usa/blog/thomas_ ash/obamas_team_of_policy_advisors.