Malena Zabalegui
Comunicadora Social y Escritora
mzabalegui@fibertel.com.ar
Introducción
Es innegable que el discurso prostituyente viene ganando fuerza en sectores mediáticos, académicos y juveniles. Amparada en la dignidad de la expresión “trabajo sexual”, la prostitución se reinventa en el siglo XXI para colonizar nuevas voluntades y territorios. Una oratoria redundante en palabras como libertad y autonomía es el canto de sirena que atrae a navegantes bien y mal intencionados por igual. Pero ese es el relato construido pour la galerie, con el fin político de ser instalado en agendas públicas y privadas.
Con el objetivo de encontrar un discurso más auténtico y cercano a la realidad del consumo de prostitución, nos propusimos recolectar muestras de los notables “papelitos” con que se promociona la actividad en las calles de Buenos Aires. A tal fin, recorrimos los barrios porteños de Barracas, Boedo, Monserrat, Almagro, Caballito, Villa Crespo, Colegiales y Palermo, y reunimos 500 ejemplares distintos de tales avisos promotores de la actividad.
El método utilizado consistió en tomar como cierta la idea de que cada uno de esos “papelitos” responde a una mujer que se prostituye de manera voluntaria y autónoma, sin terceros involucrados que se beneficien con tal actividad. Así, examinamos cada folleto como si efectivamente fuera una tarjeta de presentación de una trabajadora profesional.
Resultados
Lo primero que despertó nuestra curiosidad fue la poca información laboral que suministran los folletos analizados. El servicio ofrecido jamás se menciona y, en general, tampoco se indica el domicilio donde se concretaría la prestación, algo que cualquier dentista o peluquera seguramente incluiría si quisiera atraer clientela. De manera excepcional, se alude a la zona donde estaría la casa de citas (“Tribunales” o “Congreso”, por ejemplo) y sólo en un caso encontramos una referencia más concreta -aunque elusiva- de la ubicación (“Sarmiento y Callao”). La información que sí se brinda en todos los casos es, previsiblemente, el teléfono de contacto. Sin embargo, llamó nuestra atención que algunos avisos incluyeran varias líneas telefónicas -tanto fijas como móviles- para un mismo sitio.
Como bien dijimos, la palabra prostituta nunca figura en los abundantes “papelitos”. En su lugar, aparece una serie de creativos eufemismos que encierran todo un mundo de sentido. Entre los apelativos más habituales, se destacan “nuevitas”, “paraguayitas” y “diablitas”, todos diminutivos que -lejos de presentar a las prostitutas como mujeres profesionales- parecen infantilizarlas y des-empoderarlas sin ninguna necesidad. En un caso, inclusive, se promete “la mejor boquita de Once” como si una cavidad bucal estrecha indicara algún plus en el servicio, y no una desventaja práctica como en verdad representaría.
Si bien las mujeres no son cosas sino personas, se las publicita como “nuevas”, tal como se hace con cualquier producto novedoso en el mercado. Este adjetivo “nueva” puede interpretarse al menos de tres maneras: a) como que la mujer en cuestión es una recién llegada al negocio de la prostitución; b) como que dicha prostituta es “nueva en la zona” (tal como a menudo se explicita); y c) como que ciertos orificios corporales de ella son vírgenes, están todavía sin uso. Veamos si estas son formas convenientes para ofrecer un servicio profesional: a) si la mujer es una recién llegada al negocio, este dato sería una manera velada de aludir a la inexperiencia de ella pero, ¿qué trabajadora en su sano juicio haría alarde de su falta de experiencia a la hora de buscar clientela? Declararse inexperta, ¿no alimenta la fantasía de que el varón es el experto, el que sabe? ¿Acaso esta no es una manera de bajar el propio valor y naturalizar una estereotipada inequidad?; b) si la prostituta es siempre “nueva en la zona”, esto fomentaría el alejamiento constante de la mujer de su ámbito laboral conocido y le impediría acumular una cartera de clientes fieles, algo que cualquier trabajadora busca y, además, necesita. ¿Cómo pensar que la alta rotación -típica de este oficio- puede encuadrar en los parámetros de un marco laboral respetable?; y c) si se da a entender que ciertos orificios corporales de la prostituta son “nuevos” (o sea, están inexplorados), ¿no se estará fomentando la idea de que la mujer ofrecida es menor de edad? En definitiva, ¿qué clase de trabajadora elegiría voluntariamente promocionarse como “nueva”, o sea como inexperta, desarraigada y minorizada?
No por casualidad, la idea de destierro permanente que mencionamos nos lleva a pensar en el siguiente asunto: el mote de “paraguayas”. ¿Qué ventaja competitiva representaría una empleada guaraní por sobre una porteña, por ejemplo? ¿Acaso es necesario aclarar el lugar de origen de una trabajadora? Si la nacionalidad paraguaya fue históricamente explotada en nuestro país a través del empleo doméstico no registrado, ¿qué atributo diferencial implicaría el insólito gentilicio? Rita Segato asegura que el origen migratorio de una población supone una ruptura con el régimen de comunidad y con las normas tradicionales reguladoras del estatus dentro del contrato social. Entonces, si las personas migrantes son blanco fácil de explotación por encontrarse fuera de su ambiente familiar/cultural y por haber perdido la noción de comunidad, ¿qué se estaría ofreciendo al promocionar mujeres sin arraigo? Exiliar a las prostitutas de su territorio-tierra, ¿no será una forma de exiliarlas de su territorio-cuerpo?
En cuanto al apodo “diablita”, resulta llamativa la asociación de una trabajadora con un satanás, personaje que en nuestra formación representa todo lo malo e incita a cometer pecados. Como dice Silvia Federici, el sello característico de lo diabólico es un deseo sexual anormal (o sea, fuera de las normas), de modo que al presentarse las prostitutas como demonios estarían prometiendo un apetito sexual tan desmedido como mentiroso que sólo serviría para atraer prácticas sexuales anormales (o sea, fuera de lo permitido). Esta parece ser una manera endiabladamente perversa de acusar a las prostitutas de “tentadoras” y eximir así a los hombres de su responsabilidad en caso de que hagan algo incorrecto. Pero, si se trata de trabajadoras autónomas, ¿cómo es posible que ellas mismas se promuevan como responsables del potencial mal comportamiento ajeno? Construir identidad laboral a través del apelativo “diablita”, ¿no es acaso la mejor manera de abrir las puertas del infierno y quemarse vivas?
Con relación a las imágenes que se utilizan para ofrecer prostitución, hay tres líneas ilustrativas principales: a) fotos de mujeres, b) siluetas de personajes, y c) dibujos de símbolos. En el primer caso (fotos), los folletos exhiben cuerpos femeninos idealizados, pero -además- la cara de la mujer ofrecida suele no entrar en el cuadro y si lo hace es sólo una porción mínima lo que se muestra: las prostitutas se ofertan fragmentadas, con exagerado énfasis en pechos y glúteos, destacados como si fueran productos Premium. Según Rita Segato, la mirada fija masculina en determinada parte del cuerpo femenino “captura y encierra a su blanco, forzándolo a ubicarse en un lugar que se convierte en destino” (2010, p. 41). Podríamos preguntarnos, entonces, cuál será el destino de una prostituta que ni siquiera puede ser leída como una corporalidad completa, como un ser humano integral. En un único “papelito” encontramos una cara entera, aunque se la muestra pixelada (tal como se hace en los medios de comunicación con niñas y niños para proteger su identidad) y esto sólo contribuye a afianzar la sospecha de que no se trataría de mujeres adultas, lo cual -sin lugar a debate- constituiría delito y no podría considerarse un trabajo a reglamentar. En el segundo caso (siluetas), los personajes retratados son invariablemente la hiper-sexuada Betty Boop (según Wikipedia, “alguien con más corazón que inteligencia”) o la pasiva muñeca Barbie (una rubia tonta, sin profesión ni personalidad), de modo que para los consumidores de prostitución la expectativa estaría entre elegir una mujer “buena y tonta” o una “linda y tonta”, curiosa manera de ofrecer trabajadoras profesionales. En el tercer caso (dibujos), se destacan dos diseños: 1) las manzanas mordidas que aluden al pecado original y ubica a las Evas nuevamente en el rol de “tentadoras”, de únicas responsables de la contratación del servicio, y 2) los corazones que proponen “amor sin límites”, expresión que parece indicar que la prostituta está dispuesta a hacer cualquier cosa que el hombre le pida (“sin límites”), algo bastante alejado de cualquier noción de “amor”.
Algunas prostitutas se presentan en los folletitos como “VIP” o “nivel ejecutivo”, aunque estas etiquetas no aclaran si el supuesto alto nivel correspondería a la prostituta o al varón contratante. En cualquier caso, si estamos ante Very Important Executive People, ¿cómo se justificaría la existencia de domicilios clandestinos impublicables y teléfonos efímeros no rastreables? Si una profesión es innombrable y ejercida por trabajadoras minorizadas, cuya inexperiencia y desarraigo se enfatiza, ¿dónde residirían el empoderamiento y la emancipación? Si se las promociona cual pecadoras dignas de castigo divino, ¿cómo no suponer que se está fogoneando una violencia de género contra tales “trabajadoras”?
A medida que el discurso prostituyente fue penetrando en la agenda mediática y académica, algunos de estos avisos empezaron a incluir ciertas leyendas que intentan convencer al público de la auto-determinación y libertad de que gozarían las meretrices. Frases como “somos mayores y sabemos lo que hacemos” o “trabajadoras sexuales independientes” aparecen ahora en los tradicionales “papelitos”, casi como un mensaje desesperado al mundo abolicionista para que no interfiera en el redituable negocio. Pero, si realmente se trata de mujeres adultas ejerciendo de manera autónoma sus libertades, ¿cómo se explica que tanto los textos como las imágenes que analizamos estén plagados de alusiones que contradicen de manera evidente tales supuestas madureces y libertades?
Conclusión
Pese a que la prostitución por cuenta propia no es punible en nuestro país, el discurso prostituyente analizado sugiere que la actividad se moldea en una matriz de clandestinidad que naturaliza el poder de los varones a la vez que destaca la vulnerabilidad de ciertas mujeres. Si los folletos hacen alusión a los Tribunales o al Congreso de la Nación (y no al nombre del barrio, propiamente dicho) es porque se invita a los varones a ejercer una supremacía como en el Poder Judicial o el Poder Legislativo. Y si se publicitan “trabajadorcitas” es para alimentar la fantasía “hombre poderoso/mujer sometida”. Tal como refiere Sheila Jeffreys, los servicios sexuales proporcionan a los hombres una compensación por la disminución de poder que ellos experimentan en la medida que sus esposas, parejas y compañeras de trabajo cuestionan la subordinación, comienzan a competir con ellos y exigen igualdad.
Los miles de “papelitos” con que nos cruzamos a diario en la ciudad de Buenos Aires refutan al convincente discurso pseudo-libertario de la cultura prostituyente. En base a nuestro análisis, pagar por sexo no es consumir un servicio como cualquier otro: es comprar el sometimiento de un ser humano al cual de antemano se considera inferior; es alquilar orificios corporales femeninos o feminizados en los cuales descargar la violencia de género acumulada; y es aferrarse a un modelo vincular inequitativo que atenta contra las libertades de todas las mujeres, lesbianas, trans y travestis, en especial contra aquellas que se encuentran en estado de mayor vulnerabilidad social, como las pobres, las afrodescendientes y las migrantes.
Un simple examen de los folletos prostituyentes reunidos para este trabajo necesariamente nos exhorta a desaprobar la naturalización de una práctica que establece jerarquías humanas y además lo hace en función del sistema sexo/género que dice querer combatir. Por lo tanto, debemos concluir lo siguiente:
– La prostitución no es un trabajo ejercido por mujeres soberanas.
– La prostitución no es un trabajo que se deba regularizar.
– La prostitución no es un trabajo.
Bibliografía
Federici, Silvia (2015). Calibán y la bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación originaria. Buenos Aires: Tinta Limón.
Jeffreys, Sheila (2011). La industria de la vagina. La economía política de la comercialización global del sexo. Buenos Aires: Paidós.
Segato, Rita (2010). Las estructuras elementales de la violencia. Ensayos sobre género entre la antropología, el psicoanálisis y los derechos humanos. Buenos Aires: Prometeo Libros.