Por Fabián Harari (Editor responsable)
Ahogado durante el verano, la liquidación de la cosecha, sumada a la devaluación y la suba de tasas de interés, le está dando algo de aire al fisco. En realidad muy poco, porque lo que entra por la soja se va en importación de energía (para subsidiar a la industria) y pagos a los acreedores externos (para poder volver a endeudarse). Como la inflación ya dejó atrasado el tipo de cambio, las presiones por una nueva devaluación se hacen presentes. Si eso ocurre, la energía se encarecerá aún más, lo mismo que los pagos al exterior. Si a eso le sumamos que en junio se termina de liquidar la cosecha gruesa, podemos adivinar el resultado: un déficit fiscal inconmensurable y creciente con una estrepitosa caída de reservas. El ajuste requerido deberá concentrarse en las tarifas, la obra y el empleo público, con un resultado ciertamente explosivo.
La única posibilidad de sortear este escenario es obtener un préstamo muy importante: alrededor de 100.000 millones de dólares en cinco años. ¿Van a prestarle al Estado argentino esa cifra? Kicillof fue a Nueva York a reunirse con funcionarios del FMI y los principales empresarios norteamericanos. El hecho es que los organismos de crédito no van a prestar a quien no muestre capacidad de cortar gastos, lo que se llama “disciplina fiscal”. En su artículo IV, la carta orgánica del FMI exige monitorear el conjunto de la economía del país al que se le va a prestar. Hace unos días, su presidenta aclaró que el país debía realizar modificaciones adicionales en lo inmediato. Las situación es más complicada aun, porque pende sobre la Argentina la amenaza del default técnico. Si la Corte Suprema norteamericana falla contra el país, en la causa de los fondos buitres, antes del 2015, entonces quienes entraron al canje en 2005 y 2010 podrían reclamar igual trato que los holdouts.
Estas deficiencias comprometen la experiencia bonapartista. El carácter general de la crisis logró unificar a las grandes fracciones de la burguesía argentina, que comprende que, en su conjunto, debe realizar un profundo ajuste sobre las condiciones del proletariado. Para eso, se disponen las fuerzas. La burguesía, para atacar. La clase obrera, por ahora, para defenderse.
Generales y comandantes
Luego de años de disputas internas, la burguesía ha llegado a un importante consenso. Ese acuerdo se dio expresión en el Foro de Convergencia Empresarial, que comenzó a reunirse en diciembre de 2013 y, hace poco, sacó su documento programático. Este espacio nuclea al conjunto de asociaciones empresariales (las agrarias, UIA, las bancarias, AEA y las cámaras de comercio de países extranjeros, entre otras), a las que se suman la Fundación Mediterránea, IDEA y el Colegio de Abogados de Buenos Aires. Es decir, la clase dominante en pleno. En febrero, se integraron Moyano y Barrionuevo.
¿Qué es lo que piden? Si eliminamos generalidades y lugares comunes, podemos rescatar medidas concretas: baja sustantiva de la carga impositiva (retenciones incluidas) seguida de una fuerte contracción del gasto público, eliminación del cepo cambiario (es decir, una fuerte devaluación), el cumplimiento de las pautas para volver a los mercados internacionales y el ingreso de capitales privados en las empresas de servicios públicos. En el plano político, brindar un marco de poca conflictividad y reforzar el aparato represivo. Es decir, el ajuste del que hablamos.
Estamos ante la formación de una dirección moral y política para la salida del bonapartismo. Un poder que organiza voluntades en determinado sentido. Moral, porque indica las principales ideas que debe guiar la fuerza. Pero también política, ya que dirige relaciones que vertebran el poder. Se trata del núcleo duro de la formación de un verdadero Partido del Orden. Nada menos que su Estado Mayor.
Este grupo de generales, requiere un cuerpo de comandantes, una dirección política y técnica: un conjunto de dirigentes capaces de condensar las aspiraciones y de organizar voluntades para dar una batalla eficiente en una serie de combates necesarios.
Los aspirantes se han alineado a la dirección emergente: el Frente Renovador, lo que queda del PJ bajo Scioli y el Pro, los tres grandes candidatos, aparecen como las estructuras capaces de llevar a cabo los designios del Estado Mayor. Incluso UNEN, que amagó con un armado centroizquierdista, tuvo como protagonista de su lanzamiento a un ausente: Mauricio Macri. Una clara señal del alineamiento absoluto que se pretende.
No obstante, y a pesar de haber definido grandes políticas para todas las fuerzas, el Foro de Convergencia ha exigido, explícitamente, que sea este gobierno, antes de irse, quien lleve adelante las tareas de “corrección”. En eso acuerdan también los opositores y el FMI. Sobre esas exigencias se montan las recientes reformas laborales que el Gobierno propuso y que reproducen la política laboral del menemismo (rebaja de aportes patronales), el rearme material del Estado, con Berni y Milani a la cabeza, y los avances sobre la capacidad de organización de la clase obrera. Si Cristina quiere entregar la banda en 2015 en condiciones normales, va a tener que hacer el trabajo sucio. La burguesía busca que se le entregue un país con el ajuste hecho a fin de canalizar la crisis como “reconstrucción”.
Un cuerpo para tanta alma
La clase obrera, fragmentada, ha mostrado una gran disposición a defender sus condiciones de vida. Hemos visto las huelgas docentes a lo largo del país (sobre todo en Buenos Aires y Salta), la actividad de las comisiones internas y sindicatos combativos. Se ha producido una huelga general y va en camino un gran acto el 15 de mayo. También asistimos a manifestaciones de la sobrepoblación relativa, menos organizadas, de poca envergadura en relación al 2001, pero numerosas. No obstante, la dirección que se ha dado la clase en general parece más bien alineada con el enemigo, en tanto la burocracia sindical se reparte entre Scioli, Massa y Macri, los jefes del partido del orden.
Es la gran oportunidad de la izquierda en Argentina. La crisis va a obligar a una intervención decisiva. Para ello, se va a requerir de un verdadero Estado Mayor. Eso parecen intuirlo los principales partidos. El PO, en su último congreso llamó a “interesar al Frente de Izquierda en la realización de un congreso obrero y socialista de la izquierda y el movimiento obrero, para desarrollar en un plano más elevado la fusión creciente entre el socialismo y la clase obrera”. Ahora bien, ¿a qué se refiere con “un plano más elevado”? ¿Se va a intentar conformar un partido único, un frente único, un frente sindical? ¿Qué es lo que va a hacer concretamente el congreso? No resulta difícil adivinar que se trata de una frase vacía, para un congreso que, de efectuarse, va a ser un simple acto de presencia, sin ninguna consecuencia.
El PTS ha declarado, varias veces, la necesidad de un partido unificado. Pero cuando el PO lo llamó a congreso de unificación, comenzó con dilaciones ridículas, como la necesidad de ponerse de acuerdo, antes de cualquier avance, sobre “el papel de los sóviets y de las milicias obreras en la dictadura del proletariado, los problemas de la insurrección y de la guerra civil”, por no hablar de las “diferencias estratégicas” sobre… Libia.
La tarea de la hora, la más importante, no es desalojar a la burocracia de los sindicatos, sino poner en pie un partido de masas, con una perspectiva de poder. Pequeños ejércitos (partidos) en pequeñas batallas (sindicales), llevarán a la clase a una derrota histórica y, a las organizaciones revolucionarias, a un retroceso muy peligroso. La clase obrera necesita, urgentemente, su Estado Mayor.