Voto a voto… Elecciones en la Ciudad de Buenos Aires (1983-2007)
Roxana Telechea
Grupo de Investigación de la
Pequeña Burguesía-CEICS
Se ha convertido en una costumbre ponerle nombres a los votos. Así tenemos el voto licuadora (por Menem en el ´95), también llamado voto cuota; el voto castigo (contra Menem en el ´99), el voto miedo y el voto chantaje. A ellos se suman, en las últimas elecciones, el voto isla (por el supuesto sectarismo porteño), el voto gorila (cualquiera que no sea K) o el voto empleo (por los planes sociales o el aumento de trabajo que beneficiaría a los sectores más vulnerables). Utilizar cualquiera de esos nombres significa posicionarse políticamente.
Otro de los famosos nombres que adquirió el acto de poner sobres en una urna fue el voto bronca. Fue bautizado así en las vísperas del Argentinazo, cuando el voto en blanco, la abstención electoral y la anulación voluntaria alcanzaron porcentajes record. Suele afirmarse que el voto bronca muestra la desconfianza de los ciudadanos hacia todos los políticos: es una expresión de “fobia política” según lo denominó Perfil1. Pero cuesta creer esto si observamos que, un mes después, hacia diciembre del 2001 y durante todo el 2002, los “ciudadanos del voto bronca” atravesaron por uno de los procesos de mayor politización de su historia.
En este artículo queremos revisar el comportamiento electoral de la ciudad de Buenos Aires desde la reapertura democrática, para comprender el fenómeno del voto bronca en octubre de 2001. Visto en perspectiva y analizándolo como parte de una coyuntura mayor, ese fenómeno parece haber sido la expresión de una crisis del régimen democrático: una impugnación del sistema de partidos tradicional que venía dominando la política burguesa desde la salida de la última dictadura. Veamos cómo fue este recorrido que llevó al voto bronca del 2001, donde ya se escuchaba lo que se gritaría unos meses después: “que se vayan todos”.
Me alejé de ti…
Antes de pasar a los números, conviene revisar las explicaciones más aceptadas sobre el voto bronca. Las afirmaciones de Perfil (la “fobia política”) es, sin lugar a dudas, una posición dominante en los ambientes intelectuales. Desde el campo de las ciencias políticas, el problema parece derivar de la violación sistemática de la confianza de la ciudadanía por parte de los políticos electos, cosa que se agravaría con el aumento de la corrupción. Este tipo de explicaciones, que esconden una fuerte crítica al voto bronca por “desperdiciar el único arma de los ciudadanos”, plantean como solución un recambio, con candidatos más honestos que puedan ser depositarios de una confianza popular reestablecida.2 También se ha insistido en el problema de despolitización acelerada de sectores amplios de la población, sobre todo de los más jóvenes.3
Sin embargo, estas posiciones adolecen de una serie de deficiencias. En primer lugar, circunscriben y minimizan el problema a una coyuntura de corto plazo: se trataría de un problema de cierto personal político, en un período de unos años y por un motivo muy puntual como es la corrupción. Deberían explicar, entonces, cómo el gobierno con mayor imagen de corrupción, Menem, no sufrió el fenómeno de rechazo masivo. Es más, fue el primer gobierno justicialista en ganar la ciudad en 1993.
En segundo lugar, son justamente los más jóvenes los que hacia fines del 2001 demostraron una creciente politización, con su participación en la lucha callejera, así como también en la formación de asambleas, comedores, centros culturales, etc. Los autores confunden “política” con “elecciones”. En tercero, en Argentina existen antecedentes de grandes porcentajes de voto en blanco con significados disímiles. Por ejemplo, el multitudinario voto en blanco que se contabilizó ante la proscripción de Perón. Ese “voto bronca”, lejos de mostrar una desconfianza hacia los políticos, era claramente partidario. Es decir, no se puede explicar la voluntad de no emitir votos válidos como rechazo a la política, no es ese el punto en común. Por último, la relación que se ha intentado hacer entre falta de educación y altos índices de voto bronca, tampoco parece muy acertada, dado que fue la clase media porteña la que más ha impulsado el llamado voto bronca en octubre de 2001.4
Desde otro ángulo, María Celia Cotarelo, relaciona el fenómeno con la existencia de una crisis de hegemonía de la clase dirigente, que sin embargo no ha adoptado la forma de una acción colectiva, sino que se ha remitido a decisiones individuales. Sin embargo, los protagonistas del voto bronca son también los de la insurrección del 19 a la noche, los de las asambleas populares del 2002, los de las organizaciones de ahorristas, de los escarches, llaverazos y cacerolazos, etc. La posición de Cotarelo parece reproducir el prejuicio obrerista típico que considera a la pequeña burguesía virtualmente incapaz de una acción política seria.5 De cualquier manera, es necesario observar el momento histórico en el que se inscribe el voto para poder explicar el fenómeno. Valga como ejemplo, el caso ya cita- do del voto en blanco peronista. Incluso, en el período inmediatamente posterior, la izquierda utilizó esa estrategia ante el ballotage en las elecciones a jefe de gobierno 2003 y 2007.
Las cifras y un análisis preliminar
Existen otros indicios que parecen señalar que el voto bronca no representa una posición simple. Por ejemplo, algunos de los fenómenos que lo acompañan: un aumento del corte de boleta y los cambios en los índices de “voto bronca”, se- gún el cargo en disputa. Con este último punto nos referimos al hecho que, en las elecciones de legisladores, diputados, convencionales constituyentes y senadores, los porcentajes son mucho mayores (en ese orden). En cambio, en las elecciones presidenciales el promedio de votos negativos y la abstención electoral son menores. Existen otras tendencias que se van consolidando en las elecciones en la Ciudad de Buenos Aires desde 1983 y resulta necesario detallar: la primera es al aumento de la abstención electoral. La segunda, un aumento -menos acentuado y con fuertes oscilaciones- de los votos negativos (voto en blanco y nulos). La tercera, un profundo descenso de votos a los dos partidos tradicionales (PJ y UCR). Por último, un aumento de votos a los partidos de izquierda.
Analicemos la abstención: la participación electoral en 1983 fue del 85,8% del padrón. Luego retrocedió durante todas las elecciones que se celebraron en los ‘80 hasta descender de la barrera del 80% del padrón en las elecciones legislativas de 1991. Durante los ‘90 sólo se ubicó (levemente) por encima del 80% del padrón en las presidenciales de 1995 (81,7%) y en las de 1999 (81,1%). En el 2000, votó sólo el 73% del padrón, tendencia que se acentuó en el 2001. Este aumento difícilmente pueda achacarse a un problema de incorporación a los padrones. Su informatización ha ayudado a depurarlos e incluir rápidamente a los nuevos ciudadanos que con 18 años recién cumplidos se agregan a las listas. Es decir, los años transcurridos han ayudado a evitar los casos de votos negativos por problemas del sistema. La causa, entonces, parece ser que los ciudadanos no quieren votar.
En el segundo punto nos referimos a los votos negativos (votos en blanco más votos anulados). Como mencionamos, el aumento es menos acentuado y tiene oscilaciones. En las presi- denciales de 1983 sumaron el 1,66% del total de votos emitidos. En las mismas elecciones se votó diputados, senadores y concejales. Para estos últimos existió un 7,5% de votos negativos, el porcentaje más alto de toda la década. Si exceptuamos ese número hasta 1991, los votos no válidos no superan el 4%. Siguiendo, en este caso, la misma tendencia que la abstención, los votos negativos descienden en las elecciones para presidente de 1995 (2,3%). Unos años después se produce el salto más grande: en octubre del 2001 los votos negativos llegan a sumar el 28,41%. Este voto piquetero, en vísperas del Argentinazo, sumado a la abstención electoral, nos indica que menos del 45% del padrón emitió algún voto válido. De ese 45%, el 15,12% fue para algún partido de izquierda y el 10,13% para AyL.6
La tercera tendencia indica que existe un descenso en la concentración de votos a los partidos tradicionales. Observemos las elecciones presidenciales: en 1983, la UCR y el PJ sumaron el 91,62% de los votos válidos; en 1989, el 73%; en 1995, el 36,34%; en 1999, el 72,94%, pero se debe tener en cuenta que este guarismo incluye los votos del Frepaso, que forma la Alianza con la UCR (si tenemos en cuenta que en 1995 el FREPASO sacó 44,53%, supo- niendo que mantuvo esa intención de voto, la suma PJ-UCR daría 28,41%); en el 2003, el PJ se presenta a través del Frente Para la Victoria, sacando el 19.46%. Junto con la UCR (que al- canzó 0,83%) logran el 20,29% de los votos, menos que lo que el PJ obtiene en las elecciones del ´83, en las que salió derrotado. En los últimos comicios participó el Frente para la Victoria con la candidata presidencial proveniente del justicialismo y el vicepresidente del radicalismo: sacaron el 23,78%. Vale aclarar que estos porcentajes son extraídos sobre los votos válidos. Si tomáramos las cifras teniendo en cuenta la abs2tención (que ya vimos que aumentó en todo el período), el porcentaje del padrón que eligen a estos partidos sería aún menor. Veamos, por otro lado, los votos a los partidos de izquierda. En 1983, el MAS, el Frente de Izquierda Popular y el Partido Obrero sacaron juntos el 0,58%. En 1989, la Alianza Izquierda Unida, el Partido Obrero y el Frente Humanista sacaron el 3,81%. En 1995, desciende el voto a la izquierda claramente: 0,56% (Partido Humanista, MAS-PTS, Alianza FUT-Obrero). Unos años después, sube considerablemente: en 1999, el PTS, IU, PH y el PO sacan el 4,55%. En las elecciones para diputados del 2001, ya lo mencionamos, el PH, IU, PO-MAS y el PTS obtuvieron el 15,12%. Si incluyéramos a AyL, que sacó 10,13%, el peso de la izquierda alcanzaría el 25%, lo que significa que uno de cada 4 votantes “válidos” de Capital votó por la izquierda. En el 2003, se produce una caída fuerte, con el 4,46% (excluyendo a AyL), coherente con el inicio de las ilusiones kirchneristas, tendencia que se profundiza en el 2007. De ningún modo, se retorna a los años ’80.
En este breve repaso encontramos un aumento del voto en blanco, aumento de la abstención, descenso abrupto de votos al PJ y la UCR y aumento de votos a la izquierda: estas tendencias parecen indicar algo más que simplemente apatía electoral. Se dirá que la suma de las fracciones de extracción u origen radical o peronista sigue mostrando una hegemonía plena: el que no votó por la lista “oficial” del radicalismo, votó por Carrió o por López Murphy; el que no votó por la lista “oficial” del peronismo, votó por Kirchner o por Menem. Sin embargo, esto refleja, más que la continuidad de una hegemonía, su estallido final. Estallido que no dio como resul- tado, es cierto, el traslado de sus votos a organizaciones de izquierda, pero no por ello es menos cierto que las estructuras que soportan la democracia burguesa en la Capital Federal (y en la Argentina toda) han estallado y sólo la reconstitución parcial de la economía les ha dado un respiro y una solidez aparente a sus fragmentos. También puede concluirse que esta crisis actual de los partidos burgueses fue precedida por un largo proceso de descomposición que se expresó en el “voto bronca”.
¿Válvula de escape o revolución en potencia?
El llamado “voto bronca” fue la expresión de la crisis del régimen democrático burgués. Expresa la incapacidad de ese régimen para contener a los ciudadanos y evitar la emergencia de otras personificaciones: el piquetero y el cacerolero, formas fenoménicas de la alianza entre la vanguardia de la clase obrera y fracciones de la pequeña burguesía. Esta conclusión aparece más clara cuando se mira más allá de los números del voto en blanco. Cuando se suma el resto de las tendencias, se observa el proceso que ve la luz hacia fines del 2001. Refleja, deformadamente, el inicio de una crisis con potencialidades revolucionarias.
Notas
1Diario Perfil, 31 de octubre de 2007.
2Cabrera, Daniel: “Veinte años de comportamiento electoral porteño”, ponencia presentada en el VI Congreso Nacional de Ciencia Política, noviembre de 2003. www.saap.org.ar. Sociedad Argentina de Análisis Político. También, Sanchís Muñoz, Gerardo: Del voto bronca al voto constructivo. Guía del votante preocupado por revertir la decadencia de nuestro país, Ediciones Corregidor, Buenos Aires, 2003.
3Vilas, Carlos: “El potencial emancipatorio de las luchas populares”, en Realidad Económica, nº 166, 1999.
4Burdman, Julio: Los porteños en las urnas 1916- 1997, Colección Análisis político 17, Editorial Centro de Estudios Unión para la Nueva Mayoría, Buenos Aires, 1998.
5Curiosamente, parece no recordarse que la política leninista hacia la pequeña burguesía agraria resultó crucial en el proceso revolucionario ruso, igual que, en sentido inverso, la ausencia de política hacia la pequeña burguesía determinó el triunfo del nazismo y del fascismo.
6Todos los resultados porcentuales de elecciones en la Ciudad de Buenos Aires fueron tomados de la Dirección Nacional Electoral, dependiente del Ministerio del Interior. Los más recientes se pueden consultar en su página web: http://www.mininterior.gov.ar/elecciones/