Los límites de las usinas lácteas en Argentina y su supuesto carácter monopólico
El Gobierno no deja de elogiar los indicadores que muestran los últimos años en materia de producción láctea. ¿Es realmente así? ¿Entonces, por qué el porcentaje de exportaciones se mantiene igual? ¿La culpa es de las grandes empresas, de las pequeñas o de las relaciones capitalistas? Si quiere enterarse, lea esta nota…
Sebastián Cominiello
OME-CEICS
En los últimos meses, el ministro de Agricultura, Ganadería y Pesca de la Nación, Norberto Yauhar, se mostró entusiasmado con los aumentos de exportación en productos lácteos argentinos bajo su gestión. El ministerio afirma que las exportaciones aumentaron desde 2007 de forma ininterrumpida, de 167.592 toneladas, ese año, a 296.711 en 2012. No obstante, los niveles de exportación de Argentina porcentualmente se mantienen en el 1,74% del total mundial. La Argentina no ganó lugares en el mercado mundial de lácteos. Es decir, no puede aumentar su competitividad como otros exportadores. El “éxito” de las políticas públicas para lograr casi el doble de exportaciones oculta que solo se consiguió mantener la brecha frente a los grandes productores.
Ante este panorama, existe un prejuicio que plantea que las dificultades de la cadena láctea se encuentran en el peso de las usinas frente a los productores lecheros. Ese poder sería la consecuencia de una posición “oligopólica”, que no permitiría el desarrollo de los tambos y se transformaría en un freno para la producción lechera. Veamos cómo, en realidad, la situación es la inversa: el tamaño pequeño de las “grandes” empresas lácteas argentinas, en términos internacionales, es el que explica los problemas. La superación debe venir de un verdadero monopolio, el de la clase obrera, que centralice el capital en sus manos.
La estructura de la industria láctea
La producción de leche y de productos derivados es parte de una trama de actividades que reúne diferentes tipos de capitales. Dentro de esa cadena, se encuentran la producción primaria, los tambos, y el sector de procesamiento de la leche o usinas lácteas. Los tambos son explotaciones agropecuarias donde se ordeñan las vacas para extraer la leche. Luego, el tambo le vende la leche a las usinas lácteas, que son las encargadas de recolectar la leche por el tambo y procesarla. El tambo se limita a trabajar con el rodeo para la obtención de esa leche, y luego entregar la materia prima a la usina (como SanCor o La Serenísima) que procesa e incorpora “valor agregado”.
La usina funciona como centralizadora de la toda la producción de leche nacional. De esta forma, Argentina cuenta con muchos tambos y relativamente pocas usinas. Para el 2002, existían casi 9 mil tambos con menos de 500 animales que, en conjunto, representan más del 80% de todas las empresas tamberas del país. En cambio, las usinas se cuentan con los dedos de la mano. Es decir, habría una estructura “oligopólica” en el procesamiento de los lácteos, mientras que, en la producción de leche, muchas y pequeñas empresas. De esta estructura diferente, las usinas podrían sacar provecho de los pequeños tamberos. Como son más grandes (“más poderosas para negociar”), imponen el precio al que compran la leche, y de esa forma se quedan con parte de la ganancia de los pequeños tamberos. Como ya analizamos,[1] esta ineficiente producción tambera sobrevive a costa de intensificar la explotación de sus obreros, con salarios inferiores a los de otras ramas y condiciones de trabajo deplorables. Los pequeños tamberos lloran frente a los “monopolios” lácteos y se dicen “explotados”, ocultando que ellos no son productores, sino que viven a costa del trabajo ajeno. Incluso cuando realizan algunas tareas, lejos están de ser “explotados”. Al ser propietarios, reciben un ingreso que incluye una ganancia, mientras que los obreros sólo un mísero salario.
En relación al tamaño de las usinas, estas son más grandes que los tambos porque la inversión necesaria para procesar la leche así lo requiere. Contar con todas las instalaciones para la recepción, acopio y procesamiento requiere una magnitud de capital que necesariamente se le presenta como inalcanzable al pequeño tambero burgués. Pero la mirada del pequeño capital, aceptada por muchos izquierdistas, es una idealización que pretende ponerse en el lugar de víctima. Con sólo colocar la mirada por fuera de la frontera nacional, encontramos que SanCor o Mastellone están muy lejos de ser grandes “monopolios”. En el mercado mundial, son empresas muy chicas con un peso marginal. Su pequeña escala implica mayores costos y menor productividad, y explica en gran medida los problemas de la rama en el país.
Estas dificultades que se le presentan a la industria láctea argentina tienen, en principio, dos determinantes. El primero se basa en el tamaño del mercado interno que limita la escala de producción de las usinas. Mientras Argentina participa de la producción mundial de leche, en promedio de la última década, en un 1,75%, Nueva Zelandia lo hace en 2,75%, Francia en un 4,38% y EE.UU. en un 14,77%.
Por esta razón, Argentina presenta un bajo grado de centralización de las usinas lácteas en relación a sus competidores de otros países. Considerando las cuatro empresas más grandes de nuestro país, la participación sólo cubre el 40% de la recepción de leche[2], mientras que en Australia y en Estados Unidos, grandes exportadores, sus cuatro principales firmas lácteas participan en más del 90% y el 80%, respectivamente. Esto genera una ventaja que permite disminuir costos para esas empresas. Sumando el recibo de leche de Mastellone y SanCor, se podrían ubicar en el puesto 21 con 8,4 millones de litros diarios lejos de Fonterra, empresa láctea neozelandesa multinacional, con más de 59 millones o la francesa Danone, con 22,5 millones.[3] Esto nos habla de la desventaja que encuentra el capital en la rama láctea en Argentina, donde el nivel de concentración se encuentra retrasado en relación a sus pares de otros países. Es decir, si sumamos toda la producción nacional, ni se acerca a los niveles de las principales empresas mundiales.
Los mayores productores mundiales de lácteos son los que cuentan con un mercado consumidor grande, una industria centralizada como Alemania o Francia, o bien con condiciones geográficas favorables que permiten tener costos de producción muy bajos, como Nueva Zelanda o Australia. El interrogante que se nos aparece, entonces, es conocer cuál es el elemento el impide obtener una mayor escala a las industrias lácteas para que puedan expandirse en el mercado mundial.
Una góndola chica
Es cierto que existe una disputa entre el sector primario y el sector de procesamiento. Pero no es más que la disputa entre hermanos por apropiarse de la plusvalía obrera. La misma que existe entre cualquier capital que compite con otro. Se culpan unos a otros de los males de la rama, pero el problema es que comparten los mismos inconvenientes: ser marginales en la producción mundial y estar condicionados por un mercado interno chico. El mercado interno que tienen que abastecer no les permite una mayor centralización. Esto lleva a reproducir una estructura en la cual no se logra avanzar en la productividad. A partir de ello, aparece la necesidad de subsidios para sobrevivir. Cerca de un 7% de la producción nacional es sostenida por el Estado.[4]
Ni el tambo ni la usina pueden avanzar sobre una producción más eficiente sin poner en cuestión la escala actual. Reproducen este pequeño tamaño viviendo de riqueza ajena, y despilfarrando una masa de subsidios año a año. Frenar esta sangría es tarea de la clase obrera, mediante la centralización de la producción en una escala mayor a las grandes empresas mundiales. Se planteará entonces, para los trabajadores argentinos, una tarea que trascienda las fronteras nacionales. El estudio concreto de una rama nos muestra que no hay que ir detrás del llanto del pequeño capital, sino apostar a una estrategia socialista.
Fuente: Elaboración propia en base a FAO.
La categoría Productos lácteos contiene: quesos, cuajada, manteca, leche condensada descremada y entera, huevos, crema, suero y yogur.
Recuadro
Durante las últimas tres décadas, la Argentina incrementa sus exportaciones llegando, en 2011, a 300 mil toneladas. Sin embargo, con este récord de exportación sigue ubicándose por debajo países como Polonia o de Irlanda. Mientras, los países con fuerte incidencia en el mercado mundial como Alemania, los Países Bajos, Francia y Nueva Zelandia se encuentran cuadruplicando o quintuplicando las exportaciones nacionales. Esto nos indica las dificultades que encuentra el capital para insertarse en el mercado mundial, que se basan en su pequeña escala y no en un “carácter monopólico”.
1Cominiello, Sebastián: “Lo malo viene en sachet chico. Condiciones laborales en los tambos medianos y chicos de la pampa húmeda”, en El Aromo n° 74, agosto-septiembre de 2013.
2El resto la cubre las empresas chicas y cremerías regionales.
3La Nación, 1910/2013, en http://goo.gl/YzFuzt.
4Ver FAO: Dairy development in Argentina, en http://goo.gl/ZsVPuJ.