A propósito de El coronel no tiene quien le escriba, de Arturo Ripstein.
RyR siempre prestó atención al cine como un documento de la época y, por lo tanto, posible de ser utilizado como material de análisis social. Pero el cine es arte, lo que nos lleva más allá de lo “documental”. Lo que hace que sea, todavía, más interesante. A fin de darle continuidad y relevancia, decidimos sacarlo de la crítica de libros y revistas y darle su lugar propio. Agradecemos también a Alberto su colaboración y esperamos que se haga permanente.
Por Alberto Poggi (crítico de cine y colabora en varias revistas de la especialidad)
El mexicano Arturo Ripstein es uno de los pocos directores cinematográficos vivos que puede acreditar una obra fecunda, coherente y muy personal. Ahora, con la adaptación al cine de la novela de Gabriel García Márquez, El coronel no tiene quien le escriba, ha logrado algo sumamente meritorio e inusual: no ha bastardeado ni resumido impunemente el espíritu de la novela, cosa que venía pasando con cada adaptación cinematográfica de los libros del colombiano. Y esto es así porque el director y su guionista Paz Alicia Garcíadiego se olvidaron del realismo mágico, que esencialmente es un mecanismo que estimula la imaginación de lo imposible. En las buenas novelas, en general, funciona, pero en el cine, una vez que las situaciones se corporizan se hacen visibles y posibles, se vuelven totalmente inverosímiles.
Por eso, el primer hallazgo de este magnífico film es hacer
honor al original, pero yendo directamente al hueso, al meollo de la historia.
Otro acierto es haber convertido a una novela escrita a comienzos de los ‘70 en
una sugerente alegoría de un fin de siglo agobiante y desesperanzado,
transformando a esos dos viejos delirantes que resisten las miserias de sus
vidas, en lúcidos símbolos de la lucha por la dignidad humana, que tal vez sea
la única apuesta posible ante tanta incertidumbre.
Ripstein suele decir que desde niño supo que su destino sería ser un cineasta. Efectivamente, nace metido en el ambiente cinematográfico, hijo de un productor exitoso, Alfredo, muy amigo de uno de los grandes, Luis Buñuel. Cuando Arturo tiene 18 años logra convencer a Buñuel de estar en el set de El ángel exterminador(1962) y trabaja de todo un poco, pero fundamentalmente de asistente personal. Esta experiencia es central para el joven Ripstein, que lo cuenta así: “Buñuel me permitió estar durante todo el rodaje al lado suyo, cargándole el portafolio, recogiéndolo o llevándolo a su casa, ect.. Fui un asistente de asistente. Él no me enseñó técnica de cine, en cambio aprendí de él que las mejores películas posibles eran aquellas en las que uno no traicionaba sus más íntimos principios”. Lo que Ripstein toma entonces del director español no son lecciones estéticas ni temáticas, es algo más profundo, una actitud moral, principísta, ante el quehacer cinematográfico.
El estado de la industria cinematográfica mexicana en esa época, principios de los ’60, era crítico, muchos films pero lamentables, productos rápidos y de seguro rendimiento. En 1965 Ripstein debuta corno realizador, cuando tiene 22 años, con Tiempo de morir, con un guión de García Márquez y Carlos Fuentes. Ambientado corno un western y construido alrededor del mito del charro, el film, no totalmente logrado, encierra ya algunos de los principales temas que serán centrales en su obra posterior. El destino como fuerza fatal a la que es imposible escapar, el encierro, aunque los personajes estén al aire libre y los entrecruzamientos entre personajes y situaciones que se van dando paralelamente. Tambien tempranamente comienza a utilizar el plano secuencia (torna larga que compone una escena, sin montajes) y otros elementos estilísticos que serán claves luego, como el uso del fuera de campo y la profundidad de campo.
Durante unos años Ripstein se aleja de la industria, realiza algunas películas independientes que no se conocen por estos lados porque no tienen distribución comercial y retorna recién en 1972 a los sets, para dirigir una historia real de un hombre que mantuvo a su familia encerrada en una casa en plena ciudad por muchos años: El castillo de la pureza. Este film es un detallado retrato de un asfixiante núcleo familiar construido por unobsesivo. La narración de Ripstein es tarnbien obsesiva, sofocante, nuevamente los espacios son cerrados, aún las pocas veces que la cámara sale al exterior.
Sus dos films siguientes son de gran producción y de época. El Santo Oficio, de 1973, narra con distancia objetiva la historia de la persecución de una familia judía en la Nueva España del siglo XVI. Foxtrot, una coproducción con Suiza e Inglaterra, con un reparto de estrellas corno Peter O’Toole y Charlotte Rampling, nunca se vio en la Argentina. En 1977 filma El lugar sin límites, y tal vez aquí comienza a plasmar con mucha mayor claridad otra de sus constantes: su relación con el melodrama. Él lo ha dicho con mucha sencillez: “Para un mexicano hacer melodramas es tan natural corno para un argentino hacer tangos”. El melodrama es un género permanente del cine mexicano que exalta a la familia, a la patria, a la hombría, a la religión. Ripstein utiliza el género pero lo da vuelta: sus familias son atroces, nada ejemplares; un notorio homosexual es el paradigrna del macho y del padre, como se aprecia en un personaje central de El lugar…, la Manuela.
Durante los seis años de gobierno del presidente López Portillo (1976-1982) se abre un período negro para el cine mexicano. Aparece al frente del Instituto del Cine la hermana del Presidente, Margarita, más conocida en el ambiente como “Macartita”, autora de una frase célebre en la época: “El pueblo mexicano no está preparado para este tipo de cine”. Esas palabras sabemos muy bien qué esconden: censura, rechazo de guiones, etc. Ripstein hace algunos films por encargo, Cadena perpetua(1978), La tía Alejandra (1978) y La ilegal 1979), que no se conocen en Buenos Aires. En 1985 comienza el tramo más fecundo de su obra que se abre con El imperio de la fortuna y termina por ahora con El Coronel… Entre ambas hay otras seis películas: Mentiras piadosas de 1988; La mujer del puerto (1991); Principio y fin (1993); La reina de la noche (1994); Profundo carmesí (1996) y El evangelio de las maravillas (1998).
Este tramo, muy homogéneo y bastante parejo en calidad, le ha dado a Ripstein renombre internacional y sus films han ganado premios en los más prestigiosos Festivales. Comienza aquí el trabajo común (y tambien la vida en común) con Paz Alicia Garcíadiego, que elabora todos los guiones, a veces inspirados en novelas, otras veces de inspiración propia o basados en noticias periodísticas. Este trabajo, que tiene lugar día a día, entre la cotidiancídad compartida entre dos fabuladores muy cercanos y compinches, ha ido tramando una visión,un lenguaje,una cadencia musical,que no tiene nada que ver con el azar. Se fueron afirmando y afiatando los temas recurrentes en la filmografía anterior y se establecieron claramente en los alrededores del melodrama, desplegando y buscando en la pantalla, pese al enrevesamiento de las historias y su negrura aparente, la más pura diafanidad. El fluir melodramático es invertido con violencia por el dúo y llevado en casi todas las historias hacia la tragedia.
Hablaremos solamente de algunas de estas grandes películas, eligiendo a las que consideramos mejores, cercanas a la perfección. La mujer del puerto, gira alrededor de una prostituta -el relato está basado en Guy de Mauppasant- que se suicida al descubrir que ha tenido relaciones con el hermano. Ripstein-Garcíadiego trabajan el universo cerrado y claustrofóbico, siempre húmedo, en el que sobreviven los personajes, desde las diferentes visiones de los tres principales protagonistas y logran atrapar al espectador a través de un encadenamiento insuperable de planos secuencia con sus movimientos envolventes, alejándolo del facilismo y la comodidad de los juegos de plano y contraplano.
En Principio y fin, eligen una novela del egipcio Naguib Mahfuz, para andar un camino directo hacia las cloacas del universo de las clases medias en cualquier lugar del inundo. La familia Botero, inextricablemente unida, está desde el inicio condenada a despeñarse en el abismo. Ripstein narra ese descenso con detenimiento y en detalle, sin guardar ningún rasgo sórdido, con virulencia ejemplar, haciendo de la forma y el fondo una unidad armónica e indisoluble.
Ripstein dijo en algún momento que “cuando uno empieza a encontrar la voz, y la sabes escuchar, ya no la pierdes, entonces vas caminando por el mismo camino. Uno es inevitablemente el mismo.” Un verdadero hito en ese camino es Profundo carmesí. Plenamente maduro, su lenguaje vuelve a asombrar contando la cruenta historia de amor y muerte anudada por el destino de una enfermera obesa y su gigoló. Con un humor negro y sardónico, las andanzas del dúo se convierten en una ruta sin regreso que solo conduce a la muerte. Si bien Ripstein parece alejarse en El Coronel no tiene quien le escriba de ese camino, en especial del trazado junto al melodrama, mantiene en lo esencial su estética, su mirada ímpiadosa y al mismo tiempo tierna, su ironía y su negrura, su estrecha vinculación con los mundos de su maestro Buñuel, “el más racional de los irracionales”, según Ripstein. Su cine hace honor a uno de los preceptos centrales del director espanol: “La manía de comprender y, por consiguiente, de empequeñecer, es una de las desdichas de nuestra naturaleza. Si fuéramos capaces de devolver nuestro destino al azar y aceptar sin desmayo el misterio de nuestra vida, podría hallarse próxima a una cierta dicha, bastante semejante a la inocencia”.
En el trazado del viejo protagonista de El coronel… – muy bien jugado por Fernando Luján – está claramente presente ese planteo: su espera y su entrega total al tiempo y al misterio azaroso de la existencia cotidiana, es evidente. En la esposa -una Marisa Paredes excepcional e inolvidable- hay una necesidad de buscar pelea, de resistir, pero termina aferrada al destino de su marido en ese último y emotivo acto lleno de dignidad. El Coronel … es un film imprescindible y hay que agradecerle a Ripstein que no baje la guardia, que siga adelante con una obra con altibajos pero sin renuncias. Que nunca se deje tentar por Hollywood y sus millonarias ofertas para hacer “productos” que satisfagan las leyes del mercado. Que siga haciendo honor a una de sus frases emblemáticas: “filmo únicamente aquello que se me vuelve inevitable”.
Filmografía de Arturo Ripstein (largometrajes)
Tiempo de morir (1965)
Los recuerdos del porvenir (1968)
El castillo de la pureza (1972)
El Santo Oficio (1973)
Foxtrot (1975)
El palacio negro (1976) Documental.
El lugar sin límites (1977)
La viuda negra (1977)
Cadena perpetua (1978)
La tía Alejandra (1978)
La ilegal (1979)
La seducción (1980)
Rastro de muerte (1981)
El otro (1984)
El imperio de la fortuna (1985)
Mentiras piadosas (1998)
La mujer del puerto (1991)
Principio y fin (1993)
La reina de la noche (1994)
Profundo carmesí (1996)
El evangelio de las maravillas (1998)
El Coronel no tiene quien le escriba (1999)
Así es la vida (2000)