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El autor propone la creación de un millón y medio de empleos estatales como solución a la crisis inmediata. Una fórmula que es el resultado de “pensar al revés”.
Eduardo Sartelli
Ante la evidencia de que la situación económica no deja de agravarse (y de que es probable que el actual gobierno no pueda manejarla), se despliegan las propuestas de siempre. En su aparente variedad, coinciden en el mismo punto: sólo el pasaje por un proceso extremadamente doloroso para el conjunto de la población asalariada permitirá encauzar la situación.
Las alternativas se reducen a dos: lo hacemos de golpe o lo hacemos gradualmente. No hay “salida indolora”: fin de la emisión monetaria (con o sin dolarización), es decir, reducción de gastos estatales, lo que implica alza de tarifas, fin de subsidios sociales, reducción salarial generalizada, despido de empleados, etc; devaluación (con o sin dolarización), es decir, reducción de ingresos del conjunto de la economía y estímulo a la inflación para bajar los salarios privados; eliminación de derechos de los trabajadores por la reforma laboral; transferencia brutal de ingresos a los empresarios, por la vía de rebajas impositivas, a los efectos de estimular la inversión.
En síntesis: otra vuelta de tuerca en el empobrecimiento de las masas. Bajo una u otra forma, más allá de algún éxito relativo y de corto plazo (como la Convertibilidad) o superficial y engañoso (como la política de Lavagna bajo el kirchnerismo), a esta altura del partido la conclusión debiera ser obvia: esta receta no sirve.
Pensar al revés. La Argentina tiene la inflación que tiene porque su economía no es competitiva y no es competitiva porque su productividad es muy baja. Para peor, a lo largo del siglo XX construyó un país para una cantidad de población que ahora no puede soportar. Si la limitáramos a lo que puede sostener la parte de la economía que funciona (el campo y poco más), a este país le sobran veinte o treinta millones de habitantes. Luego, el problema, al menos para la situación política mundial y local actual, es cómo poner a competir al resto de la economía. Eso supone gigantescas inversiones en sectores altamente productivos que, dada la tecnología que deben emplear, utilizan muy poca mano de obra. Esa solución, absolutamente necesaria en el mediano y largo plazo, como lo explicamos en nuestro libro Argentina Socialista 2050, no nos va a dar respiro suficiente en un plazo razonablemente corto. Entre otras cosas, porque para tales inversiones, no hay recursos locales suficientes y no parece que el capital mundial esté interesado, hoy por hoy, en instalar aquí gigantescos complejos industriales. De modo que necesitamos una solución, a medias, limitada, pero cercana en el tiempo, que encamine a la Argentina hacia otro lugar, sin pasar por las horcas caudinas de las propuestas patronales.
Para imaginar algo por el estilo es necesario pensar al revés. Para las alternativas patronales a la crisis, como vimos, la respuesta adecuada es achicar, reducir y esperar. Achicar gastos, reducir derechos y esperar a que la cena resultante sea apetecible para los inversores que, desesperados, nos ahogarán en una “lluvia de inversiones”. Pensar al revés es agrandar, ampliar y actuar. Agrandar: la Argentina tiene cerca de un millón y medio de desocupados. Se trata de un valiosísimo recurso sin utilizar, que podría agregar una masa de riqueza sustantiva a una sociedad que hace una década que no crece. El Estado debe emplearlos a todos. Ampliar: esa población desocupada debe recibir un sueldo “decente”, que en la situación de miseria en la que nos encontramos, debiera ser, por lo menos unos 60.000$ mensuales, es decir, al menos el doble del salario mínimo, vital y móvil, con todos los derechos que corresponden a los empleados “en blanco”. A esta altura, el lector, sobre todo el lector liberal estará pensando en la locura de quien esto escribe, un nuevo delirio de “zurdos”.
Acción. Sin embargo, todo depende de en qué se emplee a ese millón y medio de compatriotas. Aquí es donde aparece la “acción”. Porque lo que debe abandonarse es el dogma patronal (liberal, sobre todo, pero compartido por quienes se consideran “pragmáticos” o “heterodoxos”) de que el Estado solo está para hacerse cargo del fracaso empresarial (la crisis) y de sus consecuencias sociales (la desocupación y la miseria). Por supuesto, también de “crear las condiciones adecuadas” para los “negocios”. Es decir, de obligar a que la gente se aguante el ajuste y se siente a esperar que los capitalistas se dignen a invertir y que esa inversión, algún día, rinda los resultados (socialmente) esperados. De lo que se trata, es de transformar este Estado en una maquinaria productiva. Por eso, a ese millón y medio se lo debiera emplear en empresas productivas, no en desganados cortadores de pasto al servicio de la propaganda municipal. Además, debiera empleárselos en ramas de la producción cuyo destino sea la exportación o que reemplace el consumo interno de productos exportables. Otra condición: deben ser de baja intensidad tecnológica, no solo para emplear más mano de obra por unidad invertida, sino para no generar una demanda de maquinaria importada que complique más el balance de divisas. Se pueden dar muchos ejemplos de opciones productivas (piscicultura, producción de carnes alternativas –cerdo, guanaco, liebre-, confección de prendas, reciclaje de materiales, etc.), pero un plan definitivo debiera poner a trabajar rápidamente equipos enteros de especialistas en comercio exterior, científicos, ingenieros, técnicos, que ya están empleados en el Estado y tienen mucho para aportar.
A nadie se le escapa lo que significaría para la destruida economía argentina el empleo en un corto plazo (entre uno y tres años), de un millón y medio de trabajadores. Por empezar, un aumento genuino de la demanda, no por ampliación de la masa de papel sino por crecimiento de la producción real. Una producción que mejoraría el balance de divisas, en tanto está destinado a la exportación. Es más, algunos de esos emprendimientos tendrían consecuencias de mucho mayor alcance: la Argentina no solo podría transformarse en una potencia productora de carne de pescado, sino mejorar la dieta y la salud de los argentinos (que comen una cuarta parte del promedio mundial de este tipo de carne) y liberar mayores saldos exportables de carne de vaca. El resultado para el fisco sería notable, primero, porque podría dejar de pagar muchísimos planes. Es más, esa masa de empleados aportaría con sus impuestos, en lugar de recibir ingresos del Estado. Además, las cuentas del Anses mejorarían e, incluso, muchos “jubilados” antes de tiempo, sobre todo muchos “pensionados”, con la jubilación mínima, que no son sino desocupados encubiertos, podrían optar por participar de los nuevos empleos productivos. Ni hablar del cambio de clima social, que podría incluso terminar con los piquetes y cortes que tanto molestan a aquellos que no se preocupan por entender por qué la gente tiene que hacer piquetes y cortes de calle.
¿Por qué el Estado? Dado el clima crecientemente anti-estatista, es una pregunta que sin dudas va a estar sobre la mesa. Una respuesta sencilla sería: porque el papel “dinamizador” de la inversión privada no se estaría viendo… Sin embargo, podemos señalar también, que esta es, además de una solución para la población, una solución para las finanzas del Estado. Por otra parte, no puede ser que cada vez que se trata de poner plata, esté el Estado y que después, para no ser acusados de comunistas, haya que regalar el negocio a los privados. Pero, un argumento más importante sería que se trata de inversiones de gran magnitud, entre salarios e inversiones, unos 3.000 millones de dólares. Inversión que, además, en la lógica de la ganancia privada no encaja suficientemente bien, en tanto, el Estado no se cobra impuestos a sí mismo, entre otros costos que afectan a cualquier empresa común. Por último, el Estado no tiene por qué trabajar por la ganancia media de los capitalistas. Siempre que el resultado sea positivo, es ganancia pura.
Dos últimas cuestiones:
- de dónde sale la plata;
- ¿acaso esto no es insistir en el kirchnerismo, cuyo fracaso estamos presenciando?
La primera: a nadie se le escapa de que se trata de cifras muy módicas para un país cuyo PBI es centenares de veces más grande que eso. Solo en sostener artificialmente la paridad del peso (y subsidiar a la burguesía más atrasada) se va mucho más que eso. En subsidios de industrias fracasadas, se va mucho más todavía. El llamado “impuesto a las grandes fortunas” puede recaudar la cantidad necesaria. Se pueden conseguir préstamos específicos para tal tipo de inversiones. Para esto, plata sobra. La segunda: el kirchnerismo es la cara boba del Estado actual. Es la cara del subsidio, es decir, la que paga la cuenta del fracaso de su otra cara, la macrista. Dicen ser distintos, pero son lo mismo, en un momento distinto de las necesidades de un empresariado parasitario y sin perspectivas. Al revés de lo que aquí nos proponemos, el kirchnerismo ha privatizado y descentralizado la seguridad social, la asistencia pública, e incluso actividades productivas completas, a través del mundo de las “cooperativas” y la “economía popular”.
Metido en el laberinto de sus propias contradicciones, el empresariado argentino y los políticos que le responden (lo que incluye a Milei, por mucho que hable de una “casta” a la que él pertenece), no tienen idea de cómo salir de la crisis, salvo haciéndosela pagar a los de siempre. Se sabe, sin embargo, que de los laberintos se sale por arriba. Si en lugar de llevarnos la pared por delante, es decir, de apostar por la “iniciativa privada” y un Estado parasitado por un empresariado inútil, apostamos por un proyecto productivo colectivo, tal vez podamos saltar la tapia del atraso y la crisis. Sé que se trata de una “propuesta indecente” para un clima de ideas viciado por el auge de la mitología libertaria, pero eso es mitología y esto es algo mucho más concreto. Que tiene, además, la virtud de no tirar el agua sucia junto con el bebé que queremos salvar.