Director del Centro de Estudios e Investigaciones en Ciencias Sociales
Todo el aspecto de la joven denunciaba lo que uno de los “noteros” rápidamente se ocupó de evidenciar: boliviana. Como si estuviera preparado, o por lo menos, servido en bandeja, el discurso de la joven, azuzado por los periodistas que la acosaban con cámaras, micrófonos, celulares y grabadores, discurría naturalmente, recorriendo todos los lugares comunes del desparpajo. Cito de memoria y probablemente mezclando testimonios de otros entrevistados, no importa: “Llegué hace unos pocos años”, dijo. “Tengo cinco chicos”, aclaró. “Quiero que me den una casa”, remató.
Argentino de pura cepa, el señor se abalanzó sobre el cronista: “Siempre trabajé”, espetó. “Nunca le robé nada a nadie”, enfatizó. “Pago el alquiler y apenas me alcanza para el mes, pero no voy a andar ocupando tierra ajena”, concluyó. El relato, tan o más ficticio que el anterior, pero igualmente real, cierra el círculo discursivo que envolvió el terreno de batalla más surrealista que se recuerda en la Argentina en muchos años.
Se trata, indudablemente, de dos trabajadores, de dos obreros. En términos de la lógica propia de la sociedad en que vivimos, la boliviana expresa una pretensión ridícula, mientras que el argentino es la voz misma de la cordura. De cristalizar este resultado se encargaron los medios de la oposición, abiertamente, y del oficialismo, con un poco más de sutileza. Un análisis más justo revela, como el lector ya debe haber adivinado, lo contrario.
El nudo (gordiano) del enfrentamiento
Quiénes se enfrentaron y por qué, es la madre de todas las preguntas. No tiene respuesta difícil, todo lo contrario: se enfrentaron fracciones de la clase obrera y de la pequeña burguesía por la posesión de la tierra. Mirando con más detalle: presionados por abajo por el ascenso de la renta urbana y por arriba, por el de la inflación, las fracciones más pauperizadas del proletariado argentino resolvieron la “cuestión de la vivienda” a su manera, es decir, yendo a tomar aquello que la propia lógica del mercado les niega. Si pudieran pagar un alquiler, no estarían allí; si pudieran ahorrar para comprarse una casa, menos. Cualquier apelación a “créditos blandos” (o duros, o lo que sea) es una estupidez: ni siquiera la “clase media” puede acceder a esos préstamos. La disyuntiva es sencilla: ocupan u ocupan. Si no es hoy, será mañana. O pasado.
¿Por qué otras fracciones de la clase obrera salieron a enfrentarlos? Podríamos diluir la incómoda pregunta que nos obliga a reconocer que la solidaridad de clase no es espontánea ni inmediata, apelando a datos de la realidad indudables: los atacantes eran una minoría, muchos de ellos de la pequeña burguesia, el que no miembro de alguna patota lumpen sindical/punteril/futbolística (es decir, instrumento pago de la burguesía), o del aparato represivo del Estado (policías, gendarmes) o del corrupto mundillo de la burocracia municipal que gracias a eso logró adquirir su departamento de otro modo inalcanzable. Todo eso es cierto, pero no alcanzaríamos la verdad completa si no reconociéramos que entre los “vecinos” contra la toma se alineaban muchos que simplemente saben lo que todo el mundo sabe: que las ocupaciones de tierras llevan a la formación de villas y que la formación de villas empeora el entorno social y significa una catástrofe económica. En efecto, cualquiera sabe que una casa o departamento frente a la 1-11-14 vale apenas una fracción del mismo departamento en Caballito. Cualquiera sabe que si Parque Chacabuco fuera ocupado masivamente por una villa, el valor de las propiedades de la zona se desplomaría. A esos lugares los taxis no llegan, las ambulancias tampoco, los servicios se desconectan y las condiciones de seguridad elemental desaparecen. ¿O acaso muchos docentes porteños no tienen que entrar y salir en “combi” a escuelas de Villa Soldati, por temor a que los roben o cosas peores? Los obreros que se oponen a la toma se oponen al empeoramiento de sus condiciones generales de existencia, por un lado; a la desaparición de buena parte de los ahorros de toda su vida, expresados en el valor de su casa, por otro.
No reconocer la naturaleza real del enfrentamiento, no ayuda a entenderlo. Los “vecinos” no luchaban contra la ocupación por un abstracto derecho al “espacio público”, ni por la reivindicación de una fantasmagórica “cultura del trabajo”. Luchaban por sus intereses materiales concretos. Otra vez, podríamos diluirlo en indudables colisiones intencionadas de punteros macristas y kirchneristas, en colusiones esperadas entre la Federal, la Metropolitana y bandas cuasi fascistas, etc., etc. Pero ese enfrentamiento existe, expresa un problema real.
La cuestión étnica
Una de las tapaderas ideológicas que funcionaron a pleno durante estos días es la “cuestión étnica”: “Vienen a nuestro país, les damos trabajo y así nos pagan”. En vano será recordar que entre los ocupantes había mucho argentino y que, si todos los argentinos que pagan alquileres exhorbitantes salieran a la calle, habría okupa suficiente para media Argentina. No obstante, que el asunto no era ni boliviano, ni peruano, ni paraguayo, lo demuestra que los “representantes” de dichas “colectividades” (incluyendo al mismísimo Evo Morales) rápidamente salieron al rescate del propio Macri.
El asunto es más grave: el no reconocimiento por parte de los obreros nacidos en la Argentina de que los obreros nacidos fuera de la Argentina son todos argentinos, no sólo no le hace justicia a la verdad, sino que construye divisiones artificiales que facilitan la explotación y la dominación del capital. No le hace justicia a la verdad porque los obreros inmigrantes construyen la Argentina burguesa como los obreros nativos. A ambos los expropia el mismo capital. Es más: los obreros nacidos en la Argentina no tendrían la posibilidad de adquirir ropa barata producida en la Argentina, entre otras cosas (y por lo tanto, recreando el mercado argentino del cual vive una enorme masa de la población nacida en la Argentina), si no fuera porque los inmigrantes trabajan lo que trabajan por el dinero por el que trabajan. La señora o el señor nacionalisticamente ofendidos deberían recordar sus pasiones nacionales cuando compran remeras regaladas en Once o La Salada, o cuando los obreros que las hacen realidad, gastan sus sueldos comprando en Argentina, haciendo posible que mucha gente viva de esa demanda.
Peor aún, genera divisiones en el seno de la clase obrera que la debilitan en su lucha contra el capital. Los obreros “extranjeros” no son recogidos en el seno de su sindicato respectivo; los obreros “nacionales” combaten las pretensiones de los otros castrando las suyas propias. Como en el caso de los costureros “bolivianos”, el de los “campesinos” santiagüeños, el de los “indios” formoseños, el de los okupas “extranjeros”, distrae la atención del problema real: una capa de la población obrera que se reproduce en la Argentina, vive (si se puede decir así) en las peores condiciones que pueda imaginarse, como resultado de la intensificada explotación capitalista a la que es sometida. Pero la existencia acrecentada de esa capa, la población sobrante, no es más que la punta de un iceberg que esconde una verdad todavía peor: que el conjunto de la clase obrera que vive en la Argentina no deja de empeorar sus condiciones históricas de existencia, más allá de alguna que otra recuperación coyuntural, mientras su burguesía (no importa si “nacional” o “extranjera”) resurje del quebranto y se hace cada vez más rica. Tendencia que no distingue a ningún gobierno burgués, de Videla a Cristina.
La rebelión de la población sobrante
El gobierno, como parte de la patronal, lleva adelante una batalla general contra la población sobrante. Eso demuestra que el episodio Ferreyra no fue una casualidad. Se podrá decir, al estilo seisieteochezco, es decir, con total desprecio de la lógica y la verdad, que el gobierno no quiere reprimir y que evitó una masacre macrista. Sonarán los clarines para anunciar que Macri no tiene poder de fuego porque la Metropolitana es una parodia de policía. Ambos mienten descaradamente. Unos y otros utilizaron como masa de maniobra a los desposeídos, los atacaron directamente o los dejaron indefensos frente a las bestias. Si el gobierno no tiene responsabilidad en las dos primeras muertes que se achacan a la Federal, ¿por qué Garré acaba de descabezarla? Ni hablemos de los patoteros de Hinchadas Unidas. En el número anterior de El Aromo señalé que cuando los intelectuales kirchneristas defendían al gobierno frente al asesinato de Mariano, se preparaban para justificar cosas todavía peores. En eso estamos.
Lo que los “intelectuales” del gobierno debieran explicar ahora es cómo se compatibiliza el supuesto rechazo K a la “criminalización” de la protesta, con la conclusión del episodio del Parque: quien ahora ocupe terrenos perderá todo derecho a subsidio alguno. ¿Qué es eso si no punir al que se moviliza, al que lucha, al que pelea? El kirchnerismo ha sabido cooptar a gran parte de la capa del proletariado que no tiene utilidad inmediata para el capital, eso que definimos como población sobrante y que vulgarmente se reconoce por su veta combativa, los “piqueteros”. Los ha sabido usar, también, como ariete contra sus enemigos, en este caso, Macri. Pero cuando el asunto se le escapa de las manos, cuando esa misma población sobrante adquiere dinámica propia, entonces, palos. Y en el momento de los palos, los apaleadores se juntan. El gobierno ha encontrado incluso una forma para ocultar su acción: las patotas. Así pasó con Ferreyra cuando los tercerizados se rebelaron; así pasó con los okupas, en el parque y en las vías del FFCC San Martín. No es una novedad en la historia argentina, lo mismo hizo Irigoyen con la Liga Patriótica.
Una pretensión ridícula e indignante
Desde el punto de vista de la sociedad en que vivimos, los dichos de la imaginaria compañera que encabeza esta nota constituyen una pretensión ridícula: ¿llegaste ayer y pretendés que te den una casa, en vez de ganártela luego de años y años de agachar la cabeza y laburar como cualquier hijo de vecino? Es indignante: ¿pretendés que toda la sociedad te regale su trabajo para que vos no tengas que trabajar, otra vez, como todo hijo de vecino, para tener lo que la mayoría de los hijos de vecino no tienen, a pesar de trabajar, de nuevo, como todo hijo de vecino?
Sin embargo, quienes consideran la ridiculez del planteo y se indignan a poco pensarlo, debieran pensar más. Debieran recordar lo que les costó tener lo que los okupas desean. Debieran recordar que sus propios hijos tal vez debieran estar entre los okupas si quieren conseguir hoy lo que ayer ya era difícil. Y debieran concluir que no está bien. Que no es lógico, que no tiene sentido gastar la vida en eso, en conseguir un techo. Que la vida humana está para algo más que para comer, cagar y dormir (bajo techo). Que no se nos puede ir el único intervalo de tiempo que tenemos para morar sobre esta tierra, en la satisfacción de funciones puramente animales. Tal vez, llegados a este punto, estos compañeros puedan preguntarse si es necesario que eso sea así, que sólo se pueda tener casa (entre esas otras cosas elementales) si se tiene dinero en magnitudes descomunales, magnitudes que normalmente se alcanzan, al estilo del Viajante que muere en la célebre obra de Arthur Miller, justo en el momento en que consigue aquello por lo que peleó hasta la muerte. ¿No es ridículo que, con suerte, consigamos aquello que queremos al final, es decir, cuando ya no hay tiempo de disfrutarlo, en lugar de al comienzo, con toda la vida por delante?
Tal vez, ese compañero, llegado a este punto, empiece a sentir que el ridículo estaba en otro lado. Que lo indignante es que mientras cascotea a quienes proceden con una lógica impecable, del otro lado de la ciudad, en Puerto Madero, en Barrio Norte, en los countries de Tortuguitas o Pilar, por ejemplo, personajes al estilo Ricardo Fort, gasten su tiempo en disfrutar a lo grande de nuestrosafanes, de nuestro trabajo. Si el compañero alcanza esta comprensión del problema, probablemente esté listo para darse cuenta de que lo que en esta sociedad es ridículo e indignante, en una sociedad más racional y más equitativa es sabio y pleno de dignidad. Habrá adquirido, entonces, su pasaje al socialismo.
Excelente nota! muy clara y muy desideologizante para comprender que un lugar es algo natural y algo natural como lo tiene una cucaracha o una rata, lo hemos convertido en un sacrificio que nos lleva la vida que es una casa donde morir. Cuando la casa es para disfrutar la vida y no hipotecar nuestra vida por una casa. Pero el capitalismo burgués necesita convertir algo tan natural como tener un techo que un cromagnon ya lo tenía, pero que ahora para tener un pedazo de terreno en la vasta república burguesa Argentina, necesitamos sacrificar nuestras vidas.