Editorial El Aromo Nueva Época N° 9
Fabián Harari
El cimbronazo financiero mundial, que se llevó puestos a tres grandes bancos norteamericanos y al segundo banco de Suiza, solamente ratifica aquello que cualquier especialista no deja de señalar: la economía mundial está en un proceso de lenta pero inexorable tendencia a la caída, desde hace décadas. Cinco, para ser exactos. Un período que supera, con creces, el ascenso de posguerra. Solo por tomar los años recientes, el rescate del 2001 no impidió la caída del 2008. Ni el escandaloso rescate de ese año, otra caída en 2018. Y, ahora, la que estamos viendo. Lo que uno debería responder, a esta altura, no es por qué aparecen estos episodios, sino cómo es que todavía no se produjo un derrumbe similar (o mayor) al de 1929, ni vemos esos enfrentamientos militares a gran escala que provocó. Lo cierto es que la “esperanza” que despertaba la economía china, como posible locomotora del desarrollo, mostró rápidamente sus límites. Desde su propia crisis en 2014, las “tasas chinas” se redujeron a la mitad y esta potencia todavía no pudo desplazar del primer lugar a un EE.UU en decadencia.
Esta recaída económica tiene como elemento desencadenante el choque entre la inflación norteamericana y las tasas de interés. La inflación es un síntoma de una crisis que afecta a las ganancias en el seno de la producción, no un problema meramente monetario. A ese problema se lo enfrentó con el “calentamiento” de la economía, vía emisión, rescates, subsidios, etc. Como eso no resolvió el problema, el resultado fue, de nuevo, la inflación. Para contrarrestarla, se apeló al efecto “enfriamiento”, vía suba de tasas de interés, que “sincera”, a la baja, el precio de los bonos más antiguos del tesoro norteamericano, provocando el cimbronazo que vimos. Tras cartón, las dos recetas: rescate y suba de tasas…
Los analistas salieron a aclarar que las quiebras fueron producto de una cartera muy riesgosa de ciertas entidades (pocas empresas, con mucha necesidad de financiamiento: las startup). Sin embargo, en el caso del SVB, el 60% de su balance lo tenía fuera del “casino”, en bonos del Tesoro. Es decir, su estrategia era bastante “conservadora”. Lo que le falló fue el propio respaldo del Estado. Por eso, esta crisis, por pequeña que se muestre, evidencia un quiebre en la columna que hoy sostiene el sistema mundial. Entre otras derivaciones, China tiene gran parte de sus reservas en esos bonos, ¿hasta qué punto su desvalorización puede afectarla? Más allá de la respuesta inmediata, estamos ante un proceso que lleva a un desbarranque generalizado. A todo este escenario, hay que agregar la espiralización del conflicto armado en Ucrania que, poco a poco, va involucrando a contendientes más importantes.
Aquí, la Argentina tiene su propia crisis, de larga data, que va descendiendo a nuevos círculos infernales en cada episodio. El gobierno de Cristina y su ministro tienen al país al borde de una híper, con una inflación anualizada del 102% (y una proyección a febrero 2024 del 120%), una pobreza cercana al 50% y los servicios públicos colapsados. Este año, se proyecta una caída de entre 2 y 3 puntos del PBI y una merma fiscal (en relación al 2022) de alrededor de 8.000 millones de dólares, solo en concepto de la sequía. O sea, no es cierto que hay un ajuste que “se viene”. El ajuste llegó hace rato. Pero, como vimos arriba, el horizonte es mucho más negro.
Si bien todas las miradas se posan el Alberto, lo cual resulta lógico, el timón del gobierno todavía reside en Cristina. Ella puso a Sergio y él consulta sus movimientos con ella. Por eso, a ella le cuesta tanto salir en público a criticar abiertamente el plan económico, y por eso nunca se refirió a su ministro (como sí lo hizo con Guzmán). Su gente controla las empresas públicas (salvo Aysa). Con respecto a Edesur y los cortes, habría que aclarar que la interventora del ENRE hasta agosto del año pasado, fue Soledad Manín, del riñón de Federico Basualdo, y que se la reemplazó por Walter Martello (massista), con el aval de Cristina. En este ente, la mayoría de funcionarios fueron designados por Axel Kicillof. ¿Dónde estuvieron todo este tiempo? Debe tenerse en cuenta que esta gente manejó la política energética durante 16 de los últimos 20 años. Entre otros “deslices”, permitieron que Edesur y Edenor acumularan deudas siderales con CAMESA, estafando al Estado.
Siguiendo con las entidades controladas por el kirchnerismo “duro”, tenemos a la ANSES, la AFIP, el BCRA, la caja de la Provincia de Buenos Aires (entre otras provincias), varias intendencias (Avellaneda, La Matanza, Quilmes) y el Ministerio del Interior. O sea, los recursos financieros más importantes. Por lo tanto, otra vez, el intento de ella y Máximo de correr como “oposición” es una broma de muy mal gusto. Hace dos semanas, se realizó un cónclave entre ella, Sergio y Axel, para diseñar las nuevas medidas económicas. El resultado es este escandaloso “canje” que nos pone al borde de otro corralito.
La nueva medida de “pesificación” de los activos de los organismos públicos es una jugada desesperada y peligrosa. Obliga a la ANSES a vender sus bonos en dólares, con legislación argentina, al mercado local (bancos y compañías de seguros) a cambios de pesos, para que estos puedan realizar operaciones de “contado con liqui”. Esos bonos, la ANSES los debe vender al 25% de su valor, aunque luego el Tesoro deba rescatarlos por el 100% y aunque Massa los haya “recomprado” al 35%. Esos pesos recaudados, los organismos tienen que girarlos al Tesoro. A a todo esto, se les permite a esas entidades privadas girar el 40% de sus dividendos al exterior. En una segunda instancia, esos organismos públicos deben vender sus bonos en moneda extranjera, pero con legislación internacional, al Tesoro, que paga esos bonos en pesos (con los mismos pesos que recibió de la primera venta) y luego los “deslista” (es decir, los saca de plaza), para mantener su cotización y evitar que se derrumben. O sea, una confesión de la propia insolvencia.
Estamos ante el desguace de lo que queda para ver si se llega a los meses que faltan. En concreto, se trata de quitarle al ANSES y a los bancos públicos sus activos en dólares para pesificarlos. Eso no sólo es dejarlos sin respaldo, sino cambiar la naturaleza del acreedor, que pasa del propio Estado a los privados, los cuales consiguen obligaciones en dólares al 25% de su valor. Queda claro que el gobierno no puede colocar deuda en pesos a largo plazo. Entonces, coloca deuda vieja en dólares a una tasa sideral que está calculada entre el 25% (para los más optimistas) y el 45% (los más pesimistas). Para entender la envergadura del problema, la Fed subió la tasa al 5%, en un hecho histórico, Macri se endeudó al 7% y Néstor a la “escandalosa” tasa del 15%. Además, estamos ante de la disolución de facto del Fondo de Garantía de Sustentabilidad (FSG), organismo que concentraba recursos en dólares, en principio derivados de los activos de las AFJP. Es paradójico que el propio creador de ese fondo, allá por 2008, sea el que lo termina liquidando. La medida es peligrosa porque deja a las últimas cajas públicas sin instrumentos en dólares. Después de esto, solo queda la confiscación de depósitos y un Rodrigazo. Sergio quiso entrar como el Fernando H. Cardoso argentino y probablemente termine como el Jesús Rodríguez del peronismo.
Para evitar ese final de ciclo (y de su carrera política) es que Massa está evaluando su salida. La información habla de la alternativa de un “retiro académico” hasta las próximas elecciones. Con todo, algo queda claro: con estos números no puede ser candidato. El hecho de haber salvado el incendio de julio del año pasado ya quedó atrás. Eso habría sido un capital político notable si las elecciones hubiesen sido en noviembre. El problema es que tampoco puede irse tan fácilmente, porque provocaría inmediatamente la debacle que intenta eludir. Hoy, la candidatura a presidente de la coalición gobernante exige, antes que algo de ambición, una vocación sacrificial. Las elecciones que realmente le importan son las locales. Por eso, por ahora, Scioli puede probarse ese traje (y, por qué no, Alberto…).
El problema del kirchnerismo, es muy otro: cómo retener el bastión de la provincia de Buenos Aires en un escenario de descomposición de la propia fuerza. Máximo se enfrenta a Axel. Larroque se va de La Cámpora y funda su propio partido. La crisis de Alberto no acerca al Movimiento Evita. Cristina perdió el Senado, producto de que ya no controla a las provincias peronistas. Massa, como vimos, amaga con irse…Lo más curioso del asunto es que ni siquiera el ascenso de Milei parece resucitar a la Jefa, sino más bien darle aire a las opciones “moderadas” de ambos lados (Schiaretti y Larreta), pero también envalentona a quienes intentan quedarse con ese electorado. De allí que los “halcones” del PRO hayan logrado romper al radicalismo con la aparición del “Grupo Malbec”.
Pocas veces se ha visto en la historia argentina tamaña paradoja: la descomposición de un elenco político que tiene, sin embargo, un mismo programa para actuar luego del derrumbe: el descenso hacia escalones impensados de explotación y de niveles de vida de la población, como precio a pagar para mantener alguna “estabilidad”. Eso, en el mejor de los casos, porque todo puede salir mal y, entonces, vamos a la anomia, al desmembramiento del país y a la ausencia de la vida social medianamente humana.
Esta década va a jugarse el destino de la Argentina, un país que va hacia su desaparición. Su rescate no puede ser declamativo. No puede ser oponerse a tal o cual ajuste. Solo puede hacerse con un plan concreto que piense de otra forma el desarrollo y que apele a otro sujeto social. No a la burguesía nacional, aquella que lideró esta experiencia desgraciada, sino a la clase obrera, aquella que viene soportando cada embate y sostiene lo poco que tenemos. O sea, nosotros mismos, los obreros y obreras. Un nuevo sujeto y un nuevo plan para implementar ya. Y un nuevo instrumento: un movimiento, Argentina2050. Para que esta década no se nos escape.