Comentario a Macroeconomía y crisis mundial, A.A.V.V., Ed. Diego Guerrero, Madrid, Trotta, 2000 (prólogo de J. L. Sampedro).
Reseña de Manuel Barragán (Universidad Complutense de Madrid).
Introducción En el prólogo al libro editado por Diego Guerrero, escribe el profesor José Luis Sampedro que «si algo necesita la economía es crítica» porque «la economía oficial vigente es absolutamente inaceptable». La explicación de una toma de partido tan clara en contra de la economía convencional hay que buscarla por partida doble: su limitación analítica y su anacronismo. Pues, como señala Sampedro: «No quiero decir con esto que todo lo que dice no es verdad: dice muchas cosas que son verdad, pero no son suficientemente verdad; y, además, está teñido por creencias que son totalmente anacrónicas».
La colección de artículos reunida en este libro –que recoge buena parte de las intervenciones del Primer Seminario Internacional Complutense sobre Nuevas Direcciones en el Pensamiento Económico Crítico (Somosaguas, mayo de 1999)– se dirige a remediar ambos problemas, añadiendo nuevas perspectivas que contribuyan a entender la realidad de los problemas macroeconómicos fundamentales, e intentando superar el anacronismo mediante una nueva mirada, actual y realista, a las cuestiones básicas de la teoría económica. En ese sentido, el enfoque que los autores llaman «clásico» –en gran medida, por oposición al análisis dominante: neoclásico– se aplica tanto al estudio teórico y empírico de la inflación (Shaikh) como del crecimiento (Foley y Marquetti), de las relaciones entre capital financiero y neoliberalismo (Duménil y Lévy) o entre el primero y los movimientos de capital y los tipos de interés (Shaikh), o, finalmente, a la cuestión de la distribución de la renta y la riqueza (Edward Wolff). En una segunda parte, los autores españoles que completan el elenco del libro pretenden ofrecer una perspectiva «española» de la «crisis de la mundialización y del liberalismo», que corre a cargo de los profesores José María Vidal Villa, Miren Etxezarreta, Jesús Albarracín, Pablo Bustelo y Diego Guerrero.
1. Inflación, desempleo y crecimiento El trabajo de Anwar Shaikh sobre la inflación y el desempleo ofrece una perspectiva novedosa de las relaciones entre ambos fenómenos que rompe tanto con la tradición neoclásica como con la keynesiano-kaleckiana. Según el autor, ambas tradiciones comparten la idea de que «la inflación sólo surgiría cuando la economía estuviera cerca del pleno empleo«, afirmación que quedó en entredicho por la evidencia empírica que acumularon todos los países capitalistas desarrollados desde finales de la década de los sesenta. Tras mostrar que «no existe un dilema histórico entre desempleo e inflación» (la idea que subyace a la curva de Phillips), Shaikh recurre a un enfoque alternativo «derivado de la tradición clásica» que no necesita suponer que la disponibilidad de trabajo proporciona «el límite general de la oferta de mercancías».
En su enfoque, por el contrario, se destaca otro tipo de limitación, que tiene que ver con la evolución de la rentabilidad y de la acumulación de capital y que muestra sus efectos incluso si se supone que no hay ningún límite en términos de las cantidades de trabajo disponibles a su precio normal. Llamando «límite inversor» a la tasa máxima de crecimiento sostenible (es decir, la tasa de ganancia a capacidad normal, P/K), Shaikh argumenta que la tasa de inflación en los Estados Unidos (para el periodo 1947-94) evoluciona con el mismo perfil con que lo hace el «coeficiente inversor» (o «esfuerzo inversor»), es decir, el cociente entre la tasa de acumulación de las ganancias (es decir, I/K) y el citado límite inversor. De esta forma, el «esfuerzo inversor» se mide por la fracción invertida de los beneficios totales (ya que I/P = (I/K) / (P/K)), lo que permite entender «cómo una rentabilidad decreciente puede inducir tanto un desempleo creciente debido al menor crecimiento, y a la vez una presión inflacionaria creciente a través del esfuerzo inversor». Esto convierte a dicho indicador en el «manómetro de la presión inflacionista», lo cual es por completo independiente de la mayor cercanía o lejanía de la economía respecto de la posición del pleno empleo.
El capítulo sobre la teoría del desempleo (Duncan Foley y Adalmir Marquetti) también está escrito «desde una perspectiva clásica» o «clásico-marxiana», y se concentra en el uso de la llamada «curva de eficiencia», que no es sino «una versión de la relación salario-tasa de beneficio de Piero Sraffa». Dicha curva, que representa la relación entre el nivel de productividad del trabajo y el de «productividad» del capital de una economía, tiene una pendiente definida por el valor de la relación capital-producto y permite representar gráficamente tanto la pauta del cambio técnico dominante como la distribución de la renta a escala agregada. Tras mostrar que, dado un nivel de la tasa de ganancia, la productividad real del trabajo puede descomponerse gráficamente en ganancia per cápita más salario real per cápita –o, dado un nivel de la tasa de acumulación, puede descomponerse en «consumo» per cápita más inversión per cápita–, los autores proceden a contrastar los datos disponibles para Estados Unidos, Brasil y otros 126 países de la base de datos del Penn World Table.
El análisis sobre si el cambio técnico observable es «neutro» en el sentido de Hicks (desplazamiento en paralelo de la curva de eficiencia), «neutro» en el sentido de Harrod (movimiento según el sentido de las agujas del reloj, con un punto fijo en el eje de la «productividad de capital»), o bien «sesgado a la manera de Marx» (es decir, un movimiento como en el caso de Harrod, pero con un reswitching o punto de intersección), les lleva a la conclusión de que el tipo de cambio técnico que domina en la práctica es el tercero, lo que significa que la productividad creciente del trabajo se consigue de hecho a costa de una menor «productividad» del capital (es decir, una creciente relación capital-producto).
Esta conclusión es importante porque, como señalan los autores, es del todo compatible con una disminución de la rentabilidad ligada tanto al incremento de la parte de los beneficios en la renta nacional como al aumento de la composición orgánica del capital, que es la pauta dominante en el cambio técnico empíricamente observable entre 1870 y 1995 (Estados Unidos), así como en otros ciento y pico países (1959-1990). Sin embargo, y aunque los autores no enlazan su análisis con el del artículo de Shaikh, no es difícil comprobar que el «esfuerzo inversor» del que hablaba este autor en el primer artículo se refleja claramente en la figura de la curva de eficiencia, observándose que una rentabilidad decreciente basta para explicar el incremento del esfuerzo inversor sin necesidad siquiera de que aumente el cociente I/K (simplemente con que éste se mantenga constante mientras P/K disminuye).
2. Finanzas, tipo de interés y neoliberalismo. Gérard Duménil y Dominique Lévy ofrecen en su artículo una lectura marxisto-keynesiana del resurgimiento del neoliberalismo financiero de las últimas décadas. Partiendo de que la política keynesiana estaba dispuesta a «arruinar lentamente a los rentistas disminuyendo los tipos de interés» e invadiendo «las prerrogativas de las finanzas», éstas reaccionaron contra tales intentos poniendo en primer plano «la estabilidad de precios frente al empleo», propuesta que finalmente triunfa a partir de la crisis de los años setenta. Dicho triunfo se hace evidente comparando la evolución de la rentabilidad de las empresas «antes» y «después» del pago de intereses: mientras la caída de ambas es paralela entre finales de los sesenta y principios de los ochenta, la evolución posterior se hace muy divergente, hasta el punto de que la primera tasa recupera a principios de los noventa su nivel de los sesenta, en tanto que la segunda no alcanza la mitad de su punto de partida.
Asimismo, el paso de una etapa de intereses reales aparentes negativos (en los setenta) a niveles positivos en los ochenta y noventa, para los países en desarrollo, junto a una duplicación del peso de la deuda de estos países sobre sus exportaciones, no hace sino confirmar quién es quien «se beneficia del crimen»: el capitalismo financiero mundial (el sector de las finanzas), que, tal y como se comprueba en el caso francés, pasa de representar un 13% del total de los fondos propios de toda la economía en los setenta, a más del doble durante la década de los noventa. Esa concentración de capital en el sector financiero –que no es ajena al periodo de relativa depresión por el que atraviesa la producción mundial de las últimas décadas– no puede analizarse separadamente de la evolución de los determinantes a largo plazo de los tipos de cambio reales de las diferentes divisas. Eso es lo que hace Anwar Shaikh en otro de los capítulos del libro, mostrando cómo la determinación de los precios internacionales en moneda común se limita a seguir las mismas pautas que siguen los precios en el marco de la teoría general de la competencia, siendo la teoría de las ventajas absolutas la que mejor explica las pautas del comercio internacional, puesto que «el tipo de cambio real a largo plazo viene regulado por los costes relativos reales de producción, a través de la movilidad internacional de capital». Por el contrario, las tendencias esperables de la teoría de la ventaja comparativa –en especial, que «con tiempo suficiente el libre comercio igualará a los participantes en el campo de juego internacional»– no se confirman en la práctica, ya que «los desequilibrios comerciales han sido endémicos tanto en regímenes de tipos de cambio fijos como de tipos flexibles y mixtos», y estos desequilibrios «tenderán a mantenerse, pues no hacen sino reflejar desigualdades estructurales en los costes de producción reales de los países».
3. La distribución de la renta y de la riqueza El artículo de Edward Wolff sobre la distribución en los Estados Unidos demuestra con todo detalle cómo la distribución de la riqueza es todavía más desigual que la distribución de la renta y, al mismo tiempo, cómo si de la riqueza total descontamos los epígrafes que sólo consisten en medios de vida absolutamente necesarios para cualquier familia (la vivienda, el automóvil y los activos caseros usuales), es decir, si medimos sólo la riqueza «financiera» de las familias estadounidenses, la desigualdad comprobable es tan alta (un 1% de las familias concentraba en 1995 el 41.8% de las acciones y el 69.5% de la «riqueza en negocios») que difícilmente se puede seguir sosteniendo el mito del «capitalismo popular», creencia favorita de los liberales y de los socialdemócratas modernos. El artículo de Wolff ofrece un volumen impresionante de datos, que abarcan desde la desigualdad por razas o por edades hasta la evolución de la riqueza media y mediana a lo largo de las dos últimas décadas, llegando a la conclusión –en línea con lo ya avanzado por Duménil y Lévy– de que la riqueza mediana de la familia típica de los Estados Unidos ha ido disminuyendo a la par que crecía la del sector más rico de su población.
En cuanto a la distribución de la renta, el artículo de Diego Guerrero se centra en el caso español para intentar cuantificar la evolución de la misma utilizando categorías marxianas, como son la tasa de explotación o el coeficiente de depauperación de la población asalariada, cuya evolución demuestra, en su opinión, que el capitalismo se basa en un mecanismo de funcionamiento que sólo puede crear una desigualdad creciente a largo plazo. En este artículo se analiza también el papel del estado y se concluye que la intervención de este último no ha servido para alterar las pautas básicas generadas por la propia dinámica de la acumulación de capital, mientras que la estrategia sindical seguida por los sindicatos mayoritarios no parece responder a una conciencia clara del fenómeno que se analiza.
4. Una perspectiva española sobre la mundialización y el neoliberalismo El artículo de José María Vidal Villa lleva a cabo un oportuno repaso a dos de los libros recientes sobre la globalización más conocidos en todo el mundo. Se trata, por una parte, del libro del financiero y especulador George Soros, y, en segundo lugar, del libro del economista marxista Samir Amin, cuya comparación lleva a Vidal Villa a señalar las curiosas coincidencias entre autores tan dispares. Como concluye el autor, los diagnósticos ofrecidos por ambos –«diametralmente opuestos» desde el punto de vista ideológico– son bastantes similares, aunque las soluciones son muy diferentes, pues mientras Soros reclama un papel especial para los Estados Unidos y la OTAN que les permita seguir ejerciendo su «liderazgo mundial» en las nuevas condiciones de la «sociedad abierta», Amin señala que la «guerra empieza a ser necesaria para mantener tal hegemonía», ante lo cual «los pueblos deberían reaccionar construyendo agrupaciones regionales que se enfrenten a la globalización».
El artículo de Miren Etxezarreta se centra en la crítica del modelo neoliberal que sirve de fundamento a la política económica de la llamada Nueva Macroeconomía Clásica, insistiendo en las limitaciones de los modelos neoclásicos y neoliberales en que se basan la OCDE, el FMI o el Banco Mundial para elaborar los famosos planes de ajuste estructural con que se impone la disciplina financiera transnacional. Como ya se había puesto de relieve en la presentación del libro, al referirse al artículo de Etxezarreta, «dichos planes, aunque más abundantes en el caso de los países del llamado Tercer Mundo, consisten básicamente en el mismo tipo de recetas monetaristas y antilaborales que recomiendan también dichas instituciones para todo tipo de países, como bien conocemos, por haberlos padecido en el pasado y seguir haciéndolo en el presente, en el caso de España».
En cuanto al trabajo de Jesús Albarracín, se centra en los efectos que supone la creación de la aldea global –impuesta progresivamente por las fuerzas que trabajan a favor de la mundialización, con las multinacionales a la cabeza– en la fase del capitalismo tardío contemporáneo, que significa la práctica desaparición de la autonomía económica de la mayoría de los países (lo que también es cierto en el caso español). Albarracín analiza la liberalización del comercio internacional, el descontrol de los flujos financieros transnacionales, y termina pasando revista a los factores específicos del caso español, como consecuencia de la política diseñada en Maastricht, oponiendo un proyecto alternativo «basado en una construcción europea solidaria y democrática, y en una apuesta por el bienestar general, todo ello dentro de un nuevo orden económico internacional más justo».
Pablo Bustelo nos ofrece, por último, una lectura de las crisis del sureste asiático (1997-99) como crisis no sólo financieras sino también productivas. Para Bustelo, el comportamiento especulativo del capital internacional se superpuso a una vulnerabilidad endógena ligada a una liberalización comercial y financiera (desregulación y apertura) prematura e indiscriminada que provocó bajas de rentabilidad y endeudamiento externo en los países de Asia. La raíz de estos problemas se encuentra en la sobreinversión y el exceso de capacidad instalada en el sector manufacturero, lo que lo lleva a proponer una gestión alternativa de la globalización, abogando especialmente por controles en materia de regulación financiera, y el abandono definitivo de las políticas de tipos de cambio fijos.
Conclusión Como señala Carlos Berzosa en el epílogo del libro, refiriéndose al Seminario que le dio origen, «cuando se organizan actos, conferencias seminarios, jornadas, de economistas críticos, las disertaciones suelen ser muy bien acogidas, sobre todo por un público joven, que lo desconoce y que se encuentra cómo ante sí se abren nuevas ventanas que ofrecen un panorama muy diferente al que la ciencia convencional tan conformista con la sociedad actual les tiene acostumbrados. Muchos de ellos se dirigen a nosotros en peticiones para que estas corrientes heterodoxas tengan más cabida en los currícula académicos y universitarios.¡Pero que más quisiéramos nosotros!»
Sin embargo, no bastan las «denuncias morales», sino que hace falta «desentrañar las causas que originan los fenómenos», pues «el análisis científico y riguroso no puede ser suplido por condenas morales o por rechazar lo existente en cuanto teoría sin ofrecer nada a cambio». Pues bien, en este libro sucede todo lo contrario, y los autores se esfuerzan por ofrecer una teoría alternativa que vaya más allá de la pura crítica al paradigma dominante.
Aunque los autores comparten todos su posición crítica ante el sistema –no en vano, como escribe Sampedro en el prólogo, todos apoyarían la calificación del liberalismo como «anacrónico y anticuado», debido a que los señores neoliberales padecen la «ceguera del creyente», y debido a que «la sociedad de mercado es una tremenda falsedad»–, lo más notable de este libro es el esfuerzo por construir ese análisis alternativo del que tan necesitada está nuestra disciplina. El grado en que finalmente lo hayan conseguido dependerá también del juicio del lector, pero poca duda nos cabe aquí del éxito de esta empresa. En cuanto a la gama de problemas analizados, no puede ser más relevante para profundizar en las claves de los problemas decisivos con que se enfrenta la economía actual, razón por lo cual la lectura del libro es aconsejable tanto para los que compartan el punto de vista adoptado como para los que a priori no simpatizan con el enfoque elegido.