Por Fabián Harari – Octubre de 2006 pervive en la retina de Kirchner como el peor mes de su gestión. El desarrollo de los acontecimientos confirmará si se trata de un pequeño traspié o el comienzo de la crisis. En el mes que pasó, la administración K tuvo que sufrir la huelga del Hospital Francés, el escándalo de San Vicente y una derrota en Misiones. Estos tres hechos marcan los límites del armado patagónico, pero también el futuro de la lucha de clases en Argentina. Vamos por partes.
El 17 de octubre, el peronismo planeaba demostrar su vigencia y vitalidad en un acto por el cual se inauguraba un mausoleo con fines turísticos. El vergonzoso resultado ya es harto conocido. Lo curioso del asunto es que desató una hemorragia de opiniones de intelectuales que no suelen intervenir tan directamente en la coyuntura, como Beatriz Sarlo o Luis Alberto Romero. Para ellos, lo ocurrido era previsible debido a la “cultura peronista”. La primera, achaca las culpas a la indefinición ideológica de Kirchner. El segundo, advierte que se ha erosionado el estado de derecho ante la violencia piquetera, asambleísta y sindical. En ambos casos, le exigen al Estado una mayor firmeza. Es curioso: su pretensión de erradicar la violencia política tiene como premisa su utilización. No es, entonces, el uso de la fuerza lo que parece preocuparles, sino la defensa del régimen burgués a cómo dé lugar. El pasaje de intelectuales, otrora socialdemócratas, a las filas de la reacción más recalcitrante es síntoma de un movimiento de la burguesía hacia salidas más terminantes.
La primera pregunta que uno debería hacerse es acerca de la real importancia de lo ocurrido en San Vicente. En realidad, la dirigencia sindical, defensora de los intereses patronales, ha utilizado métodos patoteriles desde tiempos inmemoriales y la Argentina no es la excepción. Históricamente, las direcciones pro burguesas utilizaron la violencia contra organizaciones combativas. En ese entonces, el gangsterismo tenía un contenido político real.
Un caso similar fue el de Ezeiza, en 1973: una fracción reformista apoyada en la clase obrera fue reprimida por la fracción reaccionaria de su mismo partido. Lo que vimos en el fallido entierro es un enfrentamiento entre camarillas que comparten el mismo programa. Se trata, por lo tanto, de la descomposición del movimiento peronista y de la pérdida de sentido sustantivo de la política burguesa. No obstante, se impone una objeción: ese proceso no es nuevo, sino que lleva más de 10 años procesándose. Un hecho similar ocurrió hace diez años y hasta los protagonistas (UOCRA-Camioneros) fueron los mismos.
¿Cuál es, entonces, la trascendencia de ésta pelea entre “burócratas”? Es una pregunta que no nos han logrado responder. Para develar el problema, hay que comenzar por el mismo hecho: el presidente no pudo organizar el acto más caro a su propio partido. Así de simple y de grave. Siempre hay provocadores, siempre hay conflictos, pero se logran poner en caja. En este caso, un delegado seccional pudo más que toda la seguridad y toda la previsión.
Más de un crítico (entre ellos, la ya mencionada Beatriz Sarlo) le endilga a Kircher no haber transformado el acto en una ceremonia oficial. Semejante reproche supone que cada uno en política hace lo que quiere y no lo que puede. El mausoleo fue financiado por Francisco De Narváez, un reconocido dirigente del duhaldismo. El acto fue planificado el año pasado por los intendentes que respondían a la candidatura de Chiche. De hecho, pensaban cerrar la campaña con el traslado, antes que el gobierno se apurara a tramitar la oposición de Isabelita. Moyano, decidido kirchnerista recién desde el 2005, heredó la dirección del acto y no pensaba delegarla en un homenaje formal que, en los hechos, entregaba la organización a Felipe Solá. Por su parte, el kirchnerismo no cuenta con un conglomerado de organizaciones capaces de montar semejante acto. Los Jóvenes K, Barrios de Pie, la FTV y los MTDs oficialistas conforman un bloque más compacto, es cierto. Pero es sumamente exiguo en cuanto a su envergadura. Por lo tanto, el gobierno apuesta a pactos con sindicalistas e intendentes, cada uno por separado.
Aún consiente de ésta debilidad Kirchner subió la apuesta: dirigir el acto más sentido del peronismo, con la movilización de sindicatos que hace años que no protagonizan acciones de peso. Efectivamente, la jugada salió mal, muy mal.
San Vicente es la expresión de la muerte del último partido de masas burgués de la Argentina. La crisis de 1989 corroyó a la UCR, que a mediados de los ’90 se derrumbó. Sin embargo, el peronismo se mantuvo en pie, aunque su programa estuviera caduco. El proceso abierto en diciembre de 2001 se llevó por delante al PJ, que estalló en un movimiento centrípeto. La tarea de este gobierno, desde que asumió, es intentar reconstruir una estructura política que permita a la burguesía recomponer las formas de competencia entre las fracciones de la clase dominante y los diques de contención de las impugnaciones al sistema. Para ello, utiliza retazos y esquirlas del estallido: radicales K, ex menemistas, ex cavallistas, ex duhaldistas y ex piqueteros. Sin embargo, aún no logró su cometido. Por lo tanto, cada vez que intenta operar como si lo hubiera hecho, cualquier soplido le destruye su castillo de naipes.
Misiones y la huelga del Hospital Francés son, a diferencia del 17 de octubre, una imagen del posible futuro. En la provincia guaraní, el gobierno tuvo su primer revés electoral de peso. Él mismo se había encargado de nacionalizar la elección. Es que un revés en Misiones implicaba la puesta en duda de estrategias reeleccionistas de varios gobernadores, entre ellos Felipe Solá, el único que asegura un triunfo holgado. Recuérdese que las elecciones a Gobernador de la provincia de Buenos Aires van a celebrarse en forma simultánea con las presidenciales. ¿Quién derrotó al gobierno? La Iglesia. Ningún partido opositor hubiera logrado, por sí sólo, el 20%. Desoyendo al Papa, Bergoglio logró lo que no pudo Duhalde, Macri ni Carrió: poner al gobierno contra las cuerdas y aglutinar a la reacción. En su desesperación, la CTA y la centroizquierda fueron detrás de Blumberg y Piña. Lo cierto es que se abre allí un vacío de poder. El gobernador ha perdido su capacidad de gobierno, pero no hay ningún dirigente que pueda reemplazarlo. El gobierno K deberá pactar con el episcopado o redoblar la apuesta. Así, la burguesía alienta al partido que mejor parece haber sobrevivido a las sucesivas crisis: el clero.
En el Hospital Francés el gobierno también tuvo un fuerte revés, pero de signo inverso: fueron organizaciones obreras, con una fuerte participación de la izquierda, las que derrotaron a la coacción estatal. En Las Heras, la intervención kirchnerista había logrado derrotar el movimiento. En capital, donde el uso de la tortura es más problemático, la comisión interna logró sus objetivos y los militantes K tuvieron que retirarse. En los últimos tres años, la gran mayoría de los conflictos sindicales estuvieron motorizados por la izquierda. Lo mismo puede decirse del caso López, en donde las organizaciones oficialistas abandonaron el reclamo. Es que, así como la burguesía prepara, molecular y pacientemente, un recambio, la clase obrera está gestando su propia salida, sus propios dirigentes. A su vez, no deja de afinar su programa. Tiempo no falta, pero tampoco sobra.