El 23 de agosto de 1993 murió Edward Palmer Thompson, uno de los mejores historiadores de los últimos treinta años. El atractivo de su obra es evidente: una vez que se toma contacto con su pasión al visualizar el pasado, ya no se puede escribir como si los seres humanos fueran números de una serie estadística o entidades ciegas y sordas que, alucinadamente, marchan al compás de los dictados del poder.
Thompson no fue un intelectual que se dedicó a observar el mundo desde los altos estrados de la Academia. Su obra tiene un profundo sentido político y militante. Tanto desde la teoría marxista, de la que fue uno de los pensadores más originales de la posguerra, cuanto desde la militancia política, donde fue uno de los dirigentes más importantes de la nueva izquierda europea. Sus aciertos y errores, avances y retrocesos correspondieron a un intelectual vivo que recibe el impacto de la realidad, no a un displicente profesor más preocupado por su propia carrera académica que por las consecuencias reales de su producción.
En nuestro medio, sin embargo, nos queda de él una imagen borrosa y distorsionada. Se conocen muy poco sus obras, se leen fragmentariamente aunque se citan en forma casi religiosa. Thompson ha sido caracterizado como desteorizador, culturalista, romántico e, incluso, populista. Lo sorprendente es que esta falaz estampa fue forjada tanto a partir de las aproximaciones de los reivindicadores como de los críticos.
El acercamiento más general que tenemos a su personalidad intelectual es la evaluación crítica que de su obra realizó Perry Anderson. Y no es una mala aproximación. Es un análisis serio y erudito por uno de los más relevantes intelectuales marxistas contemporáneos, editor de la New Left Review (una de las principales tribunas del pensamiento de izquierda desde comienzos de la década del 60).
Pero es necesario hacer una serie de aclaraciones. A lo largo de estos últimos treinta años Thompson y Anderson tuvieron frecuentes disensos. Polemizaron largamente sobre las características de la formación social inglesa. Más aun, existió una diferencia muy fuerte entre la forma de encarar el marxismo en uno y otro. Thompson responde a una concepción marxista fuertemente definida, que se entronca con la construcción historiográfica de toda la escuela inglesa, desde Dobb hasta Hobsbawm, y con el pensamiento de Raymond Williams, donde la historia, la totalidad y el sujeto son conceptos fundamentales. Anderson fue un permanente defensor y difusor de las corrientes marxistas europeo-occidentales. Su intención en la New Left Review fue difundir dentro del espacio anglosajón el pensamiento y los desarrollos del llamado «marxismo occidental» (esencialmente una producción francesa, italiana y alemana). En estas concepciones -muchos más abiertas a la influencia del estructuralismo, el weberianismo, el psicoanálisis y otras corrientes- existe, con importantes diferencias, un enfoque que prioriza la filosofía, la teoría social en general e incluso la estética.
Entonces, a pesar de la mutua simpatía que existió entre ellos (más desde Anderson hacia Thompson que a la inversa) estuvieron casi permanentemente en riberas opuestas. Y esto implica que la visión de Anderson es, inevitablemente, la del detractor.
Por otro lado, el texto andersoniano se lee fuera de contexto. Está inscripto en n debate más amplio. Thompson no polemizó directamente con Anderson. Construyó una demoledora crítica de todo el edificio teórico de Althusser y sus secuaces en Miseria de la teoría, texto sospechosamente poco conocido. No bebimos directamente a Thompson en la polémica, lo recibimos por sus comentaristas.
Una versión abreviada de esta polémica fue la que publicó José Sazbón en Punto de Vista. Básicamente es una reiteración de la posición andersoniana pero existe un particular escamoteo en esta interpretación: no se registra la crítica política que Thompson descargó contra el estructuralismo marxista. El historiador inglés no se ocupó exclusivamente de plantear una posición teórica diferenciada de la de Althusser y sus seguidores: los acusó de elitistas y academicistas. Para él, lo que los althusserianos hacían era protagonizar un particular «psicodrama» que les permitía reivindicar el marxismo y la revolución al tiempo que se dedicaban a una tranquila carrera dentro del ámbito académico. Y esto no es una crítica menor dentro de su producción. Para él no existe desconexión entre teoría y política.[1]
No es extraño que dentro del espacio universitario muchas veces Thompson haya sido reivindicado como historiador pero sus posiciones teóricas y políticas hayan sido tratadas con displicencia ya que sus críticas alcanzan a muchos.[2]
Claro que a veces es más fácil librarse de los críticos que de los seguidores. Entre las acusaciones que Thompson ha recibido algunas han tomado cierta fama. Se lo ha tildado de empirista, culturalista o folklorista, de desteorizador e incluso de antimarxista. Thompson reaccionó violentamente contra estas acusaciones, pero no así muchos de los supuestos «thompsonianos» que recogieron y exaltaron alborozadamente estos calificativos.
Entre quienes reivindican a Thompson encontramos dos líneas: 1) Los que utilizan su nombre para legitimar la propia práctica historiográfica, sea por un interés real a partir de su compromiso político, sea por la simple intención de justificar un trabajo académico. 2) Quienes intentar aplicar algunas de sus categorías, descontextualizándolas.
Como ejemplo de la primera actitud, en su primera variante, encontramos el libro de Pablo Pozzi, Oposición Obrera a la Dictadura, donde, a pesar de partir de la definición de clase de Thompson, no se le asigna función alguna en el desarrollo del texto. La segunda variante puede verse en el conjunto de artículos reunidos en Mundo Urbano y Cultura Popular, compilados por Diego Armus.[3]
En cuanto a la segunda actitud se puede mencionar el reciente libro de Hilda Sábato y Luis Alberto Romero[4], que reducen la noción de experiencia a las conductas de los trabajadores frente a un contexto dado. En Thompson la noción de experiencia no se utiliza para cualquier tipo de actividad o percepción de los trabajadores, sólo para aquello que sirve de puente para el pasaje de la mera existencia de la lucha de clases -como situación objetiva- a la constitución de la clase como sujeto histórico.
Esta confusión generalizada sobre Thompson ha permitido la elaboración de conceptos notablemente alejados de la teorización thompsoniana. Por ejemplo, Luis Alberto Romero ha intentado utilizar a Thompson para introducir la categoría de «sectores populares urbanos», más cercana a la sociología funcionalista que al marxismo inglés en general y a Thompson en particular. Desde un punto de vista conceptual, Thompson visualiza a la clase obrera como un fenómeno unitario, por eso expresamente desecha la expresión «clases trabajadoras». Pero, además, uno de los objetivos de La Formación de la Clase Obrera en Inglaterra fue atacar precisamente a las corrientes funcionalistas que se habían puesto en boga en aquellos tiempos.[5]
No es nuestra intención, ni está dentro de nuestras posibilidades, hacer un análisis general y acabado de la producción de E. P. Thompson. No obstante, queremos subrayar una serie de aspectos de su producción que consideramos aportes sustanciales a la teoría marxista.
En primer lugar, queremos ocuparnos de esta categoría tan importante y tan falsificada como es el concepto de «experiencia» que cumple una función muy importante dentro del marxismo. Como ya hemos dicho, permite explicar el pasaje de la situación de lucha de clases hacia la formación de la clase como sujeto histórico concreto. Cómo, desde la explotación, que constituye una circunstancia objetiva, se puede pasar a la situación subjetiva del reconocimiento de comunidad de intereses y futuro común. Contrariamente a lo que entiende alguna gente en nuestro país, para Thompson el problema central fue el tema de la conciencia y no las condiciones de vida o la cultura en sí mismas de la clase obrera.
Es cierto que así introduce un problema que, tratando de escapar del economicismo, no llegó a resolver correctamente: el de la jerarquía de las experiencias dentro de la experiencia. En La Formación de la clase obrera en Inglaterra, plantea tres componentes básicos que explican cómo se conformó la clase obrera inglesa. Por un lado, la explotación de la época de la Revolución Industrial; la represión política a que fueron sometidos los trabajadores por efecto de la Revolución Francesa y, por último pero en un mismo plano, la persistencia de tradiciones comunitarias y artesanales que dieron origen a las primeras organizaciones de los trabajadores.
El demuestra de qué forma la combinación de estos tres elementos constituyentes de la «experiencia» de los trabajadores «formaron» a la clase trabajadora inglesa. Pero esto es válido para Inglaterra a fines del siglo XVIII. En otros lugares y momentos también se formaron otras clases obreras que no vivieron la represión «antijacobina» y que no tenían las tradiciones artesanales y comunitarias de Lancashire, pero sí sufrieron la explotación industrial. De esto se puede concluir que hay un constituyente de la experiencia que tiene una generalidad mayor que todos los demás. Y aceptar esto no significa caer en el economicismo, porque la necesidad determinar el surgimiento de la clase obrera como proceso histórico sigue en pie y encontrar qué componentes junto con la explotación dieron, o no, origen a la clase en una circunstancia histórica concreta sigue siendo un problema a resolver.
Llegado cierto punto, Thompson quedó entrampado en su propia concepción. Llegó a plantear que «… es imposible dar alguna prioridad teórica a un aspecto sobre el otro»[6]. De esta forma abrió la posibilidad de que muchos transitaran por senderos que quizás el mismo se habría negado a caminar. Hubo quienes llegaron a quitar toda trascendencia al fenómeno de la producción e incluso a la propia categoría clase obrera.
Esto no quita a la categoría «experiencia» una importancia central. Y en este marco resulta interesante contrastar esta categoría con la de «práctica» del althusserismo. Mientras la primera permite explicar por qué los oprimidos a fin de cuentas luchan contra sus opresores, la segunda no permite pensar ni la oposición y la resistencia ni la posibilidad del cambio social como producto de la actividad humana conciente.
Para Althusser las «prácticas» son rituales regulados por los «aparatos ideológicos del estado» que constituyen al sujeto como ideológico. De esta forma el individuo queda atrapado por la ideología dominante de la cual no puede escapar. Si el sujeto es soporte de la ideología y la ideología constituye eternamente a los sujetos, el resultado es un callejón sin salida.[7] Nada de esto puede dar cuenta de la lucha de clases, ni de la historia ni tampoco, a pesar de que así se lo declame, transformar la realidad.
En este sentido hay que reivindicar a Thompson en su planteo sobre los trabajadores. No se puede afirmar seriamente que vamos a construir el socialismo, o una nueva sociedad, si denunciamos al mismo tiempo la incapacidad (y a la postre, la inexistencia) de que quienes deben llevar a cabo esta tarea.
Y esto adquiere singular importancia hoy en día. Vemos como el socialismo y la clase obrera son objeto de un persistente ataque, que llega a negar la posibilidad de la construcción de una sociedad superadora del capitalismo. El intento thompsoniano de rescatar experiencias de autoactividad de los trabajadores se vuelve un instrumento de combate esencial. No se trata de un rescate idealizado o una apología retrospectiva sino de una revisión cuestionadora. Es por eso que la figura de Thompson, su visión antiautoritaria y profundamente respetuosa a la vez que inflexiblemente crítica de la propia experiencia de los trabajadores, debe estar ineludiblemente presente.
Notas
[1]Una prueba de ello es su polémica contra Stuart Hall y Richard Johnson que aparece en la edición de R.Samuel Historia Popular y Teoría Socialista. Es interesante observar allí cómo para Thompson son indistintas las consideraciones teóricas y políticas, lo que brinda una perfecta medida de su forma de pensar. Este debate junto con un comentario de Raphael Samuel se encuentra en la sección denominada «El culturalismo -Debates en torno a Miseria de la Teoría». Raphael Samuel ed. Historia Popular y Teoría Socialista (en castellano Editorial Crítica, 1984) págs. 271 a 317.
[2]Un ejemplo de esta actitud puede encontrarse en el obituario que le dedica Jean-Jacques Lecercle, «In Memoriam Edward P. Thompson» Actuel Marx , Nro. 15 págs. 165 a 170. Allí se pueden encontrar frases como esta «… Era un polemista talentoso, violento, testarudo y muy frecuentemente injusto. Y sus molinos de viento se encuentran sobre el continente. El título de su obra polémica, Miseria de la Teoría, anuncia la coloración. Allí ataca con vigor la inclinación teoricista de la New Left Review que ha cumplido, sin embargo, desde el fin de los años sesenta un trabajo capital de traducción y de presentación de los marxistas continentales al público inglés desde Gramsci a Adorno, de Lukács a Althusser. Y la mitad de su libro está consagrada a una ejecución, la palabra no es demasiado fuerte, de la versión «estructuralista» del marxismo defendida por Althusser a quien acusa de ser el equivalente filosófico de Stalin. Excesivos, sus ataques terminan por devenir insignificantes…»
[3]Pozzi, Pablo: Oposición obrera a la dictadura, Contrapunto, 1988 y Armus, Diego (Comp.): Mundo urbano y cultura popular, Sudamericana, 1990
[4]Sábato, Hilda y Luis Alberto Romero: Los trabajadores de Buenos Aires. La experiencia del mercado: 1850-1880, Sudamericana, 1992. Hay que aclarar que en ningún momento los autores se declaran «thompsonianos» ni definen la categoría «experiencia». Por esta razón es necesario destacar lo que Thompson entiende por «experiencia», concepto clave en su trabajo, y cuya mera presencia en el título del libro mencionado puede llevar a confusión.
[5]Un efecto de esta confusión sobre el tema ha llevado a rechazar al tío por el sobrino. Así Mariana Parma en su artículo en En clave Roja (año 4, nro. 7, págs. 4 a 8), desde una lectura influenciada, subterráneamente y por la negativa, por L. A. Romero, acusa a Thompson de ser uno de los negadores de la existencia de la clase obrera, lo que está en las antípodas de su pensamiento.
[6]E. P. Thompson: Folklore, Antropology and Social History, Brighton, 1979, p. 18 y 21, citado por McNally en el artículo publicado en este mismo dossier.
[7]Ver Althusser, Luis: Ideología y Aparatos Ideológicos del Estado, Ediciones Nueva Visión, Buenos Aires, 1984.