Este texto, igual que el siguiente, son parte de la tarea realizada en el Grupo de Investigación de la Historia de la Clase Obrera Argentina (GIHCOA), formado por miebros de Razón y Revolución. Este grupo realiza su tarea en el marco del UBACyT “Taylorismo, Fordismo y Post-fordismo en la Argentina Actual”, dirigido por Eduardo Sartelli y ya ha publicado varios textos en esta y otras revistas.
Por Marina Kabat (Historiadora, egresada de la Universidad de Buenos Aires)
Introducción
A finales de la década del veinte e inicios de la del treinta, socialistas y anarquistas sostuvieron una suerte de debate respecto al significado de la racionalización capitalista. Esta disputa tuvo como vehículo principal la prensa de ambas agrupaciones. Tanto La Vanguardia, (en adelante LV), como La Protesta, (en adelante LP), trataron sistemáticamente este tema. El debate posee relevancia histórica no sólo por la importancia que en su momento los mismos contendientes le dieron, sino también por los aspectos que fueron desarrollados: la alienación del trabajo capitalista, la relación entre trabajo manual e intelectual, el desempleo, la tecnología, los saberes del obrero y la alienación del trabajo, fueron entonces, al igual que hoy, los ejes de la discusión.
Desde 1927 está planteado el debate que ha de intensificarse posteriormente, en torno a 1930, cuando el desempleo actualice la polémica sobre las consecuencias del aumento de la productividad. Esta evolución coincide con lo que sucede en otro tipo de publicaciones como los Anales de la Unión Industrial Argentina, el Boletín del Museo Social Argentino y la Revista de Economía Argentina, analizadas en un trabajo anterior.[1]
Consideramos que el estudio de este debate ha de contribuir, en primer lugar, al conocimiento de la ideología de los movimientos socialista y anarquista en la Argentina. En el caso de éste último, esto es particularmente importante debido a la escasez de estudios que aborden dicha problemática. En segundo lugar, el marcado interés por la racionalización del trabajo, nos está indicando algo sobre las transformaciones productivas en la Argentina de esa época, sobre todo si consideramos que esta preocupación no era exclusiva de los editores y dirigentes sino que, de algún modo, era compartida por los trabajadores, como lo demuestra tanto su mención en resoluciones de asambleas como en crónicas de huelgas y cartas de lectores.
Como veremos más adelante, los socialistas tenían posiciones ambiguas y contradictorias. Consideraban que los nuevos métodos de producción ofrecían grandes ventajas para los trabajadores, y por lo tanto, albergaban una serie de ilusiones respecto a las posibilidades que su difusión abriría a los obreros. Al respecto proponemos como hipótesis que la aceptación de los nuevos métodos por parte de los socialistas se relaciona con su completa integración al sistema político en el período estudiado. Por esto, la necesidad de conciliar mejoras sociales con el desarrollo del capitalismo y la creencia en ilusiones vanas, como la confianza en el progreso del trabajo intelectual aún en el contexto del avance de los métodos tayloristas de producción.
Los anarquistas, por el contrario, criticaban los nuevos métodos de producción. A nuestro juicio sería erróneo suponer que esta crítica responde a la defensa de un sector artesanal amenazado por la mecanización. Más bien, creemos ver en ella la manifestación de un proletariado sometido a múltiples presiones por la intensificación del trabajo.
Los referentes del debate
En alguna medida, se podría afirmar que en las páginas de LP y LV encontramos, reproducida y recreada, una discusión que se desarrolla en el plano internacional. Por esta razón podemos hallar referencias a situaciones o procesos que no necesariamente corresponden a la estructura económica argentina. De este modo observamos que no todos los ejemplos sobre la difusión del taylorismo o el fordismo son tomados de la Argentina, sino de otros países, aunque sí hay repetidas referencias a la racionalización del trabajo en el ámbito local. Al mismo tiempo, debemos contemplar que el director de LP, Diego Abad de Santillán, se considera un pionero dentro del movimiento anarquista internacional por su temprano planteamiento de este tema[2]. Estos hechos constituyen indicios de transformaciones en la economía local, cuyo estudio excede los límites del presente artículo, pero que han de ser abordados en el desarrollo futuro de la investigación.En el contexto de la discusión internacional los dos diarios eligen distintos referentes. LV cita permanentemente a la OIT, mientras LP recurre en forma más frecuente a declaraciones de centrales obreras. Cuando apela a organizaciones oficiales lo hace con un sentido crítico, empleando los datos citados para sustentar conclusiones políticas opuestas.
En el marco de este debate, las dos publicaciones apelan al discurso médico para justificar sus opiniones. Así, en ambas encontramos análisis de la fisiología del trabajo. Dentro del socialismo esta referencia era habitual: en su seno había cobrado importancia para entonces el higienismo social. Los principales mentores de la concepción higienista, surgida a principios de siglo, fueron médicos de tendencia socialista quienes, tras establecer la relación entre salud y condiciones laborales se ocuparon de temas tales como el salario, la jornada laboral, el descanso semanal y las condiciones de higiene en el ambiente de trabajo. En particular se apela a la fisiología del trabajo para defender la jornada de ocho horas y otras mejoras en el ambiente laboral. En cambio, en los artículos de LP,[3] se recurre a ésta para demostrar que la reducción de la jornada a ocho horas es insuficiente por el aumento de la intensidad del trabajo y del agotamiento del obrero. En este caso, LP y LV están tomando las mismas fuentes. Pero LV emplea esta información para demostrar a los capitalistas y al Estado la posibilidad de establecer la jornada de ocho horas sin riesgos para los empresarios, mientras que LP utiliza los mismos datos para probar a los obreros la insuficiencia del programa reformista.
Debe añadirse que ambas corrientes coinciden en el interés por los adelantos técnicos. Si bien la preocupación de los socialistas por los avances científicos y técnicos es más conocida,[4] ésta era compartida también por los anarquistas. Pero estos últimos, diferenciaban las innovaciones técnicas, que contaban con su apoyo, de su utilización capitalista, la cual cuestionaban. Más adelante volveremos sobre este último punto.
La posición socialista, o el encanto de los Tiempos Modernos
Como ya anticipamos, los socialistas encuentran en la racionalización y en los nuevos métodos empleados por Ford la vía para obtener, dentro del capitalismo, las reformas que permitirían mejorar las condiciones laborales del obrero. Esto generaría el marco para un nuevo tipo de relaciones de clase, basadas en el beneficio mutuo, a partir de las constantes mejoras laborales sustentadas en los adelantos del progreso técnico. En un artículo titulado “El progreso técnico y la lucha de clases”, LV reproduce parte de las conclusiones de un congreso de maquinistas y foguistas de La Fraternidad, donde se había discutido el progreso técnico. Tras analizar las consecuencias que éste tenía sobre su sector, La Fraternidad resuelve aceptarlo y pide que, a su vez sean reajustadas las condiciones laborales. Según LV, “Este gremio muestra el camino de ‘la moderna lucha de clases’. Entendido así el problema, la lucha de clases deja de ser negativa y destructiva para pasar a ser positiva y constructiva…”.[5]
De acuerdo con los socialistas, el conjunto de mejoras que serían posibles sobre la base de las transformaciones técnicas y organizativas es muy amplio: reducción de la jornada de trabajo, aumento de sueldos, mejoras generales de las condiciones laborales e, incluso, una elevación de las calificaciones del obrero, asimilando, de este modo, el avance de la técnica al de los conocimientos de los que la operan. Por el contrario, tal como el fordismo lo ejemplifica, en el sistema capitalista ambas tendencias tienen sentidos opuestos. Es hasta cierto punto comprensible que, en una mirada contemporánea y superficial, el deslumbramiento por la técnica llegase a opacar la descalificación del trabajo, aunque esto no sería posible, de todos modos, sin un mínimo de voluntad apologética. Es preocupante que, en la actualidad, un ensimismamiento semejante por la automatización y la robótica impida a enfoques pretendidamente científicos observar la continuación de esta tendencia capitalista hacia la descalificación del trabajo.
Se ha de tener presente la fuerza de esta concepción que vincula el progreso técnico con las mejoras sociales, para entender por qué los artículos de LV elogian a las empresas que adoptan los nuevos métodos de producción, mientras critican a aquellas que no lo han hecho, considerando a este retraso culpable del desempleo y los bajos salarios. De este modo, LV[6] dedica una página completa a describir los avances técnicos de una hilandería sin preguntarse sobre las consecuencias que esta modernización tendría para los obreros que trabajaban en ella. En el sentido opuesto, critica a los empresarios que se resisten a incorporar los nuevos métodos. De esta manera se reprocha a los fabricantes de calzado por la caída de los salarios del sector debida, a juicio de LV, a la falta de idoneidad de algunos fabricantes al no defender sus negocios por medio de una organización técnica mas eficiente[7] (siendo éste, sin embargo, un sector altamente tecnificado).
No resulta extraño, entonces, que Henry Ford sea tomado como modelo. Su método de gestión del trabajo es considerado un avance para los obreros por la reducción de la jornada laboral, junto con los sueldos relativamente elevados que paga. Sobre estas bases, la generalización de los métodos fordistas se convierte en una causa que los socialistas defenderán, absteniéndose de cuestionar la política antigremial de Ford, o los efectos negativos de la parcelación, repetición e intensificación del trabajo. En cambio, dedican espacio a reproducir declaraciones del empresario argumentando a favor de la ley seca, donde el industrial fundamenta su posición, de claras connotaciones paternalistas, en virtud de los efectos negativos que el consumo de alcohol tendría sobre el rendimiento del trabajo de los obreros.[8] Por su parte, los emprendimientos de Ford, como su proyecto de instalar una fábrica en Rusia,[9] son difundidos por LV, junto con la fotografía del empresario que, retratado de perfil, aparece ilustrando cada una de estas notas.
A pesar de la fuerte unidad y consonancia de la postura socialista, ésta no carece de elementos discordantes. En “El tedio en el taller”, encontramos uno de ellos. En este artículo, basado en el análisis de la fisiología del trabajo, se afirma que el tedio, al que se le otorga tanta importancia como al cansancio físico, es causado por la repetición de tareas rutinarias y la falta de comprensión de la totalidad del proceso de trabajo, a la vez que se lo vincula con determinadas condiciones laborales como, por ejemplo, el silencio. Por eso se propone diversificar las tareas realizadas por los obreros, confiarles actividades que comiencen y finalicen ellos mismos, no aislarlos y permitirles conversar entre ellos “…a condición de no abusar…”.[10] A pesar de la clara contraposición entre estas propuestas y los métodos utilizados por Ford no aparece ninguna reflexión que los enlace; de este modo la nota queda aislada y se pierde en medio de la gran cantidad de artículos ajenos al más mínimo cuestionamiento hacia el fordismo. En cambio, existe una segunda contradicción que sí fue contemplada por los socialistas: se trata del desempleo. Ellos veían en la racionalización, entre otras virtudes, la respuesta a este problema. Lo que, en palabras de los anarquistas, equivalía a “…aplicar un remedio llamado forzosamente a empeorar la enfermedad…”.[11] ¿Cómo se puede presentar a la racionalización como una solución a este problema, si es evidente para todos que contribuye a agravarlo? En un intento poco exitoso de resolver esta disyuntiva, LV adopta los argumentos de Lloyd George. Siguiendo al estadista británico, diferencia los efectos a corto y largo plazo de la racionalización y admite que en el primer caso podría generar desocupación (por lo que se aconsejan medidas transitorias para contrapesar sus consecuencias inmediatas) al tiempo que continúa afirmando que la racionalización es necesaria para prevenir la desocupación futura.[12]
Los anarquistas : ¿la oposición obrera a la intensificación del trabajo?
Al tener que discutir con la concepción dominante, adoptada por los socialistas, los anarquistas se vieron obligados a realizar un análisis mucho más detenido y complejo del problema. Para confrontar esta visión, ampliamente difundida, que contaba con el apoyo de la prensa y con la opinión favorable de los sociólogos, los anarquistas debieron profundizar en los aspectos teóricos e históricos, así como en las consecuencias materiales de la racionalización, para demostrar las contradicciones de la interpretación propuesta por el socialismo.
Para entender el conjunto de los argumentos anarquistas se debe, en primer lugar, analizar en detalle su posición frente a los avances técnicos y los cambios en la organización del trabajo durante el período. Como ya se ha adelantado, consideramos que los anarquistas no observan este proceso con una mirada romántica. Por el contrario, explícitamente sostienen que la técnica sólo tiene consecuencias negativas al ser empleada dentro de un contexto capitalista. La solución planteada frente a esto no es el retorno a una época idílica de trabajo artesanal independiente, sino la revolución que pondría los avances técnicos conseguidos al servicio de todos. Como medida más inmediata encaminada, de alguna manera, hacia ese objetivo último, se propugna la reducción de la jornada laboral a seis horas. Esto último se analizará en mayor detalle en un apartado posterior. Muchos artículos se dedican a demostrar el error que representaría oponerse a las transformaciones por sí mismas, y el desacierto de seguir determinados cursos de acción:
“Tenemos de este modo que el ahorro de brazos no sólo es el producto de la implantación de máquinas más perfeccionadas, sino también de la división del trabajo. La racionalización no está sólo en las máquinas, está en el sistema de trabajo, en la distribución de los obreros, en el acondicionamiento de las fábricas, en la supresión de los movimientos innecesarios como hace el taylorismo. ¿Y qué hacer frente a todo eso? Rebelarse contra los modernos métodos de trabajo equivaldría a imitar los actos desesperados y estériles de los ludditas ingleses, destructores de máquinas. La rebelión contra la racionalización capitalista debe consistir en la rebelión contra el sistema entero del capitalismo que hace del obrero una ‘herramienta animada’, un rodaje insignificante en el proceso productivo. La actitud que cuadra ante la racionalización no es la de los ludditas sino la de los revolucionarios que pugnan por una transformación que tome en beneficio de la humanidad y no en provecho de unas minorías privilegiadas y parasitarias las grandes ventajas de los progresos técnicos y de los métodos de trabajo, progresos que son fruto de un vasto esfuerzo colectivo. Y de inmediato, la única manera de obtener para los trabajadores algún beneficio de los adelantos mecánicos y de la racionalización del trabajo, está en la reducción de la jornada, en trabajar lo menos posible dentro del rodaje capitalista.”[13]
Entre los artículos que defienden esta posición ante los avances técnicos y organizacionales,[14] encontramos uno en que se califica de demagógica la actitud de quienes piden el cobro de impuestos elevados a la importación de maquinaria para disminuir su empleo.[15] Se destaca, también una nota donde se acusa de oportunismo a los comunistas que criticaban la racionalización, mientras ésta es implementada en Rusia:
“Hacer de la oposición a la racionalización una cuestión de principio sería un error. Si no me equivoco la hacen los rusos, pero por oportunismo. Lo hacen donde no son ellos los amos, fuera de Rusia. En Rusia, al contrario, llevan la racionalización más allá de todo límite; y si no hacen lo que quisieran es porque no se lo consienten la escasez de maquinaria y las formas primitivas de producción en la mayor parte del país. No es la racionalización en sí un mal -siempre que esté entendida en el sentido humano de la palabra, es decir como armonía en el uso de todas las facultades humanas y de todos los progresos mecánicos,- al contrario es lo que más armoniza con una concepción libertaria del trabajo. La que Kropotkin preveía en su libro Campos, fábricas y talleres es ya una especie de racionalización del trabajo.”[16]
En las cartas y crónicas de los obreros tampoco encontramos una actitud romántica ni reactiva frente a las innovaciones técnicas. Contamos, por ejemplo con el relato de una huelga iniciada en la Casa Trímboli, una fábrica de zapatos. La medida se había emprendido con el fin de comprometer al empresario a contratar únicamente a obreros sindicados. Al cabo de unos días de enfrentamiento, el sindicato informa a LP[17] que transcurridas las primeras jornadas de la huelga, la empresa había decidido instalar maquinarias. Tras narrar los hechos, los obreros anarquistas manifiestan su satisfacción por la noticia, sentimiento originado en su apoyo a los avances científicos; a la vez que agregan que el señor Trímboli debía, entonces, solicitar a la organización el personal idóneo para operar esas máquinas.
Como parte de su análisis, los anarquistas realizan un examen desde una perspectiva histórica del fordismo; para ello estudian en detalle sus precedentes, sus distintos desarrollos y tendencias. De un modo correcto, los anarquistas no piensan el fordismo como un fenómeno absolutamente nuevo, sino que lo interpretan como una continuación del taylorismo, llevado a la práctica a gran escala.[18] Este es también el enfoque del artículo “El perfeccionamiento de la opresión burguesa”, donde se explican las diferencias y continuidades entre los distintos métodos de trabajo.[19] Otro análisis de esta evolución lo encontramos en una nota dedicada a precisar el significado de términos como normalización, racionalización y organización científica del trabajo.[20]
LP evita caracterizar los elementos del fordismo de un modo absoluto, al no considerar que éstos posean una dirección unívoca; por esto realizan un análisis de las tendencias que operan en sentidos contrarios. Por ejemplo, explican cómo Ford, al estar a cargo de una línea de ferrocarriles, no llevó a cabo una fragmentación de las tareas, sino que introdujo lo que hoy conocemos como polifuncionalidad: “El capitalista no tiene otro norte en sus aplicaciones de procedimientos que obtener el máximo de beneficio con un mínimo de esfuerzo, que es en síntesis la significación de la racionalización”. Según LP, en función de este objetivo, a veces tendría lugar un aumento de la división del trabajo y en otras ocasiones ésta se reduciría como en el caso del ferrocarril Detroit-Toledo, cuyo personal, bajo la administración de Ford, habría disminuido de 2500 a 1700 empleados gracias a la implantación de un sistema en el cual “… Si un hombre especializado tiene en sus manos un trabajo de su especialidad, lo hace; si no, hace el trabajo de un peón, o cualquiera que sea capaz de ejecutar.”.[21]
Otro elemento del fordismo relativizado por LP es el elevado nivel salarial. En el artículo “Historia de la semana de cinco días en Estados Unidos”[22] se sostiene que éste se debe a la organización sindical y a la lucha obrera llevada a cabo en los Estados Unidos, sobre todo por los trabajadores de oficio. Al mismo tiempo que se compara esta situación con la existente en su fábrica de Lorck, Irlanda, donde Ford pagaba dos dólares y medio a los obreros, en vez de seis como en su país.
Democratización económica vs. aumento de la tiranía del capital
Ya hemos analizado cómo LV plantea que la lucha de clases sigue un nuevo curso determinado por la colaboración mutua, sustentada en los avances técnicos y en la racionalización de la producción. En este contexto sostienen la posibilidad de una democratización de la economía, que hallamos planteada en artículos como “El control obrero en la industria.”.[23]
Por el contrario, una serie de artículos de LP,[24] cuestiona la posibilidad de una democratización económica dentro del capitalismo. Estos artículos analizan el origen y la evolución de esta idea, la conformación y el fracaso de los consejos alemanes, los cuales no tuvieron incidencia alguna en la producción, debiendo renunciar, incluso, a participar en las decisiones relativas a la colocación y el despido de los trabajadores. Por otro lado advierten cómo la concentración económica y los nuevos métodos de producción determinan una tendencia contraria, hacia el aumento del autoritarismo del capital. La difusión de sociedades por acciones no revertiría el rumbo de este proceso; antes bien, lo reforzaría.
Con estos fundamentos sostienen que la propuesta de los reformistas no conduce hacia una verdadera democracia en el plano económico, sino que, como lo demuestra también el caso inglés, representa la colaboración de los obreros con el capital; por este motivo los capitalistas habrían accedido a discutir este tipo de demandas y hacer algunas concesiones al respecto.[25]
Como contrapunto a las expectativas socialistas en torno a la democratización de la economía, los anarquistas publican una serie de notas sobre la racionalización y el fascismo. Son artículos básicamente descriptivos pero valiosos, en tanto muestran a los regímenes fascistas como el contexto donde la tendencia propia del capitalismo hacia el aumento del carácter despótico del capital, es llevada a su último extremo.[26]
Trabajo manual y trabajo intelectual
La idea de democratización económica suele aparecer vinculada con otro supuesto, también falso, relativo al aumento de los conocimientos requeridos por los obreros; ya hemos mencionado como LV asocia el avance de la técnica a una mayor complejidad de las tareas del obrero.
A través de un artículo, LP[27]critica la opinión del dirigente socialista Repetto quien, en una conferencia sobre la Revolución Francesa, habría referido a una nueva revolución de la cual surgirían dos clases: la intelectual, que ejercería el control de la sociedad, y la manual. Los anarquistas cuestionan el discurso de Repetto, entre otras razones, por presentar al trabajo intelectual como superior al manual. En el mismo artículo, los anarquistas proponen revalorizar éste último, en vez de oponerlo al intelectual. Su decisión de obtener, junto con la jornada de seis horas, la igualación de las distintas categorías de trabajo por medio del salario único,[28] nos resulta coherente con este planteo. A la vez, es llamativo que esta demanda excluya la defensa de las remuneraciones establecidas según calificaciones de oficio, de tal forma que, en este caso, aparece ausente un elemento clásico de las reivindicaciones de los sectores artesanales.
Así como encontramos contradicciones en la concepción socialista, entre las ideas anarquistas pueden hallarse algunos puntos confusos, que refieren, en general, a la naturaleza del trabajo: sería incorrecto afirmar que los anarquistas poseían una opinión monolítica al respecto. La posición fuertemente sostenida en la mayoría de los artículos defiende las conquistas técnicas y organizacionales. Sin embargo, en un artículo donde se critica el carácter embrutecedor y alienado del trabajo bajo el capitalismo,[29] se esboza también la idea del trabajo como actividad no automatizada que debiera desplegarse en forma libre y creativa. De todos modos, incluso en los artículos que poseen este enfoque, no se cuestiona la necesidad de mantener los avances de la economía, aunque tampoco aparece explicado cómo se conjugarían ambos elementos.
¿Dos horas de diferencia? Argumentos implicados en la defensa de la jornada de seis u ocho horas de trabajo.
Entre las consecuencias positivas que los socialistas adjudican a los nuevos métodos de trabajo, sobresale la jornada de ocho horas, a la cual le otorgan una gran importancia.[30] Se podría añadir también que ésta constituía, para los socialistas, el mejor ejemplo del mutuo beneficio que las clases sociales obtendrían gracias al progreso técnico.
Por su parte, la lucha por las seis horas representa la posición de LP, que critica la demanda de las ocho horas, negando que esta reducción compensara el aumento de la explotación y la fatiga ocasionado por las transformaciones productivas, así como tampoco la considera una medida suficiente para eliminar la desocupación.[31] Frente a esto, los anarquistas ven la jornada de seis horas de trabajo como una reforma necesaria para reducir el desempleo, aunque defienden la revolución como respuesta definitiva a los problemas que plantea la racionalización capitalista. Estas dos instancias no se encuentran disociadas dentro del programa anarquista, porque se considera que la jornada de seis horas tendría también consecuencias políticas positivas: al aumentar el tiempo libre de los obreros éstos podrían emplearlo en mayor medida para desarrollar actividades gremiales; y al solucionar el problema de la desocupación, disminuiría, a su vez, la miseria y la competencia entre los trabajadores, lo cual concurriría también a fortalecer el movimiento obrero.[32] Es digno de mención que los anarquistas extienden el reclamo por la reducción de la jornada de laboral a los trabajadores agrarios;[33] mientras LV, en línea, tal vez, con su simpatía por los chacareros, nada nos dice sobre este sector. Por otra parte, LP señala que los socialistas inicialmente cuestionaban su reclamo por la jornada de seis horas, y que recién tras la crisis del treinta y el aumento del desempleo que esta generó, comenzaron a considerarlo necesario. Por último, cuestionan a LV sus demandas de mayor participación del Estado, por considerar que estas conquistas debían ser obtenidas por medio de la lucha. Y entienden que al actuar de un modo distinto, se obtendría una ley que sólo sería aplicada donde ya estuviese vigente de hecho, a la vez que se congelarían demandas mayores (una más amplia reducción de la jornada).[34] En síntesis, detrás de la defensa socialista de la jornada de ocho horas, y de la de seis por parte de los anarquistas, rivalizan una serie de concepciones más amplias sobre el accionar político del movimiento obrero, entre ellas la disyuntiva entre reforma y revolución, y el papel del estado en este proceso.
Conclusiones
El debate hasta aquí analizado puede resultar, al lector interiorizado sobre las discusiones planteadas hoy por el regulacionismo, extrañamente familiar. Como habíamos adelantado, los términos de la controversia son los mismos que en la actualidad. Esto se debe a que, en el fondo se discute sobre tendencias del capitalismo, como la creciente descalificación de la mano de obra, el aumento de la productividad y el desempleo. Pero vayamos de a poco.
Estudiamos a LV para entender la posición socialista ante la racionalización. Encontramos su confianza ciega en los avances técnicos y organizativos, al igual que en los beneficios que este progreso reportaría a los trabajadores. La mayoría de sus expectativas carecían de fundamentos: es el caso de sus esperanzas respecto al aumento de los conocimientos de los trabajadores en el marco del avance del taylorismo, o sus ilusiones sobre la democracia industrial. Esta última idea desconoce la necesidad del capital de dirigir el proceso de trabajo, de forma de aumentar su productividad, objetivo impuesto al empresario por la propia competencia capitalista. Precisamente, este control ejercido por el capital hace imposible la existencia de una verdadera democracia industrial, ya fuera en los consejos alemanes de entreguerras o en los más modernos círculos de obreros japoneses. Otro tanto se puede decir de la posición de LV frente al desempleo: sólo el compromiso del socialismo con el sistema capitalista durante el período estudiado, puede explicar que se omita la racionalización como una de sus causas y que, por el contrario, se la presente como su solución. Tomando en cuenta estos elementos, la promoción de Henry Ford a la categoría de héroe deja de sorprendernos y se nos aparece como una nueva manifestación de un pensamiento que resulta más solidario con los intereses de los empresarios que con los trabajadores a los que busca representar.
Desde las páginas de LP se desarrolla una crítica en modo alguno romántica a los nuevos métodos de producción, que se fundamenta en un conjunto de observaciones sobre las distintas tendencias operantes. La profundidad y riqueza de las reflexiones desplegadas por los anarquistas contrasta con la superficialidad de los planteos socialistas, los cuales, pese a carecer de argumentos sólidos, se ven respaldados por el carácter dominante de su posición al respecto.
En el periódico libertario encontramos un concepto de innovación técnica que podríamos calificar de marxista: se distingue a ésta de su empleo por el capitalismo, el cual es cuestionado, mientras aquella es aceptada por sus posibilidades dentro de una sociedad no capitalista. Este criterio se adopta no sólo respecto a los avances técnicos sino también a los organizacionales.
Dentro de la posición anarquista encontramos también, sin embargo, una cuestión no resuelta de modo unívoco: al pensar en una futura sociedad no capitalista, no se precisa cómo es concebida la naturaleza del trabajo. En este sentido, no se especifica como se conjugarían el carácter más humano que ésta asumiría, con el empleo de las nuevas técnicas y métodos de organización del trabajo. Este no es un problema menor puesto que aún hoy genera un interesante debate entre las distintas corrientes revolucionarias.
Por último, cabe añadir que la
existencia en la Argentina, a inicios del treinta, de un debate sobre la
racionalización que haya alcanzado semejante importancia, (es notable el número
de artículos que le son dedicados, de los cuales hemos citado tan sólo una
parte) es un hecho significativo en sí mismo, cuya relación con las
transformaciones productivas operadas en la Argentina durante ese período,
habrá de precisarse en el desarrollo futuro de esta investigación.
Notas
[1]Ver: Kabat, Marina : “El ojo del amo. Primeras inquietudes en torno al taylorismo en la Argentina 1920-1930”, en Estudios del Trabajo, n°17, Primer Semestre de 1999.
[2]Esta afirmación aparece en La Protesta, 12/1/27 y 6/3/27. En este segundo artículo se recuerda cómo los delegados de la FORA en el Segundo Congreso de la AIT, celebrado en marzo de 1924, propusieron la reducción de la jornada laboral a seis horas como respuesta a la racionalización y el desempleo de posguerra. Su moción, habría sido recibida con tibieza por la mayoría de los representantes, y combatida por los reformistas. A pesar de esto, añade LP, a dos años del Segundo Congreso de la AIT, el proletariado del conjunto de los países habría adoptado ya esta reivindicación.
[3]La Protesta, 11/4/30, 6/5/30 y 9/7/30.
[4]Sobre los socialistas y las ciencias ver: Barrancos, Dora: La escena iluminada. Ciencias para trabajadores 1890 – 1930, Bs. As., Plus Ultra, 1996. Acerca del interés general por la técnica en la cultura del período en la Argentina puede leerse: Sarlo, Beatriz: La imaginación técnica. Sueños modernos de la cultura argentina, Bs. As., Nueva Visión, 1992.
[5]La Vanguardia, 27/5/30.
[6]La Vanguardia, 1/1/29.
[7]La Vanguardia, 1/7/32.
[8]La Vanguardia, 14/11/29.
[9]La Vanguardia, 24/3/29.
[10]La Vanguardia, 10/11/29.
[11]La Protesta, 22/10/27.
[12]La Vanguardia, 13/5/30.
[13]La Protesta, 6/5/30.
[14]La Protesta, 7/1/27, 26/2/27, 1/7/27, 22/10/27, 23/10/27, 6/5/30 y 4/6/30.
[15]La Protesta, 7/1/27.
[16]La Protesta, 23/10/27.
[17]La Protesta, 29/5/27.
[18]La Protesta, 23/1/27 y 8/10/27.
[19]La Protesta, 22/10/27.
[20]La Protesta, 25/9/27.
[21]La Protesta, 8/7/30.
[22]La Protesta, 22/2/30.
[23]La Vanguardia, 14/2/33.
[24]La Protesta, 29/5/29, 21/6/29 y 22/6/29.
[25]La Protesta, 21/6/29.
[26]La Protesta, 22/5/27 y 20/12/27.
[27]La Protesta, 22/2/30.
[28]La Protesta, 15/6/30.
[29]La Protesta, 24/2/29.
[30]Respecto a la campaña y labor legislativa del Partido Socialista sobre la jornada de trabajo y el sábado inglés ver: Hiroshi Matsushita: Movimiento obrero argentino. (1930-1945). Sus proyecciones en los orígenes del peronismo, Siglo Veinte, Bs. As., 1983.
[31]La Protesta, 8/1/27, 9/3/27, 8/10/27, 19/3/30, 22/3/30, 11/4/30 y 9/7/30. Para mensurar la importancia que se le otorga a las transformaciones productivas en la justificación del reclamo por la jornada de seis horas, obsérvese los siguientes títulos: “El sistema de Taylor y la reducción de la jornada”, La Protesta, 23/1/27; “Por la jornada de seis horas. Más hechos sobre las características del moderno proceso de producción”, La Protesta, 3/11/27; “La jornada de seis horas. La racionalización capitalista del trabajo hace ineludible esa conquista obrera”, La Protesta, 22/10/27.
[32]La Protesta, 9/7/30.
[33]La Protesta, 26/2/27, 14/4/27, 21/5/30, 22/5/30 y 9/7/30.
[34]La Protesta, 1/2/27 y 13/3/30.