Sin temor a Dios, al Rey, ni a la ley. La naturaleza social de los gauchos

en El Aromo n° 37

“En cada pulpería hay una guitarra y el que toca bebe a costa ajena. Cantan yarabís o tristes, que son cantares inventados en el Perú, los más monótonos siempre y tristes,
tratando de ingratitudes de amor y de gentes que
lloran desdichas por los desiertos.”

Félix de Ázara, Descripción é historia del Paraguay (escrito hacia 1796)

“El gaucho no es una raza, como en muchos países
lejanos se cree, es una clase social.”

Emilio Daireaux, Vida y costumbres en el Plata, 1888.

Por Fabián Harari – “Primero muerto que rendido”, solía decir Juancho Barranco. En mejores tiempos, podría habérselo visto en compañía de tres o cuatro mozos como él. Con el sable y el puñal bajo el poncho, pero con el trabuco a la vista. Al fi n y al cabo, él era Juancho Barranco, qué embromar. Pero ahora las cosas se le habían puesto difíciles: el párroco lo había acusado de amancebamiento, unión sin permiso de la Iglesia y, para colmo, con mujer casada. Sí, su mujer estaba casada, pero eso era algo sabido. Hacía años que se la había llevado y hacía años que la trataba como su esposa, “obsequiándole una soba que la dejó imposibilitada, que mucho tiempo estuvo enferma”.1 ¿Por qué no podía, él también, tener mujer? Había algo más, sospechaba que quienes solían darle “aviso y noticia”, hombres de hacienda propia, le habían negado el “cobijo”, es decir, lo entregaron. Tal vez había vendido algún animal indebido o tal vez mató a la persona equivocada, o quizá ya eran muchos los changadores. Sospechaba bien: en el pago, las condiciones de trabajo habían cambiado mucho desde que sus primeras “changas”. Estaba de más.

Barranco se dirigió a la parroquia para hacer justicia: “estuvo acechando de la puerta de la Iglesia al Señor Vicario para tirarle un trabucazo”.2 Llegó con tres compañeros y preguntó a la servidumbre por el cura: “¿Adónde anda el picazo de tu amo, que le he de beber la sangre?”.3 Pero el denunciante no estaba y Juancho tuvo que irse con las manos vacías.

Su nombre de pila era Juan González, pero su oficio le deparó el nombre de Barranco, por sus viajes al interior de las sierras, donde habitaban las tribus pampas. Solía comerciar cueros, tabaco, yerba y aguardiente, a su nombre y al de otros. En temporada alta, salía de excursión en las expediciones que armaban los accioneros4. Pero siempre, siempre dejó en claro su condición y oficio: “peón de campaña”.5 Y no se equivocaba. Tal vez haya tenido mejor percepción que varios de aquellos que contaron su historia y la de sus semejantes.

El día de la huída, Barrancos repasó junto a su compadre las rutas posibles. Ya no quedaba más que establecerse con los indios, a la espera de tiempos mejores. Pero con animales cansados y la partida avisada, lo alcanzaron saliendo de la Guardia (hoy Mercedes). Rodeado, Barrancos se sacó el poncho. Con el sable en una mano y el cuchillo en la otra gritó: “Háganse a un lado, déjenme al Alcalde que quiero pelear con él”.6 No hubo caso, la autoridad no estaba allí. Ante una batalla inútil, el reo decidió dejar sus principios y se entregó prisionero. Corría el año 1759, en la Villa de Luján.

El nombre y la condición

El caso parece tener muchos puntos en común con historias conocidas, como el Martín Fierro o Juan Moreira, a excepción del poco épico (pero más sensato) final. Encontramos un poblador pobre de las campañas, diestro en las tareas y en el combate, perseguido por las autoridades. El individuo parece no comprender o no poder adaptarse a una nueva situación y sus costumbres son condenadas. Estas historias parecen recorrer las reflexiones sobre el gaucho. Los textos clásicos sobre el tema lo señalan como un poblador nómade y solitario de las campañas, cuyo atributo más importante sería su “libertad”: no responde a nadie y cuando tiene hambre carnea una vaca para comerse la lengua. Sus necesidades (elementales, por cierto) se cubrirían con el cuero del animal sacrificado, canjeado oportunamente por dinero en las pulperías.

Partiendo de esta caracterización, los intelectuales se han pronunciado a favor (gauchofi lia) o en contra (gauchofobia) del personaje histórico. Los primeros rescataron la “libertad” y la “insujeción”. Su desapego a las instituciones y a la civilización. Casi una reedición del “buen salvaje” rousseauniano. Estamos hablando de autores como José Hernández. Por su parte, autores como Sarmiento, lo declararon “salvaje”, haciendo hincapié en sus rudas formas. Según esta perspectiva la condición ciudadana debía fundarse en su desaparición. A su vez, señalaron el carácter primitivo de la economía que lo sostuvo. En todos los casos, la asociación entre el gaucho y el “carácter nacional” o “el pueblo”, fue un denominador común. Para poder discutir estas ideas hay que comprender, primero, qué fueron, concretamente, los gauchos. En principio, debemos comenzar por reconocer que la palabra no es el fruto de una refl exión científi ca, sino la expresión que encontraron los antiguos habitantes para denominar un fenómeno de la realidad, tal y como lo percibían ellos. Los términos que la propia época utiliza para nombrar episodios o a determinados individuos se denominan categorías históricas. Entonces, “gaucho” es una categoría histórica. Pero hay un segundo problema. Al utilizarse en el transcurso de aproximadamente 150 (muy convulsionados) años, esta categoría se empleó para señalar fenómenos distintos. Esto es así, no sólo porque la realidad era ya muy diferente, sino porque también lo fueron quienes le dieron contenido a la palabra. Se trata, entonces, de una categoría histórica en reformulación permanente.

El término en cuestión surge alrededor de 1750 en la Banda Oriental y tiene una acepción con pocos matices: ladrón de ganado. La primera mención de la que se tiene noticia es de 1763 y aludía a la voz “gauderio”, que viene de “guadério”, en portugués, malviviente.7 La primera voz “gaucho”8 puede datarse, en 1790, en la Banda Oriental. En el documento, Lorenzo Figueredo propone la creación de guardias de la campaña.9 Hasta 1810 “gaucho” se utilizó, generalmente, como contracara de “peón”. Este último, obediente y “trabajador”. Lo cierto es que se trataba de un término remitido a la campaña del litoral: la Banda Oriental, Buenos Aires y Santa Fe (amén del sur de Brasil).

En el período de las guerras de independencia, el término se generalizó geográficamente. La causa es que los ejércitos con tropa reclutada en la campaña del litoral, marcharon hacia las provincias del norte. La expresión “gaucho” comienza a perder el contenido despectivo, en la medida en que los comandantes exhortaban a la tropa en términos condescendientes. En 1816, el General español José de la Serna e Hinojosa le advirtió al Comandante Pérez de Uriondo, bajo las órdenes de Güemes, a pocas horas del combate:

“¿Cree usted que un puñado de hombres desnaturalizados y mantenidos con el robo […] puede oponerse a unas tropas aguerridas y acostumbradas a vencer a las primeras de Europa, a las que se haría un agravio comparándolas a esas que llaman gauchos…?”

A lo que Uriondo contesta:

“Los gauchos son, Excelentísimo Señor, los que tuvieron parte en la rendición de la Plaza de Montevideo, guarnecida con cerca de 6.000 hombres, casi todos españoles de bigote, fornidos y robustos como los que acompañan a Vuestra Excelencia. Los gauchos son los que derrotaron en Tucumán al Ejército Grande [de] Goyeneche que […] pidió misericordia y aprendió a rezar la magnífi ca, para librarse de otra semejante tempestad. Los gauchos son los que forzaron al Señor Pezuela, antecesor de Vuestra Excelencia, a abandonar la plaza de Salta y Jujuy, haciéndole componer un papel tan lastimero…”

Es decir, la expresión dejó de designar al delincuente y se transformó en el nombre que recibía el habitante humilde de la campaña, sea de Buenos Aires o del interior. Ahora bien, hasta aquí vimos a qué designaba como categoría histórica. Veamos ahora cuál es la realidad social que oculta el término. Para ello, volvamos a la historia de nuestro Juancho Barrancos.

Los orígenes de la clase obrera

En el acápite anterior observamos al gaucho como categoría histórica. Vamos a examinar el término como categoría científi ca, es decir, a qué clase social realmente correspondía el gaucho. Aquí también nos enfrentamos al problema de la transformación que sufre la sociedad que estamos analizando.

El caso de Juancho Barrancos representa los confl ictos que resultan de una sociedad en transición. La historia acontece en el año 1759, en la Villa de Luján. Hacía ocho años que las milicias blandengues rondaban la campaña, cuidando el rodeo sujeto (el que tiene marca de propiedad) y hacía tres que se había levantado el Cabildo de la ciudad. Antes de 1750 la estancia aún no se había conformado. Por lo tanto, la actividad giraba en torno a la caza de ganado cimarrón para obtener cuero y venderlo en el puerto o para consumo local. Sin embargo, estas vaquerías eran esporádicas, pues dependían de la llegada de un buque. La frontera con el indígena estaba aún muy cerca: sólo 90 km. separaban el límite con Santa Fe del fuerte más austral. Quienes se encargaban del transporte de mercancías o de la caza de ganado vacuno o caballar eran llamados “changadores”, del portugués “jangadas” (viajes con mercancías). Éstos podían cazar y comerciar por su cuenta y acumular una pequeña fortuna. También solían contratarse como peones en las vaquerías.

Contrariamente a lo que se cree, los pequeños productores de cuero y jornaleros temporales no eran libres. Debían pasar gran parte de su tiempo recorriendo la pampa en busca de ganado. La competencia por hacerse de animales los obligaba a poner en riesgo su vida constantemente. La necesaria movilidad les impedía establecerse en un hogar sólido. Por último, no es él quien pone los precios de su faena. ¿Era el productor expoliado por esa vía?: es una investigación por hacerse. Lo cierto es que estaba atado a la más cruda necesidad.

Hacia 1750/1760, en Buenos Aires, las vaquerías fueron dejando el paso a la estancia, que utiliza el ganado sujeto a rodeo y tareas más sistematizadas, temporales y permanentes. Hacían falta, por lo tanto, peones y respeto a la propiedad del ganado. En ese contexto comenzaron a aparecer las menciones a los “gauderios” o “vagamundos”, como sinónimo de delincuentes. La caza y venta de ganado por cuenta propia, actividad antes aceptada, comenzó a ser progresiva y parcialmente reprimida a partir de la creación de mecanismos de coacción en la campaña. Por eso, el caso relatado es un síntoma, pero de ningún modo es la regla aún. Había otros “Barrancos”, que todavía eran tolerados. Sin embargo, no debe darse demasiada fe a las fuentes, pues provienen de la autoridad y de los hacendados. En primer lugar, una misma persona podía ser “peón con ofi cio”, en un momento, y “gaucho” en otro. Se utilizaba este segundo término cuando aparecía un confl icto.

Durante la segunda mitad del siglo XVIII la campaña bonaerense comenzó a recibir una fuerte migración del interior. La expansión territorial permitió que una importante proporción de la población accediera al cultivo de la tierra, bajo la forma de arrendatario, arrimado o agregado. No obstante, comenzó también un proceso de diferenciación. Algunos lograron acumular y comenzaron a contratar mano de obra, o adquirieron esclavos. Otros, tenían que emplearse estacionalmente para cubrir la subsistencia suya y de su familia. Este proceso de diferenciación se acentuó luego de la Revolución de Mayo. Las disposiciones sobre el control de la población rural perjudicaron a los más pequeños productores. En 1829, Rosas inició un proceso defi nitivo de proletarización rural, que culminó en 1850.

Entonces, lo que luego de 1750 se comenzó a llamar “gaucho” no difi ere científi camente del término “peón”. En cualquiera de los dos casos, se trata de un productor pequeño o mediano en vías de desposesión. Entre 1810 y 1850 fue adquiriendo un carácter más cercano a lo que puede llamarse “clase obrera”. La relativa “libertad” a la que se alude tiene su fundamento en el carácter de la producción ganadera extensiva. Los peones permanentes eran destinados a cuidar rodeos en lugares lejanos. El trabajador disponía de los tiempos de trabajo y hasta podía faenar para sí algunas cabezas, ya que la contabilidad no era minuciosa. A su vez, el trabajo descansaba en su particular destreza como domador, como castrador, como jinete y como desollador. Estas características se perdieron cuando, luego de 1860, comenzó a predominar la agricultura, cuyas tareas son más fácilmente controlables y exigen una menor pericia. El gaucho, en definitiva, es nuestro antepasado: el primer obrero. Brotó del mismo manantial del que tuvo que abrevar el capitalismo argentino: del campo y de las vacas.


Notas

1Archivo General de la Nación (AGN), Sala IX, Criminales, leg. n º2, Autos criminales de Ofi cio de la Real Justicia contra Juan (Gonzales), alias Varranco.
2Idem
3Ibidem
4Accionero: Quien tiene permiso del Cabildo de Buenos Aires para perseguir y extraer cueros del ganado cimarrón. Estos permisos se compraban.
5AGN, Sala IX, op. cit.
6Idem
7Coni, Emilio: El gaucho, Solar/Hachette, Buenos Aires, 1969 (1era edición, Sudamericana, Buenos Aires, 1945), p. 156.
8No se ha registrado, hasta hoy día, un acuerdo sobre la etimología de la palabra. En general, se reconoce cuatro orígenes. Pudo haber derivado del guaraní “ca´u”, que remite a una bebida alcohólica. Otra acepción es la palabra “gabacho”, que en España designaba a la primitiva población nómada del Languedoc. También pudo provenir del quechua “wajcha” (huérfano), castellanizado “guacho”. Por último, se sitúa a la palabra portuguesa “garrucho”, de signifi cado incierto.
9Informe de Lorenzo Figueredo a José Varela y Ulloa. Montevideo, 30 de abril de 1790, Archivo General de Indias, Audiencia de Buenos Aires, Expediente del Virrey Loreto con Sanz par el arreglo de los campos de Montevideo, en Coni, Emilio: op. cit., p. 166.

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