OME-CEICS
Todos los gobiernos prometen que, de aplicarse políticas adecuadas, podríamos tener una industria capitalista exitosa. Esta nota muestra, a partir del caso de la crisis siderúrgica de los ’70, que eso no es así. En realidad, los países que lograron vencer en la competencia lo hicieron a base de bajos salarios y represión. Una receta que, además de indeseable, es casi imposible aplicar en la Argentina.
La crisis y la relocalización de la siderurgia explican, en gran medida, los cambios en la acumulación de capital a nivel mundial después de los ‘70 y las perspectivas de países de inserción tardía, como la Argentina. En esos años, asistimos a la caída de productores clásicos como los EE.UU. e Inglaterra, la consolidación de Japón y la emergencia de Corea del Sur. Este último es tomado como modelo a aplicar en la Argentina por gran parte de la intelectualidad desarrollista. Como veremos, se trata de propuestas que se abstraen de las condiciones concretas en las cuales se desarrolla la competencia a nivel mundial, que no son replicables (ni deseables).
Corea del Sur pudo lograr una inserción competitiva de su industria siderúrgica merced a la incorporación de cambios tecnológicos que le permitieron hacer uso de una fuerza de trabajo de las más baratas del mundo en ese momento, a partir de la existencia de una gran masa de población sobrante y a la fuerte represión dictatorial. Ese elemento, específico de Corea, muestra las posibilidades que abrió la crisis, pero también sus límites. Por otro lado, el estudio de la acumulación de capital en la rama siderúrgica permite comprender cuán equivocadas son las teorías del capital monopolista y de la dependencia, utilizadas por la izquierda, que plantean un mundo dominado a voluntad por el imperialismo, sin poder analizar las contradicciones generadas por el pleno desarrollo de la ley del valor.
Una crisis orgánica
La crisis de la rama siderúrgica en los ‘70 es expresión de la que vivió el conjunto del sistema capitalista como producto de la caída de la tasa de ganancia y la creciente sobreproducción. Al igual que con otros commodities, lo primero que se evidencia es la caída de los precios de los productos siderúrgicos. Esta caída afectaba de manera directa a los productores de acero. La caída de la rentabilidad exacerbó la competencia y la necesidad de bajar costos por la vía de atacar a la clase obrera e introducir innovaciones tecnológicas para desplazar a los competidores. Al revés de lo que plantea la teoría del capital monopolista, la victoria no se sostuvo sobre bases políticas, sino sobre bases económicas. En esta batalla, los países clásicos fueron derrotados.
De las 20 mayores empresas siderúrgicas del mundo, Estados Unidos tenía siete empresas, el Reino Unido una y Japón cinco. Este esquema no era novedoso: EE.UU. lideró la producción mundial de acero desde 1890, cuando logró desplazar a Gran Bretaña. Mantuvo el primer puesto hasta 1971, cuando fue desplazado por pocos años por la entonces URSS. Será Japón quien reemplace a la URSS a partir de 1979. Según la teoría del capital monopolista, habría habido un reemplazo del imperialismo yanquee por el imperialismo nipón. Sin embargo, lo que se observa es que la sustitución se da por condiciones económicas que se desarrollan en la competencia capitalista y no por la predominancia de factores políticos. Este cambio coincide con la crisis que viven las empresas de cada país. En el gráfico 1 se puede ver la crisis de la rama a partir de la evolución de la tasa de ganancia de las empresas de los dos principales países. A partir de fines de la década del ‘70 las tasas de ganancia de las empresas estadounidenses y japonesas caen de manera constante, llegando incluso a niveles negativos. Estos niveles contrastan con los de los ‘50 y ’60, que duplican los valores. La crisis impuso que se redujera un 10% la producción mundial de acero entre 1980 y 1982. Este detenimiento se hizo palpable en el cierre de fábricas y la expulsión de mano de obra.
El Reino Unido cerró siete acerías y Francia, 19. En Alemania, cerraron 31 fábricas y en EE.UU. cerraron un total de 851. Se perdieron casi un millón de empleos. La crisis fue brutal. En este contexto, solo los capitales más competitivos podían sobrevivir.
La innovación tecnológica fue el arma necesaria para defenderse en un contexto de agudización de la competencia capitalista mundial. Como en Marx, la competencia es la forma que adopta la valorización de los capitales. En tanto la competencia no es un pacto entre caballeros sino una “guerra feroz”, aquel que tenga las mejores armas estará en mejores condiciones de derrotar al otro. En la medida en que lo logre, se apropiará de un mayor plusvalor bajo la forma de ganancia extraordinaria, que redundará en una mayor valorización del capital invertido. No se trata, como pretende la teoría del capital monopolista, de que los países imperialistas saqueen “el excedente” a los países dependientes. Solo la innovación tecnológica y el aumento de la tasa de explotación redundarán en la elevación de la productividad y la eficiencia que logrará obtener costos unitarios menores, al mismo tiempo que aumentará la calidad de los productos. En el capitalismo, ningún imperialismo escapa a la ley de valor. Para permanecer en el mercado mundial era necesario adoptar la nueva tecnología.
La innovación tecnológica como salida a la crisis
Hubo tres cambios tecnológicos principales en el sector siderúrgico. El primero de estos cambios fue el pasaje del tradicional Alto Horno al Horno de Oxígeno para la producción de arrabio. El horno de oxígeno implicaba la sustitución del aire atmosférico por el oxígeno, con el fin de mejorar los rendimientos y la calidad de salida. De 100 minutos que llevaba producir acero en el Alto Horno, el horno de oxígeno lo reducía a 60 o menos2. Por otro lado, era menos costoso que un Alto Horno en términos energéticos y de inversión.
El segundo cambio importante fue la utilización de la colada continua para la transformación del arrabio en acero. Este cambio fue un paso importante en la automatización del proceso de producción de acero, ya que permitía que la colada de acero fuera moldeada directamente desde el Horno. Ya no era necesario enfriar el acero en forma de lingotes antes de su transformación en productos semi-acabados3.
El tercer gran cambio será la utilización del horno eléctrico. Lo distintivo de esta innovación tecnológica será la fundición y la purificación de la chatarra usada. Los mayores incorporadores de hornos de oxígeno y eléctricos fueron Japón y Corea del Sur. Ya para 1970, cuando aún no se había desatado lo peor de la crisis, Japón tenía casi todo su parque siderúrgico con hornos eléctricos. Corea del Sur, en 1975, contaba con el 93,5% de hornos eléctricos. Situación muy distinta ocurría en Estados Unidos, quien recién llegará a esos niveles en 1990. Cifras similares se observan con la colada continua.
¿Por qué Corea del Sur pudo aprovechar la incorporación de esta tecnología? Porque tenía condiciones para hacerlo. Las nuevas condiciones tecnológicas resultaron en la simplificación de varias tareas, produciendo un cambio en la composición de la fuerza de trabajo y los atributos productivos requeridos. Una simplificación y una estandarización del proceso de trabajo se tradujo en que esas tareas podían ser realizadas por una fuerza de trabajo menos calificada y, por lo tanto, más barata. Eso redundaba en una ventaja para aquellos países que contaban con costos laborales menores y una clase obrera disciplinada. Como resultado de la Guerra de Corea, sucedida por una dictadura feroz que limitó el accionar político y sindical, y de una gran sobrepoblación latente en el sector agrario, Corea del Sur tenía para 1980 uno de los más bajos del mundo. La hora en dólares en Corea costaba 1,5 mientras que en EE.UU. ascendía a 17,5. En el gráfico 2 se ve la alta productividad que logró POSCO, la principal empresa siderúrgica de Corea.
Estados Unidos no pudo incorporar la nueva tecnología que estaba disponible. No porque no lo haya intentado, sino porque lo más racional económicamente era no utilizarla. Ocurre que Estados Unidos, impulsado por el fuerte empuje de la demanda mundial de acero luego de la segunda guerra mundial, había invertido de manera constante en Altos Hornos. Había instalado 77 nuevos hornos durante 1940-1953. Todo ese parque industrial aún no había sido amortizado. Cuando el capitalista compra una máquina, es difícil que la renueve si ese capital constante fijo no terminó aún de transmitir todo el valor que contiene. Eso le ocurrió a Estados Unidos. Otro elemento en la que la teoría del capital monopolista hace agua.
¿Argentina está en una situación similar a la de Corea del Sur? Ciertamente no. Nuestro país cuenta con una productividad del trabajo muy por debajo a la media mundial, costos laborales más caros que Brasil y México y un mercado interno chico. En las condiciones en la que está el país, haría falta, por lo menos, otra Guerra de Corea, otra masacre sobre los trabajadores. Con todo, puede ser que ni siquiera con eso alcance. Por más exageraciones que se hagan, al estilo «6, 7, 8», la salida no está bajo estas relaciones sociales. Es hora de animarse a pensar diferente.
NOTAS
1 González Chávez, Gerardo: El Estado y la globalización en la industria siderúrgica mexicana, México, UNAM, 2008, p. 158.
2 D´Costa, Anthony: The Global restructuring of the steel industry, Londres, Routledge, 1999, p. 35.
3 Grinberg, Nicolas: Transformations in the Korean and Brazilian Processes of Capitalist., Londres, 2011, p. 111.