Secundario completo

en Revista RyR n˚ 10

(Las demandas actuales del capital en materia educativa)

Por Marina Kabat*

                “Para conseguir trabajo hay que capacitarse.” “Hoy en día si no tenés terminado el secundario no te toman en ninguna parte.” “Si no te perfeccionás estás muerto.”

Frases como éstas se escuchan todos los días y forman parte de nuestro sentido común. Pero, como afirman los sociólogos, el sentido común es una construcción social que nada tiene de neutral o i-nocente. En las siguientes páginas se confrontarán estas ideas con la realidad, para mostrar que no se corresponden con ella. Es decir, se probará la falsedad de estas frases al demostrar que responden a los intereses de la clase que dominan nuestra sociedad, o sea que son fruto de la ideología burguesa.

Los programas de televisión y de radio, así como los periódicos, repiten hasta el hartazgo que en la era de la globalización y la informática cada vez son necesarios mayores y más complejos conocimientos, y que quienes carecen de ellos quedarán excluidos del mercado laboral. De manera análoga se afirma que aquellos países que no inviertan en educación y no formen una mano de obra calificada serán excluidos de los flujos de inversiones y sufrirán, en el futuro, altas tasas de desocupación.

De un modo sutil, el énfasis pasa de un problema global (el desempleo) a las supuestas deficiencias educativas, consideradas las verdaderas causantes de la falta de trabajo. Se adopta así un enfoque individualista: mirado desde esta perspectiva el desempleo deja de ser un problema general de la sociedad capitalista para aparecer co-mo un asunto privativo de aquellas personas o naciones que no han invertido lo suficiente en su propia educación. Si alguien no encuen-tra trabajo es porque no se capacitó; si un país posee altas tasas de desempleo es porque no ha formado capital humano capaz de atraer inversiones extranjeras en ramas tecnológicas.

Si estas afirmaciones fuesen ciertas, los países centrales no tendrían problemas de desocupación. Tampoco deberían sufrir estos avatares las personas altamente calificadas, especialmente en los rubros ligados a las nuevas tecnologías. La ola de quiebras en las empresas “punto com” del 2002,1 provocó en Estados Unidos una avalancha de despidos en el sector informático que no pudo absorberse ni siquiera con la expulsión del país de todos los trabajadores inmigrantes ocupados en el sector.

¿Cuántas personas conocemos que aún teniendo conocimientos de inglés, computación, y experiencia laboral no consiguen trabajo? Ah…, pero también para estas situaciones la ideología dominante tiene una respuesta ligada con la educación: en este caso dirán que ellos se encuentran sobrecalificados. Si no es por poco, es por mucho…, cualquier cosa antes que aceptar que la causa del desempleo se halla en el sistema social en que vivimos. Este sistema, el capitalismo, lejos de aumentar las calificaciones necesarias para trabajar, las ha reducido en forma constante y sistemática.

1. La historia del capitalismo como historia de la descalificación del obrero.

Como ya se anticipó es completamente falso que hoy se re-quieran para desempeñarse laboralmente más conocimientos que antes. Aquí se demuestra cómo la historia del capitalismo es la historia de la descalificación del trabajo del obrero. Es decir, que ocurre todo lo contrario de lo que comúnmente se afirma: para poder trabajar cada vez son necesarios menos saberes. 

En lo que respecta a la capacitación de la fuerza de trabajo, bajo el capitalismo se verifican dos tendencias.2 La primera de ellas es la descalificación, o sea la pérdida de conocimientos por parte del obrero. La segunda tendencia es la separación entre la concepción y la ejecución del trabajo. Como a lo largo de su historia el capitalismo transita por distintos sistemas de trabajo, estas leyes operan de forma distinta en cada uno de ellos. Veamos cuáles son esas formas:

El primer cambio que experimenta el trabajo bajo el capitalismo es la aparición de la manufactura. Este sistema se basa en la fragmentación sistemática del trabajo. La labor que antes realizaba una sola persona, generalmente un artesano, ahora es dividida en distintas partes que se encomiendan a personas diferentes. Esta división del trabajo tiene efectos inmediatos sobre los conocimientos del obrero. Mientras que inicialmente éste debía conocer todo su oficio, cosa que lograba tras un largo período de aprendizaje que, según la ocupación, solía durar entre 7 y 10 años,3 con la manufactura sólo necesita aprender una tarea parcial, cosa que suele ser cuestión de un par de semanas. Luego de ese corto período no le queda nada nuevo por aprender.

La manufactura no sólo descalifica al obrero, sino que separa de él la concepción, el planeamiento del trabajo, que pasa al capita-lista quien diseña la división del trabajo de su taller (ya sea personal-mente o a través de personal especializado en esta función). En síntesis, bajo la manufactura, la causa inmediata de la descalificación del obrero y de la separación entre concepción y ejecución del trabajo se halla en la división del trabajo.

Una segunda etapa se abre con la aparición de la fábrica y su sistema de máquinas característico. Tenemos aquí un nuevo sistema de trabajo al que llamaremos gran industria. En esta etapa las pericias y saberes parciales que conservaba el obrero manufacturero de-saparecen o más bien son trasladados a la máquina. La fuerza o habilidad que antes desarrollaba el obrero manual se convierten en facultades de la máquina. Inicialmente puede ocurrir que la maquinaria posea mecanismos complicados y requiera aún cierto grado de cono-cimientos por parte del obrero que la opera. Pero el perfeccionamiento de estas máquinas simplifica nuevamente el trabajo y lo mismo ocurre con la automatización.

Bajo el reinado de la gran industria se ahonda la brecha entre la concepción y la ejecución del trabajo que alcanza niveles antes in-sospechados. Los procesos químicos y técnicos, así como los distin-tos métodos de elaboración son producto del avance de la ciencia. Por lo tanto en el moderno sistema fabril la producción se concibe y organiza sobre principios objetivos, científicos, completamente escindidos de la ejecución del trabajo. A modo de ejemplo, un obrero de una refinería de petróleo desconoce los procesos que guían la producción de la planta donde trabaja.

Podemos observar entonces bajo el capitalismo dos tendencias interrelacionadas: una, a descalificar la fuerza de trabajo y otra, a separar la concepción y la ejecución del trabajo. En la etapa manufacturera estas tendencias actúan a través de la división del trabajo. Bajo el régimen de gran industria, en cambio, la descalificación ope-ra por medio de la mecanización de tareas; la separación entre quien concibe y quien ejecuta el trabajo toma la forma del diseño científico de los métodos productivos. Conviene aclarar que todo este proceso es de algún modo independiente de la voluntad de los actores y se impone a ellos por la presión de la competencia capitalista que los obliga permanentemente a incrementar la productividad mediante el aumento de la división del trabajo y de la mecanización.

 2. La educación según la mirada burguesa.

A pesar de lo expuesto, la opinión imperante es la contraria y habitualmente se piensa que las calificaciones requeridas para tra-bajar aumentan día a día. Ésta es una creencia profundamente arraigada, por eso vale la pena analizar y discutir detenidamente cada uno de los fundamentos sobre los que se ha logrado construir y sostener este mito.

El progreso de la escolarización es la primera prueba a la que el pensamiento burgués recurre para demostrar su tesis. La enseñan-za obligatoria, dicen, se ha extendido en respuesta a los nuevas de-mandas del sistema productivo. Estas nuevas demandas elevaron los saberes mínimos que una persona necesita para poder emplearse y por ello ha debido extenderse el tramo obligatorio del sistema educativo. Del mismo modo, como ahora se requieren mayores conocimientos, es natural que poseer estudios secundarios completos sea un requisito básico para acceder a cualquier trabajo.

Ahora bien, los que afirman esto confunden los saberes formales demandados con los conocimientos que realmente se necesitan para realizar un determinado trabajo. Como todos sabemos, es común que a los cadetes, repositores o cajeras de un supermercado se les exija haber completado el secundario. Sin embargo, éstas son tareas simples, muy poco calificadas y por ende, desde el punto de vista de los saberes que se ponen en juego, el requisito del secundario resulta injustificado.

De este modo actualmente se pueden necesitar altos niveles de enseñanza formal para acceder a un trabajo que, no obstante, continúa siendo simple y poco calificado. Lo contrario ocurría en épocas pasadas: mi abuelo sólo completó segundo grado (primero superior como decía él) y sin embargo su trabajo era mucho más calificado que la mayoría de los empleos que hoy existen. Debió pasar por un largo aprendizaje, que comenzó en su niñez, para llegar finalmente a ser sastre. De esta forma, el nivel de educación formal no dice nada sobre la calificación del trabajo que uno realiza.

El segundo argumento señala que el avance de la tecnología acrecienta continuamente la calificación de los obreros. Acá aparece nuevamente (o se quiere crear) una confusión. Una cosa es que el di-seño de la maquinaria sea complejo, y otra que lo sea su operación. En general, la máquina tiende a hacerse más compleja mientras su operación se simplifica cada vez más. Es lo que ocurría en el caso de las refinerías de petróleo. Es lo que vemos cuando vamos de compras a cualquier supermercado: la tecnología de las cajas registradoras es mucho más compleja y avanzada que 10 años atrás, sin embargo, o, mejor dicho, gracias a ello, la cajera tiene un trabajo más simple y menos calificado que antes: no tiene que tipear los precios de los productos, si no que se limita a pasarlos delante de un sensor; tampoco tiene que calcular el vuelto, ya que la misma máquina se lo indica. De este modo, la maquinaria se vuelve más compleja con el objeto de simplificar y abaratar el trabajo.  

Como dijimos anteriormente, eventualmente puede ocurrir que una nueva máquina requiera un conocimiento especial por parte del obrero, pero será perfeccionada más tarde simplificando su operación. Este perfeccionamiento puede constatarse en los avances continuos de los programas para las computadoras. Éstos son cada vez más complejos, pero esa complejidad del diseño está puesta al servicio de una simplificación en su uso. Compárese sino un Windows, con un DOS, o la evolución de los lenguajes informáticos. Y no hablemos de todos los trabajos que la computadora ha venido a simplificar; para citar sólo uno recordemos que desde que existen las planillas de cálculo no hace falta ser perito mercantil para llevar la contabilidad de una oficina.

Por supuesto, aparecen nuevos trabajos calificados ligados a estas flamantes actividades tecnológicas, pero éstos representan tan sólo una porción minoritaria que no contradice la tendencia general a la descalificación del trabajo. Es más, esa pequeña cuota de trabajo calificada es necesaria precisamente para simplificar el trabajo de los demás: así, si un puñado de jóvenes genios de la computación trabajan en Silicon Valley diseñando un programa de computación que simplificará el trabajo de decenas de miles de obreros en el mundo, en ese caso el trabajo hipercalificado de estos jóvenes émulos de Bill Gates no contradice la tendencia general a la descalificación sino que forman parte de una de sus manifestaciones.

El pensamiento burgués aísla permanentemente los fenóme-nos y los vuelve incomprensibles. Es un rasgo del marxismo analizar la totalidad social. Así, en este caso podemos descubrir que el trabajo calificado de una minoría de personas es la contracara del trabajo descalificado de la mayoría de la clase obrera en todo el mundo. Ambas realidades, como dos caras de una misma moneda, resultan ines-cindibles. Quien mira sólo una parte se arriesga a no comprender na-da; quien insiste en que estudiemos sólo los aspectos parciales, intenta mantenernos en un estado de ignorancia y confusión.  

Respecto a los trabajos que demandan conocimientos complejos se puede agregar que la tendencia a la descalificación termina afectándolos más tarde o más temprano. Así las tareas vinculadas con la computación comenzaron por dividirse, separándose el trabajo del operador del que hace el programador de PC. Y comienzan también a mecanizarse: hoy ya existen programas de computación que sirven para… diseñar programas, al igual que hay unos primeros robots que realizan cirugías. También estas actividades hipercalificadas asociadas con la informática y la medicina comienzan a sufrir los embates de la división del trabajo y la mecanización.

Finalmente, cuando se han planteado y rebatido los argumentos anteriores, los ideólogos de la burguesía intentan llevar la discusión a otro terreno. Sostienen entonces que es imposible medir los avances educativos en términos de calificación-descalificación. Según ellos, este concepto sólo permite una evaluación cuantitativa de los fenómenos educativos, y por ello proponen su reemplazo por la más amplia categoría de competencias. Dentro de las competencias encontramos saberes de distinto tipo como el saber ser o el saber hacer. El aumento del nivel educativo estaría dado no tanto por el saber hacer del obrero sino por los nuevos tipos de competencias que ahora necesita desarrollar.

En gran parte estas nuevas competencias significan lisa y llanamente la interiorización por parte del empleado de las normas de comportamiento que la empresa le exige. Aquí se trata de saber ser un buen compañero (o lo que eso significa para el empresario…), saber ser un trabajador creativo y comprometido con la empresa, saber ser exigente consigo mismo en el trabajo; en suma, saber ser un buen y dócil explotado.       

En otros casos, las nuevas competencias tienen que ver con la “adaptabilidad” necesaria del trabajador. El obrero no aprende una única tarea, sino varias y debe poder aprender rápidamente otras nuevas. Las ventajas para el capital son obvias: normalmente este sistema permite operar con menos trabajadores y si un empleado falta es fácilmente cubierto por otro. ¿Representa esto un aumento de los saberes de los obreros, ya sea en términos cuantitativos o cualitativos? Los ideólogos burgueses, especialmente una corriente denominada regulacionismo, afirman que sí, pues frente a la monotonía del trabajador de la cadena fordista que repetía siempre una misma tarea se plantea esta innovación como algo positivo.

   Los pequeños supermercados de las cadenas de bajo costo (EKI, DIA, Leader Price), así como los locales de fast food al estilo Mc Donald’s emplean este sistema de trabajo flexible. Cualquier cliente atento podrá notar que en vez de obreros más calificados tenemos obreros más explotados: una cajera que además de cobrarnos limpia los pisos, repone mercadería y pesa la fruta no está más calificada que otra que se limitaba a estar en la caja, aunque sí tiene una sobrecarga de trabajo fenomenal. Todo minuto libre en la caja debe ser aprovechado para alguna de estas otras actividades.

En otro tipo de establecimientos sucede lo mismo. Por ejemplo, en la fábrica de automóviles que estudia Fabián Fernández este sistema lleva a un aumento de tareas todas ellas extremadamente simples. De hecho, es la simplificación del trabajo (producto de la mecanización que caracteriza a la gran industria) lo que permite el aumento de tareas por empleado. La flexibilización laboral se limitó a legalizar la rotación entre puestos y la asignación de un obrero a varias tareas distintas, situaciones que antes estaban prohibidas por los convenios colectivos.

Ligada al punto anterior encontramos la idea de que se ha producido un enriquecimiento de tareas porque el mismo empleado ahora es responsable de controlar su trabajo. Como en el caso anterior, no se trata de un aumento de conocimientos sino de aumento de tareas. En este caso se trata de traspasar al obrero funciones que previamente recaían sobre el capataz y los encargados de controlar la calidad del producto fabricado. El obrero debe señalar los productos defectuosos, del mismo modo que es responsable en “equipos de trabajo” de señalar a quienes no cumplen satisfactoriamente con sus tareas.

3. ¿Por qué las empresas los prefieren jóvenes y educados?

                Ya hemos mostrado la diferencia entre los conocimientos que formalmente se piden para acceder a un empleo y los que real-mente se necesitan para realizar ese trabajo. Queda claro que un ingeniero que maneja un taxi no emplea ni una ínfima parte de sus saberes en su trabajo, del mismo modo que tampoco lo hacen los estudiantes universitarios que en calidad de “pasantes” se desempeñan como telefonistas en condiciones hiperflexibilizadas para las privatizadas Telefónica y Telecom. Sin embargo, aún debemos explicar por qué las empresas insisten en pedir empleados con “secundario completo” hasta para trabajar en una estación de servicio. ¿Por qué para ser contratado como repositor, cajera, cadete o personal de limpieza es necesario haber completado los estudios secundarios? ¿Qué es lo que ese título le asegura al empresario para que se convierta a sus ojos en un requisito tan importante como la libreta de sanidad?

                Mal que nos pese a los educadores, lo que un empresario busca en un obrero con secundario completo no es un trabajador más calificado, sino uno mejor disciplinado. Un alumno con mayor permanencia en el sistema escolar es una persona mejor disciplinada, mejor acostumbrada a cumplir horarios, respetar normas, etc. que alguien que ha abandonado la escuela en forma prematura. Una persona que completó sus estudios en el término previsto se presenta como alguien menos conflictivo laboralmente que un alumno repetidor, que ha acumulado sanciones y expulsiones en distintos colegios. 

                Que los empresarios busquen obreros disciplinados no debiera sorprendernos, más grave resulta la internalización de este mandato por parte de los mismos docentes, especialmente por aquellos que integran los cuadros directivos. Cinco años atrás, cuando yo iniciaba mi actividad docente en un colegio público de Gonzalez Catán que, como me enteré más tarde, era el más tradicional de la zona, me chocó el discurso del vicerrector a los alumnos en reprimenda a su “mal comportamiento”. El vicerrector les dijo lisa y llanamente que el colegio debía mantener su reputación de  “ordenado” y “disciplinado” y que de ella dependía el futuro laboral de sus egresados. Si el colegio seguía siendo considerado el mejor (no en términos de conocimientos, sino de disciplina) sus ex alumnos conseguirían trabajo, no como los de otros colegios a quienes nadie contrata.

                Asociado al reclamo de calificación aparece el de juventud. Se cree que las empresas prefieren personal joven porque está mejor adaptado a las nuevas tecnologías, cuando en realidad se buscan empleados con reflejos más rápidos que puedan responder velozmente a los estímulos de las máquinas.4

                En resumen, para el empresario la educación garantiza la docilidad del obrero, así como la juventud asegura una mayor velocidad de respuesta a ciertos estímulos y, en ocasiones, también la ausencia de tradiciones sindicales, relativamente fuertes entre los obreros más antiguos.

4. Las transformaciones recientes del sistema educativo como producto de las necesidades del capitalismo, del régimen de gran industria y de la desocupación creciente.

                Diez o veinte años atrás, en el secundario se adquirían ciertos conocimientos útiles para el desempeño laboral. Esto era especialmente cierto para quienes optaban por un colegio industrial o una institución que otorgara el título de perito mercantil. En cambio, se suponía que un bachillerato no tenía una salida laboral inmediata, pero que, como contrapartida, brindaba una mejor base para aquellos que quisieran continuar estudios universitarios. Un perito mercantil adquiría un conjunto de conocimientos y habilidades requeridas para el trabajo de oficina, así egresaban con una base de contabilidad, taquigrafía y mecanografía, del mismo modo que un industrial dominaba el dibujo técnico y tareas prácticas de taller (soldadura, fresado y tornería, entre otras). Hoy el desarrollo de la gran industria ha hecho prescindibles estos saberes. Haber pasado por un industrial sigue siendo útil para alguien que trabaje en un taller mecánico o una herrería familiar. Sin embargo, para emplearse en las grandes empresas esto es secundario. Del mismo modo, el avance de la computación ha tornado obsoletos los viejos conocimientos que brindaba un perito mercantil. Para todo se usa la computadora que simplifica las tareas, ya se trate de llevar la contabilidad o escribir a máquina. No es casual que la principal víctima de la reforma educativa hayan sido los colegios técnicos que no aparecen contemplados en la Ley Federal de Educación, y por eso en la provincia de Buenos Aires prácticamente han desaparecido como tales.

                La enseñanza media en Capital y, aún más marcadamente el Polimodal en la provincia, han disminuido su nivel. Esto se vincula con tendencias económicas de fondo: no hay una enseñanza de calidad porque el avance de la gran industria la vuelve innecesaria.

                Para terminar de comprender la evolución de los sistemas educativos deberíamos considerar los fines políticos e ideológicos de la educación. Es algo relativamente sabido cómo se utilizó la enseñanza patriótica como herramienta de disciplinamiento de los hijos de inmigrantes, especialmente como arma contra las ideas anarquistas y socialistas.5 Pero además de estas tareas puntuales (aunque im-portantes), la educación en general contribuye a edificar uno de los principales mitos de la sociedad burguesa: la idea de la igualdad de los ciudadanos. Se supone que en la democracia todos somos iguales porque todos votamos y, se supone también, que todos tenemos las mismas oportunidades, precisamente porque todos tenemos acceso a una educación de calidad.   

                La educación pública es uno de los pilares que sustentan en el plano ideológico la democracia burguesa. Con la democracia se come, se educa y se cura, decía Alfonsín. Pero hoy estos mitos, ya resquebrajados, son cuestionados por el conjunto de la sociedad. 

5. Las nuevas funciones del sistema educativo: la escuela huerta y la escuela reformatorio.

                Miremos ahora el asunto desde el punto de vista social: ¿por qué el Estado gasta en educación? ¿Por qué ha extendido el tramo obligatorio hasta los 14 años? ¿Significa esto un aumento de los conocimientos básicos que brinda la escuela, tal como sostiene la misma Ley Federal de Educación?

                La extensión del tramo obligatorio no ha hecho más que “primarizar” la educación media. No han mejorado los conocimientos, sino que han empeorado. Hace tiempo que con el objetivo de retener a los alumnos en las escuelas y garantizar su permanencia en ellas se trata de evitar por todos los medios que los alumnos repitan el año. Si es necesario se presiona por distintas vías a los docentes para que aprueben a alumnos que no han asistido a un número mínimo de clases (en tercer ciclo de EGB los alumnos no quedan libres por faltas) o aquellos que no tienen los conocimientos básicos indispensables. Lo importante no es lo que los alumnos aprendan, sino que permanezcan el mayor número posible de años en la escuela, bajo la idea de que es preferible que vegeten en las aulas a que estén en la calle cometiendo crímenes. Recientemente, ante la ola de saqueos, el padre Grassi apareció en los medios defendiendo una postura supuestamente progresista: la necesidad de crear en la provincia de Buenos Aires escuelas y colegios de doble escolaridad; de esa manera, los chicos no andarían por ahí, juntándose en las esquinas o en las estaciones de tren, tomando cerveza, fumando o robando. Magdalena Ruiz Guiñazú, que entrevistaba al sacerdote señalaba que en las escuelas los chicos estarían mejor que en las cárceles de menores donde los amontonan y en ellas, incluso, hasta podrían aprender algo.

                 Además de esta función policíaca la escuela tiene reservado otro rol: apartar del mercado laboral a los jóvenes. Antes, parece ahora que fue hace mucho tiempo, cuando un chico no le iba bien en la escuela el padre terminaba diciéndole o “estudiás o trabajás”. Hoy esa posibilidad no existe. Recordemos que los jóvenes constituyen uno de los sectores más afectados por el desempleo. En el contexto actual al retener a los adolescentes en la escuela se evita que se incorporen al mercado laboral que no podría absorberlos, aumentando la tasa de desocupación. 

6. ¿Y los docentes?

Los conocimientos necesarios para desempeñarse laboral-mente son cada vez menos y esto se refleja en el deterioro del sistema educativo. Sin embargo éste sigue cumpliendo importantes funciones. Entre las primeras en importancia figuran el disciplinamiento social y el confinamiento de los jóvenes que son apartados del mercado laboral. En rápido crecimiento vienen las funciones asistencialistas y cuasi penitenciarias de la escuela. Como contrapartida, las funciones ideológicas y las específicamente educativas decaen.

Últimamente han aparecido numerosos estudios sobre un fenómeno denominado malestar docente.6 En general, son artículos y libros que reconocen los problemas materiales que afectan el desempeño docente (sobrecarga de trabajo, bajos salarios, exceso de alumnos por curso, etc.), pero a la hora de proponer soluciones se contentan con los cambios subjetivos, los cuales recaerían todos sobre los maestros y profesores: en vez de mejorar los salarios, enfatizan la re-valorización del rol docente en la sociedad; en vez de crear cargos institucionales (equipos de psicopedagogos, por ejemplo) para abordar determinados problemas aúlicos, simplemente sugieren hablar entre los maestros y tratar de resolver creativamente los problemas; aprovechar el tiempo en sala de profesores para reflexionar sobre nuestras expectativas y frustraciones.

De este modo, la tónica general de estos trabajos es la de todas las obras sobre medio ambiente y salud del trabajador, donde la preocupación por el obrero esta supeditada al aumento de la productividad. Se considera que el ausentismo responde a un malestar del trabajador y se quiere revertir esa situación para mejorar la productividad, pero sin aumentar los salarios ni la cobertura social.7 Naturalmente el carácter “progresista” de quiénes escriben estos libros les impide decir algo así. Simplemente señalan que sería importante mejorar las condiciones laborales de los docentes, pero mientras tanto hay otras cosas que sí se pueden hacer…

Aunque es verdad que existe especie de malestar, mejor dicho, de desencanto entre los docentes, sus causas se relacionan con el proceso que hemos analizado, especialmente con la mutación de las funciones de la escuela.

Históricamente, los docentes fueron los primeros en sostener el carácter igualatorio de la educación, por ello el resquebrajamiento de ese mito afectó duramente la propia percepción de su trabajo. Otro tanto ocurre con el deterioro de los contenidos educativos. Profesores preparados para transmitir conocimientos científicos se encuentran completando la enseñanza de la lectoescritura; año a año el nivel de conocimientos con que llegan los chicos es menor y la exigencia se reduce. Esto contribuye también a la desmoralización del docente que se ve compelido a desarrollar una función distinta a aquella para la cual se formó. Cada vez más el docente es convertido en una especie de celador al que sólo se le exige que mantenga a los chicos “tranquilos”.8

La decepción de los docentes frente a su trabajo deriva en gran medida del desengaño frente a las ideas burguesas sobre la educación que antes habían asumido como propias, aún los más progresistas. En este sentido el “malestar docente” no es negativo si conduce a un progresivo distanciamiento de dichas posturas y a una toma de posición a favor de la lucha de clases. Personalmente creo que el cambio de la composición de clase de la docencia argentina (de una extracción pequeño burguesa a otra obrera) favorece un cambio en ese sentido. 

Es significativo que los más comprometidos con su trabajo sean aquellos docentes involucrados personalmente en políticas asistencialistas, quienes podrían dividirse en dos grupos. Uno de ellos es el que desarrolla, conscientemente o no, esta tarea como una obra de prevención social. Generalmente se trata de profesores del viejo estilo, de un origen pequeño burgués. También en las escuelas privadas se registran formas de asistencialismo reaccionario.9 

Un segundo grupo realiza las tareas asistenciales, pero vinculándolas con distintas luchas políticas, desde movilizaciones para mejorar los comedores escolares o la infraestructura edilicia y  el pago de las becas estudiantiles hasta la coordinación de actividades con el movimiento piquetero y las asambleas populares. Otra forma de compromiso, muchas veces ligada a la anterior, es la defensa del conocimiento como arma para desmontar la ideología burguesa, o sea como arma para la lucha. En general, aquellos docentes no ligados a ninguna de estas dos opciones manifiestan distintas formas de escepticismo y abulia respecto a su trabajo.

Así como este “malestar docente” tiene un cariz positivo, del mismo modo, también puede resultar saludable el desencanto del conjunto de la sociedad respecto de las promesas educativas que el sistema capitalista no puede cumplir. Es importante que este desencanto no se traduzca en un rechazo a la educación en general “para qué estudiar si no sirve de nada, igual no hay trabajo…”, así como es vital comprender que demandas parciales, como una mejora real en la educación, dependen de cambios mayores en nuestra sociedad. Aquellos que sinceramente queremos mejorar el sistema educativo, debemos bregar también por una completa transformación de la sociedad que haga esto posible.


Notas

*Historiadora e investigadora de Razón y Revolución.

1Los obreros calificados de las empresas informáticas habían sido considerados como “ciudadanos del mundo” porque carecían de problemas migratorios, eran bienvenidos en todas partes y contratados en excelentes condiciones que incluían acciones de las empresas. Con la crisis y el derrumbe de la bolsa perdieron sus ilusorios beneficios. Los extranjeros fueron velozmente echados del gran país del norte.  

2Aquí seguimos a Marx, Karl: El Capital, México, S. XXI, 1975, t. I, v. 2, caps. 11-13. Para una descripción del proceso de descalificación ver Braverman, Harry: Trabajo y capital monopolista, México, Nuestro Tiempo, 1980, con quien discrepamos en ciertos aspectos. Hemos sentado nuestra posición en “Lo que vendrá. Una crítica a Braverman”, en Razón y Revolución, nº 7. En este úl-timo artículo hay una explicación más detallada de estas transformaciones.

3Éste era el plazo que demoraba el aprendizaje de los oficios artesanales en los gremios medievales.

4Fernández, Fabián: “Cambios en los procesos de trabajo en la industria argentina actual: el caso de la industria automotríz” en PIMSA, 1998.

5Este tema fue abordado en estudios clásicos como el de Pruiggros, Adriana (dir.): Historia de la educación en la Argentina, Bs. As., Galerna, 1997, v. 1 y 2 y ha dado lugar a investigaciones específicas, ver: Barrancos, Dora: Anarquismo, educación y costumbres en la Argentina de principios de siglo, Bs. As., Contrapunto, 1990. 

6Un estado de la cuestión puede encontrarse en Kornblit, Ana Lía: “Estado del arte y principales líneas de investigación en el sector docente en establecimientos secundarios” en Panaia, Marta (coord.): Competitividad y salud ocupacional, Bs. As., La Colmena, 2002. La misma compilación reúne varios trabajos que abordan el tema desde distintos ángulos como la salud mental del docente, la pérdida de control sobre el proceso de trabajo, entre otros. Ver también la entrevista a Miriam Bergalli, especialista de la Universidad del Salvador, publicada por La Nación Revista, 21/7/2002, p. 20 y ss.

7La prevención y el tratamiento de las principales enfermedades laborales de los docentes, como las vinculadas con el uso intensivo de la voz, no son cubiertas sin cargo por IOMA, a despecho de los reclamos sindicales.

8Esto no ocurre sólo en el secundario, sino que la misma lógica se extiende en primeros años de la enseñanza básica: a un amigo mío, que comenzaba a trabajar como maestro de primer grado en una escuela cercana a la villa de Retiro, la directora le indicó que privilegiara los “contenidos actitudinales” (en este caso se refería al comportamiento, centralmente quedarse sentados y callados) frente a la enseñanza de la lecto-escritura que resultaba secundaria dado el contexto social de los chicos y el hecho de que la mayoría de ellos no hubieran concurrido a preescolar.

9Ver: Prando, Alberto: “El empleado del mes: ¿obrero yo?”, en Razón y Revolución, nº 7, verano de 2001.

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