El fin del receso escolar trajo un nuevo experimento educativo: la presencialidad plena en Ciudad de Buenos Aires y la provincia de Mendoza. Como si la pandemia hubiera finalizado, restablecen la forma de escolaridad prepandemia eliminando la distancia física en las aulas. Ahora, las y los estudiantes concurrirán todos juntos y en simultáneo a sus grados/años. Así, las aulas concentrarán arriba de veinte o treinta alumnos en escasos metros cuadrados suponiendo que la apertura de puertas y ventanas será suficiente para evitar nuevos contagios. La diferencia entre CABA y Mendoza es el nivel educativo con el que avanzan en este nuevo experimento. Mientras la Ciudad eligió el nivel secundario, Mendoza privilegió el primario. Coinciden en el grado de improvisación: la Ciudad dio a conocer el nuevo protocolo horas antes del reinicio y Mendoza, con apenas algunos días. El de la Ciudad contiene numerosas inconsistencias: en clases de Educación Física sí se guardará la distancia, pero no en las aulas; los alumnos no pueden cantar, pero sí amontonarse y hablar en su curso; las aulas permanecen al 100% de ocupación y los comedores, al 50%. Para saldar esos escollos, Mendoza propone, abiertamente, recurrir a espacios no escolares para eliminar burbujas, pero intentar mantener la distancia. Nos hablan de “monitoreos” y de gradualidad para atravesar un “agosto difícil” pero se encaminan a hacinar estudiantes y docentes en una infraestructura escolar que no permitirá guardar una distancia mínima. Por cierto, todas las provincias avanzan en implementar una jornada completa de cursada y según lo que ocurra en estas dos jurisdicciones avanzarán en la cursada plena. Como ya avisó el ministro Trotta, la presencialidad no se negocia.
Precisamente, es la infraestructura escolar la que impuso la noción de “burbujas”: en la práctica, la división de los cursos en dos o tres para garantizar el distanciamiento social. Esa lógica hizo que las y los estudiantes rotaran en su concurrencia a clases. Ese ordenamiento fue impuesto por la realidad ya que los censos (el último data de 2014) revelan que las aulas, en nuestro país, son pequeñas o muy pequeñas sin considerar el nivel de deterioro de los edificios que vuelven, en tiempos normales, la cursada insalubre.
Cabe recordar que la distancia social no es algo privativo de las escuelas: se guarda al aire libre y también en los espacios cerrados, en negocios, en el transporte y en las dependencias oficiales. La distancia física como medida preventiva es recomendada por la Organización Mundial de la Salud, mucho más para los menores que no han sido vacunados. Cabe recordar que nuestro país, sobre una población escolar de más de 12 millones de alumnos (poco menos de la mitad aptos para recibir vacunas para 12 y 17 años), se planea vacunar a 990 mil con enfermedades de riesgo. Una gota en el desierto cuando el resto del mundo reconoce que niñas, niños y adolescentes serán los futuros “reservorios del virus”. La misma recomendación realizan los Centros de Control y Prevención de Enfermedades y distintos epidemiólogos consultados a lo largo del mundo: hay que guardar distancia física.
Es de esperar, entonces, que en un par de semanas nos encontremos con un panorama ya conocido, tal como vimos en abril: nuevos contagios empujados por la cepa Delta. Solo en Córdoba, un viajero contagiado provocó más de 800 aislamientos y cuatro cierres de escuelas. En la Ciudad ya hay dos casos sin nexo “viajes”. China inició nuevos confinamientos al igual que Australia; Estados Unidos tiene hoy a más del 16% de su población infantil contagiada gracias al combo escasa vacunación voluntaria más cepa Delta. A contramano, los funcionarios locales decretan una primavera de normalidad en pleno invierno cuando los casos hoy están al nivel del pico de la primera ola del mes de octubre. Cabe preguntarse quién pagará el costo de las enfermedades y muertes evitables.