Por Eduardo Sartelli – Los compañeros Bonavena y Nievas respondieron a mis críticas por dos medios.1 Un texto mucho más largo, que se encuentra en Internet, y éste, que por obvias razones de espacio, publicamos en este mismo número de El Aromo. Para facilitar la lectura inmediata, nos limitaremos a responder a ésta última versión. Dejamos sentado, sin embargo, que hay mucho más que decir que lo que expondremos aquí.
La respuesta de Flabián y Pablo gira sobre tres ejes: 1. no toda lucha armada es foquista; 2. el eje de la lucha revolucionaria actual pasa por Medio Oriente y África; 3. no “pensar” la guerra es pacifismo. Vamos por el primero: si aceptamos la enumeración de los compañeros, nadie fue jamás foquista, salvo Guevara y Regis Debray. El foquismo se caracterizaría por la preeminencia otorgada al campo y al campesino; no obstante, ni las FARC ni el EZLN serían foquistas. Tampoco el PRT-ERP a pesar de su experiencia tucumana. Más adelante se precisa que el foquismo presupone también el “subjetivismo” a la hora de considerar las condiciones necesarias para la lucha revolucionaria. Se ignora o se deja en el olvido que ni Montoneros ni Tupamaros ni el PRT derivaron su práctica armada de “condiciones objetivas”, salvo que los compañeros piensen que el grueso de la clase obrera estaba ya dispuesta a tal tarea y que las direcciones de esos partidos no hicieron más que seguirla. Dicho de otra manera: si campesinismo y subjetivismo son componentes del foquismo, en menor o mayor medida están presentes en todos los agrupamientos que consideran.
El asunto central con el foquismo no es, sin embargo, ninguno de los elementos que se señalan. El punto clave es una concepción de la acción revolucionaria donde el elemento militar se construye en abstracción de la lucha política. Es una pre-condición. De eso se trata todo: de la consideración sobre el momento en el cual el proceso revolucionario construye su poder armado. Lo que caracteriza a todos los agrupamientos considerados es precisamente la idea de que la estructura armada precede a la hegemonía política. Por eso las únicas experiencias exitosas de tal estrategia son las que se desarrollaron en el ámbito rural: la organización armada construye un Estado al margen del Estado porque las condiciones geográfico-sociales lo permiten. Aquí la organización armada es la pre-condición necesaria para la hegemonía política sobre una clase que, como bien lo explicó Marx en el Dieciocho Brumario, sólo puede ser unificada desde afuera y por medio de la coerción. Los compañeros no comprenden este punto y se pierden en detalles menores sobre el foquismo porque reducen la revolución a un problema militar.
Esto nos permite entrar en la segunda cuestión. Con esta concepción del proceso revolucionario, obviamente que allí donde el fragor del combate sea más intenso se encontrará más avanzado el asalto al cielo, sin importar quién dirige, con qué estrategia y representando a qué intereses sociales. Así, la descomposición social más extrema, que lleva a guerras de mafias que se disputan territorios al simple efecto de expoliar a la población bajo los métodos más sanguinarios, como observamos en África y en buena medida en Afganistán, representan el punto más avanzado de la revolución mundial. En Irak la situación es diferente, pero toda la resistencia anti-imperialista (que hemos defendido desde estas páginas) no sólo no se hace en nombre del socialismo, sino que no representa intereses muy diferentes de los que representó, en su momento, la revolución iraní. Con el mismo criterio nos llaman a valorar procesos políticos estancados, como el de las FARC o el Zapatismo y a desvalorizar la secuela de insurrecciones proletarias/pequeño burguesas que en Ecuador, Perú, Venezuela, Bolivia y Argentina han reconstruido el mapa político de América Latina, generando una conmoción de alcance internacional. Prefieren esconder ese proceso detrás de la alusión entre canchera y despectiva a los “asambleístas” porteños. El movimiento piquetero, la insurrección del 19 y 20 de 2001, Kosteki y Santillán, etc., etc., son metidos en la misma bolsa junto a esa caricatura de zamorista ridículo y seudo-anarco. Sin embargo, EE.UU. ha gastado mucho más en relación a esos procesos que en la propia Colombia. Pablo y Flabián, que nos llaman a pensar la guerra, se olvidan de pensar la política.
Pasemos, desde aquí, al tercer punto. Pablo y Flabián creen que quien no empuña un arma es un pacifista. Marx, por ejemplo. O Lenin. O Gramsci. No sólo eso, creen que esos partidos son responsables de la derrota y deben dar un paso al costado. No se entiende qué quieren decir con tal pretensión porque si hay partidos derrotados en el proceso revolucionario latinoamericano son, precisamente, todos los que ambos defienden. Por otro lado, ¿qué quiere decir “paso al costado”? ¿Abandonar la actividad política? ¿En nombre de qué? ¿Para darle paso a quién? Defienden la idea de partido pero no dicen concretamente cuál. Si no quieren que consideremos toda su intervención como un simple ejercicio libresco sin consecuencias políticas, un simple llamado a leer sobre la guerra, debieran decirnos qué es lo que hay que construir. ¿Un partido como cual? ¿Con qué estructura? ¿Con aparato militar? ¿Para qué tareas específicas? Dicho de otra manera: ¿tenemos que construir el PRT o el PO? ¿OCPO o el PTS?
Párrafo aparte: ¿qué quiere decir “fusionar destacamentos”? Pareciera, a simple vista, que se llama a un proceso de unidad sin programa, con la única condición del “paso al costado” de los “mariscales de la derrota” y la voluntad de empuñar el fusil. Si no se dice qué destacamentos pueden fusionarse y con qué programa, simplemente se afirma, de una manera rimbombante, que se está a favor de la “unidad de la izquierda” al mejor estilo Izquierda Unida.
Otro: ¿qué quiere decir “preparación para la guerra regular o irregular”? ¿Tenemos que aprender karate, hacer tiro al blanco, armar y desarmar un Fal con los ojos vendados al estilo Forrest Gump? ¿Habrá que empezar a asaltar cuarteles? Esas cosas ya se hicieron. Estamos por publicar una tesis de nuestra compañera Stella Grenat que reconstruye el itinerario de las FAL. Lo que Pablo y Flabián proponen, si tenemos que tomarlo como una prescripción concreta, no está muy lejos de esa experiencia, en particular del grupo Cibelli: un personal técnico adiestrado en el manejo de armas complejas, tanques, etc. Para el grupo Cibelli el partido llegaría más tarde. Finalmente, también podemos interpretar la propuesta de los compañeros como algo menos disparatado. En última instancia llaman a la construcción de un partido, al que describen como “la conducción de una fuerza político/militar, construida sobre los fundamentos del marxismoleninismo”. Si “político/militar” significa algo más que Partido Bolchevique, quiere decir PRT. Si no, no describe nada que no construya ya esa izquierda a la que califican de pacifista. Los compañeros, entonces, tienen muchas preguntas que responder. Es cierto que, dada la naturaleza de las preguntas, tal vez no puedan hacer públicas las respuestas, pero el fondo del asunto es otro.
En efecto, ambos creen que el partido es algo que se piensa en todos sus detalles ex ante. Pero el partido es una construcción histórica, el resultado de batallas concretas. ¿Necesitamos un brazo armado antes de la quiebra del aparato del Estado? No se puede saber ahora. La tarea más importante hoy es penetrar en la clase obrera, participar de sus luchas, ganar la dirección. El proceso mismo dirá si necesitamos algo más y cuándo. Plantearse la organización armada como una tarea inmediata es una forma de atraer una represión innecesaria y de distraer energías valiosas. Ya se cometió ese error. Pablo y Flabián debieran ser más responsables en este punto. O decirlo claramente para que nadie se llame a engaño.
Si los compañeros no responden a estas preguntas con algo más que vaguedades “marxistas- leninistas”, no pueden quejarse de que los acusemos de pretender un retorno a experiencias fracasadas, las llamemos como las llamemos, o de realizar un simple ejercicio literario. Pensar es una actividad necesaria, pero debe dar como resultado una serie de consecuencias prácticas. Tiene, como actividad, esa fuerza y ese límite: permite adelantarse a los hechos; no construye por sí mismo ninguna realidad más allá de sí. Llamar a pensar la guerra, a estudiarla, significa simplemente eso. El simple pensar no nos lleva más allá del escritorio. La irresponsabilidad en el pensar, sin embargo, tiene consecuencias graves cuando son asumidas por alguien, aunque no sea el autor del disparate. Como señalaba Marx, las ideas se transforman en fuerza de masas cuando las masas las asumen como propias. De allí que ninguna idea es inocente No habría que estimular ciertas actitudes, por razones obvias; habría que valorar mejor otras: resulta un poco triste que dos compañeros de indudable valía condensen toda la actividad de la izquierda “pacifista” (a la que no se tiene, sin embargo, el coraje de llamar por su nombre y apellido) en la elección de un concejal aquí o allá. Desde Víctor Choque a Carlos Fuentealba, demasiada sangre de luchadores ha corrido como para que alguien que llama a pensar valore tan ligeramente acciones que les costaron, entre otras cosas, la vida a miembros de esos partidos a los que se defenestra tan fácilmente sin un balance serio.
Notas
1El inicio del debate puede verse en Razón y Revolución n° 18, 2° semestre de 2008. En particular, “Apuntes para pensar una estrategia revolucionaria en América Latina”, de Pablo Bonavena y Flabián Nievas y “Apuntes sobre el marxismo eleático”, de nuestra autoría.