¿Qué pasa en el mundo? Afganistán: Nada que celebrar

en La Hoja Socialista 23/Novedades

Estos últimos días todo el mundo se convirtió en especialista en Afganistán. Los motivos: la retirada de las tropas norteamericanas, la caída del gobierno títere y la toma de la capital por grupos talibanes. 

Despistados a izquierda y derecha, hablan de un triunfo antiimperialista o de una fuerza popular que es parte de una rebelión de explotados. La realidad es que el repliegue estadounidense es acordado. EE.UU. hace rato que se quiere ir. Trump dio el puntapié y Biden lo continuó. Esta decisión muestra un debilitamiento yanqui, que pierde posiciones frente a China. El gigante asiático es el único país que reconoce a los talibanes, no desalojó la Embajada y está dispuesto a financiar.

Junto con China aparece Rusia con una frontera muy importante en relación a Afganistán. Pero, también se hace presente otro actor importante: la Unión Europea. Esta llamó a desarrollar una estrategia independiente a Afganistán y a EE.UU., al mismo tiempo que no trata a los talibanes como golpistas sino como gente que ha ganado una guerra, como un gobierno legítimo y con quienes hay que negociar.

¿Por qué tanto interés por esta zona? Varios motivos. Conecta Rusia, China, Medio Oriente y Europa. Es un vínculo con Irán, con la India, con Pakistán y tiene frontera con China. Es una zona candente. No porque tenga ninguna riqueza. Lo que sí importa es el famoso gasoducto que abastece de gas al gigante asiático. EE.UU. empezó a exportar el gas líquido a Europa vía barco. Si esto se desarrolla más, le permitiría a los norteamericanos no estar tan metido en los gasoductos de la región y competir con Rusia vía mar.

Ahora bien, ¿Cuál es el problema de Afganistán? El ser un Estado que no puede centralizarse históricamente. Y esto no se debe a las diferentes etnias, sino que tiene que ver con la economía del opio que es lo que produce centralmente este país. Es decir, se basa en una economía ilegal. Y, por lo tanto, las diferentes tribus dentro de los grupos étnicos, no son más que señores de la guerra. Acá la dispersión no tiene que ver con una cuestión étnica o lingüística. Es propia de una economía rural, donde el 80% de la población vive en áreas rurales que se dedican a plantaciones. Como eso es ilegal, ese Estado no lo puede centralizar ni cobrar impuestos.

En consecuencia, el Estado no existe y cada señor de cada latifundio opíparo es el que, además, controla el transporte. Esto provoca una serie de luchas civiles que tienen que ver con la dispersión del poder económico en una rama de la economía ilegal y que, claramente, representa poco en el mercado mundial.

En ese sentido, Afganistán es una especie de sociedad fallida. Hay poco para hacer, hay tierras muy poco fértiles. Son 38 millones de habitantes en un territorio que es dos veces la Provincia de Buenos Aires y solamente el 36% de la población está alfabetizada. Esta es una situación que solo se arregla con un grado de centralización muy grande y una especie de planificación. Algo así es lo que ofrecen los Talibanes a fuerza de garrote y de exterminio.

Por su parte, la izquierda y el progresismo, a cuenta del anticolonialismo, apoyan estas dictaduras que lo que hacen es reprimir a la clase obrera y dejar más lejos cualquier transformación social. Ni hablemos de las cuestiones de las mujeres. Quienes están apoyando a los Talibanes de forma directa o solapada festejando la toma de Kabul son los mismos que hablan de la inclusión, que hablan con la “e” supuestamente para combatir al patriarcado y apoya a un régimen que lleva la opresión de la mujer a límites increíbles. Este es un régimen que mata mujeres, que las obliga a cubrirse, que impide que puedan acceder a la educación o cualquier trabajo, que no las deja circular si no es con su marido o con un representante designado, entre otras cosas. Todo este nacionalismo, este llamado antiimperialismo y anticolonialismo pierde el elemento central, la cuestión de clase y lo que tiene que ver con la mujer. Se pierde en la censura “progre” que termina apoyando masacres contra los trabajadores y especialmente contra la fracción más débil de los trabajadores, las mujeres.

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