Prólogo a Movimiento obrero argentino, 1930-1945, de Hiroshi Matsushita, editado por Ediciones ryr.
Le presentamos al lector un extracto del prólogo a la obra que reconstruye la historia de la clase obrera previa al arribo del peronismo. Pase y lea cómo los distintos partidos y corrientes ideológicas que orientaban al movimiento obrero argentino (el comunismo y el socialismo, centralmente) impulsaron el desarrollo del nacionalismo en su seno.
Por Marina Kabat (TES-CEICS)
Una vez más presentamos en la Biblioteca Militante un texto clásico de la historia de la clase obrera nacional. Movimiento obrero argentino, 1930-1945. Sus proyecciones en los orígenes del peronismo estudia un período crucial, que va desde la creación de la CGT en 1930 hasta el 17 de octubre y la emergencia del peronismo. Obra de referencia obligada, ha sido constantemente empleada como fuente de información empírica reproducida o reelaborada por otros autores. Sin embargo, sus tesis principales y muchos de sus hallazgos parecieran no ser tenidos plenamente en cuenta en obras editadas en el último tiempo.
En gran medida esto se explica por el giro posmoderno de la historiografía argentina. Este vuelco no sólo implicó un abandono de estudios estructurales, sino también de aquellos consagrados al análisis de la ideología. El estudio de programas políticos y del desarrollo de diversas formas de la conciencia del proletariado fue remplazado por la indagación de “prácticas culturales”. La microhistoria tuvo su parte, pues ya no se trata de estudiar las grandes orientaciones del movimiento obrero, sino el microcosmos personal de este o aquel sujeto entrevistado por el historiador.
En el caso puntual de la obra de Matsushita se agrega otro fenómeno: muchos de sus hallazgos pueden incomodar tanto al público peronista como a la audiencia de izquierda. Ni el peronismo gusta hoy de recordar que no solo anarquistas y socialistas se oponían al proteccionismo, sino que también lo hacía la corriente sindicalista, que consideraba a todos los patrones por igual, pequeños o grandes, nacionales o extranjeros, pues todos explotaban al obrero. Ni a la izquierda le satisface reparar en el hecho de que el mismo comunismo educó a la clase obrera en el nacionalismo y el reformismo al abogar por el proteccionismo industrial y por la alianza con el pequeño empresariado nacional frente a los monopolios extranjeros.
El gran debate
Muchos historiadores o sociólogos parecen incapaces de concebir la posibilidad de transformaciones de la conciencia de los trabajadores. En consecuencia, cada vez que se constata un cambio en la orientación ideológica del proletariado, este es adjudicado a la emergencia de trabajadores de nuevo tipo. David Rock asocia el ascenso del sindicalismo con el incremento numérico de los trabajadores nacidos en el país, vinculación que Matsushita relativiza en esta obra.1 Por su parte, Brennan relaciona el desarrollo del clasismo cordobés, entre otros fenómenos, con el arribo a la capital provincial de migrantes rurales escasamente peronizados.2
En esta misma lógica, ya Germani planteaba que los migrantes recientes del interior constituían una nueva clase obrera portadora de valores tradicionales que iba a apoyar a Perón. Para Germani, ella se oponía en términos radicales con la vieja clase obrera, de más largo arraigo y origen extranjero. Esta, proveniente de la vieja Europa, había traído al país su cultura política y las tradiciones socialistas y anarquistas. Los nuevos migrantes, en cambio, carecerían de tradiciones sindicales y políticas previas. De su procedencia rural Germani deduce que estarían acostumbrados a relaciones paternalistas En las ciudades, su dificultad para adaptarse al medio urbano y a los acelerados cambios reforzaría su interés por reproducir este tipo de vínculo. De esta manera, estos nuevos contingentes obreros conformarían masas disponibles a la espera de un líder carismático que decidiera instrumentarlas políticamente.
En resumen, ni la vieja ni la nueva clase obrera responden a las características que Germani les adjudicada y ambas convergen en su apoyo al peronismo. Más aún, como ya lo destacaron Murmis y Portantiero, la vieja guardia sindical, aquella que dirigía el movimiento obrero hacia 1943, constituyó uno de los primeros apoyos que Perón recibió. En otro libro de esta colección, La vieja guardia sindical y Perón, Juan Carlos Torre reconstruye la historia de ese vínculo, desde los primeros intentos de acercamiento a los dirigentes sindicales por parte de la Secretaría de Trabajo y Previsión, hasta la disolución del Partido Laborista, la organización creada por la vieja guardia sindical que apoyaría la candidatura de Perón en las elecciones de 1946 y que pretendía tener una gravitación importante y duradera en la vida política del país.
Cambia, todo cambia
El gran valor de la obra de Matsushita radica, fundamentalmente, en que describe y analiza cómo los distintos partidos y corrientes ideológicas que orientaban al movimiento obrero argentino impulsaron el desarrollo del nacionalismo en su seno. Mientras que Germani asumía que para el desarrollo de un movimiento obrero nacionalista era necesaria la irrupción de migrantes del interior que rompieran con las ideologías internacionalistas, Matsushita nos muestra cómo esas organizaciones supuestamente internacionalistas promovieron el nacionalismo en las filas proletarias.
El rol del PC en este escenario llega a vislumbrarse claramente, pese a que Matsushita probablemente subestime el desarrollo de esta corriente dentro del movimiento obrero.3 Matsushita señala que la represión estatal focalizada sobre el PC limitaba el crecimiento de este partido, al igual que había ocurrido previamente con el anarquismo. Pero considera que también la elevada movilidad ascendente en la Argentina dificultaba la inserción de partidos clasistas. A nuestro juicio, Matsushita sobredimensiona esta movilidad ascendente y, por ende, su incidencia en la trayectoria del PC.
Llama la atención que Nicolás Iñigo Carrera coincida con Matsushita acerca del clima ideológico predominante al promediar la década del ’30: “Se extendió entre los obreros, entre los trabajadores y entre la pequeña burguesía de la capital un estado de ánimo no solo de descontento antigubernamental (claramente expresado en los resultados electorales) sino también antimonopolista y antifascista, anti imperialista y en cierta medida anticapitalista…”.4 No obstante, Iñigo Carrera no dedica una palabra a explicar la forma en que dicho estado de ánimo nace y evoluciona. El mismo pareciera surgir por mera generación espontánea. En la medida que elige recortar solo un aspecto de la vida de la clase obrera, sus luchas, no puede pensar cuál es la forma en que evoluciona la conciencia que orienta esas luchas. Es precisamente en este punto que resultan fundamentales los aportes de Matsushita.
La investigación de Matsushita refuta en forma contundente el planteo de Laclau respecto a las corrientes que orientaban el movimiento obrero argentino en general, y al PC en particular. Ni las demandas democrático-populares ni el nacionalismo antiimperialista eran en absoluto ajenos al accionar del PC. Como veremos, no es la ausencia de esta orientación lo que puede explicar la derrota del PC frente al peronismo, como sostiene Laclau. Por el contrario, el desarrollo de la misma constituye una de las debilidades programáticas del PC que dificultan un posicionamiento adecuado frente al peronismo. Es más, leyendo la obra de Matsushita, uno puede concluir que el PC –junto al PS y a otras corrientes– educa a los obreros en el reformismo y el nacionalismo, de tal forma que los prepara ideológicamente para la adopción del peronismo. Esto debiera alertar a la izquierda actual, respecto a su propio proceder. Si bien parte de la izquierda puede cuestionar al PC por su tendencia a la conciliación de clases y considerar errónea parte de su estrategia a inicios de los cuarenta, suele atribuir estos problemas al “estalinismo” o la burocratización, sin visualizar que las medidas antiimperialistas que proponen tienden a situar el enfrentamiento principal fuera de las contradicciones de clase.5
Las tendencias dominantes de la izquierda hoy creen verse inmunizadas, por su trotskismo, de cometer los errores del PC. Sin embargo, un énfasis excesivo en las propuestas de nacionalización, (que olvida que un servicio nacionalizado sigue siendo un servicio en manos de la burguesía) y un análisis estrechamente nacional del desarrollo industrial, constituyen hoy debilidades programáticas que facilitan el avance político del bonapartismo kirchnerista.6
Partidos, dirigentes y bases obreras
Hoy en día constituye una crítica habitual a los “estudios tradicionales” de la clase obrera argentina el cuestionamiento a una preocupación exclusiva por lo que las instituciones o los dirigentes hacían o decían en abstracción del comportamiento de las masas obreras. Esta acusación, ciertamente, no le cabe a la obra de Matsushita, siempre atento al apoyo o rechazo de las bases respecto a acciones de los dirigentes. Matsushita estudia las orientaciones ideológicas partidarias y cómo impactan en la política desarrollada por las centrales sindicales y los gremios particulares. Pero analiza también las posiciones de dirigentes intermedios y delegados. Se preocupa por dar cuenta de los casos en que la dirección sindical toma decisiones luego revocadas en asamblea, e incluso intenta discernir, cuando esto es posible, en qué casos los delegados votaban siguiendo su propia posición o el mandato de sus bases.
Ocurre que en muchos estudios recientes esta exacerbada preocupación por las posiciones de las bases se encuentra vinculada a una posición populista, con cierto matiz autonomista que en realidad niega toda agencia a las entidades partidarias. Desde esta perspectiva, estudiar el comportamiento de las bases implica necesariamente un abordaje metodológico que reivindica la historia oral como método privilegiado. Paradójicamente, esta corriente confluye con otra que hemos caracterizado como mecanicista y que analiza las luchas de la clase obrera como prácticamente la única instancia legítima a ser estudiada, luchas que son analizadas “en sí mismas”. Es decir, en abstracción de la orientación y preparación que los distintos partidos y corrientes gremiales buscan darle. Por nuestra parte, consideramos no solo legítimo sino central el campo de indagación histórica vinculado con las orientaciones ideológicas del movimiento obrero. La investigación de Matsushita, desarrollada con especial habilidad y oficio, constituye un modelo ejemplar dentro de este campo de estudios.
Notas
1 Rock, David: El radicalismo argentino, 1890- 1930, Amorrortu, Buenos Aires, 1977.
2 Brennan, James: El Cordobazo. Las guerras obreras en Córdoba, 1955-1976, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1996.
3 Obras posteriores dedicadas al estudio específico del PC pudieron mostrar con mayor claridad su desarrollo en el mundo gremial. Tal el caso de Hernán Camarero: A la conquista de la clase obrera. Los comunistas y el mundo del trabajo en la argentina, 1920-1935, Buenos Aires, Siglo XXI, 2007. Sin embargo, los importantes aportes empíricos de estos trabajos no son equiparados en el plano interpretativo. Una crítica a su obra puede verse en: Eduardo Sartelli: “Acerca de éxitos y fracasos” en Razón y Revolución, n° 24, 2do.semestre de 2012.
4 Iñigo Carrera, op. cit., p. 117, recupera la misma idea en las conclusiones, p. 285.
5 Por ejemplo, Peña señala que la política del frente popular lleva el confusionismo a las filas obreras, al tiempo que reclama una profundización de la política antiimperialista, op. cit., pp. 470-478.
6 Para una crítica más detallada de la política de la izquierda ante la nacionalización de YPF, véase: Juan Korblihtt: “Riqueza ajena. Los planes del gobierno para la nueva YPF”, El Aromo, n° 66, mayo-junio de 2012, disponible en: http://goo.gl/U1SM4w.