Por Stella Grenat – Volver la mirada sobre los ’70, implica una responsabilidad política de gran envergadura para todos aquellos que hoy nos encontramos en el campo de lucha de la clase obrera pertrechándonos, moral y materialmente, para afrontar jornadas semejantes. Significa, entonces, la necesidad de realizar un balance serio y profundo de los hechos en vistas a resolver un problema central: las causas de la derrota de la fuerza social que, en esos años, puso en jaque al poder hegemónico de la burguesía. En este marco desde las páginas de El Aromo promovimos un debate abierto que se desarrolló a lo largo de varios meses y en el que participaron Daniel De Santis1, militante del PRT-ERP, Cristián Castillo2, dirigente del PTS y Héctor Löbbe3, autor de La Guerrilla Fabril, un texto que analiza la intervención de las organizaciones de izquierda en las Coordinadoras de Zona Norte de Gran Buenos Aires.4 Descartando a Löbbe, quien plantea datos concretos que refutan las afirmaciones poco sólidas de Castillo, el resto de los participantes no desarrollan el eje central de la discusión. A continuación presentamos nuestra posición en dicho debate.
Ausencias
Desde los inicios de la etapa democrática, la teoría de los dos demonios ha logrado instalarse firmemente en el imaginario social como la explicación del proceso de lucha prerevolucionario abierto en la década del ´70. Si bien esta construcción ideológica ha sido enfrentada y debilitada, aún subsisten importantes corolarios que se desprenden de ella. Por ejemplo, el supuesto de que la lucha armada es el fenómeno que marca y define a la etapa. Esta perspectiva oscurece el protagonismo de la clase obrera y hace perder de vista el aspecto fundamental para explicar la derrota de las fuerzas revolucionarias en los años ’70: la persistencia de la ideología reformista en la mayor parte de la clase obrera argentina. Lo cierto es que, a pesar de la enorme fuerza desplegada en la lucha, las masas continuaron adscribiendo mayoritariamente al peronismo. En este marco se inscribe y adquiere sentido la estrategia puesta en marcha por el Gran Acuerdo Nacional, como parte del programa contrarevolucionario para que la clase dominante retome la ofensiva en el enfrentamiento. Y, en este sentido, la perspectiva de una salida electoral que incluyera al peronismo, fue uno de los mayores obstáculos que debieron enfrentar las organizaciones revolucionarias en su disputa por la dirección política de las grandes masas.
En segundo lugar, es necesario incorporar otra variable para explicar la debilidad que aquejaba al campo popular. La misma refiere a que el estado mayor que se postulaba para dirigir el proceso abierto a partir de 1969 se encontraba fragmentado políticamente. Lejos de aparecer como una unidad, ese estado mayor cristaliza en una gran cantidad de organizaciones. Sin embargo, a pesar de esta heterogeneidad, es posible señalar que el principal eje de disidencia quedará fijado en torno a su respectivo posicionamiento frente al reformismo. De este modo, todos los agrupamientos se ubicarán dentro de dos grandes tendencias: las filo peronistas y las revolucionarias. Desde una perspectiva que analice el derrotero concreto de cada una de los planteos políticos puestos en juego, éste es el centro del problema y no lucha armada, porque en ambas tendencias hallaremos organizaciones que las llevarán adelante.
De aquí, se desprende un tercer problema, dado que, dentro del conjunto de las organizaciones revolucionarias, se reproduce este desacuerdo alrededor de la estrategia adecuada para la etapa. Para unas el problema militar adquirirá un rol fundamental y para otras no. Recién, en este tercer punto toma cuerpo la discusión acerca de la lucha armada y se abre la necesidad de indagar los límites de todas las formas que se desplegaron en esos años: foco, guerrilla, destacamentos urbanos o ejército popular. Una discusión que resulta relevante porque, en el caso concreto de la Argentina y en ese determinado momento histórico, priorizar este camino implicó desviarse de la lucha contra el reformismo peronista, la tarea más importante planteada en el periodo.
Las dificultades para superar esta profunda heterogeneidad que caracterizó a los diferentes personales políticos que conducían las luchas, obstaculizó la constitución de una sólida unificación política y el surgimiento de un partido capaz de aglutinar y conducir con firmeza a esa fuerza social que logró articularse a partir de la lucha directa contra el estado.
Es en este contexto en el cual nosotros reivindicamos al PRT-ERP como una organización que impulsó la construcción de un partido independiente de la clase obrera. Este hecho lo diferencia notablemente de otras experiencias volcadas a la pura acción militar, como por ejemplo las FAL, incapaces de superar el nivel de la formación de destacamentos armados para operar en las ciudades. Muy por el contrario el PRT fue conciente de la necesidad de construir el partido y dispuso un importante caudal militante a esa, creó instituciones, fijó alianzas. Bajo ninguna circunstancia, esta apreciación implica nuestra aceptación acrítica de todas las intervenciones del PRT. En este sentido, siempre manifestamos que la construcción del Ejército Revolucionario del Pueblo significó un error estratégico que limitó la concepción del partido. Sin embargo, desde nuestra perspectiva, no observar el trabajo político del PRT y de otras organizaciones en los frentes de masas, sobre todo en el frente sindical, es “tirar al niño con el agua sucia”. Porque, desconocer esta realidad no sólo cercena una parte de la historia de la izquierda argentina sino que, también, priva a la clase obrera de parte de su tradición de lucha y organización.
Por lo dicho, queda expresada la complejidad que conlleva detenerse en la construcción de un balance acerca de las causas de la derrota de la clase obrera en los años setenta. Una complejidad que en general aparece desdeñada en otros enfoques.
Diferencias
En el debate que se desplegó en las páginas de El Aromo, Daniel De Santis fijó su posición. La misma pone de manifiesto su incapacidad para reconocer que la lucha armada fue un error. De Santis no ve que, sobre todo en el caso del PRT, la puesta en marcha de dicha estrategia dispersó los esfuerzos de una enorme masa militante. Esta masa fue distraída de otros frentes en los que el PRT, tal y como el mismo nos informa, había logrado insertarse. Por eso, el principal déficit de esta postura reside en que no logra medir la magnitud del efecto que significó para la actividad del partido, y para su crecimiento, el desarrollo paralelo de la actividad militar. Dentro de su perspectiva se desprecia un elemento decisivo para la clase obrera: la defensa de cuadros. Un militante experimentado del aparato sindical de un partido sólo se construye luego de muchos años y a partir de un gran esfuerzo y lo mismo pude afirmarse de un cuadro político. La caída de alguno de ellos, tanto en los preparativos como en medio de una operación militar, significa una pérdida tremenda, no sólo para ese partido sino para la toda la clase obrera. Por eso, este tipo de pérdidas causan un gran daño al campo popular. No hay duda que la historia del PRT-ERP otorga una larga lista de activistas, militantes y cuadros caídos en tales circunstancias.5 Va de suyo que los militantes sindicales no están expuestos a la muerte o a la prisión, pero la construcción del aparato militar (no confundir con la organización de auto-defensa) antes de que la realidad lo exija implica debilitar la defensa más importante que un militante tiene: su profunda inserción en vastas masas politizadas. Al restar personal a esta tarea, el PRT disminuía su inserción y debilitaba a los militantes de superficie.
La otra intervención en este debate fue la de Cristián Castillo. Al contrario del planteo de Daniel De Santis, Castillo, no ve el desarrollo del partido en ningún lado. Más aún. De la defensa de su “cuarto relato” y del papel desempeñado por la clase obrera se desprende la subestimación del rol del partido.6 Siguiendo sus palabras, habría “que poner en primer plano las acciones realizadas por la clase obrera, que protagonizó en esos años gestas memorables y tendía […] a superar su experiencia con el peronismo. No olvidemos que en junio-julio de 1975 se habían desarrollado las grandes acciones que terminaron con el Plan Rodrigo […] y provocaron la salida del gobierno de Isabel Perón”.7 Ante estas afirmaciones, cabe preguntarse cómo entiende Castillo el concepto de clase obrera. Castillo debería saber que, en la realidad, esa clase obrera no existe en estado puro a modo de entelequia y que esas “gestas memorables” fueron impulsadas y dirigidas por las organizaciones de izquierda: el PRT-ERP, los Montoneros, la OCPO, etc. Y que, sin el trabajo cotidiano de infinidad de militantes de esas y otras organizaciones, es decir de los partidos, hubiera sido imposible que los trabajadores comenzaran a superar al peronismo.
Asimismo, en su afán de batallar contra la que denomina genérica y erróneamente “estrategia guerrillerista” abandona la revisión de un aspecto fundamental para la organización de la clase obrera: el problema militar. La historia demuestra que la lucha de clases, más tarde o más temprano, alcanza su momento militar en tanto cualquier clase dominante se pondrá en pie de guerra en defensa de sus privilegios. En este sentido, hay que contemplar el problema de la organización y de la dirección militar del pueblo y no tender a posiciones que lindan con un pacifismo propio de un buen burgués. Definitivamente Castillo tira el agua, al niño y a toda la teoría y la práctica marxista de los últimos cien años.
La complejidad de un debate
El panorama que presentamos da cuenta de la dificultad que supone avanzar en la búsqueda de la respuesta a la pregunta por el fracaso. Frente a la posibilidad de un nuevo ascenso de la lucha de clases en Argentina, resulta imprescindible que realicemos el esfuerzo de construir un balance claro de nuestra última derrota, sin el cual corremos el riesgo de no corregir lo que haya que corregir y de no aprovechar lo que ya está hecho. En este sentido, la reivindicación acrítica de una estrategia no puede ser contestada por la reivindicación abstracta de una entelequia. Hay que asumir que el PRT (y el conjunto de la izquierda del período) era mucho más que un grupito de guerrilleros, que estaba inserta en la clase obrera y que tenía incidencia real sobre la vida política nacional. De lo contrario, no se entiende todo el proceso posterior y la contrarrevolución misma: si todo el problema es la clase obrera y no la izquierda, ¿por qué hay miles de militantes revolucionarios desaparecidos? Al mismo tiempo, si hicimos todo bien, ¿por qué perdimos?
Notas
1De Santis, Daniel: “Guerra de clases”, Aromo n° 27, abril de 2006.
2Castillo, Cristián “Una respuesta a Daniel De Santis”, El Aromo n° 30, Agosto de 2006.
3Löbbe, Héctor: “Algunos señalamientos críticos al artículo de Cristián Castillo”, El Aromo n° 31, septiembre de 2006.
4También se expresaron posiciones sobre este debate en otras publicaciones, en particular en Prensa Obrera. Nuevas intervenciones de De Santis y Castillo acaban de aparecer Indimedia.
5Cómo un ejemplo, entre muchos, señalamos el caso del delegado de Fiat Juan Eliseo Ledesma, que llegó al rango de Comandante. Fue detenido el 7 de diciembre de 1975 en el marco de los preparativos de la toma del Batallón de Arsenales “Domingo Viejobueno” en la localidad de Monte Chingolo.
6Dejemos de lado que un marxista no debiera construir “relatos” sino exponer la verdad científica y que Castillo asume como propias posiciones nuestras sin citarnos, lo que parece una costumbre entre los miembros del PTS.
7Castillo, Cristián: “Los ’70 y el golpe militar”, La Verdad Obrera, N° 181, 23-2-2006.