Polvo, harina y hambre – Roberto Muñoz

en El Aromo nº 94

2305_447x682_447x682_0x0Polvo, harina y hambre. Una recorrida por dos localidades “indígenas” del Impenetrable chaqueño

Estuvimos en dos localidades chaqueñas que, según indican las fuentes oficiales, cuentan con una gran presencia “indígena”. En realidad, se trata de No se trata de una masa obrera que, expulsada del sistema productivo, sobrevive a base de planes sociales, changas y empleo público precario.

 Roberto Muñoz

Taller de Estudios Sociales – CEICS

 

 


Durante octubre de este año recorrimos algunas localidades del Impenetrable chaqueño, en el departamento de General Güemes, al norte de la provincia. Estuvimos en Nueva Pompeya y Sauzalito, que, según indican las fuentes oficiales, cuentan con una gran presencia “indígena”. Separados por solo 90 km., Nueva Pompeya es uno de los primeros asentamientos de la provincia (1891) y, Sauzalito, uno de los últimos (1979). Los conecta la ruta provincial 9, un camino de tierra en el corazón del monte hecho de árboles bajos y arbustos. Los une, también, las miserables condiciones de vida en la que está hundida el grueso de su población.

Aquí presentamos algunas notas que intentan describir ese panorama, con la intención de profundizar sobre lo que venimos desarrollando desde hace varios números en El Aromo: no se trata de población que no esté plenamente “integrada” a la sociedad argentina, tampoco de sociedades que contienen relaciones sociales diferentes a las capitalistas, sino de una masa obrera que, expulsada del sistema productivo, sobrevive con serias limitaciones a base de planes sociales, changas y, en menor medida, empleo público precario. En pocas palabras, compañeros que engrosan una de las capas más populosas de la clase obrera argentina: la sobrepoblación relativa.

Nueva Pompeya

Para llegar a Nueva Pompeya desde la capital de la provincia hay que recorrer 480 km. Si no se va en auto, esa distancia requiere combinar diferentes transportes, porque el asfalto solo llega hasta Castelli, ciudad cabecera del departamento –que tiene una superficie similar a Tucumán y apenas unas 67 mil personas. Una vez allí, siempre y cuando no llueva, se puede seguir a través de una ruta de tierra para completar los 185 km restantes. Si el clima no acompaña, los caminos se vuelven intransitables y uno queda varado hasta que se componga. Dada esta infraestructura vial, este pequeño tramo implica casi 5 horas de viaje para llegar a destino. El único colectivo que presta este servicio, siempre abarrotado, lleva gente que va o viene para visitar familiares, hacer trámites o atenderse en el hospital.

Nueva Pompeya es un pueblo pobre como cualquier otro de la Argentina: calles de tierra, casas precarias, chicos descalzos, mucha gente matando el tiempo en las veredas y patios de sus viviendas. Un pueblo como tantos otros, solo que se asienta sobre 20 mil hectáreas de propiedad comunitaria a nombre de una asociación indígena y en donde alrededor del 60% de su población se la clasifica como perteneciente a la etnia wichi. . En toda esta tierra, sin embargo, no hay posibilidad de practicar la agricultura o la ganadería para el auto consumo, como veremos.

Hay escuelas, una pequeña estación de servicio, una planta potabilizadora, un mercado, un modesto hospital sin insumos y poco personal y una hostería. Mucho movimiento de motitos, carros tirados por caballos y bicicletas.

En una de las esquinas de la plaza central se encuentra el único cajero automático del pueblo. Máquina vital para una población que subsiste principal y casi exclusivamente de planes sociales de asistencia y pensiones por invalidez (la mayoría recibe este ingreso por su condición chagásica). En efecto, según datos del Instituto Nacional de Asuntos Indígenas, el 20,4% de los llamados indígenas de la provincia se encuentra en la desocupación más estricta y un 65,3% se ocupa en trabajos temporarios o changas.1 En ese sentido, viven de ingresos obreros.

Cuando en 2002 se lanzó el Programa Jejas y Jefes de Hogar Desocupado, esta localidad todavía no contaba con una dependencia del Banco Chaco. Había que ir a retirar el dinero a Castelli, algo prácticamente inviable para estas familias. El intendente de entonces, solícito, se encargaba de retirar todo el dinero y los beneficiarios tenían que pasar a cobrar por su oficina en el municipio. El gesto del intendente fue especialmente útil para controlar disidentes y conformar una extensa clientela política propia: 15 años después sigue reteniendo la intendencia, de manera ininterrumpida.

El día de cobro, el pueblo adquiere especial efervescencia. A los habitantes del ejido urbano se suman los que viven en los parajes rurales circundantes. Ese día todos hacen el mismo circuito, metódicamente. Del cajero a cargar combustible en sus motos y de ahí al mercado a comprar harina y aceite. La dieta es fundamentalmente hidratocarbonada, tal es así que la forma común de comprar harina es en bolsas de 50 kilos. Con esa alimentación, informes realizados en la zona indican que el 23% de los bebés de hasta un año de edad están desnutridos mientras que, a partir de los doce meses, cuando en general dejan de ser amamantados, el porcentaje aumenta a cifras cercanas al 60%.2

La población que vive en la periferia rural lo hace sin luz eléctrica y solo consume agua de lluvia, que se acumula en pozos (en la parte urbana hay acceso a agua tratada, aunque mantiene altos contenidos de arsénico). Como varios de estos pozos no están cercados, allí también beben, dejan sus excrementos y mueren los pocos animales flacos que tienen algunos de ellos, convirtiéndolos en un foco infeccioso perfecto. Esto mismo implica que la higiene personal sea casi imposible, proliferando todo tipo de enfermedades. La extrema escasez de agua, a su vez, hace que toda actividad de autosubsistencia, como el cultivo de algunas hortalizas, termine en un fracaso. Se han llevado adelante algunos proyectos municipales para lograrlo, pero ninguno de ellos pudo concretarse.

 

En uno de estos parajes rurales –Pozo del Sapo, a 5 km del pueblo- funciona la escuela bilingüe “Cacique Francisco Supaz”. Se trata de un establecimiento estatal, pero de gestión privada a cargo de la congregación religiosa de los maristas. Concurren cerca de 180 alumnos y, nos cuenta el representante legal del colegio, muchos de ellos van a recibir ahí su única comida en el día. El edificio fue construido hace unos años con fuerza de trabajo de la misma comunidad. El proyecto estuvo a cargo del Estado provincial, con la idea de enseñarles un oficio a los “indígenas”, que les permitiera tener mayores posibilidades de inserción laboral. Así, bajo el manto de la ideología del multiculturalismo, se evitaba contratarlos con derechos laborales plenos. Presentado como de una suerte de capacitación, implicaba trabajar 5 horas diarias por las que recibían un estímulo en dinero de $1900. Hubo quejas de los obreros, que se diluyeron al reducirse la cantidad de horas exigidas por día, pero manteniéndose el mismo pago.

 Sauzalito

Esta localidad, refundada en 1979 luego de graves inundaciones, presenta características similares. Se trata de la cabecera de un municipio de proporciones exageradas, teniendo en cuenta las extremadamente precarias vías de comunicación existentes. No existe allí ninguna tierra comunitaria. Para todo ese territorio, en el que habitan alrededor de 10 mil personas (cerca de 3 mil viven en el pueblo), el hospital dispone de una sola ambulancia. Por su parte, adentro del establecimiento, únicamente la sala de partos cuenta con aire acondicionado, mientras que las otras ni siquiera tienen ventiladores, en una zona donde las temperaturas pueden trepar por encima de los 40°. Además, contra toda lógica preventiva, la sala de pediatría está ubicada justo enfrente de la que alberga a los no pocos enfermos graves de tuberculosis.

Como señalábamos para Nueva Pompeya, acá también gran parte de la población –históricamente ocupados en la cosecha del algodón- se encuentra desocupada, siendo los planes sociales su principal ingreso. Algunos se emplean en trabajos temporarios, como hacheros o cuidadores de campos vecinos. Unos pocos encuentran ocupación como ayudantes docentes bilingües o agentes sanitarios. El municipio emplea a 87 personas. Conocimos a 4 mujeres con empleo estatal: su tarea consiste en barrer y levantar el polvo que se acumula en la calle principal de la ciudad, una de las pocas asfaltadas.

También como en Pompeya, a la hora de la siesta, la vida en el pueblo se apaga casi por completo y se activa el movimiento en los caminos: camiones repletos de troncos de algarrobo que salen de diferentes puntos del monte. Con permisos más o menos legales, los que dirigen las asociaciones indígenas habilitan que empresarios forestales talen dentro de sus propiedades comunitarias. Para los capitalistas, cerrar estos acuerdos no requiere más que dádivas: alguna camioneta, viajes, entre otras cosas, para los referentes de los “pueblos originarios”.

En estas condiciones de miseria que parcialmente hemos descripto, abundan las iglesias evangelistas con su prédica de resignación, salidas individualistas y reivindicaciones de vidas futuras. Otros encuentran refugio en el alcohol y las drogas –está muy extendido el consumo de alcohol etílico, rebajado con agua y azúcar. No hay rastros de prácticas religiosas o ceremoniales propias de las que alguna vez pudieron desarrollarse antes de la conquista castellana o aún antes de la Campaña al Chaco. Si bien no hay datos oficiales certeros, varios pobladores nos comentaron que son frecuentes los suicidios, en particular entre los más jóvenes. Los niveles de pobreza e indigencia son tan elevados que ni siquiera se practica la mendicidad en las calles.

¿Indígenas?

La realidad que describimos está muy lejos de las suposiciones antropológicas dominantes, que haciendo de miseria virtud, intentan transformar ciertas actividades –fundamentalmente la extracción de productos del monte circundante- en supuestas prácticas contra-hegemónicas que les permitirían una independencia relativa respecto de la explotación capitalista y las relaciones asalariadas. Muy por el contrario, esta población presenta condiciones de vida y de trabajo similares a las de otras fracciones de la misma clase obrera. Siendo así, cualquier referencia a la especificidad étnica no tiene ninguna importancia. Consumado el proceso de proletarización hace más de 100 años, la tendencia general que se manifiesta en las últimas décadas es el pasaje de esta fracción de la clase obrera argentina de su condición de sobrepoblación relativa latente a estancada, en el caso de los que logran migrar a las ciudades, o el hundimiento en el pauperismo consolidado, los que todavía continúan en los espacios rurales. . Estos sujetos no están inmersos en relaciones sociales pre capitalistas. Es justamente su participación en las relaciones sociales capitalistas lo que explica sus paupérrimas condiciones de vida.

En los últimos años el kirchnerismo –y el macrismo continúa con la misma política- los ha mantenido al borde de la animalidad a base de planes de asistencia. Si no ocurre algo serio, que transforme estas relaciones sociales de producción vigentes, estos hombres, mujeres y niños van a vivir así para siempre. Para salir de esta situación, la primera tarea política que se impone es superar la fragmentación en el interior de la misma clase obrera chaqueña. Es decir, la necesidad de organizar a todos los obreros desocupados y subocupados de la provincia, junto a los trabajadores ocupados, estatales y privados, con un programa de clase independiente.

NOTAS

1https://goo.gl/Achu0M

2https://goo.gl/VLARb2

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