Ojos de niño peronista
Una crítica a la película Infancia Clandestina, de Benjamín Ávila.
Una crítica a la película argentina más premiada del año, la que va a representarnos en los premios Oscar, la que tanto debate suscitó. Con las actuaciones Ernesto Alterio y Natalia Oreiro, se relata la vida de militantes montoneros en la Contraofensiva de 1979, a través de la mirada de un chico de 11 años. La izquierda no se cansó de elogiarla. Curioso y extraño, porque, como le vamos a contar, es un canto al peronismo y a la irracionalidad.
Stella Grenat
Grupo de Estudio de la Lucha de Clases en los ‘70
La opera prima de Benjamín Ávila cuenta la historia de Juan (Teo Gutiérrez Moreno), el hijo de dos militantes que ejercen funciones de mando en Montoneros. El film comienza con la amenaza de la Triple A, el exilio en Brasil y el retorno a la Argentina, en el marco de la Contraofensiva (1979). Bajo el nombre de Ernesto, Juan vuelve a Buenos Aires con su hermana para vivir con sus padres en la clandestinidad. Con la misma naturalidad con la que va a la escuela, tiene amigos, juega con su madre (Natalia Oreiro), festeja su cumpleaños y se enamora, le alcanza los volantes a su padre, observa las reuniones y los preparativos de las armas y los pertrechos para los operativos. Tiene, además, una relación entrañable con su tío Beto (Ernesto Alterio) y una gran admiración por su padre (César Troncoso).
De este modo, basándose en hechos de su propia vida, Ávila se propuso hacer una película que no muestre con horror una historia que para él fue normal. Convencido de que lo político aparecería inevitablemente, aclara que le interesa es priorizar “la visión humana”, ya que hoy “se empieza a entender que la militancia no es sinónimo de muerte sino sinónimo de creer” [1].
Finalmente Ávila, se introduce en el problema de la responsabilidad o no de aquellos padres que por su militancia pusieron en peligro a sus hijos. Tal como él mismo lo reconoce “la escena de la abuela de Juan con su madre […] es la escena troncal de la película” [2]. En ella, la abuela (Cristina Benegas) aterrada y desconcertada por la incapacidad de su hija, su yerno y de Beto de comprender el peligro que corren, les ruega que le permitan llevarse a los chicos. Opción descartada por su hija, que le grita que es “una cagona […] que nunca se preocupó por nadie” y que sabe que preferiría “dejar a sus hijos con compañeros antes de que con ella”. En ella se enfrentarían las dos posturas con las que, según el director, hasta ahora se han leído la historia, “la del miedo y del ‘no te metas’ y la del dogmatismo […] la valentía y el coraje de ser fiel a una idea. Y esos dos personajes […] terminan abrazados […] la película es ese abrazo. Simboliza que […] de algún modo, hay que llegar a ese abrazo” [3].
Los chicos y los grandes
Dándose de bruces con sus propios dichos, Ávila, cuenta su historia desde una posición política acorde con la de sus auspiciantes oficiales. En este sentido, lo primero que veamos en pantalla son unas palabras puestas allí para librar a Perón de su responsabilidad en la constitución de la Triple A. Elige decir que “luego de la muerte de Perón”, bandas para policiales comenzaron a perseguir y asesinar a militantes y a “revolucionarios”. Un error que el PTS señala y al PO ni siquiera le parece necesario mencionar.
La revalorización de la militancia montonera es otra de las propuestas del film. Otra vez, se elige mostrar una imagen romántica de jóvenes que entregaron su vida por sus ideas, que en medio de su lucha eran felices, comían asados y tocaban la guitarra.
Sin embargo, esta no es más que una construcción ideológica a la que se llega mediante el ocultamiento de cierta información que, otra vez, se elige no contar. Veamos como ejemplo la presentación del padre de Juan/Ernesto (que en verdad no era su padre biológico), como el más “comprometido”. En la vida real, el compañero de la madre de Ávila, era el Comandante Horacio Mendizábal, uno de los fundadores de la organización Descamisados que, a fines del ’72, se fusiona con Montoneros. Miembro de la Conducción Nacional, máximo responsable de la Secretaría Militar, jefe del ejército Montonero y responsable de la Secretaría de Agitación, Prensa y Adoctrinamiento para 1979. Como tal, fue partícipe directo de la diagramación y puesta en marcha de la Contraofensiva, plan estratégico de carácter militar pergeñado para asumir la dirección “revolucionaria” de las masas peronistas que, desde su perspectiva, estaban prontas a tomar el poder. Antes de ello, dirigió la ofensiva montonera que, en el marco del Mundial ’78, supuso la realización de alrededor de 20 acciones militares con el objetivo de atacar los ejes centrales del poder político y militar de la dictadura. Mendizábal era un cuadro político militar, conciente y racional que actuó a partir de una determinada caracterización que suponía el despliegue de una estrategia equivocada para la Argentina. Una intervención errónea que, en el contexto de la dictadura, profundizó la derrota de las fuerzas populares devastadas por la represión, en tanto uno de sus resultados objetivos fue la eliminación física de militantes que habían logrado sobrevivir [4].
La resolución final de la película, tampoco concuerda con las intencionalidades de su director. La contundencia de la atrocidad de los hechos ocurridos trasciende el amor y la alegría de la cotidianidad familiar. El drama y la desolación de Juan/Ernesto y de su pequeña hermana acurrucados en un escondrijo esperando el golpe de sus secuestradores, son imposibles de mitigar. El niño termina absolutamente sólo: su tío se suicida con una granada en medio de un operativo, ve por televisión que su padre ha sido “abatido” y la patota que ingresa a su casa y lo secuestra, desaparece a su hermana y a su madre. La imagen final resume su desamparo, después de un espeluznante interrogatorio, queda solo, en medio de la noche, en la puerta de la casa de su abuela.
Ávila, se ubica en la perspectiva de un niño de 11 años que no puede explicar lo que sucede y menos, aún, culpar a sus padres. Así, elige atenuar la responsabilidad que, efectivamente, les cabe. Elección que, lejos de no expresar “el examen político de una historia escrita con sangre” al ser contado desde “la ‘patria’ de la infancia” (como sostiene el PO), se inscribe en una perspectiva ideológica determinada. El festejo de la militancia peronista aparece ligada directamente su expresión actual: el kirchnerismo.
Partiendo del balance político de las intervenciones montoneras queda claro que supusieron la puesta en peligro mortal de quienes las ejecutaron y la irresponsabilidad que implica involucrar a niños en operaciones de carácter militar clandestino. Hasta en términos técnicos, marchar a un enfrentamiento con ellos debilita la capacidad de cualquier destacamento.
Rieznik exculpa al autor de la obra de los desaciertos, ya que las omisiones serían producto de una mirada desde la niñez. No obstante, desde esa misma vista se develan aspectos conflictivos (que no son retomados en la crítica) y se censuran otros. El descuido del hijo (podría haber muerto), de su salud mental (se orina en la cama porque está angustiado) y de su crianza (los padres no tenían planificado qué hacer con él si desaparecían) revela aspectos problemáticos de su relación. Pero también el descuido de la propia causa: el niño pudo haberse fugado con el dinero de la organización y revelar su identidad a su novia o incluso haber matado a su madre cuando ella lo despierta abruptamente, tras la muerte de su padre.
Hay problemas, algo más importantes, que no aparecen bien resueltos y tienen que ver justamente con la política de Montoneros. Cuesta suponer que un acto tan disparatado como la contraofensiva no haya generado ninguna resistencia o incluso alguna vacilación. Una resistencia que puede expresarse en debates o vacilaciones que se revelan en conversaciones cotidianas. En ese marco, es muy difícil creer que un chico tan entrometido no haya presenciado una discusión política de ese tipo o una conversación informal entre los adultos. Uno tiende a sospechar que se trató, más bien, de un recorte del autor adulto sobre un pasado conflictivo que prefiere no sacar a la luz. Una represión a lo mejor de esa mirada de niño.
Ese recorte y esta expulsión de los conflictos políticos deja a la abuela como única representante de la sensatez (“los van a matar”). Los militantes construidos por Ávila no comprenden la situación y los datos más elementales no logran siquiera hacerlos dudar de su alocada empresa. Es decir, la obra los presenta como seres que han perdido no solo su racionalidad, sino su contacto con el mundo que los rodea. Incluso el niño muestra mayor madurez al querer llevar una vida normal y cuestionar, con su propio cuerpo, tanta locura. La única portadora de la razón es una anciana ajena al conflicto, quien finalmente es la única que puede hacerse cargo del chico. El film cae entonces en el lugar que quería evitar: la teoría de los dos demonios. De un lado, fanáticos románticos de izquierda y, del otro, sanguinarios de derecha. En el medio, la cordura de quienes no tienen nada que ver. La pregunta que termina instalando el film es quién es, en esta historia, el infante clandestino.
Irresponsables
Que el director elija colocarse en la perspectiva del niño que fue y que este punto de partida lo construya en el marco de una política oficial es perfectamente entendible. Que un partido de izquierda pase por alto toda esta cuestión es un profundo error político que pierde de vista que la tarea fundamental consistía, después del golpe, en salvaguardar sus fuerzas. De allí, la pertinencia de la lucha de Madres bajo la consigna de la recuperación con vida de los desaparecidos.
Cabe aclarar que, en el marco de una acción (la Contraofensiva) teñida de sospechas de complicidad entre la cúpula montonera y la Armada, la crítica debería tener algo más de cuidado a la hora de elogiar a quienes dirigieron las acciones en Buenos Aires y señalar esta clase de problemas, a riesgo de embellecer lo que, muy lejos de una “gesta heroica”, pudo haber sido una masacre planificada.
Asimismo, el problema de estos militantes no es como pretende Rieznik “su apoyo a Perón”. En 1979, Perón estaba muerto. Los límites políticos de los protagonistas se encuentran en su caracterización de la dictadura y en las relaciones de fuerza en ella. No los mataron porque creían en Perón, sino porque pensaban que la dictadura se caía.
Partir de un supuesto humanismo universal, según la cual toda entrega de cuerpo y alma debe ser revalorizada, impide realizar cualquier análisis significativo. Las emociones no son universales, no se construyen en abstracción de relaciones sociales históricamente determinadas. Por este camino tan burgués de entender el mundo sentimental la izquierda festeja la “sensibilidad del film”. Después de mostrar los límites políticos de la Contraofensiva, ¿qué lucha hay que reivindicar? Después de comprobar que la película no puede escapar de la puesta en escena del horror de la militancia ni explicar su existencia, ¿por qué hay que saludar esa infancia sufriente?
Sería necio no reconocer que, al igual que el resto del cine kirchnerista sobre los ’70, esta película no busca demonizar a los militantes. Sin embargo, los infantiliza. La izquierda no puede sumarse a esa visión tan abstracta de la militancia con el objetivo de reivindicar al peronismo, sino que debe marcar sus límites: la Triple A empezó a actuar antes de la muerte de Perón, la Contraofensiva no fue un acto revolucionario, los montoneros no eran revolucionarios y fue un error volver con niños pequeños. Lamentablemente, los compañeros terminan arrodillándose frente a una celebración kirchnerista, cuyo director reconoce públicamente que sus padres creían “algo que hoy […] nos parece delirante, creían profundamente que iban a cambiar el mundo […] hoy ya sabemos que el mundo no va a cambiar” [5].
NOTAS:
[1] Ranzani, Oscar: “Militancia no es sinónimo de muerte, sino de crecer”, en Página/12, 20/5/12
[2] Ídem.
[3] Ídem.
[4] La controversia generada por estas intervenciones provocaron la ruptura de Galimberti y Juan Gelman el 22/2/1979, disconformes con la realización de la Contraofensiva y la de Miguel Bonasso en abril de 1980 que, entre otros, discute el balance positivo de la misma realizado por la CN.
[5] Declaraciones de Benjamín Ávila a Ernesto Teneumbaum en Radio Mitre, 28/9/2012.
Bien merecido se tenía Infancia Clandestina su nominación al Oscar, pues no sólo destacaba por su historia, ya que el reparto es un aspecto que vaya que conquistó al público. En lo personal la actuación del actor César Troncoso me pareció una de las más interesantes en esta historia donde la falsedad, el amor y lo clandestino son los protagonistas de la vida de Juan.