Nunca es triste la verdad. Acerca de una crítica en Ñ de Ricardo Aroskin a las ideas de La Plaza es nuestra
Eduardo Sartelli
Director del CEICS
En la Ñ del 8 de diciembre de 2007, el economista e investigador de la Universidad de General Sarmiento, Ricardo Aroskin, critica, sin citar ni mencionarnos, las posiciones que hemos defendido en La Plaza es nuestra.1 Puede ser que tengamos una propensión a la megalomanía y que, en realidad, Aroskin está sometiendo a su inteligencia ideas que están en boca de todos y que nosotros nos apropiamos sin pagar derechos de autor. Pero cuando el articulista elige para construir a su contendiente argumentos y hasta expresiones que parecen casi sacadas de nuestro texto, tenemos todo el derecho a sentirnos involucrados, aunque más no sea de casualidad. Y cuando nos acusa (a nosotros o a algún clon que anda por allí con nuestras ideas sin que nosotros lo sepamos) de metafísica, de “sospechas macroeconómicas” sin fundamento, creemos necesaria una respuesta.
Pongámosle onda…
Según Aroskin, luego de la secuencia de experiencias traumáticas que hemos enumerado en La Plaza… y que él repite como ejemplo, “se instaló en amplios sectores de la sociedad la metafísica del desastre recurrente, una creencia en que por alguna razón que se escapa a lo racional los males económicos argentinos son inevitables”. Según el economista, alguien dijo lo mismo que dije yo y, aparentemente, me olvidé de patentar: “cada diez años el país estalla”. Y resulta que tuve éxito (yo o quien sea) y esa frase maldita tiene sus consecuencias: “El costo de esa creencia no es menor: implica negarse, por autodefensa, a construir nada en el largo plazo”.
Supongo yo que Aroskin cree que esa idea es influyente, si no, para qué ocupar espacio en el semanario cultural más importante del país para combatirla. Supongo yo que cree que causa efectos. Resulta entonces que a cualquier desconocido, que no vale la pena nombrar, se le ocurre tal cosa y todo el mundo deja de actuar con visión de futuro y reproduce, de ese modo, un círculo vicioso: como no creemos en la posibilidad de salir de la crisis, no salimos nunca de ella, confirmamos que seguimos en crisis y perduramos en nuestra nefasta creencia. Dicho de otra manera: primero, para Aroskin, es cuestión de fe. No es la realidad la que va delante de las creencias sino a la inversa. ¿Queremos salir de la crisis? ¡Vamos que se puede! Hay que ponerle onda…
Con economistas así…
Los secretos que los grandes constructores de la tradición clásica de la ciencia económica, me refiero a Smith, Ricardo, Marx, creyeron haber desmontado y expuesto a la luz pública, luego de años de sesudos y amplios estudios, se pueden resumir, según el economista e investigador de la Universidad de General Sarmiento, a las políticas económicas implementadas por los gobiernos. Nuestras crisis no “llovieron del cielo” ni tuvieron causas “metafísicas”. “Muchas veces el contexto externo no ayudó”, pero las responsabilidades son locales y “cada uno de los episodios de nuestro listado tiene explicaciones específicas”. El Rodrigazo fue, simplemente, un error de Celestino Rodrigo. ¿La crisis del ‘81-‘82? Adivinó: ese picarón de Martínez de Hoz, su dólar barato y esa perversa deuda… Claro, a partir de allí, ¿qué podía hacer el bueno de Alfonsín con un “gobierno débil frente a intereses demasiado poderosos, un estado endeudado, una sociedad paralizada”? Bien: en el 2001, finalmente vino a demostrar se que ese otro “error”, el Plan de Convertibilidad, creó condiciones inviables para el conjunto de la economía y todo tuvo que estallar. Todo aquel que cursa Introducción al Pensamiento Científico, en el CBC de la UBA, sabe que la ciencia sólo puede estudiar aquello que está sometido a leyes, que develan el misterio detrás de la regularidad. Sin embargo, al profesor Aroskin no se le ocurre preguntarse por eso que él mismo reconoce como “reiterados desastres”. ¿Por qué son “reiterados”? ¿Por qué gobiernos de distintas tendencias políticas cometen errores sistemáticamente? Lo peor, es que se trata de errores diferentes: el Rodrigazo se disparó en un contexto de inflación reprimida y peso devaluado; el legado de Martínez de Hoz fue un peso sobrevaluado y una inflación galopante; la caída de Alfonsín se produjo en un contexto de alta inflación y Austral devaluado; Cavallo cayó con una inflación cero y un peso sobrevaluado. ¿Por qué situaciones diferentes conducen al mismo resultado? ¿No habrá alguna causa más profunda? Al profesor Aroskin no se le ocurren, parece, para treinta años de crisis consecutivas más que explicaciones anecdóticas. Cuyo único elemento en común es la incapacidad de todos los que han ocupado el sillón ministerial. Conclusión curiosa: la incapacidad de los ministros
de economía argentinos no sólo causa estragos en la Argentina, sino en todo el mundo. Porque 1975, 1982, 1989 y 2001 son fechas que señalan crisis mundiales, en particular, crisis con epicentro en EE.UU. Se dirá que una economía débil sufre por circunstancias internas y explota por un contexto externo “desfavorable”. Si adoptamos esta peregrina idea, todos los países del mundo entran en crisis al unísono por causas básicamente internas, que por rara casualidad tienden a coincidir en el tiempo.
Para peor, explotan cuando el “contexto externo”, que no existe puesto que todo tiene causas internas, empeora… Para Aroskin no existe un sistema mundial del cual todo país es parte inescindible y del cual es imposible aislarse. El mercado mundial está en nuestro bolsillo, no en algún lugar mágico “afuera”. El mercado mundial somos nosotros, no es nuestro “contexto”. Parece mentira que haya que explicar estas cosas. Tal vez se haya querido argumentar que, siendo la crisis general, la Argentina la pasa peor que el resto. Pero entonces hay que explicar la causa de la peculiar debilidad argentina, una explicación que no puede recaer en las “políticas” sucesivas, porque eso significaría extender la “incapacidad” al conjunto de la historia nacional, algo que, creo, al propio Aroskin tal vez ya le parezca mucho…
Camina como pato…
No se si Aroskin es kirchnerista, pero lo parece. No tengo ninguna razón para creer, y no estoy siendo irónico, que no desea, más allá de sus simpatías políticas, que las cosas le salgan bien al país, gobierne quien gobierne. Pero es obvio que su intervención busca disipar las sospechas, que cree infundadas, acerca de una futura debacle de la economía nacional junto con el gobierno que la preside. Es una defensa del “esta vez sí”, tenazmente impulsado por el matrimonio presidencial y sus apologistas. No está mal, todo el mundo tiene derecho a creer en lo que mejor le parece. El problema, como siempre, es la realidad, que se empeña en ser real, más allá de las buenas intenciones y de los deseos, justos o no, de los seres humanos. De modo tal que se trata de repasar los datos de la realidad. Y punto. La Argentina, qué duda cabe, es
un país chico, que no participa en el mercado mundial más allá del 0,4%. Era así antes de Kirchner y sigue siendo así. La Argentina, qué duda cabe, sigue dependiendo de las exportaciones de productos agropecuarios. Era así antes de Kirchner y sigue siendo así. La Argentina actual no recibe inversiones masivas que relancen violentamente la productividad del trabajo que se genera en sus fronteras. Era así antes de Kirchner y sigue siendo así. La industria argentina necesita de la devaluación permanente para competir al menos en el mercado interno. Era así antes de Kirchner y sigue siendo así. La deuda externa, cuyos intereses habrá que comenzar a pagar nuevamente en el 2008 con una montaña de miles de millones de dólares, es de unos 120.000 millones. Era así antes de Kirchner y sigue siendo así. Los pésimos salarios argentinos son la base de una competitividad interna renovada en el corto plazo. ¿Se lo repito? No hace falta. Cada salida temporaria de la crisis coincidió con una elevación de los precios de las materias primas… ¿Se lo repito? Nada de esto es metafísica, todo es muy real y concreto. ¿Por qué, si los elementos más generales de la realidad permanecen igual, esta vez va a ser distinto? Aroskin pretende que, esta vez, tenemos datos novedosos: un gobierno fuerte; superávit en todas las cuentas; inflación bajo control. Una ojeada rápida muestra un cuadro muy diferente: el gobierno “fuerte” ya tiene problemas con un frente opositor que va pareciéndose cada vez más al que tuvo que enfrentar De la Rúa. Después de cuatro años de crecimiento económico elevadísimo, ganó las elecciones con los peores datos de la historia, al menos del ’82 para acá. Ese gobierno “fuerte” que tiene a dos derechistas respirándole la nuca en los principales distritos del país (Macri y Scioli), se jacta de un crecimiento económico notable. Sin embargo, Aroskin parece olvidarse que todo el mundo creció estos años a tasas muy altas, varios incluso más que la Argentina. Parece olvidarse también, que la inmensa mayoría de ese crecimiento apenas alcanza a superar la situación previa a la crisis, es decir, el año ’98. Y que la inmensa mayoría de ese crecimiento, otra vez, se debe a la capacidad instalada durante los ’90, es decir, al “tonto” de Menem y su “retonto” ministro Cavallo, con su peso sobrevaluado. Parece no haberse percatado que el crecimiento de la recaudación y, por ende, el superávit primario están fundados en retenciones más inflación. Que las cuentas externas se sostienen a fuerza de soja, que las importaciones de gas son ya una realidad hace rato y que las de petróleo están a la vuelta de la esquina, igual que el endeudamiento a tasas usurarias disfrazado de socialismo bolivariano y nacionalismo setentista. La inflación real ya supera el 20% y eso que todavía no se liberaron los precios de las tarifas… La Argentina todavía no creció nada o, para ser más precisos, casi nada, si se entiende por crecer algo más que salir de la depresión. Todas las crisis argentinas no son más que un capítulo de la crisis mundial contra la cual los ministros locales pueden hacer tanto como nada. Estados Unidos está entrando en recesión, qué duda cabe (ahora, para los que nos acusaban de catastrofistas). China vive del mercado norteamericano, qué duda cabe. La Argentina vive de China… ¿Cabe alguna duda acerca del futuro más o menos cercano? Se dirá que la Argentina tiene reservas por más de 40.000 millones de dólares. De la Rúa tenía, gracias al “megacanje”, una cifra similar en vísperas de su derrumbe. Al margen de que esa cifra es engañosa, porque buena parte de la misma no está constituida por dólares reales. Peor todavía: la que sí está constituida por dólares reales, es una masa de papel que se desvaloriza aceleradamente, precisamente, porque está en dólares… Medidas contra Euros, las reservas argentinas no hacen otra cosa que perder valor sistemáticamente. Nada de esto es metafísica. Es la pura realidad.
La tristeza tiene fin
“Pero: ¿y si no se aplicaran políticas económicas catastróficas? ¿Y si no se crearan condiciones para el estallido, la debacle, el desastre? ¿Y si no hubiera crisis?” Así cierra el economista y profesor su arenga. Digamos que, como arenga es pobre. Ningún discurso con esas pretensiones puede terminar en una incógnita. Es que, parece, el mismo Aroskin se encuentra atravesado, en algún grado, por esa molesta sensación, que tiene todo argentino de izquierda o de derecha, de estar chapaleando en el barro chirle en lugar de pisar terreno duro. De modo que lo que debió culminar en certeza justificada científicamente, termina en un llamado a los dioses. Por otra parte, comete un error obvio al colocar como premisa la consecuencia: es cierto, “si no hubiera crisis”, no habría crisis… Aroskin cree que quienes no compartimos su optimismo infundado, deseamos la crisis. No, le aseguro que no. Ojalá me equivoque. Pero la Argentina entra en crisis cada vez más graves recurrentemente, simplemente porque es un país capitalista. Todos los países capitalistas entran en alguna crisis cada diez años. En economía eso se llama “ciclo corto”, o también, de “Juglar”, por el economista que los descubrió. Todos los países capitalistas entran y salen (hasta ahora) en crisis sistémicas cada veinte o treinta años (1848-
1870-1890-1914-1945-1974-2001). Se llaman ciclos “largos”, o de Kondratiev, por el economista que los descubrió. La causa profunda de estos movimientos mundiales ya la explicó Marx hace 150 años y yace en la tendencia de la tasa de ganancia. Cuando la tasa de ganancia se estrangula, como resultado de la competencia y la elevación del componente tecnológico del capital, la economía inicia un largo descenso al que no escapa ningún país.2
Cuando la tasa de ganancia es poderosa, porque se han consolidado nuevas condiciones de explotación acrecentada, la economía inicia un período de ascenso sostenido. En el interior de los ciclos largos, de ascenso o descenso, operan también los ciclos cortos, que tienden a ser más breves y suaves cuando el ciclo largo es ascendente, pero actúan de manera inversa cuando el ciclo largo es descendente. La regularidad que se observa en la secuencia de crisis en la Argentina obedece, simplemente, a la secuencia de ciclos cortos en el contexto de una onda larga depresiva mundial, en la que estamos sumergidos desde mediados de los ’70 y de la cual no hemos salido. Si la magnitud de la crisis es en la Argentina mayor que en otros lugares, se debe a las debilidades de un capitalismo nacional ya condenado por la historia. Contra eso, contra el sistema mundial y la historia argentina, los ministros y sus presidentes no pueden hacer nada, ni a favor ni en contra. Entonces, ¿no hay esperanzas? No dentro de este sistema social. Funciona así y punto. Nunca es triste la verdad, dice Serrat. Lo que no tiene es remedio, insiste. Dentro de este sistema social, aclaro. No hay que cambiar de políticas económicas, hay que cambiar las bases de la sociedad. No hay que cambiar de ministro de economía, hay que cambiar las relaciones sociales. ¿No quiere crisis y descomposición capitalista? Destruya el capitalismo y construya otra cosa. El socialismo, por ejemplo, que no tiene nada de metafísico.
Notas
1 Aroskin, Ricardo: “Metafísica de la crisis perpetua”, en Ñ, 8/12/07.
2 Por razones de espacio me veo obligado a remitir al lector a mi libro La cajita infeliz, Ediciones ryr, Buenos Aires, 2006 y a la polémica que sostuve con Rolando Astarita en esta misma publicación y en el número 16 de la revista Razón y Revolución.