Babeuf, el hombre que quiso hacer popular la Revolución Francesa
A 220 años de la toma de la bastilla
Un nuevo libro recupera la obra de Graco Babeuf, el político y pensador más radical del movimiento liberal de 1789. Creía en la abolición de la propiedad privada y la colectivización de la tierra. Fue ejecutado en 1797. Se lo conocía como el Tribuno del Pueblo.
La larga decadencia del feudalismo francés llega a un punto terminal en 1789. El estallido de la crisis fue precedida por la “revuelta aristocrática”, la rebelión de los dos estados nobiliarios, la nobleza y el clero. ¿En nombre de qué? Del rechazo a los impuestos: la Revolución francesa tiene su comienzo formal en una rebelión impositiva. Para descargar esa responsabilidad en otros, los “rebeldes” logran que se convoque a los Estados Generales, asamblea en la cual la minoría política (la burguesía) es, sin embargo, la potencia social y económica emergente. La burguesía, para superar su minusvalía, convocará a la acción en las calles a fracciones populares cada vez más amplias: pequeños patronos, tenderos, artesanos, campesinos e, incluso, un minúsculo proletariado. Lo que empezó como un rechazo a una política gubernamental se transformó en una crisis del régimen y, de allí, en revolución social.
La dinámica del proceso entregará sucesivamente el poder a fracciones cada vez más radicalizadas, desde la toma de la Bastilla a la dictadura de Robespierre. En esos cuatro años (1789-1793), queda abolido el feudalismo, se destruye el viejo ejército y se organiza uno nuevo, ruedan miles de cabezas nobles (incluyendo las del rey y la reina), se sancionan los Derechos del Hombre y del Ciudadano y la Constitución Civil del Clero (con la expropiación de los bienes de la Iglesia y la eliminación de todos sus privilegios legales), se marcha a la guerra y se establece la Constitución de 1793, un hito de las libertades democráticas.
El agente más importante del movimiento lo constituyen los sans-culottes, una alianza popular que va desde la izquierda burguesa (jacobinos y hebertistas) hasta la extrema izquierda popular (enragés). Son los que impulsan las medidas más revolucionarias: igualación de fortunas mediante los impuestos, partición de los latifundios, racionamiento de víveres.
Los sans-culottes no eran una clase sino más bien la mezcla de fracciones sociales que mencionamos más arriba, unida por la experiencia común de la miseria y el hambre. De ahí que el control de precios sea su caballito de batalla. Su ideología es fuertemente igualitarista, pero sin cuestionar las relaciones capitalistas, lo que establecerá un campo de conciliación y contradicción permanentes con la burguesía revolucionaria, en particular con los jacobinos. Los jacobinos son liberales en lo económico. Aunque impulsarán luego una economía regulada y el control de precios, lo aceptarán como el mal menor frente a la guerra y la necesidad de movilizar a los sans-culottes a favor de la Revolución. Entre los cordeleros, con un componente más plebeyo, se destaca Marat, una de las figuras más importantes de la política revolucionaria. Los representantes directos de los sans-culottes, con sus mismas contradicciones, son los enragés, los “rabiosos”, grandes movilizadores populares que presionan a los jacobinos desde la izquierda. Algunos de ellos tendrán papeles relevantes, como Jacques Roux.
Robespierre es la figura más contradictoria de todo el período: lleva la Revolución a su punto más alto, la abolición completa del feudalismo, pero a costa de rozar el igualitarismo más extremo, el que niega la propiedad privada. Para evitar ese desborde pasa de un democratismo exacerbado a la construcción de una dictadura del orden. Conocemos el final, con su cabeza que rueda ante el golpe de Termidor, es decir, el dominio de la alta burguesía.
La estrella de la nueva etapa de una revolución que se acaba es Graco Babeuf. Los babeuvistas heredan la dirección de un movimiento popular en reflujo. El fracaso de la Conspiración de los Iguales en 1796, el encarcelamiento de Babeuf y los suyos, y su condena y ejecución en noviembre de 1797 cierran la participación popular revolucionaria y despejan el camino al ascenso definitivo de Napoleón, que, en 1799, instala la dictadura con la que había soñado Robespierre. La Revolución ha terminado con una dictadura burguesa conservadora.
La conspiración de los Iguales
François Noël Babeuf, nacido en St. Quentin (Picardía), el 23 de noviembre de 1760, se incorporará tarde al movimiento revolucionario. Será, sin embargo, el único en superar la contradicción en la que flota toda la Revolución: para la burguesía, “libertad” es libertad de comercio e “igualdad” es igualdad formal ante la ley; en la realidad, como sospechan los sans-culottes, no hay libertad posible sin igualdad real. Esta conciencia, que supera las limitaciones de los enragés, le permitirá entrar a la historia como el primer revolucionario comunista.
Babeuf se caracterizará por un profundo conocimiento del mundo feudal, a partir de su profesión como comisionado de tierras. El contexto de su accionar político será la nueva Constitución prohijada por los termidorianos, la del año III (1795), que elimina el sufragio universal y deja el poder en manos de una minoría de acaudalados. Como respuesta, estallará la última insurrección en París, la del 1° Pradial (20 de mayo de 1795), en nombre de la Constitución de 1793. Su fracaso profundiza la represión termidoriana.
En este clima de reacción política, Babeuf va a organizar, en octubre de 1795, la Sociedad del Panteón, su primera estructura política importante. El eje político es la defensa de la igualdad económica como base de la igualdad política. El Tribuno del Pueblo se transformó en el órgano oficial de la sociedad, que comenzó a crecer rápidamente, al amparo de la inflación y el marasmo económico. Tomará como eje de su crítica al Directorio la “traición” a los ideales de la Revolución y remarcará que los termidorianos no son sino aprovechados que se enriquecieron con la confiscación de los bienes del clero y la nobleza. La organización será prohibida junto con todas las sociedades populares y las manifestaciones públicas.
De este episodio Babeuf extraerá conclusiones organizativas de gran importancia. Partidario de la insurrección popular, entiende que necesita una organización aceitada para evitar que se repitan los fracasos de Germinal y Pradial (abril-mayo de 1795), donde la lucha popular culminó en nada por falta de dirección. Es, entonces, el primer teórico del partido revolucionario. Esa dirección, además, no puede ser pública: la insurrección debe ser organizada por un comité secreto.
La propaganda revolucionaria que el Directorio secreto llevará adelante se realizará con el método de reunión y discusión celular de los materiales del partido. En cada casa, secretamente, pequeños grupos se organizan y realizan todos los preparativos necesarios para la insurrección, en particular la distribución de los panfletos de Babeuf. La influencia de los Iguales se esparce junto con la inflación galopante. Incluso comienzan a organizarse manifestaciones públicas. A medida que la insurrección parece ir tomando forma, Babeuf precisa aún más sus detalles. Triunfante en un primer momento, su tarea no consistirá en entregarse a los mecanismos electivos de la Constitución del 93, que no pueden implementarse de la noche a la mañana sin el peligro de un reagrupamiento contrarrevolucionario. El tiempo entre el golpe de mano triunfante y el restablecimiento de la Constitución debía ser cubierto por una dictadura revolucionaria, a cuya cabeza estaría el propio Babeuf y un Comité de Bienestar Universal. La dictadura del proletariado, como concepto, comienza a tomar forma histórica.
La conspiración crece día a día, y se suceden reuniones secretas y preparativos de todo tipo. Se forma, incluso, un comité militar para la dirección de la insurrección. Toda esta febril preparación iba a llevarse por delante un obstáculo inesperado y definitivo: la existencia de un traidor en el seno del Comité militar, Georges Grisel. Conectado directamente con un miembro del Directorio termidoriano, entrega todos los planes y nombres necesarios para que el movimiento sea descabezado. Babeuf, junto con la cúpula dirigente, es atrapado y centenares de detenidos serán sometidos a juicio en condiciones especiales, no sin que a fines de mayo miembros de la Sociedad del Panteón intenten, en vano, sublevar a la población para liberar a los prisioneros. Otra insurrección fue preparada por seguidores de Babeuf en septiembre, y dejó como resultado ochocientos nuevos detenidos y más de treinta fusilados.
El juicio contra Babeuf comenzará en 1797. Numeroso público siguió el proceso, y la simpatía por los conjurados fue creciendo a medida que se desarrollaban las sesiones. Los momentos más agudos correspondieron a la defensa de Babeuf, quien aprovechó para exponer sus posiciones políticas. El juicio terminó a fines de 1797, con la condena a muerte de Babeuf y Darthé y la deportación a Sudamérica para el resto. Al día siguiente, 10 de noviembre de 1797, fueron conducidos a la guillotina y los cuerpos tirados a una fosa común. Poco después ambos fueron desenterrados por sus simpatizantes y vueltos a sepultar en un campo vecino.
¿Por qué Babeuf? Por estos días, una revista cultural de gran tirada publica las conclusiones de un filósofo de fama mundial, Gianni Vattimo, llamando a volver al comunismo. Otra pone a sus principales plumas, Ricardo Forster y José Pablo Feinmann, a discutir la idea. En el San Martín se expone Marat-Sade, una obra de teatro cuyo trasfondo (aunque su autor no lo sepa) es la discusión sobre las contradicciones de la política burguesa, y cuya conclusión (aunque su autor lo niegue) es la necesidad de sacar de escena al cordelero fracasado y a un Napoleón en off, única forma de salir del círculo cerrado de un mundo que no da para más. En una puesta necesariamente nueva, ese Jacques Roux, que entra y sale todo el tiempo en la obra de Peter Weiss, debiera ocupar el centro de la escena y ser interpelado por Graco Babeuf. De su debate podría el público obtener una conclusión más positiva que la que brota del cinismo del Sade de Lorenzo Quinteros. Una conclusión que apuntaría al futuro y que, ante las promesas incumplidas de este mundo de miseria y crisis, parece adquirir una pasión renovada, sobre todo en una Argentina que no se olvida del “Que se vayan todos”.
El decálogo de la conspiración de los iguales
El comité secreto de la Conspiración dio a conocer sus ideas en un documento titulado Análisis de la doctrina de Babeuf, proscripto por el directorio por haber dicho la verdad:
1. La naturaleza ha dado a todo hombre un derecho igual a disfrutar de todos los bienes.
2. El objeto de la sociedad es la defensa de esta igualdad, a menudo atacada por el fuerte, e incrementar los medios de disfrute comunes.
3. La naturaleza les impone a todos la obligación de trabajar, nadie puede evadirla sin cometer un crimen.
4. El trabajo y el goce deben ser comunes.
5. Existe la opresión cuando un hombre, después de cansarse trabajando, no obtiene nada mientras otros nadan en la abundancia sin haber hecho nada.
6. Nadie, sin cometer un crimen, puede apropiarse de los resultados de la tierra.
7. En una sociedad verdadera no debe haber ni ricos ni pobres.
8. El rico que es incapaz de renunciar a sus excedentes a favor de los indigentes es enemigo del pueblo.
9. Nadie debe ser capaz de privar a nadie de la educación esencial para su bienestar, educación que debe ser común.
10. El objetivo es destruir toda desigualdad y establecer el bienestar de todos.
11. La Revolución no ha terminado, porque los ricos absorben los bienes necesarios para la vida mientras los pobres son transformados en esclavos, languidecen en la miseria y cuentan como nada en la vida del Estado.
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