NAHUEL MORENO, TRAGEDIA Y PARTIDO

en Revista RyR n˚ 4

En las páginas de la revista, desde el nº 1, viene desarrollándose un intercambio sobre la izquierda argentina, su actividad, sus figuras, etc. El texto que aquí presentamos intenta rescatar a Nahuel Moreno desde un ángulo que hoy está desvalorizado, en la medida que se privilegia al intelectual frente al constructor de partidos.

Por Guillermo Pessoa (Historiador socialista, egresado de la UBA)

A pesar de sus errores, qué duda cabe que fue un águila de la revolución…(Lenin, a propósito de Rosa Luxemburgo)

La historia de nuestro partido no es más que la historia de sus tremendos errores… El nuestro ha sido un «trotskismo bárbaro» (Nahuel Moreno)

La idea de este breve texto es recorrer parte de la historia de la izquierda argentina y de una de sus figuras. Reconocer y corregir los aciertos y errores cometidos permite aprovechar las nuevas condiciones en que se plantea la lucha por el socialismo, objetivo hoy más válido que nunca ya que la «izquierda se enfrenta a una oportunida histórica: luego de 60 años de reformismo fracasado, el capitalismo no puede ocultar que se vea lo que siempre fue y lo que la izquierda siempre dijo que era».[1] No es el propósito de este escrito hacer un pormenorizado racconto de lo que es el «morenismo» (eso sería una tarea necesaria pero que demandaría mucho más trabajo y elaboración) sino dejar planteadas algunas dimensiones en torno a la tarea de su fundador que, en la avalancha de críticas que ha recibido últimamente, suelen ser pasadas por alto. Moreno reunió dos grandes virtudes no siempre presentes en buena parte de la izquierda argentina: 1) el énfasis en la construcción del partido (para nosotros, necesidad siempre vigente, más allá de reconocer la importancia y las cualidades de otras organizaciones si se quiere movimientistas); 2) la voluntad de empalmar el partido con las prácticas reales de las masas, especialmente en términos de un lenguaje que la clase pueda entender y asimilar.

I. Para nosotros, ex militantes de la corriente morenista y hoy sin filiación partidaria alguna, Moreno es también un «marxista olvidado» a pesar de poseer ciertos «santuarios» (los dos tomos de la Historia del trotskismo obrero en la Argentina, editado por el MAS son una muestra). Creemos que es así, pues no se lo ha valorizado (y criticado) lo suficiente, y su figura (retomando el concepto utilizado por Lukacs y empleado por Horacio Tarcus) entra, a nuestro modo de ver, dentro de «lo trágico».

A principios de los `40, empapándose en las disputas que vivían los primeros trotskistas en el país (Gallo y Justo principalmente), Moreno ve la necesidad de la intervención política y sindical a través de una organización (no por casualidad su primer trabajo es «El partido») y de allí su traslado a Villa Pobladora, con la perspectiva de activar en los frigoríficos de la zona de Avellaneda (hecho este que recalca y sobredimensiona la «tradición partidaria»). Paralelamente también incorpora análisis históricos y teóricos, vinculando los clásicos del marxismo (y en especial, la teoría de la revolución permanente de Trotsky) con los rasgos característicos de la formación social en Argentina, y el fenómeno político que empezaba a surgir: el peronismo. Este criterio de «praxis», la teoría unida a la práctica políticas creemos que es (con las debilidades que el propio Moreno remarcó hasta su muerte) es una constante a lo largo de las cuatro décadas que le tocó actuar.

La mayoría de sus críticos (fundamentalmente Coggiola y Osvaldo Garmendia, por citar algunos) le achacan su oportunismo político, un centrismo inveterado, desapego por los aspectos teóricos y vicios de tipo burocrático en la formación del militante y la estructura partidaria. Muchos de estos aspectos, reiteramos, fueron vistos por el propio Moreno, siendo puntualizados en más de una ocasión (la «Carta al CC del PST argentino» de 1979, el documento conocido como «Anti-identikit» de 1981 son algunos de ellos) aunque no fueron suficientes para torcer rumbos y metodologías fuertemente enraizadas en dirigentes mayores (entre otros, él mismo), cuadros y en mucha base partidaria.

Si bien no puede ser considerado un gran teórico clásico, opinamos que no se vió atado a un marxismo «dogmático, talmúdico». Teniendo en cuenta la distancia política e intelectual que los separaba, se animó a revisar y aggiornar aspectos de la teoría de la revolución permanente, a la luz de nuevos hechos. Trabajó categorías como la de régimen político, que no siempre (salvo excepciones) el marxismo había estudiado en demasía. En una de sus tantas polémicas con Mandel (ambos pertenecieron mucho tiempo a la misma organización internacional) planteó problemas concernientes a la vinculación del partido con la clase y la conciencia, redefiniendo categorías leninistas como agitación, propaganda, táctica, estrategia, etc.. Fruto de ello es «El partido y la revolución», de 1973, que a nuestro juicio debe integrar el corpus teórico político del marxismo actual.

Como todo trotskista, se vió sacudido por los primeros levantamientos en los países del Este y trató de interpretarlos, previendo líneas directrices que éstos pudiesen tener en el futuro (dichos artículos fueron recogidos en «Escritos sobre la revolución política»). En otro terreno, su trabajo «Lógica Marxista y Ciencias Modernas» incursiona en el tema de la epistemología y su vinculación con la ciencia política abarcando autores como Dalla Volpe, Sartre, Naville y Piaget.

En 1979 y en otra interesante polémica con Mandel, respondiendo a un trabajo central de aquel como «La democracia socialista», publica «La dictadura revolucionaria del proletariado», en el cual, mediante un profuso acopio de textos clásicos (en especial el Lenin post 17 y Trotsky) plantea posiciones que considera enroladas en la ortodoxia, ejerciendo un estilo punzante y corrosivo, en la mejor tradición del marxismo clásico. Ambos escritos forma sin duda alguna parte del acerbo teórico político de dicha tradición. La subida del gobierno «socialista» de Miterrand en Francia sacude y divide a toda la izquierda internacional. Siguiendo a Trotsky, que veía en el fascismo y los frentes populares «las últimas formas de gobierno que se da la burguesía» con el riesgo de capitulación de organizaciones revolucionarias a estos últimos, Moreno escribe «La traición de la OCI» (polemizando con una corriente trotskista francesa) en donde repasa los orígenes del revisionismo marxista, desde el posibilismo bersteiniano, la actitud de Stalin y Molotov hacia el gobierno Kerensky, el POUM y España, hasta llegar a Mao.

En el último tramo de su vida (años 83 a 86), en borradores y cursos partidarios que «levantaron polvareda», trabajó el concepto de revolución y reforma y trató de apoyarse en Lenin («su sano empirismo») contra Trotsky para definir y contextualizar la figura de «situación revolucionaria», que él veía como un proceso objetivo, que se daba aún sin la existencia de sujetos políticos y sociales modélicos para dicho proceso. Un breve trabajo, publicado bajo el título «Las revoluciones del sigl XX» da cuenta de dichos esbozos, que se vieron interrumpidos con su muerte. El tema de la democracia (recordemos el auge mundial que para esos años el término tenía y tiene en la actualidad como concepto sacrosanto) fue tratado en las tesis de elaboración del Congreso Mundial de la LIT (embrión organizativo internacional, fundado por Moreno en 1982). Retoma el concepto leninista de democracia como dictadura de clase e instala una categoría «frente contrarrevolucionario mundial por la paz y la democracia» que abarca al imperialismo, la burocracia de los estados en los cuales se expropió a la burguesía, las direcciones de masas reformistas, etc., denunciando pactos claves, como Contadora en Centroamérica. Más allá de lo inacabado de dichos planteos, creemos que sierven (criticándolos, superándolos) para comprender una de las problemáticas que los sectores explotados viven desde los `80.

II. Moreno, como él mismo decía, fue «un hombre de partido y lo volvería a ser» y en esa perspectiva hay que juzgarlo. Su camino fue tortuoso y para algunos, el estado actual de la organización por él creada, es el resultado ineluctable de su práctica política. Si bien no lo liberamos de una parte de culpa en dicho acaecer, decíamos al comienzo que su figura también es trágica (como decía Peña, en el sentido hegeliano de la acepción: sin salida). Trabajó por construir una alternativa política para la clase (norte de todo aquel que se diga trotskista) y hacia el final de su vida (en un libro que sería su testamento político) afirmó con cierto dejo de amargura: «en cuanto a las posibilidades objetivas de la revolución, soy optimista, pero en cuanto al factor subjetivo, debo reconocer que el panorama es poco halagüeño». Y a modo de conclusión, remató: «… siempre he bregado por el trabajo colectivo, la creación de equipos … en ese sentido, la mejor dirección partidaria fue la de fines de los `50, causas objetivas por un lado, y subjetivas, particularmente errores míos, hicieron que se rompiera: moriré con esa duda y esa pena.»

Moreno es, pués, como todo fenómeno vivo, producto y resultado de un proceso multicausal: inserto en un movimiento obrero y popular con poca tradición teórica marxista, nacido a la vida política en medio de una crisis profunda de su punto internacional de referencia (la Cuarta trotskista) y sacudido por un hecho nuevo en la realidad nacional, el peronismo (que supo conceptualizar en sus características básicas, lo que no le impidió más de una capitulación). Incluso a nivel internacional el panaorama distaba de ser agradable: un mundo de posguerra, en donde al contrario de lo que había previsto Trotsky (ascenso incontenible de la influencia cuartointernacionalista) lo que se revitalizaba momentáneamente era el estalinismo y la táctica guerrillerista, mientras el modelo trotskista pasaba a ser casi una pieza de museo. Los finales de la década del `60 (Primavera de Praga, Mayo Francés, resurgir de conflictos obreros en Europa Occidental, el propio Cordobazo en Argentina, la crisis del boom económico capitalista, entre otros hechos) marcan el comienzo del eclipse de las corrientes monolíticas estalinistas y plantean la posibilidad de que otras agrupaciones puedan hacer pie en movimientos reales de la lucha de clases. Opinamos que este es el punto más alto dentro de la producción política y organizativa del morenismo. La brecha («el agudo contraste», decía Moreno) entre este cambio objetivo de las relaciones entre las clases a nivel mundial y el elemento subjetivo, la organización revolucionaria, desgraciadamente seguía siendo inmenso: su muerte (como también va a ser la de Mandel) amplían ese vacío y desperdigan fuerzas revolucionarias, la mayor de las veces convertidas en sectas autoproclamatorias, con estructuras esclerosadas, repitiendo un supuesto «marco teórico»  que se mantiene igual a sí mismo desde 1938 y que parece poco capaz de dar respuestas mínimamente correctas a los nuevos acontecimientos que el mundo está viviendo.

Precisamente, la existencia de sectas o grupos bohemios intelectualizados no niega, sino por el contrario, confirman, la necesidad imperiosa de una organización revolucionaria que ni reemplace ni se mimetice con las masas, sino que sea su dirección conciente (su Estado Mayor como quería Lenin) para la toma del poder y la construcción de un sociedad sin clases. Moreno comprendió esa necesidad y a ella dedicó su vida: con infinidad de errores y con una formación teórica hecha «a los tumbos» pero apostando siempre a que, en un mundo dividido en clases antagónicas, la única herramienta que poseen los explotados es su partido político, ese «príncipe moderno» gramsciano, único capaz de realizar la tarea homérica de la revolución mundial para luego, sí, disolverse en ella. Moreno, entonces, podía hacer suyas las palabras de Rosa Luxemburgo, que en carta a Rolland-Holst escribía: «No debemos quedarnos fuera de la organización, sin contacto con las masas. El peor de los partidos obreros vale más que no tener partido alguno.»

El contacto con las masas fue la otra cara de la construcción partidaria: desde la experiencia en Villa Pobladora, pasando por el GOM, el PSRN, el entrismo en el peronismo, la discusión con sectores pro guerrilleros antes del Cordobazo, que llevaron a la ruptura dando origen al PST primero y luego al MAS, son intentos (insistimos, no exentos de errores, posibilidad de caer en el oportunismo, vicios organizativos, etc.) por forjar una herramienta de cambio revolucionario junto a la clase, con el riesgo para militantes, cuadros y toda la organización partidaria, de ceder a las presiones y prejuicios de un actor social que casi nunca es lo que deseamos que sea. Su perseverancia en «ir a las masas» no hacía más que hacer propia la recomendación de la III Internacional en sus primeros congresos y que llevaron a Trotsky a escribir en el Programa de Transición: «El que no busca ni encuentra el camino del movimiento de masas no es un combatiente sino un peso muerto para el partido. Un programa no se crea para las redacciones, las salas de lectura o los centros de discusión, sino para la acción revolucionaria de millones de hombres.»


Notas

[1] Sartelli, Eduardo: «La larga marcha de la izquierda argentina», en Razón y Revolución, nro. 3

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