Miseria de la filosofía (posmoderna). Crítica de La verdad y las formas jurídicas, de Michel Foucault

en El Aromo n° 35

Por Gerardo Baladron – El filósofo francés Michel Foucault (1926-1984) es un referente ineludible del posestructuralismo, corriente de pensamiento que en la segunda mitad del siglo XX sentó las bases intelectuales del ideario posmoderno. Su libro La verdad y las formas jurídicas1, motivo de esta reseña, es producto de las cinco conferencias que dicho autor dictó en la Universidad Católica de Río de Janeiro, en 1973. La obra examina la evolución de ciertas instituciones jurídicas desde disciplinas como la historia, la filosofía, la sociología y la psicología. No obstante, se inscribe en el marco de la teoría general del derecho. Dicho enfoque, que ha ganado adeptos en todo el mundo, se ha introducido en los espacios académicos de las Facultades de Derecho de la mano de la Teoría crítica del derecho. Veamos si el posmodernismo constituye una variante valida para analizar, en este caso, los fenómenos jurídicos o si sus presupuestos son falsos y, por lo tanto, todo su armado teórico no es más que ideología.

El absurdo del método

El autor se propone realizar ciertas innovaciones teóricas. En primer lugar, desecha la concepción de sujeto de la filosofía occidental, debido a que condenaría al ser humano a la ser un mero espectador pasivo. En segundo lugar, ataca el concepto de ideología del marxismo, porque, según el autor, estaría postulando que la estructura social no le permitiría al individuo acceder a la verdad en cada periodo histórico. Foucault entiende que “las condiciones políticas y económicas de existencia no son un velo (…) sino aquello a través de lo cual se forman sujetos de conocimiento y, en consecuencia, las relaciones de verdad” (p. 32). Explica que las estructuras políticas sientan las bases sobre las que se desarrollan las prácticas sociales, que son las que generan modelos de verdad, formas de saber propias de un momento histórico determinado. Aquí, el artífice del posestructuralismo comienza a exhibir su inconsistencia: no queda en claro si para él existen muchos modelos de verdad y, por ende, ninguna verdad o si, por el contrario, se trata de diferentes formas de impedir a la sociedad acceder al conocimiento científico. Si esto último fuera el caso, Foucault estaría repitiendo lo ya formulado un siglo antes que él por Marx y Engels: los mecanismos profundos del funcionamiento social no son directamente perceptibles porque, amén de las dificultades propias de cualquier conocimiento, la sociedad misma se encarga de ocultar su verdadera esencia. Foucault, se dedica a desechar toda la producción del marxismo sobre la ideología y la reemplaza por conceptos que sólo producen confusión.

Para acceder a los modelos de verdad, explica Foucault, es necesario comprender cómo se conformaron y realizar un recorrido por la evolución de las prácticas sociales. Es así como se llega a las prácticas judiciales como objeto de estudio. Su fin es conocer, a través de ellas, de qué forma la clase dominante llegó a elegir conductas y los mecanismos para punirlas para legitimar de esta forma su dominación. Veremos, a continuación, que el objeto está mal elegido, que el método es incorrecto y que las conclusiones políticas constituyen un obstáculo a la transformación social.

El Derecho al revés

Como dijimos, Foucault parte de una metodología que desembocará en una concepción falsa del Derecho. Según afirma, el problema es “demostrar de qué manera establecieron y se invistieron profundamente en nuestra cultura las relaciones políticas, dando lugar a una serie de fenómenos que no pueden ser explicados a no ser que los relacionemos no con las estructuras económicas […] sino con las relaciones políticas que invisten toda la trama de nuestra existencia” (pp. 38-39). Foucault reproduce, así, las posiciones del viejo Düring, ya vetustas en el siglo XIX: serían las relaciones de poder las que crean la explotación y no al revés.

¿Y cuál es la causa que determina esas relaciones de poder? Mediante el estudio del funcionamiento de instituciones paralelas a los mecanismos judiciales, como la policía, el autor intenta detallar el paso del aparato judicial centralizado al control total y permanente. Las razones de la transformación en dichas formas radica en la necesidad de la burguesía de proteger sus propiedades ante el avance del proletariado desocupado como consecuencia de la crisis capitalista entre los siglos XVIII y XIX. De la misma manera, menciona que el afán de control sobre el tiempo del obrero llevó a la creación, a principios de siglo XX, de fábricas que oficiaban al mismo tiempo como internados. Dicha experiencia, explica, fue el ideal cumplido de la clase dominante para ejercer el contralor total sobre los explotados, pero duró poco debido a los altos costos de manutención y la crisis económica, lo que obligó a recurrir a otras técnicas para ejercer la dominación. Las relaciones de producción, colocadas en el lugar de consecuencia, pasan a operar como causa. Las relaciones jurídicas, según la propia exposición de Foucault, estarían determinadas por la necesidad de preservar la explotación. Las explicaciones del autor contradicen sus hipótesis. Dicho en términos más específicos, su teoría carece de coherencia.

El análisis parcial de Foucault no sólo niega incidencia a las relaciones sociales, sino que toma como “formas jurídicas” únicamente a los procedimientos penales y al aparato punitivo. El derecho y las instituciones jurídicas, en realidad, son algo más que un cúmulo de mecanismos represivos. Actúan, además, como generadores de consenso y, por lo tanto, cumplen una función ideológica. En realidad, no se entiende de qué manera pretende explicar lo que llama modelos de verdad a través de la faz estrictamente represiva del derecho, cuando, de esta forma, sólo podrá relevar los instrumentos de dominación material de la clase dominante. El trabajo se propone comprender las formas de legitimación (los modelos de verdad). No obstante, en su desarrollo, se concentra en el problema que genera su vulneración (las formas punitivas).

El término sociedad capitalista es reemplazado por sociedad carcelaria. Foucault arguye que las prácticas judiciales permiten conocer cómo aconteció un hecho determinado. En la sociedad moderna, esta forma de saber se extraería del control permanente, del examen: por la vigilancia es posible detectar cualquier acción ilícita o indeseada y castigarla. Esta forma de conocimiento produce poder, un saber-poder. La razón de ser de ciencias como la psicología y la sociología, sería estudiar todos los comportamientos individuales y sociales, para poder controlarlos. La clase dominante, en la sociedad carcelaria, podría así ejercer mecanismos de micro-poder que permitirían lograr obediencia y reforzar su dominación. Lo que describe Foucault es cierto: la clase dominante, efectivamente, se preocupa por conocer el mundo que domina. Pero no se entiende qué tiene que ver ello con la ideología. La negativa del autor a considerar la totalidad de los acontecimientos sociales lo lleva a la incomprensión de la forma y los motivos por los que se generan las normas jurídicas, de los efectos que producen, y del propio objeto de estudio que se propone abordar.

Mentiras peligrosas

A medida que se avanza en la lectura del texto, se comprende el núcleo del cual surgen una serie de fuertes incoherencias. Al examinar el paso de la indagación (forma de reconstrucción basada en testimonios y propia de todo proceso hasta fines del siglo XVIII), al examen (vigilancia permanente) de la sociedad moderna, toma el concepto de panoptismo, el cual es ejercido por instituciones que ya no son estrictamente judiciales, de castigo, sino para-judiciales. De esta forma, el verdadero derecho no lo produce la ley escrita, sino las condiciones políticas. Se refiere, específicamente, a la cárcel, la fábrica, la escuela y el psiquiátrico. Éstos tendrían por función, antes que aplicar penas, controlar al individuo en su ámbito temporal y corporal. Allí es donde funciona lo que Foucault denomina micro-poder: mecanismos de control que se aplican a los individuos y que generan las disciplinas que permiten la dominación. Se trata, en sus propias palabras, de “una trama de poder político microscópico, capilar, capaz de fijar a los hombres al aparato de producción, haciendo de ellos agentes productivos, trabajadores” (p. 138) que sería condición necesaria para que el tiempo y la fuerza de trabajo puedan ser utilizadas para transformarse en plus-ganancia.

Estos pequeños poderes estarían arraigados no únicamente en la existencia de los hombres, sino también en las relaciones de producción, y por esto no bastaría la definición de ideología como reflejo de la estructura. Para que existan las relaciones de producción, según el autor, es indispensable que existan estas relaciones de poder. Foucault alude ni más ni menos que a las relaciones de opresión y de despotismo propias de las relaciones de producción del capitalismo. El capitalismo se vale de varias herramientas ideológicas y de mecanismos de dominación. Se trata de una aseveración poco cuidada. No todas las relaciones de producción suponen opresión, ni explotación. Las primitivas sociedades nómades y los primeros agricultores vivieron miles de años sin conocer la diferenciación de clase. Como contraparte, el socialismo propone abolir la explotación, no las relaciones productivas. Suponer que toda relación social implica el sometimiento es instalar una causa metafísica en la conciencia del ser humano. Lo que en el lenguaje popular se conoce como “el hombre es malo/pecador por naturaleza”. Quien se autodenominó como un teórico radical reproduce prejuicios propios del pensamiento religioso.

Del análisis de Foucault se concluye lo siguiente: si las “formas jurídicas” crean una jerarquía de poderes que llevan hasta el infinito y cada institución posee un poder judicial fundado en el micro-poder, el derecho esta en todas partes. Se hallaría en la más mínima relación de poder, por lo cual actúa todo el tiempo en todo lugar. Si esto es así, no puede aprehenderse, no tiene límites ni características que le den especificidad. Entonces el derecho no puede conocerse. Por lo tanto, no existe. Comprender al derecho como mero conjunto de incontables relaciones de poder conduce a su negación. Esta posición es la que defiende la Teoría Crítica del Derecho, engendro teórico que procura educar con estas ideas a las nuevas generaciones de abogados. En realidad, el derecho no es más que una herramienta superestructural que cumple tanto una función ideológica (con engaños como la igualdad ante la ley o la independencia de los poderes ejecutivo, legislativo y judicial) a la vez que un instrumento de coerción (por cada una de las penas y sanciones que, efectivamente, aplica). Como herramienta superestructural, refleja las contradicciones de las relaciones de producción y está determinado por el movimiento de la lucha de clases.

Malas conclusiones

El trabajo de Foucault termina invirtiendo los términos del problema de la superestructura. Poder hay en gran parte de las relaciones sociales: entre un maestro y sus alumnos, entre el padre y su hijo, entre funcionarios públicos y ciudadanos y entre patrones y obreros. Pero, en primer lugar, no todas deben ser repudiables: una revolución que le da poder a los explotados sobre los explotadores, no es lo mismo que una sociedad que le da poder a los últimos contra los primeros. En segundo lugar, no todas las relaciones de poder tienen la misma jerarquía: la relación obrero-patrón es más determinante que la de padre-hijo. A diferencia de lo que plantea Foucault, el problema, en la superestructura, no son los “poderes”, sino el Estado. Es decir, la organización centralizada de la fuerza y el consenso de la clase dominante. Al sobrevalorar el aspecto superestructural, la obra focaliza su atención en las relaciones más insignificantes, en perjuicio de dar cuenta de las primarias, las de explotación, que habilitan las de tipo opresivo.

Foucault en lugar de llamar a una transformación revolucionaria del capitalismo, propone como tarea prioritaria desentrañar cada uno de los mecanismos de micropoder, para vencerlos. Pero de lo que se trata no es de despojarnos del poder -que otros aprovecharán contra nosotros- sino de tomarlo. El poder no es malo, hay que discutir quién y para qué se lo utiliza. De igual manera, si el micro-poder está en todas partes, cada individuo está atado por una telaraña indisoluble de relaciones de poder de las que nunca podrá librarse. Se encuentra inmovilizado, encarcelado por los “modelos de verdad”. Este llamado a la inacción y la desesperanza es la canallesca propuesta del posmodernismo.


Notas

1Foucault, Michel: La verdad y las formas jurídicas, Gedisa Editorial, Barcelona, 2001. Todas las citas corresponden a dicha obra.

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