Mao perdido en La Pampa – Guido Lissandrello

en El Aromo nº 94

mao-en-la-pampaMao perdido en La Pampa. Vanguardia Comunista y los límites de la estrategia maoísta para la Argentina

Los primeros años de la experiencia de Vanguardia Comunista ponen al descubierto parte de la debilidad subjetiva de la fuerza social revolucionaria. Mirando hacia afuera, adopta la estrategia de guerra popular prolongada, hasta que el Cordobazo le estalla en la cara.

Guido Lissandrello
Grupo de Estudio de la Lucha de Clases en los 70-CEICS


Las décadas del ‘60 y ‘70 fueron la etapa dorada del maoísmo, programa que cobraba fuerza en un momento de auge revolucionario a escala mundial. En América Latina, ese influjo se hizo sentir con mayor fuerza de la mano del guevarismo y la Revolución Cubana, que parecían confirmar la adecuación de una estrategia de guerrilla rural para el continente. Buena parte de la vanguardia argentina no escapó a este fenómeno, pero algunas organizaciones se vieron particularmente cautivadas por el maoísmo. El caso más evidente, que muestra los límites de la aplicación de esa estrategia en nuestro país, fue el de Vanguardia Comunista (VC). A esta organización nos dedicamos en lo que sigue.

En defensa del maoísmo

VC nació como tal en 1965, como resultado de la explosión del Partido Socialista de Vanguardia, una ruptura por izquierda del Partido Socialista. Tras una serie de discusiones e intentos de definir la naturaleza de la Argentina, caracterizó al país como un capitalismo dependiente en una situación de penetración neocolonialista. Tres elementos definían esta caracterización: la dominación del imperialismo sobre la “gran industria”, la asociación de los monopolios con la “vieja oligarquía terrateniente y comercial” y la generalización de relaciones capitalista conviviendo con relaciones semifeudales. Estas últimas se darían con particular fuerza en el agro, donde la clase terrateniente, al monopolizar las tierras, estaría oprimiendo al campesinado con regímenes precapitalistas tales como… el arriendo. Estas relaciones impedirían el desarrollo de las fuerzas productivas, que debía tener su puntal en la pequeña y mediana producción.

De resultas de ello, la revolución socialista requeriría el cumplimiento de tareas antioligárquicas, antimonopólicas y antiimperialistas para constituir una “sociedad democrático-popular” como marco de posibilidad para el desarrollo socialista. Las fuerzas implicadas en esa tarea eran el proletariado (urbano y rural) como fuerza dirigente, acaudillando a la clase mayoritaria en el campo, los “campesinos pobres y medios”, que luego mostrarían su activación política en las Ligas Agrarias, y la pequeña burguesía. Este conglomerado de clases y fracciones conformaría el “frente único de los explotados” opuesto al polo “imperialista-oligárquico”.

Es en materia estratégica donde se observa la plena adscripción de VC al maoísmo. Desde 1966, la organización adscribió a la estrategia de guerra popular prolongada. Allí donde el campesinado adquiría una centralidad mayor a la que poseía en el programa de la organización. VC tildó de “revisionistas” a quienes abandonaron el trabajo en ese sector e insistió en que “la tarea de forjar el partido del proletariado implica formar el partido en las zonas campesinas”. La preeminencia del espacio rural estaba fijada en virtud de criterios estrictamente estratégicos: como el camino de la revolución requería la construcción de un Ejército Popular, no había posibilidades de realizarlo en el ámbito urbano. En contraposición, el campo era visualizado como el eslabón más débil de la dominación burguesa en términos político-militares. Las zonas rurales se caracterizarían por su amplitud, lo que obligaría a la dispersión de las fuerzas armadas y, por tanto, acrecentaría su debilidad. Allí entonces podría iniciarse la constitución de una fuerza militar que marche y rodee las ciudades para tomarlas, dado que estas serían el lugar natural de concentración proletaria. De este modo, se adscribía a la clásica definición maoísta según la cual el movimiento de la fuerza revolucionaria se iniciaba en el campo para luego marchar hacia las ciudades. Naturalmente, la propuesta no prescindía de la construcción de un partido revolucionario, sino que planteaba al ejército como un brazo armado de este.

Se puede percibir, en efecto, una tensión entre el programa y la estrategia de VC. Mientras que, por un lado, reconoce al proletariado como fuerza central de la revolución, la adopción de una estrategia que postula la formación de un ejército la arrastra al único espacio donde ello puede parecer posible. Así, mientras la estructura económica argentina, caracterizada por la centralidad del proletariado urbano, obligaba a la intervención revolucionaria en las ciudades, VC se esforzaba por empujarla hacia el campo.

A la izquierda del Cordobazo, la pared

Las formulaciones maoístas rápidamente chocaron contra el muro de la realidad. Ya en 1968, VC reconocía que

“en nuestro país enfrentamos una serie de peculiaridades como el escaso número de población campesina, su dispersión y su escasa tradición de lucha y organización. Esto es una dificultad relativa que no invalida el camino que hemos escogido. Nos obligará, es cierto, a preparar muy bien la lucha armada para impedir que el ejército que va naciendo se aísle de las masas”

Esta contradicción reconocida (pero, a los efectos concretos, negada) alcanza niveles lindantes al absurdo en un documento que se propone definir las tareas para la construcción del partido. Partiendo nuevamente de la necesidad de una alianza obrero-campesina, se reconoce que la tarea de ganar al campesinado es “secundaria” en el trabajo práctico, pero que tiene una “gran significación”, que no es otra que la estratégica, impuesta por el partido en abstracción de las condiciones reales del país en el que se desarrolla. El carácter ridículo de todo el asunto aparece cuando se establecen las derivas prácticas de ello, es decir, en los lineamientos que deben regir el trabajo en el seno del proletariado:

“establecer la concepción de marchar al campo a unirse con los obreros rurales y campesinos pobres y medios de la capa inferior, para estimular sus luchas, desarrollar la educación, organización y movilización de las masas campesinas, preparar, iniciar y desarrollar la guerra popular cuyo escenario principal será el campo, construir el Ejército popular y las bases de apoyo rurales, seguir el camino de rodear para finalmente tomar las ciudades y conquistar la victoria. […] el crecimiento del partido en el proletariado industrial va posibilitando el envío de cada vez más importantes contingentes de cuadros proletarios para desarrollar el trabajo revolucionario entre los campesinos”

Ante la reconocida ausencia de un campesinado numéricamente importante, lo cual equivale a la ausencia del sujeto para la estrategia que VC defiende, la solución es… que los obreros urbanos migren al campo y “se transformen” en ese sujeto que no existe. Ante la inexistencia del campesinado, que los obreros dejen la fábrica, tomen la hoz y ocupen una tierra…

Este cuestionamiento parcial de la estrategia maoísta se profundizó, no casualmente hacia 1969, cuando se hizo evidente la activación de la clase obrera urbana y el desarrollo de una tendencia insurreccional de masas. En 1970, la dirección nacional de VC aprobó una circular de autocrítica sobre el trabajo partidario en la cual, a raíz de las lecciones del Cordobazo, reconocía que se habían subestimado las tareas de agitación política en el movimiento obrero y la elaboración de un programa de lucha para organizar a las masas y sus elementos de vanguardia. Se concluyó que la insurrección en Córdoba mostraba que “el contigente fundamental de la revolución es el proletariado” y que las anteriores caracterizaciones del partido “sólo se basaban en consideraciones militares […] prescindiendo de toda caracterización acerca del carácter de la sociedad y la revolución”. Con todo, la autocrítica no llegó al punto de descartar la alianza “obrero-campesina” ni la estrategia de guerra popular, si bien el proletariado terminó siendo el sujeto privilegiado en la inserción del partido.

El tiempo no para

Los primeros años de la experiencia de VC ponen al descubierto parte de la debilidad subjetiva de la fuerza social revolucionaria que desafió al capitalismo en los ‘70. En un momento de reflujo de la clase obrera, como el que caracterizó a los ‘60, la pequeña burguesía se activó políticamente mirando hacia afuera. Desde 1966, VC asumió plenamente la estrategia maoísta de guerra popular prolongada, centrada en la construcción de un ejército en el ámbito rural. El Cordobazo le estalló en la cara y la obligó a realizar rectificaciones. Intervenir sobre el proletariado urbano resultaba inevitable y VC lo hizo. No por nada fue una de las fuerzas con mayor desarrollo en la experiencia de Sitrac-Sitram. Pero no lo hizo con, sino contra su propia línea. Una vez que los hechos le pasaron por encima, su consigna inicial -marchar al campo- se reveló como lo que era: un delirio. A medida que avanzó la década del ’70, VC fue cediendo ante una estrategia insurreccionalista, pero ya había perdido un tiempo valioso. El desarrollo de una caracterización del país, basada en el estudio científico de la realidad, le hubiese permitido sacar las conclusiones programáticas y estratégicas correctas, anticiparse a los hechos y no andar corriendo tras ellos, reacomodando constantemente su línea. Esa es una de las principales lecciones que deben tomarse de nuestra derrota pasada, si es que vamos a perseguir el triunfo.

NOTAS

1Vanguardia Comunista: Proyecto de resolución sobre la situación nacional, octubre de 1968, p. 5.

2VC: Hacia el congreso de reconstrucción del Partido Comunista, mayo de 1966, p. 8.

3VC, Proyecto…, op. cit.

4Ídem p. 21.

5VC: Proyecto de resolución sobre construcción del partido, circa 1969, pp. 21-22.

6VC: Documento del Comité Central de Vanguardia Comunista, septiembre de 1970, p. 18.

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