A fines de junio del 2009 apareció el primer (y hasta el momento, único) número de una nueva revista bimestral de análisis político. Se trata de Repensar. Visión y proyección de la Experiencia Montonera (Editorial Hombre Nuevo, Buenos Aires, mayo de 2009). Su prometedor título puede atraer la atención de las nuevas camadas de militantes r evolucionarios, que busquen en la reflexión sobre el ayer, las armas teóricas para los combates del presente. Por ese motivo, nuestra intención es adelantar una reseña crítica, teniendo en cuenta la importancia que tuvo el accionar político de Montoneros en el proceso revolucionario argentino de las décadas de 1960 y 1970. Porque reivindicamos ese proceso, buscamos salir al cruce de la derecha política (siempre lista para “demonizar” esa lucha en el pasado) y al “progresismo” nostálgico y democratizante que elude la discusión sobre el eje de la cuestión: la legitimidad de la revolución.
El grupo de colaboradores y el Consejo Editorial de Repensar está formado por ex-militantes y dos de los tres sobrevivientes de la Conducción Nacional de Montoneros (Mario E. Firmenich y Roberto C. Perdía). En la editorial, a manera de declaración de principios, aclaran que con la publicación de esta revista “no existe por nuestra parte intenciones de recrear ninguna organización o tendencia, sino de expresar sin exclusiones ni sectarismos a muchos compañeros que aspiran al rescate de los valores y sacrificios de una generación heroica”. Un recorrido por el índice, nos depara una primera sorpresa: contrariamente a lo que podríamos esperar, la reflexión sobre la organización, programa y actuación de Montoneros brilla por su ausencia.
La primera y extensa nota (a cargo de Firmenich), está dedicada a estudiar la actual crisis económica internacional. El autor analiza los antecedentes de la misma y realiza una original “torsión” de los ciclos de Kondratieff, bautizando al anterior como un “Kondratieff automotriz” y al que está en curso como “telématico”. El segundo artículo, firmado por Perdía, busca relacionar la influencia de la clase media en la actual hegemonía cultural de la clase dominante.
A esta nota le sigue un apartado documental, con el fragmento de un reportaje realizado por Jorge Asís en 1984 a Firmenich, cuando este último se encontraba preso en Villa Devoto. En dicho reportaje, Firmenich afirma: “Nosotros no matamos a Rucci. El error nuestro fue político, no haberlo desmentido en su oportunidad”. Igualmente niega cualquier tipo de contacto con el Almirante Massera y un manejo oscuro de fondos de la organización. Los fragmentos del reportaje que comentamos (apenas una página) son las únicas referencias a lo largo de la publicación dedicadas a la experiencia concreta de la organización en los ‘70.1
Las conclusiones o las preguntas, quedan a cargo del lector: ¿cuál fue la actitud y posición de Montoneros respecto a la burocracia sindical peronista en los ‘70? ¿Había contradicciones o no? ¿Y en el presente, como se “repiensa” esa relación? Contrastando con tan escaso espacio destinado a la trayectoria, accionar y programa de la organización, nos encontramos más adelante con dos extensos artículos (casi la mitad de la publicación) de Guillermo Robledo,2 dedicados a analizar las transformaciones mundiales y el rol que el pensamiento de Perón tendría en un reordenamiento global en el siglo XXI.
En ellos el autor, siguiendo a Firmenich, realiza un diagnóstico-prospección de la crisis del capitalismo que, a pesar de los datos actualizados que presenta, no puede proponer algo más avanzado que el socialismo… nacional. Es decir, retomar el programa de Perón de 1970: un modelo de Estado capitalista independiente, que sofrene la rapacidad empresaria multinacional, en tácita defensa del capital nacional bueno y virtuoso, y vagas propuestas distribucionistas encaradas por un renacido “Estado benefactor”, todo aderezado con imprecisas referencias al pensamiento económico del “Che” Guevara.
A continuación, unos breves ejemplos del artículo “A 63 años del 17 de octubre: El mercado dejó de existir”.3 Luego de mencionar una serie de signos que marcan “el fin del mercado”, adelanta sus propuestas superadoras, de cara al futuro: “La tríada convergencia de Productividad Consolidada-Universalismo de los Pueblos que previó el Gral. Perón-Sistema Presupuestario de Financiamiento que imaginó el Che, es el eje de la acción política en el siglo XXI”. Más adelante el autor la emprende con Carlos Marx, señalando que en los Grundrisse, los “borradores” preparatorios de El Capital, “está contenido el diagnóstico de la crisis mundial, pero no la solución. Allí Marx dice lo que luego no surge en El Capital”. Robledo llega a proponer así al Partido Comunista Chino que adopte “la actualización Doctrinaria del Pensamiento del Gral. Perón para el Siglo XXI […] fuentes sobre las que debemos debatir el nuevo Contenido de la Comunidad Organizada”. Según Robledo, Marx en los Grundrisse pronostica, contrariando todo su análisis posterior en El Capital, el inevitable fin de la ley del valor. Admitiendo por un momento esta interpretación polémica, se llegaría, siempre según Robledo, a una conclusión sorprendente: los escritos preparatorios de El Capital vienen a coincidir con la idea de Comunidad Organizada del Gral. Perón. En esta nueva y original apreciación sobre la economía,“Ya no hay ley del valor ni subjetiva (neoclásica), ni objetiva, valor trabajo (clásica). Adam Smith, David Ricardo, Carlos Marx, Milton Fridman, Von Hayek y demás, han pasado a la prehistoria de la economía. Han cumplido una función de clase a lo largo de 300 años. Pero es una ciencia que ya no conducirá la economía del mundo”. A partir de aquí, Robledo, tácitamente parece sugerir a los revolucionarios del siglo XXI arrojar por la borda al Marx “tradicional” por dogmático y reemplazarlo por la recreación superadora del marxismo, elaborada por el General Perón, es decir, el programa de capitalismo de Estado aplicada por él en los ‘70.
Robledo avanza luego en la llamada “Propuesta Científica Latinoamericana”, que se propone como la herramienta teórico-práctica para la Humanidad. Para medir el sentido y alcance de esta propuesta, sólo un ejemplo ilustrativo: “Creación del Fondo Alimentario Latinoamericano con un aporte mensual de cada familia latinoamericana en forma mensual. Somos 100 millones de familias que podemos aportar 10 u$s por mes. Eso da 12.000 millones de u$s en un año. Sobra para extinguir el hambre y la mortalidad infantil en la región”.
Una consideración final: ni Robledo ni el resto del Consejo Editorial aclaran si análisis de este tipo fueron los que guiaron el accionar de Montoneros en los ‘70 o si, por el contrario, estas propuestas teóricas forman parte de la reflexión sobre aquella experiencia. En el primer caso, una respuesta afirmativa nos permitiría avanzar en la comprensión del complejo proceso que derivó en la derrota del proceso revolucionario. En el segundo, no haría más que confirmarnos los límites del “repensar” de la conducción montonera sobreviviente.
En una nueva sección de “documentos”, se transcribe un repudio público actual, firmado por un conjunto de personalidades y simpatizantes, a las acusaciones denigratorias contra los “inclaudicables”, es decir, la Conducción sobreviviente de Montoneros. Hubiera sido más provechoso que la publicación impulsara y canalizara las energías insumidas en conseguir reunir tales adhesiones para una reivindicación amplia y abarcadora a toda la militancia revolucionaria que ofrendó su vida en los ‘70, tanto de las organizaciones armadas como no armadas, peronistas y marxistas. Este silencio y “olvido” de la publicación, bastante sectario y excluyente, se contradice claramente con su proclamado “rescate de los valores y sacrificios de una generación heroica”.
En esa misma sección se publican cuatro cartas del General Perón dirigidas a su par chileno Prats, quien se refugió en nuestro país luego del golpe de Pinochet. En ellas se manifiesta el aparente aprecio que sentía Perón por Prats, el respeto que le provocaba la experiencia chilena de Salvador Allende y su preocupación por el “cerco” sobre los gobiernos democráticos latinoamericanos que tendía EE.UU. En la última carta, Perón hace referencia a las intimidaciones que sufría Prats por parte de grupos de extrema derecha locales (la terrorista y paraestatal Alianza Anticomunista Argentina), recomendándole al final, significativamente, “no lo olvide. ¡Cuídese!”.
Con la publicación de esas cartas se pretende reescribir la historia, ocultando la verdadera y objetiva actitud del peronismo gobernante hacia la dictadura pinochetista. Por ejemplo, el reconocimiento diplomático del gobierno de Lastiri, inmediato antecesor del tercer gobierno de Perón 8 días después del golpe, a esa dictadura fascista y fusiladora, mientras en las calles argentinas decenas de miles de personas (entre ellas, de la Juventud Peronista Montonera) manifestaban su repudio a la misma y en solidaridad con el pueblo chileno. Igualmente, el trato persecutorio sufrido por los exiliados políticos chilenos en nuestro país y los refugiados en la embajada argentina, antes y después de asumir Perón su tercer mandato, como informaba la prensa comercial de la época.4 O el encuentro de Perón y Pinochet en el aeropuerto de Morón (16 de mayo de 1974), en una escala técnica del dictador chileno. Las fotografías de los diarios muestran a un Perón sonriente estrechando la mano de Pinochet, quien será condecorado más adelante por el gobierno argentino con la Orden de Mayo.5 Meses más tarde, Prats y su esposa fueron asesinados en Buenos Aires, en una de las más trascendentes acciones (ni la primera ni la última) de la Coordinadora Represiva Sudamericana (Plan Cóndor), anteriores a 1976.
En contratapa, el Consejo Editorial titula y desarrolla, la nota tal vez más política de la publicación que reseñamos: “La valentía de Julio López reafirmó el Triunfo moral de la resistencia contra la Dictadura Genocida”. En ella, se explica como López consiguió que la causa por su primer secuestro fuera recaratulada, en el marco de la figura de genocidio y no de crimen de lesa humanidad. La diferencia jurídico-legal sería un inmenso progreso, al colocarlo dentro de la órbita del Derecho Internacional reglado por las Naciones Unidas. Este fallo de la Corte Suprema argentina ratificando lo anterior, permitiría a futuro que las causas de genocidio dejen de “estar exclusivamente en manos de Juzgados Internacionales […] para pasar a ser un instrumento más de lucha en los Juzgados Nacionales con autonomía política respecto de los países centrales [y también] los pueblos originarios pueden reclamar con otra fuerza en los tribunales nacionales la reparación del daño sufrido. Lo mismo los afectados por la deuda externa”.
El mensaje explícito no puede ser más penoso y desmovilizador: hay que confiar en la Justicia (burguesa). ¿Para qué organizarse, dotarse de un programa, denunciar la opresión, en síntesis, actuar? Basta con esperar un juicio justo de la Justicia.
Más allá de la discusión sobre las garantías que ofrece el Derecho Internacional, esta argumentación construye una monumental operación de falseamiento, presentando un aspecto de índole técnica como un avance en materia política. Se encubre así el carácter de clase de toda la justicia bajo el capitalismo. Llama a confiar en un instrumento que utiliza la burguesía para preservar sus intereses morales y materiales, día a día, a lo largo de la historia de su dominación como clase. Lo que el segundo secuestro y asesinato de López viene a demostrar es, precisamente, la inviabilidad absoluta de esta justicia de clase para los explotados. Bajo el capitalismo, López fue dos veces secuestrado: la primera vez (bajo la dictadura militar burguesa) para mostrar que podían esperar aquellos que osaran levantarse contra el sistema. Eso explica también el sentido “pedagógico” de su liberación: mostrar como “juega” el capital. La segunda vez (bajo el régimen “democrático parlamentario”), el mensaje no pudo ser más claro: los que, a pesar de todo, denuncian la barbarie y no se resignan, serán definitivamente eliminados. La postura de los autores de la nota, es entonces contrarrevolucionaria: se llama a confiar en esta Justicia, la misma que, en teoría, debía impedir el secuestro y asesinato de López. Sostener que el martirio del compañero reafirmó el “triunfo moral” de la resistencia es un triste e impropio consuelo. La validez y legitimad de la resistencia contra el sistema ha sido y es regada con la sangre de miles de mujeres y hombres que luchan cotidianamente, no hacía falta un “ejemplo” más. Lo que el martirio de López confirma es que no podemos seguir alentando falsas expectativas y que a este sistema no se lo puede curar ni reformar. La resistencia triunfará y no sólo moral sino materialmente cuando logre poner fin de una vez y para siempre con el capitalismo. Se hará justicia (“a cada uno lo que le corresponda”) con López cuando sus secuestradores y asesinos, paguen ante el pueblo por su crimen. Pero también cuando los mentores, encubridores y beneficiados por la opresión capitalista reciban también castigo. Y esa justicia no la podemos ni debemos esperar bajo el capitalismo.
¿Por qué debatir con Repensar?
Llegado a este punto, cabe formularse la pregunta sobre la pertinencia y valor de plantar debate con esta publicación. La derecha, y ciertos sectores progresistas bienpensantes, eluden esta respuesta y, a lo sumo, ridiculizan a los responsables de esa revista con ironía: “cambiaron el plomo por la pluma”. Operación discursiva que cierra funcionalmente con la hegemonía ideológica de la burguesía: los revolucionarios (o su imagen estereotipada) integran una secta de delirantes, que sólo conoce el lenguaje de las armas y que cuando intenta reflexionar sólo puede balbucear incoherencias. En otras palabras, los oprimidos deben resignarse a sufrir sin siquiera contar con el auxilio de quienes los ayuden a pensar y organizarse contra el sistema.
La cuestión pasa, claramente, por otro lado. Se trata de con quienes, de qué forma y con qué herramientas se procesa ese pensamiento contrahegemónico. Coherente con esto, todos los revolucionarios aun aquellos derrotados (diríamos, en especial ellos) tienen el derecho, pero además el deber de establecer un balance crítico sobre su programa, sus acciones y resultados. Repensar no cumple con esa instancia autocrítica superadora. En una actitud esquizofrénica, luego de dedicar la mitad de la publicación a plantear distintos proyectos (algo en sí mismo inobjetable), sin ninguna relación evidente entre la experiencia concreta de los ‘70 y esas propuestas, afirman no pretender llevarlos a la práctica. Renegar de la acción política, luego de proponer una alternativa, desnuda la impotencia de los derrotados, quienes enarbolan de manera nostálgica la militancia en el discurso para renunciar a renglón seguido a la misma.
En la dialéctica de la memoria histórica (de esto me acuerdo, de aquello me olvidé), cada uno toma partido. Por eso la crítica a Repensar no pasa por su pretensión de “revalorar y defender un patrimonio histórico de combates por la liberación nacional y social de Argentina”, sino porque después de tamaña declaración de principios, nos encontramos con… nada. Así, se menciona la gesta montonera en la resistencia antes de 1973 y después de marzo de 1976, sin ninguna precisión documental ni ejemplo concreto. En el medio, un enorme vacío: ni programa, ni acciones, ni siquiera presencia. Quedan así, pulverizados en el olvido, los miles de pequeños, medianos y grandes combates que libraron en la lucha de clases los militantes y simpatizantes de Montoneros.
Desde luego, no se puede aceptar tal “olvido” de aquellos que estuvieron al frente de Montoneros. Lo que esa dirección no puede, pese al tiempo transcurrido, es asumir autocríticamente “de frente a las masas” la responsabilidad política de subordinarse a un movimiento reformista burgués. Que dicha subordinación condenó a la organización a sufrir una primera sangría, con su precio de muertos y prisioneros, por parte del peronismo realmente gobernante (junio de 1973-marzo de 1976). Se trata de no poder reconocer que la tardía rectificación, a partir de julio de 1974, no alcanzó para disipar las excesivas y falsas expectativas puestas en el movimiento “nacional y popular” y su programa de “liberación”, defendido fervorosamente hasta marzo de 1976 (¿o 2009?) por la Conducción sobreviviente. Más grave aun es que hoy, toda la discusión y balance de esa praxis (que deriva, desde luego, de un programa) ni siquiera se plantea como una parte de la agenda para saldar cuentas con el pasado.
Repensar no recupera la experiencia montonera (como proclama), con sus aciertos y errores, precisamente por que no puede admitir que los errores son fruto de un programa fracasado y silencia sus aciertos porque reconocerlos implicaría retomar la práctica crítica que permitió a la organización ligarse al movimiento de masas.
No es éste, sin embargo, el peor efecto que provoca sobre el presente la perspectiva que nos propone Repensar. Mucho más grave, de cara al futuro, es seguir apostando a un proyecto político que se demostró inviable, en términos de transformación radical de la realidad.
Nuestra intención al polemizar con Repensar no es negar o silenciar la experiencia montonera concreta como, por otra parte, hacen sus editores. Por el contrario, en el nombre de ella, de su entrega y sacrificio, se trata de denunciar la apropiación de esa lucha por quienes se arropan con el sudario de los verdaderos mártires caídos y habla en nombre de las cicatrices de los consecuentes militantes sobrevivientes. Se trata de polemizar con aquellos que en el presente no pueden o quieren revisar críticamente su subordinación al proyecto de Perón. Aquellos que hoy, ironías de la historia, retoman su discurso de capitalismo de Estado (una extraña mezcla inspirada en el Primer y Segundo Plan Quinquenal) y proponen en materia social, como máxima utopía, el asistencialismo para combatir el hambre.
Esta reseña polémica tiene sentido en tanto y en cuanto Montoneros fue una organización política revolucionaria que, cuarenta años atrás, atrajo, organizó e influenció a miles de militantes y simpatizantes detrás de una práctica que puso en jaque y cuestionó al sistema imperante. La Conducción sobreviviente no supo o no quiso hacer el correspondiente balance del trágico equívoco en el pasado, de las expectativas puestas en el carácter supuestamente revolucionario del Perón de los ‘70, y del precio pagado en sangre. Eludirlo en el presente, con la simple fórmula de reivindicarse los herederos de los caídos y sobrevivientes, pero sin “repensar” el por qué del fracaso del proyecto montonero que los impulsaba (con sus luces y sombras) resulta una verdadera y comprobable traición a la causa y a su memoria.
Notas
1 Compárese con la publicación de documentos de dicha organización (desde otra perspectiva e intencionalidad) en la revista Lucha Armada en la Argentina, Ejercitar la memoria ediciones, Buenos Aires, 2004-2008.
2 Secretario de Desarrollo Económico Local, Producción y Empleo de la Municipalidad de Quilmes y Director de Papelera Quilmes SA (ex Massuh). Véase su perfil de empresario “nacional y popular” en www.perspectivasur.com/noticias/5979.htm.
3 Páginas 30 a 38, los destacados y mayúsculas son del original.
4 Por aquella fecha, en cambio, el Partido Revolucionario de los Trabajadores-Ejército Revolucionario del Pueblo (Argentina) conformaba la Junta de Coordinación Revolucionaria, junto a otras cuatro fuerzas de izquierda marxista revolucionaria de América del Sur (entre ellas, el Movimiento de Izquierda Revolucionaria de Chile). El objetivo central de dicho organismo era unificar la acción y la solidaridad proletaria contra los embates contrarrevolucionarios de los gobiernos burgueses del Cono Sur. Véase, De Santis, A vencer o morir, Eudeba, Buenos Aires, 2001, Capítulo 9.
5 Para ampliar estos datos, véase Historia de las Relaciones Exteriores Argentinas, dirigida por Carlos Escudé y Andrés Cisneros, desarrollada y publicada con el auspicio del Consejo Argentino para las Relaciones Internacionales [CARI]), localizable en Internet en el sitio www.argentina-rree.com/historia.htm