Por Leonardo Grande.
Dos años… Cuando llegué a este despacho me dieron una llave. Todo el poder que tenía era esa llave. El 22 % de los votos, una Argentina convulsionada. […] Si me costó ser Presidente, por la irresponsabilidad institucional de quienes nos dejaron intencionalmente débiles con el 22 % de los votos… Es cierto que tuvimos el acompañamiento de la sociedad. Pero la Argentina no puede tener un presidente débil. Será distinto cuando el país esté normalizado. Y yo no quiero tener el autismo de algún presidente que se tuvo que ir un 20 de diciembre. Que decía: ‘Yo no voy a elecciones’.” (Clarín, 22/05/05, p.3)
Dos años de gobierno, la mitad del mandato. Y el Señor del Invierno ha explicado -con audacia- por qué está tan obsesionado con el plebiscito de su gestión en las elecciones legislativas de octubre próximo. Argentina no va a poder ser normalizada si no hay apoyo al proyecto kirchnerista. La renuncia de Menem antes de la segunda vuelta de 2002 lo dejó, reconoce, con una herida mortal: el capital electoral propio más bajo de un poder ejecutivo en la historia argentina. El Señor de los Vientos no sólo está “apurando” a los electores cuando declara que sin un apoyo electoral importante a sus “listas” en octubre, le será difícil seguir gobernando. Tiene miedo. De verdad. Se lo dijo a los periodistas de Clarín: el voto bronca contra De la Rúa en octubre de 2001 fue la señal que todos los que colaboraron en su derrocamiento (desde Duhalde hasta los piqueteros y caceroleros), interpretaron para decidirse a concluir definitivamente con un proceso que había comenzado mucho antes. Y Su Excelencia no quiere que le pase lo mismo.
A cinco meses del plebiscito, Kirchner despliega todo su arsenal demagógico para ganar un voto: el del progresismo. Entiéndase bien, el voto de aquellos que hicieron -directa o indirectamente- el Argentinazo y el de aquellos que lo apoyaron -directa o indirectamente-. Desde la vanguardia que organizó la lucha en los barrios más pobres, el movimiento piquetero, hasta aquel que protestó por el más mínimo y personal de los padecimientos entre 1998 y 2001. Kirchner sabe que todo su apoyo electoral proviene de allí. Como lo fue de la Alianza anti-menemista. Y por eso sabe que si esa base no lo reafirma en el cargo, le pasará lo que a sus colegas anteriores, será removido por los mismos que lo llevaron a ese sillón.
El tema de esta editorial es ése: ¿se repetirá la historia del voto contra el mal peor, como en el 2003, ya que en lugar de Menem tenemos a Macri/López Murphy? ¿Se cumplirán los temores del Señor K. y triunfará el repudio “en blanco”, sin programa, del “que se vayan todos”? ¿O acaso hay alguna chance de que los protagonistas y herederos del Argentinazo señalen otro camino? Veamos.
Durante todo mayo, el mes del aniversario presidencial, la coyuntura preocupó a propios y extraños. Comenzó el más silenciado de los procesos judiciales de los últimos diez años, tomando en cuenta su importancia política, el de la masacre política del Estado argentino contra los militantes piqueteros Kosteki y Santillán el 26 de junio de 2002, en Puente Pueyrredón. Nadie, ni gobierno ni medios de comunicación, quieren recordar que las acciones del agente Franccioti fueron guiadas por la obediencia debida del aparato represivo a su Estado Mayor, el Presidente Duhalde y sus gobernadores (incluido Kirchner). En una poco recordada reunión en La Pampa amenazaron públicamente al movimiento piquetero reunido en la segunda ANT: si cortan los accesos, los matamos. Orden cumplida. La reacción de las masas indignadas provocó, en dos semanas de enormes manifestaciones, el llamado a elecciones anticipadas.
En ese contexto, las causas judiciales pendientes estallaron también en el mes de los balances, del año más electoral. María Julia, la única que cumplía prisión de todos los funcionarios menemistas que prometieron encarcelar, fue liberada “oportunamente”, desde que llamó a la memoria de los sobresueldos, situación que mancharía a más de un funcionario actual. La libertad de Chabán puede significar algo similar, no sea cosa que surja otro arrepentido que amenace señalar a todos los funcionarios ibarristas y kirchneristas responsables del enorme monstruo de corrupción que es el Estado porteño. No se olviden que Yamil Chabán, el hermano, es dirigente kirchnerista del PJ bonaerense. La tercer bomba la pusieron los estudiantes secundarios que, en un retruco contra la avanzada de los “preocupados” por las bengalas y el rocanrol, devolvieron con el mismo argumento: ¿sabe Ud. en qué establecimiento educativo se encuentran sus hijos en este momento? Para peor, la dirigencia estudiantil de izquierda acaudilló la toma del Normal 9 y de cincuenta escuelas más. ¿Piqueteritos en la secundaria? ¿No alcanzaba con los hospitales, los subtes y los teléfonos? Y encima en Capital. No es extraño que el rumor sobre la intervención contra Ibarra esté sobrevolando los despachos públicos…
Kirchner sigue haciendo campaña con la zanahoria de siempre, los derechos humanos. Toda su política en este asunto tan cacareado por los compañeros de la izquierda de los ’70, se limita a lo que hizo en la Feria del Libro, el 10 de mayo, en la presentación del libro Palabra Viva, editado por la Conabip y la SEA. Utilizó el acto para promover su enojo con la Corte Suprema (que le es adicta) por retrasarse en anular las leyes de Obediencia debida y Punto final. Dos años de promesas, ningún preso nuevo, ningún militar detenido, salvo en España. Silenció a Madres con la entrega de un edificio, la ESMA, para seguir mercando con el turismo progre internacional (cosa en la que ya se especializan, si no vaya por Defensa al 300 y compruébelo). Pero de justicia, nada. Por el contrario, les pide renovar el apoyo: ya les di la ESMA, voten en octubre y les doy un par de causas judiciales para que se entretengan, como con María Julia.
Pero la realidad no entiende de ilusiones. En lugar de justicia y derechos humanos, Kirchner nos tiene reservados detenciones inconstitucionales (como los presos por protestar en Legislatura, que todavía están allí) y torturas legales (como las sufridas por los presos de Caleta Olivia, su provincia). El apoyo electoral de octubre le desataría las manos para reprimir, para impedir el desarrollo de las tendencias de izquierda que asoman detrás de las luchas salariales que despiertan al país desde hace un par de meses.
Y siempre, la realidad profunda de la economía: finalmente se llamó al Consejo del Salario y el fantasma de la inflación, valga la redundancia, crece. Tanto, que las diferencias con Lavagna, lejos de limitarse a los intereses “candidatoriales” del Ministro, son el aviso de que sino se ajusta, todo explota otra vez. Lo dijo el secretario de finanzas, Guillermo Nielsen: se vienen “décadas de una exigencia fiscal muy importante”(Clarín, 18/05/05). Lavagna, por su parte, volvió a anticipar el arancelamiento de la educación pública.
Las ilusiones tienen su límite material, y subjetivo. En octubre, las elecciones no servirán para tumbar presidentes ni cambiar el rumbo del capitalismo en Argentina. Pero mostrarán la caracterización política de las clases sociales en Argentina, de la misma forma que lo hicieron ese octubre de hace cuatro años. Medirán si obtuvieron el consenso suficiente para liquidar las intenciones revolucionarias por la vía de la abierta represión, como intentó Duhalde en Puente Pueyrredón y fracasó, o como el mismo Kirchner en la Legislatura y Caleta Olivia. Comprobarán si lograron o no embaucar a las masas con la recuperación económica, la devaluación y el canje de la deuda, para poder avanzar con el ajuste a fondo que le pide el FMI y la burguesía más concentrada. Nosotros mediremos allí la capacidad de convencimiento político de la vanguardia revolucionaria en estos años de combate por la conciencia de las masas. Allí podremos medir si los constructores del Argentinazo han sacado las conclusiones de sus aciertos y falencias.