Por Fabián Harari – En el 2007, el capitalismo argentino apuesta a una tarea que le ha sido esquiva en los últimos 24 años. Se trata de algo tan sencillo como el traspaso del mandato de un presidente constitucional a otro, en condiciones normales. En términos estrictos, este hecho sólo se logró en 1999 (Menem a De la Rúa), lo que no garantizó absolutamente nada: dos años después, el sistema se desangraba. El caso es que, este año, la democracia burguesa podría estar “celebrando”, por así decirlo, su segunda sucesión en regla. Es por eso que corresponde un balance del estado actual del régimen y de las perspectivas que se avizoran.
El fenómeno más relevante, el que determina el conjunto de la dinámica es la desaparición de los partidos burgueses. Pocos intelectuales suelen reconocerlo y nunca se insistirá suficientemente sobre el asunto: la burguesía ha perdido el principal elemento de disciplina política de su personal y su capacidad de establecer lazos ideológicos sistemáticos con el resto de las clases. La pertenencia o simpatía a un partido construía lazos más firmes y tangibles que cualquier otro mecanismo ideológico: ser peronista o radical era parte de la “identidad” de millones de personas. En ciertas ocasiones, el programa se incorporaba de tal manera que llegaba a revestir la forma de atributo vital o “emocional”. En un caso (PJ), permitía un vínculo con la clase obrera. En el otro (UCR), con la pequeño burguesía. Para darse una idea del problema, vale señalar que el peso del peronismo fue un factor de suma importancia, en los años ’70, para evitar el acercamiento de la fracción mayoritaria de la clase obrera hacia posiciones revolucionarias. Hoy, eso ya no existe más.
Eso no quiere decir que los programas que representaban no tengan expresión política, ni influencia en la conciencia, bajo otras formas. No en vano ha proliferado el movimientismo o el “republicanismo”. Pero se trata de elementos dispersos y sin estructuras. La carencia de este último elemento puede observarse con sólo echar un vistazo al panorama nacional: no hay ningún partido burgués que ostente un armado político para todo el país. No hace falta mencionar que la UCR, que conserva su ascendencia en el interior, apoya o se opone al gobierno según la provincia. El mismo Kirchner carece de una estructura nacional y debe elaborar laxas alianzas con más de una facción política. El resultado es una red de pactos bilaterales entre los gobernadores y el presidente. Esa desintegración política a nivel nacional se reproduce a nivel provincial. Los casos de Capital y Córdoba son el ejemplo más elocuente. Pero La Rioja, con ser una provincia menor, también es una clara expresión del problema: la fórmula que ganó la gobernación hoy está partida en dos y, hasta las elecciones, hay un virtual vacío de poder. La jugada del Gobernador Colombi en Corrientes, a semejanza de la fallida en Misiones, es un intento de restituir cierta estabilidad al sistema político en las provincias.
La ausencia de una estructura nacional impide que el gobierno pueda presentar candidatos únicos, lo que redunda en que cada provincia exige realizar sus comicios por fuera de la elección de autoridades nacionales, sin que Kirchner pueda hacer nada al respecto. Esto pone en peligro la apoyatura provincial del proyecto K y somete al régimen a un sistema de plebiscito permanente. Es decir, la desintegración política burguesa se profundiza a sí misma. Hay una objeción posible: la provincia de Buenos Aires, el principal distrito electoral, y el corazón de la política, no parece seguir este esquema. Sin embargo, aquí, para sortear los mismos obstáculos que en el resto del país, Kirchner tuvo que pactar con buena parte del duhaldismo la candidatura de Scioli. Los elogios de Chiche al candidato no fueron dichos al pasar. Su marido, en cambio, se ha pronunciado por De Narváez. Lo cierto es que el personal político burgués en la provincia desconoce cualquier tipo de disciplina. El kirchnerismo está compuesto por duhaldistas, kirchneristas, Barrios de Pie, D´Elía, MTDs y partidarios de Patti. La mayoría de estos elementos renuevan sus acuerdos periódicamente. El candidato elegido, por su parte, viene con vínculos propios. La gobernación de Scioli va a generar un enemigo de la Casa Rosada, a mediano plazo, y una lucha sin cuartel entre las facciones políticas al otro día de los comicios. El caso Geréz y el de Presidente Perón son apenas una muestra.
Esta disgregación y descomposición de la política burguesa argentina obliga al régimen a un sistema de gobierno con características “excepcionales”. Es decir, como no puede descansar en ninguna estructura, el gobierno debe concentrar recursos políticos y económicos y, con ellos, tejer alianzas vis a vis. Es por eso que Kirchner reviste características que aparecen como “personalistas”. En este sentido puede leerse su avanzada contra la Triple A. Las opiniones dominantes sobre el tema tendieron a señalar que se trataba de un distractivo demagógico sobre personajes que ya no se pueden defender. Con esto, se suman a la concepción conservadora que niega al debate sobre el pasado su contemporaneidad. Es cierto que hay un elemento de “demagogia”, es decir, de recuperar sólo parcialmente ciertos reclamos históricos. No obstante, no puede afirmarse que los personajes son “nadapoderosos”, como tituló una revista muy popular. Duhalde y la burocracia sindical salieron en su defensa y fue el mismo Kunkel quien se encargó de poner un estrecho límite al asunto. Es que el problema se comprende mejor en el marco de la arremetida de Kirchner sobre el aparato del PJ. Hoy por hoy, su principal enemigo político real, porque tiene la capacidad de utilizar su maquinaria en contra del patagónico, léase Puerta en Misiones, De Narváez en la Provincia o la burocracia sindical en San Vicente. En un año electoral, el gobierno lanzó una amenaza (y la suerte de Juanjo López era una muestra tangible). Kirchner, desde el 2004, se ha tomado el trabajo de desarticular los aparatos partidarios. Más allá que le hayan puesto un límite, esta acción expresa una paradoja o, más bien un círculo vicioso: la reconstrucción del régimen (el gobierno “personal”) sólo parece avanzar profundizando las causas que le dan fundamento (la crisis de los partidos). Es decir, se intenta resolver el problema del movimiento centrífugo aumentando su velocidad. ¿Cuál es la argamasa que sostiene esta estructura? La renta. De ella se sirve el gobierno para tejer alianzas. Pero para eso, debe concentrar los recursos en grado sumo. Mientras la renta se expanda, el gobierno podrá mantener alianzas con las facciones más heterogéneas. Pero ese manejo supone un estado de “excepción”, por eso se han hecho votar las leyes de superpoderes. En este sentido se inscribe la ley que declara “emergencia económica”. Con ella, se intenta compensar, de alguna forma, una inminente avanzada del capital sobre las condiciones de las masas. Estos diques son cada vez más endebles, por lo tanto, ya se apeló a la intervención del Indec y a la negociación de paritarias. No obstante, ambas acciones están desatando nuevos frentes de lucha.
La pregunta es, entonces, por qué la reconstrucción aparece como poco posible. La respuesta tiene dos caras. En primer lugar, porque la crisis fue demasiado profunda y para revertir definitivamente sus efectos requiere, en primer lugar, un movimiento burgués de envergadura histórica. En segundo, porque la conciencia de las masas aún conserva el acervo dejado por el proceso que llevó al Argentinazo. Decir “la conciencia” quiere decir, fundamentalmente, las organizaciones que protagonizaron dicha experiencia. Es decir, la política burguesa -a pesar de tener la iniciativa- no puede detener su progresiva fragilidad ni quebrar lo conseguido por el movimiento piquetero. La muestra más elocuente de esto es la lucha de las ciudades de Entre Ríos que reproducen la alianza (pequeño burguesía-clase obrera), la organizaciones (la izquierda), los métodos (piqueteros) y la delimitación política (contra el Gobierno) de aquella fuerza que protagonizó uno de los hechos más gloriosos de la historia. Porque, sencillamente, es parte de la misma. Si la caída de las bolsas producto del traspié chino se revela, como quiere un comentarista, como un simple estornudo, la situación se mantendrá como hasta ahora, congelada. Si se tratara del primer paso hacia la crisis general, los tiempos podrían acelerarse, tanto como lo haga una probable caída del precio de los commodities, entre ellos, la planta sagrada de la era K, la soja.