Este año, se realizaron 27 allanamientos a talleres de costura ilegales que reavivaron la discusión acerca del “trabajo esclavo”. Los partidos de izquierda han salido a intervenir sin cuestionar semejante concepto. En este artículo, le explicamos qué sucede realmente en la confección y por qué hace falta un programa verdaderamente obrero.
Julia Egan
GICOA -CEICS
En las prensas del PO y del PTS encontramos numerosos artículos que tratan la problemática del “trabajo esclavo”. ¿En qué consiste el mismo para estos partidos? No lo sabemos, porque nunca lo definen, pero también porque las diferentes caracterizaciones se encuentran plagadas de contradicciones. Por ejemplo, se lo usa como sinónimo de trabajo en negro, precarizado o superexplotado1. A su vez, se incorpora dentro de esta situación a los trabajadores de hipermercados, call center, los trabajadores rurales estacionales y hasta a los ferroviarios tercerizados, planteando que la tercerización sería una “nueva forma de explotación”2. El PTS, además, añade que, como vivimos en una sociedad capitalista, se trata de “semi esclavos”, como si la adición de un prefijo contribuyese a una mejor definición o aclaración del concepto.
Si tenemos en cuenta estas características, la gran mayoría de los obreros argentinos caería dentro de la categoría de “esclavo”. Sin embargo, como ya nos hemos ocupado de explicar, un esclavo no es cualquier persona que trabaja bajo un régimen de coacción física o en situaciones de explotación extrema. La esclavitud supone la enajenación de la voluntad del productor directo en forma vitalicia, a diferencia del obrero cuya “libre voluntad” es una expresión de su propiedad sobre su fuerza de trabajo. El esclavo, en cambio, es un campesino que fue desposeído por la fuerza y por la fuerza se lo mantiene así. Si no se lo vigila, se escapa. Su acceso a los medios de subsistencia no depende de cuánto trabaje, sino de lo que su amo decida. Es parte de una relación social propia de un modo de producción precapitalista3.
Se podría argumentar que bajo el capitalismo los obreros sólo poseen una libertad “formal”, ya que se encuentran supeditados a la venta de su fuerza de trabajo para garantizar su reproducción4. El problema es que el capitalismo no es capaz de asegurar a los trabajadores otro tipo de libertad que no sea ésta, siempre presionada por la necesidad y el hambre. El hecho de que exista esa presión no significa que el trabajador no decida conscientemente bajo qué condiciones será explotado. La cuestión es que, para una fracción creciente de la clase obrera, el capitalismo no les deja otra opción más que aceptar condiciones de trabajo extremas para poder vivir.
Una caracterización errada
En un documento titulado “La explotación en los talleres clandestinos. Un programa contra el trabajo esclavo”, el PO plantea diferentes propuestas para combatir “las bases mismas de este sistema”5. Sin embargo, a lo largo de su lectura, no sólo nos encontramos con que no se analiza el trabajo de los costureros en sus componentes más elementales, sino que se los equipara con situaciones ajenas, como las de las mujeres víctimas del negocio de la trata de personas. En un texto confuso, contradictorio, carente de definiciones concretas y con un análisis moralista, se pueden identificar algunos elementos dispersos que constituirían las principales características del “trabajo esclavo” en los talleres de costura: jornadas de entre 14 y 20 horas, alojamiento en los lugares de trabajo, falta de higiene, hacinamiento, presencia de inmigrantes ilegales e, inclusive, personas que han sido “vendidas”. A pesar de esto, la autora no logra explicar por qué se desarrollan estas condiciones laborales ni qué proceso manifiestan en su conjunto.
El primer elemento a tener en cuenta es que la industria de la confección en Argentina se caracteriza por una baja productividad y competitividad en términos internacionales. Este hecho se agrega a la baja productividad de la rama, comparada con otras a nivel internacional. Esta situación obliga a los capitalistas de la actividad a recurrir a elementos compensatorios: la degradación de las condiciones de trabajo a partir de una explotación intensiva de los trabajadores. El trabajo a domicilio, sea en la casa de los propios obreros o en pequeños talleres, es una forma particular de tercerización generalizada en la rama de la confección. Esta modalidad de trabajo es más importante cuando existen grandes masas población sobrante para el capital. El mismo Marx toma al trabajo a domicilio como manifestación fundamental de la sobrepoblación relativa estancada, aquella que forma parte del ejército en activo, pero se caracteriza por su irregularidad y por presentar condiciones de vida por debajo del nivel normal medio de la clase obrera. De esta manera, se explican no sólo las largas jornadas de trabajo y los bajos salarios, sino las condiciones extremas a las que son sometidos. A su vez, el pago a destajo actúa como disciplinador de la fuerza de trabajo, habilitando la autovigilancia y la mayor explotación del obrero. El destajo sigue operando aunque el obrero compre una máquina y trabaje en su propio domicilio.
Lo que impulsa a los trabajadores a aceptar dichas condiciones es la competencia en el marco del aumento de la población sobrante y, obviamente, la necesidad de su reproducción. De otra manera no se explicaría por qué, a pesar de que la situación es conocida, miles de trabajadores al año se movilizan para el trabajo en la costura, el desflore de maíz, la cosecha del ajo y las granjas avícolas, entre otras actividades. En este sentido, el texto publicado por En defensa del marxismo es sumamente contradictorio: afirma que cuando llegan los migrantes bolivianos a la Argentina “los primeros pasos se realizan en condiciones de esclavitud completa, sacrificio que se realiza para aprender un oficio”, y luego de trabajar a destajo durante años, se obtendría una máquina propia. Ningún esclavo lo es sólo durante los primeros años de su trayectoria laboral, ni realiza sacrificios en pos de aprender un oficio. Por otra parte, si bien se critica la alternativa cooperativista, hay cierta ingenuidad ante las condiciones de los trabajadores que obtienen sus máquinas. Por ejemplo, pareciera que después de adquirirla ya no se trabajara a destajo.
Otro problema que plantea el documento es la caracterización de los sujetos que explotan la fuerza de trabajo. Ya se trate de la costura o de otro tipo de actividad, el PO distingue al “intermediario” (tallerista) del “beneficiario” (comerciante) y del burgués, es decir que para ellos el tallerista no forma parte de la clase explotadora sino que es un simple “regenteador”. Los embargos de maquinaria realizados algunos de estos talleristas muestran otra cosa y dan cuenta de un capital no tan desdeñable. En consonancia, se afirma que el origen del problema es que el comerciante se apropia de ganancias extraordinarias.
Un programa confuso e ineficaz
Si bien el PO cuestiona la propuesta cooperativista de Gustavo Vera, desarrollada por La Alameda, tampoco puede dar una salida de conjunto a los trabajadores. Esto se debe a que piensa mal el problema y que, en algunos aspectos, se acerca a los presupuestos que dieron lugar a La Alameda. Para el PO no hay un problema específico debido al bajo nivel técnico de trabajo en la rama, sino que todo se resume en comerciantes con ganancias extraordinarias; el trabajo a destajo concluye y las condiciones laborales mejoran cuando se compra la máquina propia. Si todo esto fuera cierto, Vera y los que defienden las cooperativas y el “comercio justo” tendrían razón. Las principales propuestas del PO son la modificación de la ley de trata y la agilización de los trámites de migración. Es decir, se privilegia el reclamo de los derechos de ciudadanía por sobre las condiciones laborales. Solo al final se menciona escuetamente la necesidad de trabajo en blanco, bajo convenio, en dependencia directa del Estado para los costureros que lo proveen. Sin embargo, no se entiende de dónde se desprenden estas demandas, puesto que en todo el texto no se menciona ni una sola vez el carácter proletario de la fuerza de trabajo empleada en la confección, sino todo lo contrario. Tampoco se plantea con qué métodos se obtendrían. Como no se piensa a estos trabajadores como obreros, organizar una huelga no aparece ni remotamente como posibilidad futura. Tal vez, se esté pensando en apelar a las bagauda del siglo III que asolaron el Imperio Romano. La demanda de trabajo en blanco, bajo convenio en el Estado, es insuficiente, ya que la demanda de productos de confección del conjunto de la sociedad va a ser siempre superior a la demanda estatal. ¿En qué condiciones se trabajará en el sector que queda fuera del estado? Para ese sector, es decir, para la mayoría, el PO no tiene ninguna propuesta positiva.
Dentro de las consignas que aparecen al final del texto sin ninguna correlación con la caracterización previa, el PO propone defender la ley 12.713 frente a los intentos de reforma. La consigna en sí es correcta. Pero el planteo general del PO al respecto es sumamente confuso y contradictorio, ya que se critica duramente la misma ley que se llama a defender.
Para Biasi, la ley 12.713 es un producto de la década infame, que lleva la firma del esclavista y explotador Patrón Costas y que nunca se cumplió, según se inferiría del mismo texto de la norma. ¿Por qué defenderla, entonces? El artículo de Marina Kabat en este mismo periódico da cuenta de los equívocos de Biasi en su caracterización de esta ley y explica cómo los obreros domiciliarios lucharon en demanda de la concentración del trabajo en las fábricas. Esta demanda histórica, que debe levantarse nuevamente, permitirá combatir el trabajo a domicilio que no es más que la forma que asume la tercerización en este sector. Precisamente, la tercerización es el principal problema que enfrenta este sector de la clase obrera y es el mecanismo que permite las largas jornadas, los bajos salarios y demás condiciones laborales vigentes. Por ende, la contratación directa bajo convenio por parte de la empresa que encarga el trabajo ha de ser el principal reclamo. No es demasiado distinto de lo que reclaman otros trabajadores tercerizados. Si los distintos partidos de izquierda no han pensado hasta ahora en esta medida es porque desconocen las demandas históricas de los trabajadores del sector y sus luchas y, además, porque no los consideran obreros, de ahí que concentren sus esfuerzos en las leyes de trata y no reclamen para estos trabajadores lo mismo que exigen para otros tercerizados. Tanto para organizar a este sector específico, como para favorecer la unidad de la clase obrera, esta política debiera corregirse urgentemente.
NOTAS
1 Tomamos, sólo a modo de ejemplo, Prensa Obrera 10/05/12 y La Verdad Obrera, 10/06/10.
2 PO, 10/03/11; LVO, 20/01/11.
3 Véase Flores, Juan: “El verdadero trabajo esclavo. Las características de la esclavitud en el Río de la Plata durante el siglo XVIII” en El Aromo n°62.
4 LVO, 31/03/2006.
5 Biasi, Vanina: “La explotación en los talleres clandestinos. Un programa contra el trabajo esclavo”, disponible en http://po.org.ar/edm/la-explotacion-en-los-talleres-clandestinos/