Reseña de ¡Viva La Sangre! Córdoba antes del Golpe. Ceferino Reato, Sudamericana, 2013.
La derecha intenta construir una “memoria completa”, para condenar a la “subversión”. Más allá de sus objetivos, al hacer alusión a una guerra, promueve un relato más sincero que el kirchnerista. Ahora bien, si quiere saber qué piensan los herederos de quienes dieron el golpe, tómese el trabajo de leer esta nota.
Por Guido Lissandrello* (Grupo de Investigación sobre la Historia de la Burguesía Argentina-CEICS)
Desde hace varios números venimos abordando una serie de libros que fueron editados en el último período sobre la violencia en los años ‘70. Como ya explicamos, existen tres vertientes. En primer lugar, la kirchnerista, que reivindica la militancia peronista de Montoneros pero condenando sus métodos, y esconden que había otra izquierda que no sucumbió ante el reformismo. En segundo, la socialdemócrata, que insiste en la idea de dos bandos enfrentados, dos demonios, cuyo propósito era eliminarse uno a otro. La “sociedad civil” aparece ajena y víctima del enfrentamiento. Por último, la de la derecha, que pretende construir una “memoria completa” condenatoria de los “crímenes de la subversión”, donde la violencia ejercida por las fuerzas armadas sería un mal necesario para defender el orden establecido.
El libro al que nos referimos aquí, se inscribe en esta última perspectiva. Su autor, Ceferino Reato, tiene una extensa carrera como periodista. Fue editor del diario Perfil, redactor de Política Nacional de Clarín, y además asesor de prensa de la embajada argentina ante el Vaticano. Actualmente, dirige la revista Fortune y es columnista de La Nación. Tiene en su haber varios libros del mismo tenor al que aquí reseñamos1 y se ubica en lo más reaccionario del espectro político.
Todos matamos
El libro se basa en un abordaje superficial, parcializado, construido por diálogos difíciles de probar y relatos recortados de fundidos, “amigos que estuvieron ahí” o de represores encarcelados. Asimismo, está escrito con un afán propagandístico que busca rivalizar con el “relato romántico” del kirchnerismo, al que presenta como continuidad política de los revolucionarios de ayer. Sin embargo, a pesar de esta profunda debilidad metodológica, el trabajo tiene cierto valor puesto que, más allá de ser un canto a la contrarrevolución, logra un relato más fiel a la realidad que lo que es capaz de reconocer la socialdemocracia alfonsinista y el kirchnerismo.
Como los partidarios de la “Teoría de los dos demonios”, Reato reduce todo el proceso social y político de los ‘70 a un solo elemento: la violencia. Pero, ante todo, se ocupa específicamente de la impulsada por la izquierda. El libro intenta reflejar una supuesta glorificación de la violencia como método y fin para llegar a un objetivo político, propia de la época. No por nada destaca el poder de fuego tanto de Montoneros como del PRT-ERP.
Sin embargo, no excluye a la “sociedad”, como lo hacen los socialdemócratas. El alfonsinismo debió construir una explicación de los ‘70 que evitara tirar al niño con el agua sucia: en los ‘80 era necesario condenar a los militares que ejecutaron la masacre, abandonando a su suerte a un personal político desprestigiado. Pero no podían avanzar sobre los civiles que promovieron el “terrorismo de Estado”, la burguesía nacional, sin horadar las bases de la nueva democracia tan capitalista como la dictadura. Como Reato intenta justificar la masacre, debe reconocer que la sociedad no era ajena a los enfrentamientos sociales. La “sociedad civil” habría incorporado como hábito o costumbre la violencia, otorgándole legitimidad como recurso político. Esto se vería, por ejemplo, en el Cordobazo cuando fueron los propios trabajadores los que salieron a la calle dispuestos al combate callejero con armas caseras.2 Afirmaciones como estas llevan al autor a plantear que hubo una guerra en la que, en última instancia, estaba en juego la existencia misma de la Argentina (bajo su forma capitalista). Esto implicaba entonces que la sociedad de conjunto estaba amenazada y, por tanto, era necesario tomar partido. Mientras que los subversivos buscaban destruir el Estado y los cimientos de la patria (occidental y cristiana) para instaurar una sociedad sin clases, las Fuerzas Armadas se alistaron para su defensa, utilizando todos los métodos que fueran necesarios. Reato elige ese bando y no tiene empacho en decirlo abiertamente ni en justificar los objetivos y los métodos utilizados.
Honestidad brutal
Así como el autor reconoce mejor que la socialdemocracia la naturaleza del proceso que tuvo lugar en los años ’70, también logra comprender mejor que el kirchnerismo el lugar que Perón y los militares tuvieron en él.
En aquellos años Córdoba se había convertido en el centro estratégico del tablero político nacional. No sólo porque había acontecido el Cordobazo y había una notable presencia de la vanguardia revolucionaria, sino también porque allí comenzaron a delinearse las primeras acciones contrarrevolucionarias. En tal sentido, Reato celebra el retorno de Perón, como un “hombre del orden” que volvió decido a combatir a la izquierda. Esto quedaría evidenciado con el “Navarrazo”, un golpe promovido por Perón, por el cual se desplazó a Obregón Cano de la gobernación (un hombre de lazos con Montoneros). Córdoba será el “laboratorio” del golpe del estado del ‘76, pues allí se pusieron en marcha los distintos mecanismos que utilizó el régimen para eliminar a las fuerzas revolucionarias: capturar, encarcelar, torturar y fusilar.
Sin embargo, esto no habría sido suficiente, según Reato. El enemigo no podía ser anulado ni con la represión legal (policía y justicia) ni con la ilegal (Triple A). Era momento de dar paso a un personal técnicamente más preparado. Era el turno de las Fuerzas Armadas, que tendrían las herramientas para garantizar la continuidad del orden. Explícitamente el autor sostiene:
“Según explicó Jorge R. Videla, esas ejecuciones sumarias ocurrieron antes de que su dictadura llegara a la conclusión de que las desapariciones eran la mejor solución para eliminar a un conjunto grande de personas que no podían ser llevadas a la justicia ni tampoco fusiladas.” 3
De este modo, Reato revela crudamente la realidad: democracia y dictadura son dos regímenes que expresan la dominación de la misma clase. A pesar de los intentos tanto del alfonsinismo como del kirchnerismo por vendernos una oposición irreconciliable de ambas, lo que viene a demostrar la dinámica política de los ’70 es que la dictadura surge allí donde los intereses de la burguesía son realmente amenazados y es necesario defenderlos con el aniquilamiento sistemático de los cuadros políticos que condensan esa voluntad de transformación. El crecimiento de la izquierda en aquella época había alcanzado tal grado y se había enraizamiento en la clase obrera de tal manera que la democracia burguesa no podía contenerla. Ahí fue cuando entraron en acción los “héroes” de Reato.
El secreto de sus ojos
A pesar de que la interpretación volcada en ¡Viva la sangre! es más fiel a la realidad que aquellas que gustan llamarse progresistas, no por ello es exacta. Reato insiste en que en los años ‘70 hubo una guerra entre aparatos armados. Esto es falso. Nuestro autor reduce la fuerza social revolucionaria a la guerrilla. Muy por el contrario, el grueso de esa fuerza estaba compuesto por fracciones crecientes de la clase obrera que comenzaban a confluir con la izquierda y que tenían la fuerza suficiente como para resistir el plan de ajuste que necesitaba la burguesía. Así lo demostraron las Coordinadoras Interfabriles ante el Rodrigazo. El golpe no vino a combatir la guerrilla, que ya estaba aniquilada, como lo demuestra el mismo libro al analizar el rotundo fracaso que significó el intento de rescate de la cúpula de Montoneros del D2.4 Lo que hicieron Videla y compañía fue dar un salto cualitativo en la guerra que tenía como objetivo aniquilar a la fuerza revolucionaria y hacer retroceder a la clase obrera. Este es el motivo de la ausencia casi absoluta en el libro de menciones huelgas y acciones llevadas adelante por los protagonistas del Cordobazo. En efecto, los principales blancos de la contrarrevolución fueron más que los líderes guerrilleros, los activistas obreros, la llamada “guerrilla fabril” que constituía una verdadera amenaza – más política que militar- al capitalismo.
Este escriba de la derecha tiene el propósito de colocar a las Fuerzas Armadas como “las salvadoras” de una situación que no tenía más remedio que el golpe de Estado del ‘76. Su mirada es la de la burguesía como clase, expresada sinceramente y sin silencios. Algo que el kirchnerismo, por su naturaleza bonapartista, no puede hacer. Sus “aires setentistas” forman parte de las concesiones que se vio obligado a ceder ante las fuerzas que habían impulsado el Argentinazo. Sin embargo, uno y otro forman parte de la misma clase, esa clase que ayer torturo, aniquiló y desapareció a nuestros compañeros, y que hoy nos sigue condenando a la miseria.
Notas
* Colaboración de Ariel Lusso.
1 Operación Traviata de 2008, Operación Primicia de 2010 y Disposición Final de 2012.
2 Reato, Ceferino: ¡Viva La Sangre! Córdoba antes del Golpe, Sudamericana, Buenos Aires, 2013, pp. 318-319.
3 Reato, Ceferino: op. cit., p. 223.
4 La D2 fue un CCD que funcionó al mando de la Policía de Córdoba durante 1974 y 1975. Allí estuvo detenida la parte de la cúpula de Montoneros y militantes del PRT-ERP. Durante agosto de 1975 el comando del ERP “Unidos por Córdoba”, con Enrique Gorriarán Merlo al frente, intentó copar el Cuartel de policía, Comando Radioeléctrico y la D2 para el rescate de los militantes.