¿La soberbia es un pecado?

en El Aromo nº 99/Entradas

En la lista de las chicanas referidas a RyR un lugar destacado lo ocupa la de “soberbia”. Quizás su preponderancia se deba a que es una chicana con historia y raigambre. Este ataque se nutre del ideario peronista y ha sido, de manera putativa, adoptado por la izquierda.

 

 

Ricardo Maldonado

Razón y Revolución


En la lista de las chicanas referidas a RyR un lugar destacado lo ocupa la de “soberbia”. Quizás su preponderancia se deba a que es una chicana con historia y raigambre. Este ataque se nutre del ideario peronista y ha sido, de manera putativa, adoptado por la izquierda. La afirmación “Nunca me metí en política, siempre fui peronista”, expresa de manera contundente la convicción de quien sostiene que la clase trabajadora no puede pensar y sólo se mueve por sentimientos, una forma de animalización del trabajador que encaja perfectamente con el diagrama autoritario y represivo del peronismo.

La convicción de que los trabajadores son incapaces de pensar y por lo tanto se mueven exclusiva y sostenidamente por sentimientos, ha calado hondo en el resto de las fuerzas políticas (incluidas las que se reclaman de izquierda) y las lleva a un menosprecio del pensamiento, por un lado, y a un sentimiento de inferioridad por otro. De allí se deriva que se consideren depreciados y tratados con superioridad si se les propone apelar a la inteligencia.

Si los trabajadores no piensan porque sienten, pensar significa excluirse del mundo de la sensibilidad y del trabajo. Es colocarse en la torre de marfil de los intelectuales que, alejados del sufrimiento y las alegrías de las masas, pontifican. ¿Que el capitalismo ha generado capas masivas de intelectuales proletarizados que sufren sus miserias? ¡Qué importa! ¿Que todo trabajo, hasta el más abiertamente manual, requiere la participación del pensamiento y por lo tanto éste siempre está presente en la masa trabajadora? ¡Qué importa! El pueblo es peronista y los que piensan no son pueblo.

Si la sensibilidad es la forma preponderante de adhesión y la raíz de los cambios en la vida política, las crisis de hegemonía (que se mencionan en los textos académicos, pero se evitan en las elaboraciones tácticas y programáticas) se producen por contigüidad, por vecindad. Podemos entenderlo como una variedad de la teoría del derrame económico aplicada a las afinidades políticas. El sentimiento peronista se puede desplazar levemente hacia sus confines, y allí en ese territorio conocido y familiar del peronismo, sin darse cuenta, los trabajadores se descubrirán revolucionarios. La lucha política es una cuestión metonímica, un desplazamiento del sentido por cercanía. Ya no se busca el abandono de la ideología burguesa y la construcción de la hegemonía socialista sino la aceptación de que una y otra apenas son distintas en un par de cosas. Para favorecer ese desplazamiento indoloro se reemplaza la batalla por el socialismo por el “luchismo” y el “honestismo”, o por “las mujeres y la juventud”.

De esta manera, se califica de soberbia la afirmación de que el fondo del marxismo es su utilidad como herramienta para decidir en cada momento la línea correcta de acuerdo a los intereses de la clase trabajadora y en consideración de la sociedad existente. Su forma ha quedado plasmada en miles de citas (de carácter contradictorio entre sí como todo cuerpo vivo) que dejan abolida la novedad, el pensamiento. Soberbios, es una acusación contra una decisión que nos define: tratar de remitirnos a la ciencia. Sostener que pensar por cuenta propia es de soberbios es una claudicación al peronismo, pero mucho más al posmodernismo. A la relatividad y la fragmentación. Esta es solidaria de otra chicana, la de acusarnos de estalinistas. Si una se dedica a la forma y hace un altar a los buenos modales (aunque en la cuestión nos vaya la vida), la acusación de soberbios se detiene en el contenido. ¿Cómo puede alguien afirmar algo con seguridad sin despreciar a los otros? Porque la realidad es cognoscible y de ese conocimiento se desprenden seguridades. ¿Qué esas afirmaciones pueden estar erradas? Es posible, la ciencia es un conocimiento perfectible pero válido. ¿Es soberbia la azafata que nos pide abrocharnos los cinturones porque –afirma- vamos a despegar? No. Confía en el conocimiento científico sobre la sustentación, lo que le permite hablar con una seguridad que a los fóbicos de los vuelos les produce desconfianza.

¿Y cuál es la afirmación que produce ese vértigo en nuestros detractores? Postular un programa para la revolución distinto de los que han triunfado en el siglo XX en otras partes del mundo, postular que la conciencia peronista es una traba absoluta para la clase trabajadora. Si los peronistas suponen soberbio a quien plantee que hay intereses históricos de la clase trabajadora que son relegados por el peronismo, la izquierda en general plantea que es de soberbios pretender construir un programa mejor que los que no han funcionado en los últimos 60 años, reconociendo al peronismo un rol progresivo. Hay una idea que campea en la izquierda y la paraliza: que la independencia intelectual es una actitud pedante y nadie puede desafiar a los revolucionarios que han logrado conducir una revolución al triunfo. En algunos casos ni siquiera a los que no han tenido éxito.

En estos casos resulta necesario elegir entre forma y fondo. Lenin estudió profundamente la situación de Rusia para la elaboración del programa del partido bolchevique. Y en el fragor revolucionario siguió estudiando esa realidad para sacarle el mayor provecho a las posibilidades revolucionarias. Ese es el fondo del asunto. El programa útil para Rusia hace 100 años puede no ser formalmente apto para la Argentina actual. Pero el camino seguido (estudiar la realidad para desarrollar un programa adecuado) sí. Copiar la forma, repetir el catecismo, es una actitud humilde pero también inútil. Entender el fondo, es decir la obligación de actuar con un programa adecuado a la realidad actual y concreta, puede parecer ambicioso, pero no existe otro camino. Así lo pensaba ese soberbio llamado Lenin:

 

“El análisis concreto de la situación y de los intereses de las diversas clases debe servir para determinar el significado exacto de esta tesis al ser aplicada a tal o cual cuestión. (…) Naturalmente son posibles las más variadas combinaciones de los elementos de tal o cual tipo de evolución capitalista, y sólo unos pedantes incorregibles pretenderían resolver las cuestiones peculiares y complicadas que surgen en tales casos únicamente por medio de citas de alguna que otra opinión de Marx que se refiera a una época histórica distinta.”1

 

Sin la audacia de pensar por cuenta propia se arriba necesariamente a una “humilde” conclusión desmoralizadora: si el mundo no ha cambiado desde las revoluciones triunfantes del pasado, eso significa que es estático. Los textos sagrados, ante los que se prosternan, trasmiten de ese modo la visión de un mundo circular y repetitivo. Se trata de seguir repitiendo las mismas consignas hasta que en su eterno retorno la realidad confirme la fórmula. El programa es como la espera del mesías. Y si las esperanzas no se ven satisfechas, el problema es de la realidad que no se aviene a la teoría. El resultado de las acciones políticas no se remite nunca a un balance concreto sino a la espera del momento en que las masas entiendan, porque alguna vez las masas van a entender.

Sin embargo, la acusación de soberbios va más allá. Se inscribe sobre el fondo de otra cuestión: la del poder. Con mucha más honestidad nos lo dicen quienes no son socialistas: no nos tratan de soberbios, sino de locos. Pero no es locura sino ciencia. Estudiamos para encontrar el camino al socialismo y cuando encontramos una respuesta nos proponemos con toda nuestra energía llevarla a la práctica, desplegarla. Las otras opiniones son obstáculos a lo que consideramos necesario hacer. ¿Vamos a equivocarnos amigablemente? No. No somos liberales. Nos obsesiona el tema del socialismo y la ciencia nos permite construir un camino hacia él. Si es por el tema del poder que nos llaman soberbios, aceptamos el razonamiento, pero no el mote, no es la altura despreciativa sino el tamaño de los objetivos lo que abruma a nuestros detractores. No somos soberbios, pero si ambiciosos y no los únicos. Un revolucionario del siglo XX aún con sus filas diezmadas, el fascismo campeando en el mundo y su salud resquebrajada no limitaba su ambición, y escribía esto a unos compañeros que inauguraban un pequeño partido revolucionario, en 1938, en EEUU:

“Por supuesto, el partido también puede equivocarse. Pero con el esfuerzo común corregiremos esos errores. Puede infiltrarse en sus filas elementos poco valiosos. Pero con el esfuerzo común podremos eliminarlos. Los millares de personas que entren mañana en sus filas pueden no tener la educación necesaria. Pero con el esfuerzo común podremos elevar su conciencia revolucionaria. Pero nunca debemos olvidar que nuestro partido es hoy la mayor palanca de la historia. Sin ellas no somos nada, pero con esta palanca en nuestras manos somos todo. No somos un partido como los demás (…) No ambicionamos solamente tener más afiliados, más periódicos, más dinero, más diputados. Todo eso hace falta, pero no es más que un medio. Nuestro objetivo es la total liberación, material y espiritual, de los trabajadores y de los explotados por medio de la revolución socialista”2 

Un revolucionario no es soberbio si pretende estar a la altura de la tarea histórica que la clase trabajadora tiene planteada, la revolución socialista. Es, simplemente eso, un revolucionario socialista.

NOTAS

1Lenin, El desarrollo del capitalismo en Rusia, Empresa Editora Nacional Quimantu Ltda., Santiago de Chile, 1972

2El 18 de octubre de 1938 Trotsky grabó un discurso en el que evaluó la Conferencia de fundación de la IV Internacional que fue publicado en Socialist Appeal el 5 de noviembre de 1938.

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