La sangre y el río. Los enfrentamientos en el PJ y la agudización de la lucha de clases

en El Aromo n° 12

 

 

Fabián Harari

 

“Que la sangre no llegue al río”, parecía ser el imperativo mediático ante una disputa, juzgada innecesaria, entre el presidente y su antecesor; en alusión a aquellos pueblos que dependían del río para su vida misma y que, por lo tanto, debían mantener la fuente de agua en condiciones. Entender este problema es parte de la comprensión del estado en que está la clase enemiga: su organización, su conciencia, sus tácticas y su disposición. Y sin embargo, esa pelea tiene una lógica particular (el problema concreto que los enfrenta) y una dinámica más general (la emergencia de su clase antagónica) que le impone leyes propias y le marcan el ritmo a su desenvolvimiento.

 

Kirchner y Duhalde: dos almas para un solo cuerpo

 

Todo ejército que se precie de tal debe obedecer cierta disciplina. Ninguna disciplina puede prevalecer allí donde no haya un mando unificado. Sin ese mando unificado no se puede asegurar la dominación de un territorio ni salir con efectividad al encuentro de su contrincante. Tras el Argentinazo, la burguesía debe restablecer un aparato político a nivel nacional centralizado y disciplinado: la reconstrucción de su Partido del Orden. No obstante, esa tarea demanda la eliminación (o reconversión) de cierto personal político y de ciertos programas. Como nadie quiere suicidarse políticamente, la unidad requiere de  fuertes enfrentamientos entre las camarillas políticas.

En 1999, en medio del festejo aliancista, Enrique Nosiglia se muestra contrariado: “Festejen ustedes, espeta. Sin la provincia de Buenos Aires no duramos cuatro años”.  Efectivamente, la provincia más poblada y rica del país es la llave maestra de la política. Reúne los principales recursos y, desde que se derogó el Colegio Electoral, decide la elección del presidente. Sin embargo a lo largo de la década del ‘90, el Estado Nacional fue centralizando recursos (del 40% en 1987 al 61% en 2002) y pactando con cada provincia por separado el envío extra de fondos. El caso más resonado fue el Fondo de Reparación, precio que pagó Menem por la adhesión de su ex-vice a la reelección.

Néstor Kirchner asume como figura puesta por el aparato duhaldista, el único capaz de estructurar el partido del orden. Candidato de apuro, no logra juntar suficientes votos como para ganarle al desprestigiado Menem. La renuncia de este último lo deja sin siquiera la posibilidad de refrendarse en la segunda vuelta. Pero eso no es todo: el duhaldismo se reserva junto con la provincia de Bs. As. y los ministros, la presidencia de la Cámara baja (Camaño), de la bancada justicialista (Díaz Bancalari) y de las principales comisiones. Pero, a su favor, el patagónico recibe los fondos que ha acumulado el Estado Nacional, particularmente, durante la presidencia del hombre de Lomas de Zamora (quien se reservó un fondo de $9.200 millones anuales, surgidos de las retenciones agrarias, para construir las alianzas necesarias para estabilizar su poder). Estos fondos le permitieron construir su aparato propio y trazar alianzas con casi todos los gobernadores. Sin embargo el mando nacional aún está partido. Por eso Kirchner quiere ahogar al aparato duhaldista, para lo cual prepara $10.000 millones para el Fondo de Desarrollo, para la provincia y negocia con los intendentes el envío de fondos. Gana así la confianza política en Florencio Varela, Ituzaingó y Tres de Febrero y el acercamiento de Berazategui y San Fernando. El punto que desata el enfrentamiento es la negociación con Balestrini (La Matanza) por la inauguración de cañerías en ese distrito, con dinero nacional. Esto aún no es suficiente: hace falta una fuerza de choque propia y un ejército de punteros y fiscales: la CTA, la FTV, Barrios de Pie, MTD Eva Perón, PC congreso extraordinario, 26 de Julio y MP20 se ofrecen gustosos a ser el brazo de Alicia K a cambio de materiales de microemprendimientos para los compañeros. Sin embargo esas tan disímiles alianzas le imponen un límite pensando en la elección de su esposa en el  2005. Hoy no podría ganar una elección interna: de presentarse, no contaría con el pleno apoyo de las organizaciones “nacionales y populares”. Pero, si va por afuera, pierde el apoyo de los intendentes.

Duhalde busca aliarse con López Murphy y Macri, mientras ofrece incluir a personal K en las listas bonaerenses, exiliarse hasta el 2007 y permitir que K haga política en su provincia, pero con plata de la gobernación. Ordenó  a sus diputados votar el envío de tropas a Haití y la renegociación de la deuda. Pero amenaza no votar la ley de Responsabilidad Fiscal, poniendo en aprietos al gobierno ante los acreedores y, lo más importante, no prorrogar las facultades extraordinarias, que le permiten al presidente decidir sobre casi todo sin pasar por el Congreso. Por su parte Kirchner amenaza con congelar los envíos a las provincias. De cumplirse ambas promesas nos encontraríamos con la parálisis estatal. Obviamente, nadie quiere que se llegue a ese punto, pero nadie quiere ser el primero en tirar la toalla.

En este punto llegó la orden de bajar los decibeles: el presidente se reunió con el gobernador y pactaron el giro de $900 millones a cambio que la coparticipación quede en 22,5% y el apoyo a una ley de coparticipación. Pero no se acordó de dónde saldrán los fondos ni el plazo de la ley. Nadie abandonó sus trincheras: a los pocos días 49 legisladores firmaban un documento que daba origen a un subloque K en la cámara de diputados. Atanasof, por su parte, salió a pedir la represión, en busca de la crisis política.

La disputa entre Duhalde y Kirchner es la disputa acerca de los tiempos, los métodos y la composición en la construcción del partido de la contrarrevolución. A pesar de los intentos de apaciguarlos, los enfrentamientos no pueden suprimirse porque son parte de esa tendencia a la conformación de ese polo de la reacción. Sin embargo la imposibilidad de profundizar este proceso, mantiene las facciones en disputa e impide la disolución de la alternativa revolucionaria.

 

La tormenta que acecha

 

Esta desaceleración del proceso de constitución del Partido del Orden tiene una sola explicación:  la irrupción constante y creciente de la fracción más dinámica y conciente de la clase obrera, organizada en el Bloque Piquetero Nacional. Su intervención, unida a un proceso de desaceleración económica, determina un panorama de creciente agudización de la lucha de clases y de polarización política.  El primer proceso alude al rápido pasaje de las luchas entre fracciones burguesas hacia la lucha entre la burguesía y una fracción de su clase antagónica que amenaza extenderse al resto de la sociedad. Para el caso que nos convoca, la pelea entre el presidente y su antecesor en la provincia tuvo como trasfondo una huelga estatal y docente que se le fue de las manos a la CTA. El segundo proceso se observa en la concentración de organizaciones dispersas, vacilantes, reformistas y/o centristas en torno a los puntos extremos y diametralmente opuestos que expresan intereses históricos y antagónicos, y que se disputan no sólo la conducción de la sociedad sino el carácter de las relaciones sociales. Estos puntos o polos tienen como objetivo la eliminación del oponente.

El proceso de polarización política puede en la confluencia de organizaciones antes separadas del núcleo piquetero, como el MST-Teresa Vive, que se integró en el BPN, o en el acercamiento de la CCC y varios MTDs a la ANT. En el campo burgués vemos las disputas en torno a la conformación de un comando único y la incorporación, como fuerza de choque, de organizaciones como la CTA, Barrios de Pie y las más arriba nombradas. El proceso señalado conlleva una tendencia a la organicidad, es decir que pierde fuerza el autonomismo y se afianzan las estructuras partidarias. La polarización no excluye la disputa por la conducción, por el contrario, la acelera. Tiende, entonces, a agotarse el espacio del reformismo: quienes hacían gala del mismo debieron confluir en la estrategia revolucionaria (BPN) o en el ala tímidamente reformista (pero cada vez más tentada a embarcarse en la reacción abierta) del partido del orden (el aparato K). La continuidad del proceso amenaza con intensificar la polarización. En este contexto, las disputas inter-burguesas van a agravarse, lo que al mismo tiempo levantará un coro de asustados por sus consecuencias que insistirá, inútilmente, en evitar la sangría.

El límite a la sangre de las disputas burguesas es, entonces, el río. Un río que parece cada vez más cercano y amenaza con inundar la tierra toda. Porque el río, como decían los antiguos, no es sino la vida misma.

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