La revolución hecha harapos. (Violencia escolar)

en El Aromo n° 43

Romina De Luca

Taller de Estudios Sociales-CEICS

El mundo ya no es lo que fue. Esa idea pareciera regir buena parte de los trabajos que se empeñan en hallar nuevos sujetos o actores sociales. Como la clase obrera habría desaparecido ya no puede constituir el vector de la transformación social. Su lugar en la acción revolucionaria lo ocuparían los marginales. La defensa de ese postulado ha sido encarada por Esteban Rodríguez en su último libro Vida lumpen, bestiario de la multitud1 . Allí, pretende rescatar y resignificar la categoría de lumpenproletariado del contenido negativo adosado por la izquierda. Ya Marx advirtió que el lumpenproletariado constituía la hez de la sociedad y su peligrosidad política para el proletariado.2 Porque, el lumpenproletariado es, en términos sencillos, todo aquél que ha sido desclasado. En ese proceso, abandona sus lazos sociales y en lugar de organizarse y buscar una salida colectiva para la superación de su situación concibe una salida individual. Su modus vivendi es el sálvese quién pueda, aunque ello lo lleve al delito y al desprecio de la vida de sus semejantes. En síntesis, “una masa informe, difusa y errante (…) escoria y deshecho de todas las clases”.3 Dentro de sus filas se encuentran “jugadores, dueños de burdeles, aventureros, escritorzuelos, licenciados de tropa y presidio, traperos, mozos de cuerda, carteristas y mendigos”. En El capital agrega a la lista delincuentes, vagabundos y prostitutas. El mejor ejemplo de lumpemproletariado lo constituyen las barras bravas del fútbol, que reúnen a individuos de todas las clases a los efectos de sobrevivir del delito. La mayoría de los trabajos sobre lumpenproletariado incurren en dos equívocos. Por un lado, suelen confundir a éstos con fracciones de la clase obrera desocupada. Otros, con una visión romántica hacen apología de los marginales o lúmpenes porque, al estar fuera del sistema, no se encontrarían contaminados por la ideología burguesa y ello los constituiría en la única vanguardia política posible. El libro que aquí reseñamos expresa esta segunda posición.

La clase obrera ha muerto

Según Rodríguez, la última dictadura militar habría desmantelado el modelo de acumulación productivo instaurando uno de tipo financiero. Producto de ese viraje, el capital ya no se valorizaría a partir de la fuerza de trabajo sino en la especulación, generando per se plusvalor.4 El resultado sería el debilitamiento de los lazos entre el capital y el trabajo, la “desproletarización de la sociedad y la desindustrialización de la economía” (p. 109). Así las cosas, se conformaría un “nuevo sujeto social que protagonizaría la época: el desocupado” (p. 12). El ejército industrial de reserva se tornaría crónico y estructural porque al capital ya no le interesaría vincularse con esa masa de fuerza de trabajo disponible. Y más aún. La categoría de desocupado también podría ser aplicada a los ocupados en tanto el neoliberalismo los colocaría bajo la amenaza permanente de la pérdida del trabajo, “todos estamos potencialmente desocupados” (p. 204). Todo desocupado es, para Rodríguez, lumpen; y como todo ocupado es potencialmente desempleado, ergo todos seríamos lúmpenes. Y no sólo por ese peligro sino también por la forma misma de organizar el trabajo. La organización toyotista, la descentralización de las relaciones del trabajo, el consiguiente “involucramiento” del trabajador con su empresa y la fragmentación sindical avanzarían en la fracturación de la clase obrera ocupada, lumpenproletarizándola. En conclusión, el nuevo modelo de acumulación extinguió a la clase obrera y generalizó el lumpenaje. Nos tropezamos con varios errores. En primer lugar, la desaparición de la clase obrera y la desindustrialización. Tanto en Argentina como en el resto del mundo, la industria no desapareció; se concentró y relocalizó. No es lo mismo. En nuestro país, hace treinta años se producían autos en forma manual, hoy la misma industria opera con robots. Con la tecnología, aumenta la productividad y la plusvalía relativa. O sea, el capital sigue viviendo de explotar obreros, sólo que de forma más eficiente que antes. Lo dicho no anula que la industria migre allí donde puede encontrar salarios más baratos. Que se cuestiona que el obrero ahora pueda perder el trabajo, es una verdad de Perogrullo. Siempre fue así. Pero afirmar que hoy día todos los obreros pueden perder el trabajo en cualquier momento y eso los transforma en lúmpenes virtuales resulta un sin sentido. Precisamente porque lo que distingue al obrero es que sólo cuenta con su fuerza de trabajo y siempre, a diferencia del esclavo o del siervo, se enfrenta a la potencial pérdida de su trabajo, a la espada de la desocupación. Todo obrero es un esclavo que, para obtener sus medios de vida, debe hallar a su amo. No disminuye un ápice si ya lo ha encontrado o no. Asimismo, que el toyotismo (es decir, la manufactura moderna, para no seguir poniéndole nombres novedosos a engendros tan viejos como el capital) busque que el trabajador se involucre con los intereses de la empresa no quiere decir que lo logre. Si el discurso se correspondiera con la realidad habrían desaparecido las huelgas de la faz de la tierra. De la misma forma, la fragmentación no es nueva. La burguesía siempre ha buscado dividir a la clase obrera con distintos artilugios. Por mencionar sólo uno, la preferencia de mano de obra inmigrante. Que la representación sindical sea por fábrica implica un empeoramiento en las condiciones de negociación, no la desaparición de la clase obrera. Recordemos que en la inmediatez de “su” fábrica el obrero se descubre como “cosa”, como clase para el capital.

Todos amontonados en el mundo lumpen

Un problema serio del libro es meter a todos en la misma bolsa. Obreros, burgueses y verdaderos lúmpenes, todos son igualmente lúmpenes porque su principal hipótesis es que la lumpenproletarización es un fenómeno transversal que atraviesa a toda la sociedad. Para Rodríguez, la burguesía, al volverse financiera, se ha lumpenproletarizado y su capital adquirió un contenido informe y difuso (p. 108). Cabe preguntarse si una burguesía cada vez más concentrada, en grandes trasnacionales, es verdaderamente “difusa”. Suponiendo que tuviera razón, nuestro autor parece razonar en forma falazque, como las capas lúmpenes son informes y difusas, todo lo informe y difuso es lumpen. Razonando de este modo tan sagaz concluiremos que, como la nieve es blanca entonces todo lo blanco es nieve. Pero ¿qué es un lumpen? Como no lo define, no lo sabemos. Roza un elemento correcto: a medida que el capitalismo profundiza su crisis descompone todas las relaciones sociales y, por ello, arroja individuos de todas las clases. Entre otras cosas, el aumento de la longevidad, en contexto de crisis, agrava el recambio intergeneracional en la familia burguesa. Los hijos de un burgués deben buscar su reproducción al margen de la empresa familiar que heredarán, con suerte, algún día. Si su salida individual los lleva a consumir drogas o venderlas en discos de Puerto Madero, a conformar “tribus” urbanas que salen de noche para apalear extranjeros conformarán, sin lugar a dudas, parte del lumpenproletariado. Pero Rodríguez en lugar de ver desclasamientos de uno y otro lado, es decir, el proceso de polarización social normal al capitalismo, hace desaparecer a todas las clases. Así, la sociedad pasa a ser una gran multitud. Y, para él, habría que rescatar las formas de rearticularción política de esa gran masa que incluye “movimientos de trabajadores desocupados, campesinos y de indígenas, estudiantiles, fábricas recuperadas, recuperadores de deshechos, ecologistas, feministas, personas privadas de la libertad, gays, lesbianas, travestis, movimientos de derechos humanos, movimientos antiglobalización de liberación nacional y también de trabajadores” (p. 317-318). En todos ellos, la multitud convergería en frentes de oposición política dónde “no hay vagones principales, ni vanguardia superiluminada marcando el camino a un actor que el resto debe seguir”. Una vez más, nos encontramos frente a la proclama del “horizontalismo”, donde se da lugar a cualquier demanda siempre que sea formulada en forma horizontal y democrática. Así, tiene el mismo significado organizarse para hacer la revolución socialista que proclamar la (imposible) autodeterminación sexual. Además, los agrupamientos de lúmpenes están muy lejos de regirse democráticamente. Su desmadrado individualismo los lleva a venderse al mejor postor y, en ese punto, ejecuta una voluntad externa. Por ejemplo, detrás del grupo de jóvenes que quemaron campamentos y asesinaron rumanos en Nápoles se encontraba algo tan poco horizontal como la mafia italiana.5 Con razonamientos como el de Rodríguez, terminaremos avalándolos.

Una investigación pendiente

A menudo, nos topamos con dos visiones. Aquellos que creen que sólo la clase obrera ocupada puede hacer política borrando de un plumazo al movimiento piquetero (al que además suponen sólo compuesto por desocupados). Y los populistas románticos, como Rodríguez, que buscan una “renovación” política englobando cualquier cosa detrás del mote de marginales o lúmpenes. Sin embargo, quizás por tratarse de un terreno delicado, no existen estudios serios sobre las capas lúmpenes de la sociedad. Necesitamos caracterizar bien y discernir quiénes componen esa categoría. Un joven que vende paco en la escuela, amenaza a los docentes y hostiga a sus compañeros obreros (o a su docente también obrero) es un lumpen. No puede armarse una alianza política con grupos lúmpenes, ellos no pueden ser vanguardia de nadie más que de su propio interés. La lumpenización de contingentes cada vez más importantes de distintas fracciones de todas las clases constituye un gigantesco problema social pendiente de estudio. No es fácil delimitar quién es un pauper y quién un lumpen, entre otras cosas, porque esas fronteras exigen una investigación cuidadosa. En el Taller de Estudios Sociales nos encontramos trabajando en ello. Porque no es lo mismo abolir la propiedad privada que postular, como lo hace Rodríguez, redistribuir la riqueza a través del robo. Robin Hood no nos va a salvar, sobre todo si roba a los pobres más que a los ricos y sólo para engordar su bolsa.

Notas

1 Rodríguez, Esteban: Vida Lumpen. Bestiario de la multitud, Edulp, noviembre de 2007.

2 Véase entre otros: Karl Marx: El 18 Brumario de Luis Bonaparte, Buenos Aires, Agebe, 2003 y El capital, libro I, S. XXI.

3 Marx, El 18 Brumario, op. cit., p. 72-73

4 “El capital se valoriza a sí mismo sin necesidad de recurrir al trabajo”, p. 93.

5 A mediados de mayo, en el marco de la nueva Ley de Inmigración promovida por Berlusconi, un grupo de jóvenes realizó asesinatos y quema de campamentos gitanos en Italia. Hechos similares ocurrieron en el 2007 reivindicados por el Grupo Armado para la Purificación Étnica.

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