Entre Menem y el Rodrigazo

en El Aromo n° 43

Juan Kornblihtt

Observatorio Marxista de Estadística-CEICS

El conflicto del campo le está dando una mano al gobierno. Con la excusa de la desestabilización y el fantasma de un golpe financiero, la valuación del tipo de cambio que bajó 15 centavos en menos de un mes. Aunque primero fue resultado de la venta de dólares por parte del Banco Central, la baja del dólar es el resultado normal si se deja el tipo de cambio al juego de la oferta y demanda. Por eso, en los últimos días, la política monetaria se redujo a mirar como el dólar bajaba sólo. De 2002 para acá, fue el gobierno el que sostuvo al dólar para así obtener salarios licuados en dólares y generar una barrera de protección para los ineficientes capitales locales. La contracara de este fenómeno fue una inyección de pesos por encima de la necesidad del valor de las mercancías existentes, dando como resultado una escalada inflacionaria. La suba de costos de a poco fue haciendo perder la ventaja del tipo de cambio competitivo. Para que muchas empresas no empezaran a dar pérdidas, el gobierno tuvo que realizar minidevaluaciones y aumentar los subsidios. En particular a las compañías de servicios, como el transporte y la energía, cuyos precios tienen un impacto directo en el resto de la economía. Pero como nada sale gratis, esto implicó un creciente riesgo para las finanzas públicas. Encima se sumaron los pagos de la deuda externa. Al gobierno no le quedó otra que aumentar la recaudación. La suba de las retenciones y el hacerlas móviles parecía la solución final a un problema que empezaba a hacerse crónico. Sin embargo, la rebelión de la burguesía agraria marcó los límites de la combinación devaluación-retenciones con la que se había sostenido con cierta tranquilidad Néstor Kirchner. Quedó planteada la necesidad de una nueva solución. El panorama que se abre no deja muchas posibilidades. Una opción es pretender más de lo mismo, como pide la UIA. Devaluar aún más la moneda, para así favorecer tanto a la industria como a los capitalistas agrarios con ventajas en el mercado internacional. Pero llevar un dólar a $3,4 o a $4 como pidió alguno, aunque traería alivio tanto a industriales como agrarios, empujaría la inflación con la posibilidad de un estallido obrero en busca de actualizar los ya míseros acuerdos salariales alcanzados. Con el fantasma del Rodrigazo rondando la Rosada, la decisión parece haber sido la contraria: frenar la inflación por la vía de enfriar la economía. Al dejar que baje el dólar, por un lado se inyectan menos pesos en el mercado y por el otro se impide que los precios internos suban porque se favorecen las importaciones. Un esquema muy similar al de los ‘90, cuyas consecuencias ya conocemos. Si esta política se mantiene en el tiempo, muchas empresas se verán obligadas a cerrar sus plantas o no efectivizar sus planes de expansión. Se frenará así la creación de empleo y subirá la desocupación. Todo esto en un escenario internacional mucho peor que el que vivió Menem. Mientras el riojano recibió préstamos a piacere, Cristina deberá conformarse con las migajas de su amigo Chávez. En definitiva, las alternativas que maneja el gobierno (devaluar o valuar la moneda) son la muestra del agotamiento del llamado “modelo K”. Amparados por el conflicto del campo, los Kirchner están probando estrategias. Cualquiera de las adoptadas tendrá como damnificada a la clase obrera. Es entonces cada vez más necesario el plantearse una política que exprese los intereses genuinos de quienes producen la riqueza en independencia de quienes se la apropian.

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