No es producto de la fortaleza del narco en Santa Fe, sino de una debilidad: la imposibilidad para el cártel local de mantener el control del negocio, que ha dado lugar a una verdadera guerra narco. Esto es lo que ha convertido a la provincia, sino en la capital del narcotráfico, si en la capital de la descomposición social producto del narcotráfico.
Por Blas Costes
Grupo de Investigaciones Regionales
En los últimos años Santa Fe, y en particular Rosario, han estado en la tapa de todos los diarios por el problema del narcotráfico. El tema ha devenido incluso en fenómeno editorial: pululan los libros que tratan sobre el narco en Rosario, sus relaciones con la política, el fútbol, el agronegocio y las fuerzas de seguridad. Sin embargo, nadie se ha tomado el trabajo de analizar qué indican las estadísticas. ¿Estamos solo ante una “sensación” agigantada por los medios o realmente el problema tiene la magnitud que se le adjudica? ¿La dimensión del narco en Santa Fe supera a lo que sucede, por ejemplo, en el conurbano bonaerense? En este artículo intentaremos hacer una primera aproximación a este problema, analizando qué muestran las estadísticas.
La muerte es un hábito colectivo
Ante todo, se hace necesario especificar a qué nos referimos cuando hablamos del “problema narco”, ya que ese término esconde una serie de problemas diferentes. Una cuestión es el tamaño del negocio y la jerarquía de las bandas en la provincia en el armado nacional. Otra es el grado de descomposición social que esa estructura (más chica o más grande) provoca en la provincia. Trataremos de analizar este último problema, para luego pasar al primero.
Un buen indicador para analizar las consecuencias de la violencia narco en Santa Fe son las estadísticas vitales del Ministerio de Salud, que recopilan el número de muertes por jurisdicción. A nivel nacional, en el periodo 2005-2015, el número de muertes en todas las circunstancias y para todas las edades oscila entre las 294.000 y 333.000 por año. Si tomamos las cuatro provincias más pobladas del país vemos que Buenos Aires lleva la punta en muertes, que durante el período seleccionado oscilaron entre 119.000 y 137.000. Le sigue la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, que registra entre 31.000 y 34.000 muertes en todo ese período. Santa Fe no está muy lejos, registrando entre 27.000 y 30.000 muertes anuales, mientras que Córdoba oscila entre 26.000 y 29.000. Sin embargo, este indicador no es del todo preciso, ya que no da cuenta de lo que esas muertes representan en el total de población de cada distrito. Si calculamos las muertes por año cada 100.000 habitantes las cosas cambian: a nivel nacional, mueren por año durante este período entre 750 y 805 personas cada 100.000 habitantes. La media sube bastante en CABA, donde oscila entre las 1.030 y 1.135 personas fallecidas por año. Más cerca de la media se encuentran Córdoba, Buenos Aires y Santa Fe. En ellas las muertes por año cada 100.000 habitantes oscilan entre 760 y 840, 807 y 865, y 848 y 934 respectivamente.1 Aunque el número de muertes en Santa Fe es más elevado, seguimos lejos de registrar un fenómeno que pueda relacionarse con la violencia narco. Para ello debemos adentrarnos en las causas de las muertes, también registradas por las estadísticas vitales del Ministerio de Salud. Del total de muertes, las estadísticas nos permiten distinguir aquellas que son el resultado de causas naturales de aquellas que son producto de “causas externas”. Esto último incluye suicidios, accidentes de tránsito y la que aquí nos interesa: agresiones. Es decir, asesinatos. En el gráfico 1 podemos observar la evolución a lo largo de este período de las muertes por agresión cada 100.000 habitantes en los distritos seleccionados.
Gráfico 1: Muertes por agresión (todas las edades, ambos sexos) cada 100.000 habitantes. Argentina, 2005-2015 (total nacional y distritos seleccionados)
Lo que se observa en el gráfico es, en primer lugar, que tanto Córdoba como CABA se encuentran bastante por debajo de la media nacional. En el primer caso parece tratarse de una tendencia histórica, ya que a lo largo de toda la serie se cuentan por año entre 1 y 3 muertes por agresión cada 100.000 habitantes. En la Ciudad de Buenos Aires, por el contrario, se observa una tendencia descendente en los últimos años, en donde se pasa de valores cercanos a la media nacional (5 muertes por agresión cada 100.000 habitantes), a números similares a los de Córdoba. Buenos Aires y Santa Fe, en cambio, se encuentran cerca de la media nacional e incluso llegan a superarla. En estos distritos se producen entre 5 y 7 muertes por agresión por año cada 100.000 habitantes. Evidentemente, la violencia cobra otra dimensión en estas dos provincias.
Pero no es ello lo único que muestra el gráfico. Como se observa claramente, las muertes por agresión en Santa Fe dan un salto en los dos últimos años de la serie. Es el punto más alto de una tendencia ascendente que comienza en 2011. Ese año en la provincia se produjeron 108 muertes por agresión, número que se eleva a 434 en 2014 y 402 en 2015. Las muertes por agresión ascienden de 3,29 cada 100.000 habitantes a 12,88. Se multiplican por cuatro en apenas tres años. Esta escalada de violencia coincide con el arribo del problema narco en Rosario a la primera plana de todos los diarios. Sin embargo, para no sacar conclusiones impresionistas, analicemos qué nos indican las estadísticas nacionales sobre tráfico de drogas.
El narcotráfico en números
Si tomamos como indicador las causas federales por infracción a las leyes de drogas, Santa Fe está entre las que encabezan el ranking. En 2015, con 1.940 causas, se ubicó tercera. A la cabeza se encuentra la Ciudad de Buenos Aires, con 7.887 causas. Lo extraño es el segundo puesto, que corresponde a Mendoza (2.492 causas), una provincia que difícilmente asociemos con el fenómeno narco. Más extraña se pone la cosa cuando calculamos la cantidad de causas cada 100.000 habitantes. En ese caso, además de CABA y Mendoza, Santa Fe se ve superada (extrañamente) por Formosa, Jujuy, San Luis, Chubut, La Pampa, Neuquén, Río Negro, Santa Cruz y Tierra del Fuego.2 ¿Qué explica esta extraña situación? Lo que sucede es que este indicador no distingue las causas judiciales iniciadas por tenencia de drogas de las causas por tráfico. Así, la mayor o menor tolerancia policial al consumo en cada provincia opera distorsionando las estadísticas. Las causas por tenencia de drogas en la mayoría de las provincias son proporcionalmente más altas que en Santa Fe. Al eliminar ese elemento, el panorama se presenta más claro. Como se aprecia en la tabla 1, donde tomamos exclusivamente las causas por tráfico, Santa Fe vuelve a escalar en el ranking, donde se ubica segunda y a menor distancia del primer puesto, ocupado por CABA. Allí, entre 2012 y 2015, se registraron entre 2.600 y 3.300 causas por tráfico de drogas. En el mismo período, Santa Fe registra entre 1.300 y 1.400 causas. La provincia también remonta posiciones al observar la cantidad de causas cada 100.000 habitantes, en donde solo es superada por CABA y algunas provincias con poca población, donde un número relativamente bajo de causas distorsiona la estadística. A ello hay que sumar otros dos elementos que distorsionan este indicador. En primer lugar, que por efecto de la aplicación de la Ley de Desfederalización de las causas por drogas, que traspasa a la justicia ordinaria los delitos menores (tenencia y comercio al por menor), los indicadores de dos distritos importantes (Córdoba y Buenos Aires) se encuentran distorsionados a la baja. A eso se suma que las causas judiciales no necesariamente reflejan la magnitud del negocio en cada provincia. La complicidad del narco con la policía y la justicia genera dos situaciones que distorsionan el indicador: una organización narco poderosa puede tener un control tal sobre la justicia y las fuerzas represivas que eso impacte bajando el número de causas. A la inversa, un elevado número de causas puede ser producto de la debilidad del narco, que no puede controlar del todo el aparato represivo.
En suma, aunque Santa Fe muestra un elevado número de causas por tráfico de drogas, ello no demuestra ni la importancia del negocio allí, ni la fortaleza de los cárteles. Las bandas locales no parecen ser estructuras capaces de trascender las fronteras de la provincia, e incluso muestran dificultades para mantener el control del negocio en la provincia. Santa Fe no es la capital del narco, que se muestra como un fenómeno nacional. Sin embargo, aún queda por explicar por qué Santa Fe se convirtió para los medios en sinónimo de narco, un fenómeno que corre en paralelo a una particularidad reflejada en las estadísticas: la escalada de violencia y asesinatos de los últimos años. Como veremos, ello no es producto de la fortaleza del narco en Santa Fe, sino de una debilidad: la imposibilidad para el cártel local de mantener el control del negocio, que ha dado lugar a una verdadera guerra narco. Esto es lo que ha convertido a la provincia, sino en la capital del narcotráfico, si en la capital de la descomposición social producto del narcotráfico. Veamos.
Tabla 1: Causas judiciales federales por tráfico de drogas (total y cada 100.000 habitantes). Provincias seleccionadas, 2012-2015
Guerra narco en Rosario
El aumento exponencial de los asesinatos en Santa Fe es producto de una guerra narco desatada en 2012. Los datos abundan, pero casi nadie parece haber sacado las consecuencias lógicas de ello. Hasta 2012 una banda, “Los Monos”, mantuvo un control casi monolítico del tráfico de drogas en Rosario, con la complicidad de los altos mandos policiales, la justicia y la gobernación del Partido Socialista. Pero ese poder se resquebrajó al surgir un rival dentro del propio riñón de “Los Monos”: el “Fantasma” Paz, suegro del jefe de la banda, el “Pájaro” Cantero. Por orden de este último, en septiembre de 2012, Paz es asesinado. Hay dos hipótesis respecto al crimen: la primera, que lo asesinaron porque se guardó 10 millones que debía invertir en Bolivia para comprar más droga. La segunda, que el “Fantasma” quería cocinar su propia cocaína y el “Pájaro” no quería competidores.3 En cualquiera de los dos casos, estamos ante una fractura en la banda, que terminó desatando una guerra.
Como en las películas, la guerra no solo produce bajas entre los miembros de la banda, sino que se extiende a la trama de complicidades en la estructura policial, judicial y política. Un mes después del asesinato de Paz, el jefe de la policía santafesina, Hugo Tognoli, se vio obligado a renunciar al trascender sus vínculos con el narcotráfico. Así, el problema narco en Santa Fe llegó a la tapa de los diarios nacionales. Fue azuzado por el kirchnerismo, que salió a denunciar la complicidad del gobierno socialista con el tráfico. De hecho, la investigación contra Tognoli la llevó adelante la Policía Aeroportuaria, dirigida por la entonces Ministra de Seguridad, Nilda Garré. La disputa entre kirchneristas y socialistas parece ir más allá de lo político: los vínculos del narco con el PJ santafesimo demuestran que aquí había también una disputa por el negocio.
En esos meses la guerra narco no hace más que escalar. El 26 de mayo de 2013 se produjo la vendetta: asesinan al jefe de “Los Monos”, el “Pájaro” Cantero. Su madre, “La Cele”, despide a su hijo vociferando que no va a dejar con vida ni a los perros de los culpables.4 El “escarmiento” no tarda en llegar: en los meses siguientes se producen al menos 12 asesinatos en venganza por la muerte de Cantero. En medio de esta ola de asesinatos se aceleró la investigación del juez Juan Carlos Vienna, que logró desarticular en gran medida a “Los Monos” y avanzó sobre los cómplices policiales de la banda. Vienna, sin embargo, no era ajeno a la disputa narco. A poco de iniciada la causa, trascendió a los medios una foto en la que el juez aparecía junto al padre del “Fantasma” Paz mirando la pelea del “Chino” Maidana en Las Vegas. El juez, por supuesto, salió a desmentir la foto, pero la evidencia que luego salió a la luz no lo ayudó. En 2013 Vienna viajó dos veces a Estados Unidos a ver peleas de box. El primer viaje lo hizo a la misma hora y mismo día que Luis Alberto Paz, representante de boxeadores, empresario de transporte y padre del “Fantasma”. El segundo, con un día de diferencia.5 ¿A quién responde Vienna? Cuando el juez salió a desmarcarse del “narcosocialismo” echó luz sobre sus vínculos políticos: “yo fui designado por el gobierno de Obeid y ya llevó más de 30 años en la Justicia”, sostuvo.6
Es claro que la desarticulación de “Los Monos” no fue producto de un súbito afán de justicia de algunos buenos republicanos sino parte de las hostilidades en medio de una guerra de bandas. Lo mismo sucedía con la preocupación que desató el tema en los medios: la filtración de información también es una acción de guerra. Todo ello tiene un correlato claro en el aumento de los asesinatos y la escalada de violencia en Rosario. Es indudable que el fenómeno que registramos en las estadísticas no puede escindirse del problema del narcotráfico.
Conclusión
Santa Fe no parece, entonces una excepción dentro del avance del narcotráfico a nivel nacional. Sus bandas no parecen dirigir el tráfico a escala más amplia, ni el nivel de descomposición social es mucho mayor que en otras provincias. Es decir, el narcotráfico no es un problema de Santa Fe, sino de la Argentina.
Lo que sí aparece es una aceleración de la criminalidad a partir del 2011, que colocan a Santa Fe muy por encima de la media nacional hacia 2013. Esto se debe a que, como vimos, se desató una guerra entre bandas. Esta podrá apaciguarse, en la medida que uno de los grupos triunfe, o mantenerse y convertir a Santa Fe en un polvorín.
Los muertos en la guerra narco van más allá de los capos y sus lugartenientes. La mayoría de las muertes se produce entre los peones, los “soldaditos” de los cárteles que surgen de las capas más pauperizadas de la clase obrera rosarina, que encuentran en la droga una de las pocas formas de “subsistir”. Y no “subsistirán” por mucho tiempo: desde muy pequeños se vuelven adictos a drogas que degradan el organismo de tal forma que no vivirán muchos años más. Ese es uno de los ganchos con el que las bandas los reclutan: fidelidad a cambio de un magro sueldo, que se paga en efectivo o en especies. Pero los muertos van mucho más allá: la proliferación de narcóticos multiplica los crímenes violentos, las policías bravas que alimentan el gatillo fácil y los inocentes muertos aquí y allá. No solo eso: la extensión del consumo de drogas entre las capas más pauperizadas de la población alimenta otras estadísticas: las muertes a causa de la degradación física por efecto del consumo, las muertes en accidentes de tráfico y los suicidios. El narco, un negocio que prospera como cualquier otro en la sociedad capitalista, va dejando a su paso un tendal de muertos. Muertos obreros, porque los jefes narcos, verdaderos burgueses que hacen fortuna en las sombras, junto a sus socios en las cúpulas de la justicia, la policía y la política, se forran en plata. Muertos de un lado, lujo y riqueza del otro. Vaya metáfora del capitalismo. Es que el narco, y la descomposición social que deja a su paso, no son más que eso: la cara más oscura de la sociedad capitalista.
NOTAS
1Dirección de Estadísticas e Información de Salud, Ministerio de Salud de la Nación, www.deis.msal.gov.ar.
2Ministerio Público Fiscal: Informe estadístico sobre narcocriminalidad, 2016.
3https://goo.gl/42qS6D.
4Idem.
5https://goo.gl/ePtkZ3.
6https://goo.gl/DZ8jik.