La luz a lo largo del túnel. A un año del fallecimiento del compañero Lucio Ferrer
Eduardo Sartelli
Lucio nació el 15 de abril de 1937 y falleció el 14 de agosto de 2016, a los 79 años. Nos conocimos en la lucha común en la Asamblea de Plaza Congreso, allá por el 2002. Marchas, debates, enfrentamientos con la represión duhaldista primero, con la de Néstor después, todo lo que era cosa cotidiana por aquellos tiempos del “Que se vayan todos”. Se incorporó a una incipiente RyR un día en que, medio en broma, medio en serio, me dijo: “¿Qué puede hacer Razón y Revolución por mí y yo por Razón y Revolución?” No pude aguantar la risa ante semejante planteo. Se rió también, con ese humor espontáneo que lo caracterizaba. “Escribí tu historia”, le dije. “Ah, querés que empiece con Colón…”. Tiempo después, en el número 12 de El Aromo, publicamos su texto: “Cómo llegué al Argentinazo”, una crónica en primera persona de la experiencia de toda una franja social.
Lucio comenzó su vida militante con la persecución a la que lo sometió el peronismo (que lo llevó a mudarse de Buenos Aires a Córdoba). Militó en la FEDE en los 50, para desafiliarse, en protesta contra el apoyo del PC a la candidatura de Frondizi. En este contexto, junto a un grupo de militantes, crea la organización “El Proletario”, de orientación trotskista. Imprime volantes, folletos y una revista que es distribuida en los barrios y las villas. Abandona la carrera de medicina y comienza, ya viviendo en Córdoba, la carrera de psicología a partir del año 1962. En ese entonces comienza a trabajar en la imprenta de la Facultad de Arquitectura de la Universidad de Córdoba, empleo que marcaría su futuro (en 1971, de vuelta en Buenos Aires se independiza y compra su primera máquina para imprimir en su propio taller). En 1973 se recibe de psicólogo social. Frente al Proceso, Lucio eligió el exilio interior. Un largo exilio del que lo sacaría la insurrección de diciembre de 2001.
Con su esposa, Irma, se incorporó a la Asamblea de Plaza Congreso, una organización combativa que logró planes sociales para desocupados, armó un comedor, consiguió bolsones de comida y, sobre todo, participó con una línea política que enfatizaba la necesidad de la organización y de dirección, una rara avis en un momento en que el autonomismo era peste. En esa asamblea confluían los “independientes”, el Partido Obrero y nuestra organización. A medida que el fenómeno entró en reflujo, los compañeros fueron decantando en uno u otro sentido, o simplemente, habitando esa franja común de ideas y luchas compartidas entre esos tres tercios. Fue en ese espacio en que nació un esfuerzo común, que con el tiempo terminó en mi libro, La plaza es nuestra, en cuya factura Lucio colaboró personalmente. Esa vocación intelectual que Lucio siempre tuvo, que lo llevó siempre a la actitud del que aprende mientras camina. Del que porta la luz con la que se alumbra y con la que alumbra. Del que no necesita ver la luz al final del túnel, porque sabe que solo nosotros mismos podemos iluminar nuestro camino. No sé cómo ni por qué no me enteré en su momento de su fallecimiento. Vaya este homenaje tardío a un amigo combatiente. Como se dice, hasta la victoria…
¿Un año ya? que barbaridad!!!. Querido Lucio, como extrañamos tu compania y tu alegría con tus dos pasiones, las charlas políticas y la comida, hasta la victoria siempre compañero!!