La FIAT, el clasismo y las enseñanzas de la Izquierda revolucionaria. A propósito de Lecciones de batalla de Gregorio Flores*

en El Aromo n° 32

Néstor Kohan

Filósofo

Uno de los principales dirigentes históricos del clasismo argentino (tanto en el sentido amplio como en este sentido más delimitado y preciso del concepto) es Gregorio Flores. Trabajador de FIAT Concord, dirigente del SITRAC y protagonista central de esa lucha heroica contra la FIAT, contra la dictadura militar de los generales Onganía-Levingston-Lanusse y contra toda la clase dominante (de origen nativo y extranjero), Flores ha escrito y publicado recientemente sus memorias. Con mucha mesura y nada de exageración, las ha titulado Lecciones de batalla. En esas páginas maduras pero apasionadas, dirigidas a “aquellos jóvenes de las nuevas generaciones que se están iniciando en esta noble tarea como es la militancia a favor de los oprimidos y los explotados”, el autor aclara qué entiende por “clasismo”: “una corriente clasista debe tener una caracterización del Estado, del régimen político y de los partidos políticos populares que, como el PJ, la UCR y el PI, representan intereses de los patrones, que por cierto son contrarios a los intereses de los trabajadores”(p. 123). Los relatos y reflexiones de Gregorio Flores -Goyo Flores para sus amigos y compañerosson los recuerdos y los balances de un militante maduro. Sintetizan el aprendizaje polí- tico de un humilde trabajador que sufre en su propio cuerpo y, ya desde su infancia, toda la crueldad de un sistema perverso de explotación, exclusión y dominación: desde el hambre, la miseria, la falta de higiene y educación durante la infancia (que él narra en el primer capítulo del libro), pasando por la explotación fabril desde su primera juventud, la represión patronal y burocrática hasta llegar a la prisión dictatorial. Su trayectoria personal e individual resume la experiencia de un segmento, quizás no mayoritario, pero sí importantísimo y altamente significativo, del proletariado argentino y fundamentalmente de sus sectores política e ideológicamente más avanzados. Es decir que, utilizando un concepto que hoy no está de moda ni goza de buena prensa en la Academia y en los grandes medios de (in)comunicación, el testimonio de Flores sintetiza y expresa a un sector específico de la vanguardia. Aquellos que en su práctica cotidiana de vida llegaron a vivenciar y visualizar que la lucha social nunca puede quedar limitada a un mero abanico de reivindicaciones económicas -por más avanzado, diverso u original que sea- sino que debe ir más allá, superar sus límites, “sacar los pies del plato” y enfrentarse con todos los medios posibles (organización sindical, lucha política, disputa ideológica e incluso confrontación político-militar) al poder concentrado de la clase capitalista en su conjunto.

La prosa de Goyo Flores, sencilla, amena, cautivante y directa, no brota de los papers de un posgrado de una universidad privada ni de un suplemento comercial de la prensa “seria”. Sus páginas nacen de la experiencia vivida en la confrontación cuerpo a cuerpo con los déspotas del mundo contemporáneo y sus serviles ayudantes al interior de los sindicatos y fábricas. Flores no copia esquemas, slogans, consignas ni frases hechas. Razona en voz alta. Este libro transmite, genuinamente, una reflexión con todas las letras. Por eso, incluso, contiene algunas ambivalencias, como quien relata en voz alta o transfiere al papel sus propias dudas, aquello que “no le cierra” y los debates que permanecen abiertos. Escrito desde el punto de vista inclaudicable de la clase trabajadora, el autor no habla desde el pedestal ni desde ningún púlpito. No da misa. Su testimonio de lucha y de compromiso es totalmente humilde. A años luz de cualquier altanería o petulancia -de esas que tanto abundan en los ex revolucionarios, hoy quebrados, que viven lustrando sus medallas pretéritas para suplir y compensar su deserción actual- Flores no teme confesar sus dudas ni mostrar sus limitaciones. El texto está repleto de expresiones como las siguientes: “según lo que yo puedo entender…”; “al menos es lo que yo viví…”; “era la primera vez que hablaba, temblaba como una hoja…”; “dentro de mis limitaciones y dentro de la escasez de conocimientos que tengo…”, etc. No es casual que cuanto más radical se torna en sus conclusiones políticas y en sus “lecciones de batallas”, más modesto resulta en su forma de razonar. El autor no repite en sus libros -ni en este ni en sus anteriores- un libreto ya cocinado, masticado y digerido sino que va recorriendo junto al público lector su propia experiencia y las lecciones que va extrayendo de las mismas a través de su paso por diversos puestos de lucha, en la fábrica, en el sindicato, en partidos políticos de clase e incluso en organizaciones político-militares. Si hubiera que destacar una confesión fundamental del autor, probablemente sea ésta: “Luchamos por aquello en lo que creíamos, por eso no estoy arrepentido de nada”.

Entiéndase bien: Flores reflexiona sobre aciertos y errores, virtudes y limitaciones. No hace apología barata. Pero rescata lo sustancial: la lucha revolucionaria por el poder, la organización clasista de la clase trabajadora y la confrontación directa con el aparato de Estado. Experiencias que, considera, deben recrearse y rescatarse para las luchas futuras. ¡Qué notable contraste con tanto relato mediático y comercial de ex militantes revolucionarios, hoy convertidos en tristes arrepentidos y quebrados! El testimonio de Gregorio Flores es precisamente la antítesis de esas reconstrucciones a posteriori, confeccionadas mitad para vender libros y mitad para autojustificarse por haber abandonado la lucha y haberse rendido ideológica y políticamente ante la corriente hegemónica.

La formación política y el estudio, tareas impostergables

Uno de los aspectos más interesantes y más actuales de la reconstrucción histórica que intenta realizar Goyo Flores tiene que ver con la necesidad del estudio y la formación polí- tica. Y decimos actualidad porque si bien es cierto que la ideología del antiintelectualismo populista posee larga data en nuestro país, desde 1983 a la fecha el déficit de formación de la militancia social y política se ha tornado preocupante. Luego de la sangrienta represión dictatorial que se cobró la vida de los mejores cuadros revolucionarios de toda una generación, la orfandad teórica y política creció de manera geométrica. A los efectos de esa represión genocida, que diezmó los mejores cuadros del movimiento social, se le sumó la difusión de la ideología antiintelectualista de nefastas consecuencias prácticas. El desprecio por los libros, por el estudio y por la formación no brotan del pueblo humilde y trabajador que, por el contrario, siempre aspira a que sus hijos puedan estudiar y formarse (incluso como una vía de ascenso social). Por el contrario, quienes más difunden y fomentan los prejuicios antiintelectualistas -“el pueblo no necesita teorías”; “leer es para los pequeños burgueses universitarios”; “los libros no enseñan nada, lo importante es la universidad de la calle”; “el pueblo ya sabe todo, no hace falta estudiar”, “lo importante es ir a «lo concreto»… ¡basta de discusiones abstractas!”- son… los mismos intelectuales (populistas). La mayoría de ellos han accedido a la “alta cultura” letrada y luego predican la ignorancia como panacea universal. En síntesis: el antiintelectualismo constituye un típico discurso prefabricado por intelectuales, un objeto de consumo que ellos no consumen. Por lo general intelectuales que quieren monopolizar su saber en lugar de socializarlo. Por eso predican para los demás lo que ellos no hacen. Rompiendo amarras con esos discursos populistas -falsa y tramposamente “horizontalistas”- que tanto daño han hecho y siguen haciendo, Gregorio Flores, obrero industrial que desde lo más profundo del seno del pueblo se crió entre la miseria, la pobreza y la ignorancia, insiste obsesivamente en sus memorias con la imperiosa necesidad que todo militante revolucionario tiene de leer y formarse teóricamente. En un primer momento Flores plantea: “Mi experiencia en la huelga de 1965 me dejó la convicción de la necesidad de leer y estudiar. Yo sentía que era un bruto, que no entendía nada” (p. 22). Entre esas primeras lecturas, Flores señala el papel positivo jugado por El hombre Mediocre de José Ingenieros. “Ingenieros me despertó. Me impresionó el tema de la lucha por un ideal”. Llama la atención que Agustín Tosco también haya destacado el papel de Ingenieros -el antipositivista de El hombre Mediocre, no el criminólogo sarmientito- en su primera formación ideológica. Cuando un periodista lo interrogó preguntándole cómo llegó a las convicciones marxistas, Tosco le respondió:

“A través de la lectura. Yo estudié en la escuela primaria y luego hice un curso de cuatro años en una escuela técnica. Más tarde en la Universidad tecnológica, donde me recibí de electrotécnico. Por lo demás leí lo que cayó en mis manos: José Ingenieros, fundamentalmente, y también novelas y ensayos sobre los problemas del movimiento obrero”.

Al igual que Tosco, Gregorio Flores no se quedó en sus primeras lecturas. Siguió avanzando y se cruzó con otros libros. Entonces leyó Terrorismo y comunismo y Qué es el fascismo de León Trotsky; Revolución y contrarrevolución en Argentina de Abelardo Ramos y los tomos de historia argentina de Milcíades Peña. Haciendo referencia a la cárcel como “universidad del revolucionario”, Flores enumera algunos textos en los que incursionó más tarde, durante su período en la prisión. Allí leyó El Estado y la revolución, de Lenin; El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado de Engels; Los 10 días que conmovieron al mundo de John Reed; el curso de filosofía de Politzer; el Anti-Dühring de Engels, el libro rojo de Mao y Los anarquistas expropiadores de Osvaldo Bayer. En apretada síntesis, reconoce que “mi gran escuela política será la cárcel de Rawson” (p. 25). Tras los barrotes, uno de sus compañeros de estudios carcelarios será nada menos que Santucho. El otro, Cuqui Curutchet, abogado del SITRAC-SITRAM. Pensando en la respuesta de abajo frente a la violencia de arriba, es decir, en la violencia plebeya, popular, obrera y anticapitalista, Flores continúa más adelante argumentando: “Sólo así la clase obrera podrá erigirse en clase gobernante. Esto, que duda cabe, se logra por la vía armada. Mario Roberto Santucho fue consecuente con lo que pensaba, por eso está vivo en la memoria de quienes lo conocimos y lo estará seguramente en las nuevas generaciones” (p. 86). Prolongando hasta la actualidad ese balance, contundente, demoledor e inequívoco, afirma:

“La conclusión más importante es que los trabajadores no deben limitar su intervención al mundo sindical, deben hacer política. Deben organizar su propio partido político. Yo así lo comprendí y por eso entré a formar parte del Partido Revolucionario de los Trabajadores” (p. 115).

En el mismo sentido y eludiendo todo eufemismo, concluye:

“Hasta hoy, 25 de julio de 2005 [fecha de redacción del libro] la única manera que se conoce para construir una sociedad más igualitaria, más justa, más humana, como quería el PRT-ERP es a través del enfrentamiento armado, clase contra clase” (p. 87).

Las experiencias del clasismo que Gregorio Flores nos transmite dejan enseñanzas que deberían ser estudiadas por las nuevas camadas de jóvenes rebeldes, por la nueva militancia de las fábricas recuperadas, del movimiento piquetero, del movimiento estudiantil y del sindicalismo antiburocrático que hoy renace de sus cenizas. No son consignas ni frases hechas, gritadas en una asamblea escolar por un adolescente exaltado, inexperto, demasiado entusiasta, poco informado y tal vez ingenuo. Son las conclusiones de un viejo dirigente obrero, experimentado, curtido y fogueado en el enfrentamiento contra el capital, en dictaduras y en democracia. Su libro es una joya. Contiene piezas invaluables: su balance maduro acerca del clasismo, las reflexiones sobre la vida cotidiana y el combate de la clase trabajadora, las dudas en voz alta sobre posibles errores y limitaciones, los debates pendientes con Agustín Tosco, las anécdotas de sus mejores amigos y de los principales cuadros dirigentes del proletariado argentino que él conoció, la semblanza sobre Santucho y sus compañeros y compa- ñeras del PRT-ERP, los relatos de la confrontación a muerte contra la FIAT, contra todas las empresas capitalistas, contra la burocracia sindical y contra la dictadura militar. Un texto fundamental que debería ser estudiado en Argentina y América Latina, pero que también debería ser leído por quienes han luchado y seguirán luchando contra la FIAT y sus socios imperialistas al otro lado del planeta.

Notas

* Extractos tomados de su artículo publicado en Extractos tomados de su artículo publicado en www.lahaine.org.

1 Véase Tosco, Agustín: “Aspectos biográficos y personales”. En J. Lannot, A. Amantea y E. Sguiglia, (comps.): Tosco: escritos y discursos, selección de Contrapunto, Buenos Aires, 1985. p.9.

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