La disputa con los republicanos esconde el ajuste y el aumento de la explotación en los EEUU
Juan Kornblihtt
OME-CEICS
¿Apoyar a los demócratas frente a los republicanos es elegir lo menos malo? Esta nota muestra que, con la pantalla de la pelea por la reforma de la salud, Obama impulsa la precarización laboral y la baja salarial como sus verdaderas herramientas para tratar de salir de la crisis.
La extorsión entre elegir al menos malo de las alternativas burguesas, algo común en el juego político a nivel mundial, tiene en los EE.UU. su máxima expresión. Cada vez que hay elecciones o alguna disputa entre demócratas y republicanos, pareciera no haber más alternativa que apoyar a los primeros para conseguir, al menos, alguna concesión desde el Estado o evitar que las cosas empeoren. Se supone que la derecha republicana es siempre peor y que apoyar a los demócratas es la única alternativa que tienen quienes defienden los intereses de la clase obrera. Una vez más, esa falsa dicotomía se puso de manifiesto con la disputa en torno a la aprobación del presupuesto estadounidense el mes pasado, que llevó a la parálisis del Estado por unas semanas.
La excusa del ala más reaccionaria republicana (el Tea Party) para provocar este shutdown era la exigencia para que se revea la reforma de salud impulsada por Obama. La rebeldía republicana duró poco. Si la falta de acuerdo entre republicanos y demócratas se extendía, se ponía en riesgo otra votación clave: la extensión de la capacidad del Estado de endeudarse. Tal como declaró Obama, esto hubiese implicado una bomba nuclear en el sistema financiero internacional y el colapso de la economía yanqui. El hecho de que se haya votado no hace más que poner sobre la mesa que la crisis sigue latente, pese a las supuestas cifras alentadoras en cuanto a crecimiento del PBI y creación de empleo. ¿Significa esto que la derrota republicana y la aprobación del presupuesto con la reforma de salud incluida fue un alivio para la clase obrera estadounidense?
A pesar del Estado
La entrevista al trabajador social y militante socialista Shamus Cooke, en este mismo número de El Aromo, sobre las características de la reforma de salud llamada “Obamacare” muestra que no hay ningún aspecto progresivo. El nuevo sistema establece la obligación para todos los ciudadanos de contratar un seguro de salud. Lo único novedoso es que existe un subsidio para los pobres que les compensa lo que no puedan pagar. No se trata de una cobertura universal, ni mucho menos. La mayor parte del gasto estatal irá a parar a las empresas de medicina privada, una rama que está en crisis. Nada garantiza que la cobertura sanitaria mejorará. Por el contrario, se prevé que muchas empresas dejarán de pagar por el seguro a sus empleados, ya que será una responsabilidad individual. Los trabajadores se verán obligados a sufragar el seguro que antes les daba la empresa o algo peor: una multa por no tener seguro o la adquisición de uno barato, con una muy mala calidad y poca cobertura.
Si la reforma de salud no augura nada bueno, el resto del presupuesto tampoco. Ya en septiembre de 2011 (cuando se dio la anterior “novela” en la cual los republicanos amenazaron con no aprobar el presupuesto), Obama había cedido en casi todas sus demandas de ajuste para conseguir su aprobación. Por lo tanto, el gasto dejó de crecer.[1] Este año, se suponía que la crisis se había superado, pero lo problemas presupuestarios, que nunca se habían ido, volvieron a emerger en términos políticos. Más allá de los ajustes, los niveles de déficit y deuda son récord en términos históricos. Luego del colapso en 2008 de la burbuja financiera -que creció en torno a la especulación inmobiliaria-, no se resolvieron las contradicciones de fondo. La baja recaudación por la no recuperación de la economía real se tapó con emisión y déficit, lo que permitió sostener en parte el consumo y, por lo tanto, el PBI. El sector privado aportó poco, ya que la inversión en bienes de capital se empezó a recuperar, pero para apenas alcanzar los niveles previos al colapso, ya bajos en términos históricos. Por lo tanto, el magro crecimiento del PBI se sostuvo en una expansión ficticia, en parte motorizada por el déficit estatal, aunque también por otros mecanismos financieros como la Bolsa de Valores que sigue en niveles altos.
Crisis de largo plazo
La crisis actual, como señalamos, en numerosos artículos de El Aromo y de nuestra revista Razón y Revolución, es resultado de una contracción de la tasa de ganancia desde comienzos de los ’60, y tiene su piso a principios de los ‘80. Ante la caída de la rentabilidad, el capital necesita para relanzarse aumentar la tasa de explotación para obtener más riqueza de cada trabajador empleado. La forma más potente de hacerlo es aumentar la productividad para abaratar las mercancías consumidas por los obreros y, de este modo, hacer lo propio con los salarios. Pero eso conlleva a un aumento de la escala de producción, por lo que se agudiza la competencia y la necesidad de destruir al capital sobrante para quedarse con su mercado.
La robotización de los ‘70 permitió la utilización de mano descalificada, disciplinada y, por lo tanto, muy barata, de los países del Este asiático. Los procesos productivos se fragmentaron en términos internacionales y los países con menor productividad perdieron su capacidad de proteger sus industrias. Con la llamada globalización, aumentó la tasa de explotación y la destrucción de capital. Pero dada la fuerte contracción de la tasa de ganancia, no alcanzó para sanear la acumulación. Como referencia, se puede tener en cuenta que de la crisis de 1930 se salió con la Segunda Guerra Mundial.
La recuperación leve de la rentabilidad llevó a que el aumento de la producción, combinada con la baja salarial, no fuese acompañado por un crecimiento del capital en la magnitud suficiente para absorber lo que produce. La sobreproducción generalizada empezó a ser la norma. Para evitar el colapso inmediato que implica producir por encima de la capacidad de consumo, se expandió el capital ficticio para cerrar esa brecha. El crecimiento de distintos tipos de deuda y activos financieros públicos y privados permitió la expansión de burbujas que hacían crecer la demanda y servían para evitar una caída más profunda. Aunque al no resolver las cuestiones de fondo, en cierto momento se hacía evidente la falta de respaldo, lo que provocaba el estallido de las burbujas.
En este crecimiento cíclico se movió el mundo, desde mediados de los ‘70 en adelante. El periodo que vivimos (post 2009) es otra de estas fases con sus propias particularidades. Lejos está de tratarse de una crisis por la falta de políticas de consumo y por el “neoliberalismo”, como afirman los keyneasianos de izquierda y los marxistas influenciados por ellos. El Estado, a pesar del discurso de quienes lo dirigieron, estuvo más presente que nunca. Si analizamos el gasto público en los EE.UU. de las últimas décadas, se observa una fuerte expansión del mismo hasta la llegada de Obama, no sólo en términos de salvatajes a bancos y gasto militar sino en transferencias directas al consumo obrero, que se expresan en un fuerte crecimiento del gasto social y en salud (ver gráfico). De hecho, pese a la guerra de Irak y de Afganistán, el gasto militar pierde lugar frente a las políticas sociales. Como este gasto creció para intentar que no estalle la sobreproducción, no se hizo sobre base reales, siendo la recaudación fiscal menor a los egresos. El déficit se cubrió con emisión monetaria y deuda pública. Eso nos lleva, otra vez, al análisis de la crisis que se desató en torno a la aprobación del presupuesto y del Obamacare.
Ajuste y destrucción
Una parte importante del poder de los EE.UU. reside en que su deuda está emitida en bonos del tesoro en dólares en manos de países como Japón o China. Esto les da la posibilidad de licuar sus obligaciones en el extranjero por la sola vía de devaluar el dólar. Con la expansión de la emisión, algo de terreno recuperaron, aunque sin eliminar el riesgo real: a medida que se hace evidente la incapacidad de pago, eso bonos pierden valor. El riesgo de un efecto cascada sobre los países acreedores está latente. Por eso, Obama habló de un efecto nuclear si EE.UU. no emitía más deuda y no mantenía la ficción de la garantía detrás de pago detrás de esos bonos. Aun así, no alcanza con la ley sancionada. Para ser creíble, el Estado tiene que empezar a revertir la burbuja. Por eso, después de la fuerte expansión del gasto y la emisión a partir de 2009, el gobierno de Obama cedió y contrajo el gasto.
Obama pudo contraer las transferencias estatales, pero lo que permite reducir un poco el gasto, y evitar el colapso inmediato, es que la economía real empieza, en forma lenta, a recuperarse. Por lo tanto, se reduce en cierta medida la brecha entre producción y consumo. Los keynesianos creen, en forma equivocada, que es por el efecto multiplicador del gasto estatal. El gasto viene subiendo hace tiempo y no impulsó la economía real. Lo que creció en los últimos años es la tasa de explotación. Al abaratamiento de la fuerza de trabajo por la incorporación de mercancías chinas importadas en el consumo de los obreros se suma una creciente precarización. El fuerte desempleo y la pobreza sin precedentes dan cuenta del crecimiento de la sobrepoblación relativa (o sobrante) para el capital. Al actuar como ejército de reserva, permite que los nuevos empleos creados sean en su mayor parte temporarios (part-time). Para la burguesía, esto implica pagar un 65 por ciento menos por hora trabajada.[2] La suba en la tasa de explotación se evidencia además en que se produjo una suba de la productividad sin un aumento proporcional de los salarios.[3] Como señala Shamus Cooke en la entrevista, el Obamacare profundizará esto, ya que impulsa a las empresas a no pagar el seguro médico por la vía de contratar más trabajadores temporarios, o pagarles menos porque el seguro que están obligados a contratar por su cuenta puede ser más barato, y de peor calidad.
Como vemos, la “victoria” de Obama contra los republicanos está lejos de ser el mal menor. Su política de ajuste presupuestario acompaña el aumento de la tasa explotación. Luego de las promesas incumplidas, el descontento por el carácter anti obrero de sus políticas no podrá ser canalizado por quienes no critican para no hacer el “juego a la derecha”. Los votos pasarán a los republicanos que al menos critican las políticas implementadas. Es hora de plantear una verdadera alternativa. En Seattle, la candidata Kshama Sawant, que se reivindica marxista y socialista, sacó el 30% de los votos en las primarias para concejal. Es poco, casi nada, pero es una señal. El descontento frente a las políticas de ajuste y el aumento de la tasa de explotación abre una oportunidad de intervención en forma independiente de la burguesía, que se beneficia con republicanos y demócratas.
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Gráfico 1
Fuente: BEA
La deuda y la emisión monetaria fueron las formas de intentar escapar de la crisis de 2008. Obama empezó a aplicar el ajuste, reduciendo la expansión del gasto pero sin lograr eliminar el déficit. Una expresión de que la crisis sigue latente.
Fuente: Whitehouse.org
Demócratas y republicanos se pelean pero acuerdan en las políticas de largo plazo. El gasto en salud crecía en relación al total. Con Bush y Obama se estancó esta tendencia como parte general del ajuste. A esto se suma que, con Obama, el gasto total se contrajo más que con Bush.
1Ver la nota de Bil, Damián: “¿Y la cobertura social? Los recortes del gasto social y las dificultades de la economía yanqui” El Aromo 62, septiembre-octubre, 2011.
2Datos de la BLS (Employer Costs for Employee Compensation).
3Karabarbounis, Loukas: “The Global Decline of the Labor Share”, NBER Working Paper No. 19136, junio de 2013.